Nacer de nuevo del agua y del Espíritu

lunes, 26 de noviembre de 2007
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Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue donde estaba Jesús de noche y le dijo: “Maestro, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tu realizas si Dios no está con el. Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo, el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le dice: “¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo, el que no nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios. El nacido de la carne es carne, el nacido del espíritu es espíritu, no te asombres de que te haya dicho tienes que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Así es todo el que nace del Espíritu”.

Juan 3, 1 – 8

Pasado un tiempo de nuestra vida, cuando los límites empiezan a cercar nuestra existencia, cuando las preguntas surgen no como una curiosidad sino como una necesidad existencial de darle sentido a nuestra vida, nos planteamos esto que Jesús dice tan simple y tan sencillamente: la posibilidad de volver a nacer, es decir, de volver a comenzar. Como si uno por momentos tuviera la necesidad de decir: veamos como y de qué manera podemos cambiar el rumbo de la historia y el sentido de la vida. Este es el diálogo que Jesús tiene con Nicodemo.

En este sentido Nicodemo se acerca a Jesús. Lo hace de noche, como se nos hace de noche a nosotros cuando nos encontramos frente a esta realidad existencial de darle valor, sentido, importancia, de darle peso a nuestra vida, de no transcurrirla sino de honrarla verdaderamente y de poder abrazarla con todo lo que ella nos ofrece, aún desde aquél lugar en donde la vida se hace dramática y nos pide también una respuesta cuando viene de la mano del dolor, de la enfermedad, cuando viene acompañada del signo de la muerte que forma parte de la vida también. Es sobre todo cuando entramos por estos lugares dentro de nosotros en donde se hace de noche, y que como Nicodemo tenemos necesidad de luz y nos acercamos a preguntar cómo se hace para encontrarla y cómo se hace para que en medio de esta oscuridad y sin sentido encontrarle el sentido a la vida. Jesús dice: hay que nacer de nuevo.

Y este nacer de nuevo está vinculado al agua y al espíritu. El que no hace del agua y del Espíritu no puede encontrar eso que está buscando en la noche. Nosotros, en nuestra noche, y desde nuestras oscuridades, desde esos lugares donde no hay respuesta, queremos hoy encontrar respuestas abriéndonos a la propuesta de Jesús a vivir en el Espíritu. Tener vínculo con la persona del Espíritu Santo es la primera propuesta que te hago en la mañana para animarnos a recorrer este camino de renovación y de transformación de nuestra propia vida. ¿Qué sería tener vínculo en el Espíritu? Tener conciencia, y tomar conciencia de que el nos habita interiormente. “Ustedes son templo del Espíritu Santo” dice San Pablo.

En cada uno de nosotros habita el Espíritu Santo. Si el nos habita interiormente sería bueno dejarnos guiar, llevar, soltarnos, como volar en parapente. Que el viento nos lleve, que el soplo del viento nos haga volar. En la experiencia del espíritu nosotros nos soltamos desde dentro y nos lanzamos a que el soplo del espíritu nos guíe y nos conduzca. “No saben ni de donde viene ni a donde va” le dice Jesús a Nicodemo. “Es como el viento”, dice Jesús, tiene esa característica sorprendente. Dejarnos guiar por el Espíritu. ¿Qué significa dejarnos guiar por el viento del espíritu? Dejarnos conducir por las mociones interiores que el Espíritu pone en nuestro corazón. ¿Y cómo se distingue una moción interior del Espíritu? Por lo que deja en el corazón.

Es del espíritu cuando en nosotros hay paz, es del espíritu cuando en nosotros hay alegría. Es del espíritu cuando en nosotros hay orden. Es del espíritu de Dios cuando nosotros encontramos que no hay contradicción entre lo que sentimos y lo que la comunidad de hermanos con quienes vamos haciendo camino en la vida nos confirman en ese mismo camino que vamos realizando. De ahí el valor de la vida en el Espíritu fraternalmente llevada. Hay una dimensión comunitaria de la vida en el espíritu con la que Dios quiere darle justamente esa identidad a nuestro ser de parecernos a el que también es comunidad y familia.

La vida en el espíritu se discierne, se vive, las mociones del espíritu, la inhabitación interior de la vida en nosotros en la vida común, en la vida fraterna. Tener vínculo en el Espíritu supone tomar conciencia de que El está en nosotros. Por la gracia del Bautismo hemos sido ungidos en el Espíritu Santo. Supone también entonces dejarnos llevar por el y aprender a reconocer su presencia que es como el viento que sopla desde donde uno no sabe de donde viene ni a donde va y lo podemos reconocer de una manera distinta de cualquier tormenta por la paz, por la alegría, por la armonía, por la serenidad, por el orden, y esto confirmado en la vida fraterna, en la vida comunitaria, en la vida eclesial.

Podríamos preguntarnos, para el segundo bloque de nuestro encuentro de hoy: “¿Por dónde el Espíritu Santo me lleva a cambiar en actitudes nuevas lo que quiere de mí, cómo reconocerlo?

Que el Señor nos bendiga a todos en esta mañana con esta gracia de renovación que en el espíritu nos trae, este espíritu que quiere pasar por algunos lugares concretos de nuestra vida. ¿Cómo hacemos para darle lugar al espíritu que viene a cambiar? ¿Qué actitudes nuevas el espíritu viene a poner en mi? Esta podría ser la pregunta de base para animarnos a recorrer nuevos caminos y nacer desde aquellos lugares desde donde nosotros sentimos que la vida está pidiendo volver a empezar o recomenzar. Es clave para poder hacer esto el darnos tiempo. Las grandes obras se realizan en el tiempo.

El tiempo es un gran aliado nuestro en la medida en que nosotros sabemos que a los cambios Dios los realiza habitualmente en procesos y los procesos son tiempo. Y a este tiempo Dios lo quiere porque el no quiere hacer solo la obra sino que nos quiere haciéndola con el y en este sentido el proceso humano de elección es un proceso que está encarnado y necesita ser ajustado progresivamente.

Nuestra libertad es una libertad que se encuentra condicionada por la propia historia, por las circunstancias en las que vivimos y esto supone de parte de nosotros un ejercicio lento y un aprendizaje del ejercicio de la libertad en la elección para la construcción. Elegimos lo que es mejor para nosotros buscando construir desde ese lugar y para eso hace falta tiempo. Eso quiere decir además disponernos a recorrer un proceso que es largo, que lleva toda la vida, no se cambia de un día para el otro sino que nos lleva la vida cambiar.

Tal vez la sociedad de consumo en la que vivimos nos juegue una trampa en la concepción de la libertad y en el modo de transformación de las cosas. En la concepción de la libertad porque la entendemos en un sentido absoluto, y en el modo de transformación de las cosas porque en realidad las cosas no son “ya” en su transformación sino que llevan tiempo de construcción.

Hacer camino supone un largo camino. Si vos te disponés a ser distinto, distinta, si en tu corazón surge esta necesidad de querer realmente cambiar, me parece que estos dos aliados son claves: el tiempo y el camino en proceso. Un proceso supone un mirar hacia adelante, poner claro un objetivo como lo hemos visto en este tiempo de plantear un proyecto de vida, un lugar por donde ir reconociendo quién soy y qué puedo y qué no puedo sabiendo mi límite, y al mismo tiempo ese proceso supone revisar, evaluar, ajustar, re-entusiasmarnos, animarnos, saber aceptar los fracasos, reconocer que las caídas forman parte del aprendizaje.

Todo, de todo se vale Dios y todo está en sus mano para sacar provecho de cada acontecimiento de la vida. Para eso es bueno ubicarse en el camino de la vida como si fuera una gran escuela donde uno puede aprender de todo. En este aprender de todo el Señor nos regala espíritu de discernimiento que es saber descubrir que es verdaderamente lo que vale y diferenciarlo de aquello que no vale para nuestro camino, en lo concreto. Hablamos de discernimiento no solamente cuando hacemos opción de vida por algún estado de vida definitivo por el que elegimos, también el discernimiento a las cosas de todos los días, a lo habitual, a lo nuestro de todos los días.

Entonces, para hacer un camino en el Espíritu es importante aliarnos al tiempo. Las grandes obras se realizan el tiempo. Disponernos a recorrerlos en un proceso que es largo, que no es ya, que se hace haciendo camino. Además este hacer camino supone tener claro hacia donde, revisar los caminos que elegimos para ir hacia donde, evaluar los caminos que hemos recorrido, ajustar en la marcha, re-entusiasmarnos, y un elemento fundamental: saber pedir ayuda, es decir, liberarnos del espíritu de la omnipotencia donde creemos fácilmente que podemos solos.

No, no podemos solos, pero no porque Dios nos haya querido achicar frente a el que todo lo puede sino porque el mismo ha querido con otros hacerlo todo. Dios es comunidad, es familia, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios actúa en conjunto y quiere de nosotros que nos parezcamos a el y nos libera de ese “todo lo puedo” propio de la sociedad contemporánea en la que vivimos donde los grandes héroes parece que marcan el rumbo, caricaturizados bajo la figura de la “súper” mujer, el súper hombre.

En realidad uno es un buen súper cuando se anima a serlo con otros, porque este es el modo como Dios ha elegido que vivamos. Por eso que cuando uno encuentra un espacio comunitario, un espacio fraterno, siente que está más ajustado a sí mismo. Siente que encuentra un espacio donde poder ser mejor uno mismo, porque encuentra algo que es clave para poder vivir la vida en plenitud, vivirla junto a otros, hacerla con otros, así como Dios la hace, así como Dios nos invita a nosotros a rehacerla.

Es clave en el camino que nos conduce a la renovación a la vida nueva en el espíritu tomarnos un tiempo para la celebración. ¿Y qué es un tiempo tomarnos un tiempo para la celebración? Anticipar el fin. A uno se le hace más corto el camino cuando anticipa el fin, y el fin se anticipa cada vez que nos juntamos a celebrar. ¿Por qué? Porque en realidad, la vida en plenitud a la que Dios nos invita es eso, es un banquete dice Jesús, es una gran celebración, es una fiesta. Cuando nosotros hacemos fiesta estamos anticipando el fin.

La verdadera fiesta anticipa el fin. La fiesta mala nos saca del camino. La fiesta en donde nos perdemos, donde le damos libre curso a la libertad en su omnipotencia para cualquier cosa nos saca, estamos sacados algunas veces en algunas fiestas. Pero la fiesta vivida en plenitud, la fiesta vivida en el Espíritu, la fiesta en Dios es una fiesta que anticipa el fin y aligera el andar, aligera el camino. Por eso, cuando para nosotros se hace muy largo el proceso, cuando sentimos que nunca terminamos de alcanzar lo que sentimos a donde Dios nos llama a realizar nuestra propia existencia es clave adelantar el fin, es muy importante adelantar el fin.

¿Cómo podemos hacerla a esta celebración nuestra? Cada vez que nos reunimos en su Nombre es una fiesta. Cada vez que sentimos que es verdad aquello que cuando estamos reunidos en su Nombre el está con nosotros. Celebramos los logros y eso es hacer fiesta y celebramos los logros cuando, actitudinalmente, desde adentro de lo más nuestro, lo más profundo, vemos más la mitad del vaso lleno que la mitad del vaso vacío, vemos más lo que hemos alcanzado que aquello que nos falta por recorrer. Es una actitud positiva frente a la vida.

Hacemos fiesta todos los días si queremos, y se nos acorta el camino cuando el espíritu de la alegría, del gozo, es el que nos habita por dentro y no hay lugar para la pena, para la tristeza, para mirar hacia atrás en lo que no estuvo bien, no hay lugar para la culpa, hay lugar sí para el gozo y la alegría en el espíritu. Celebramos al modo como el espíritu nos enseña a celebrar. Celebramos en la austeridad, en la sencillez, celebramos con interioridad.

Celebrar con interioridad supone estar en fiesta sabiendo permanecer en Dios, es decir no sacarnos cuando estamos de fiesta. La necesidad celebrativa que hay en todo nosotros nace del llamado que tenemos a participar de un gran banquete, y cuando de hecho hay posibilidad de fiesta se despiertan dentro de nosotros como eso con lo que venimos desde el momento que nacimos, gravado dentro nuestro, que fuimos hechos para la fiesta, fuimos hechos para el gozo, sólo que para vivirlo en plenitud al final del camino sólo vale vivirlo con interioridad en la mitad del camino, sólo vale vivirlo con austeridad en la mitad del camino, sólo vale vivirlo con sencillez en el camino.

Nos sacamos cuando creemos que hemos alcanzado la meta y que aquello que estamos viviendo en el momento de celebrar, cualquiera sea el modo de celebrar o de la fiesta en la que participamos, parece que después de ella no hubiera nada, y antes de ella tampoco.

Y en cierto modo algo de eso tiene escondido dentro suyo la lógica de lo festivo y la lógica de lo celebrativo, es un corte de la realidad. Cuando uno va a una fiesta, de hecho se pone un vestido distinto, se arregla de una manera distinta, prepara el momento de participar con tiempo, permanece en ese lugar en un tiempo más prolongado, todo pareciera ser que es un corte de la realidad pero, bien ubicada la fiesta en su lugar, ese corte de la realidad tiene que estar, más que un corte que nos saque de la realidad, como un lugar que prolonga la realidad, adelantando, desde lo festivo, el fin del camino, e invitándonos a caminar con más ganas, con más decisión, a caminar con más fuerza.

A veces celebramos mal y se nota cuando lo hacemos porque al otro día no tenemos ganas de nada. Nos pasamos de vuelta, se nos va la mano en la manera de celebrar y no celebramos como corresponde y se nota cuando al otro día, cuando queremos arrancar nos faltan ganas, nos faltan fuerzas, tenemos una cierta pesadumbre. Cuando celebramos bien, cuando celebramos como Dios quiere que celebremos, que es con alegría, con gozo, con canto, hasta con grito de júbilo, compartiendo bien como debe ser, cuando celebramos como Dios quiere que celebremos, entonces al otro día cuando arrancamos, aún cuando estemos un poquito cansados de haber pasado una noche más larga de lo habitual, al poco tiempo encontramos alegría, descanso, gozo, deseos, fuerza, ganas de ir hacia adelante.

Es clave en el nacer de nuevo, en el renacer, darse lugar para la fiesta. Es muy importante tener un espíritu celebrativo dentro del corazón. Cuando nos encontramos nos encontramos en Dios. Qué distinta que es la amistad en Dios de otros modos de ser amigos. Nos encontramos en Dios y eso le da un sentido nuevo al modo de reunirnos, a la razón por la cuál nos reunimos. La fiesta, un lugar clave para el nuevo nacimiento, saber celebrarla, saber festejar, saber gozar y a partir de ahí encontrar nuevas fuerzas para la ardua tarea de reconstruir nuestra vida.

Decíamos entonces tener   vínculo con el espíritu, darle tiempo a la obra grande que Dios quiere hacer en nosotros, ubicar nuestro peregrinar en proceso, reconocer el camino y el final del camino, saber pedir ayuda, vivir con otros, revisar el camino, evaluarlo, ajustar, reintentar, reiniciar, decíamos también celebrar, que le da crédito al tiempo final y acelera los pasos, y en este acelerar los pasos no apurarnos aunque parezca una contradicción. 

En este sentir que la vida con todos su fluir, con toda su ebullición, cuando es en Dios invita a cantar, a bailar, a celebrar, como hizo Francisco de Asís que en el cúlmen de su locura se desnudó delante de su padre, del obispo, por este gozo que tenía de vivir en la pobreza, cuando vamos sintiendo este impulso fuerte del espíritu dentro de nosotros, no apurarnos, aunque vayamos de prisa no nos apuremos. Esto supone vivir en sencillez, esto supone vivir en sencillez un compromiso posible hoy porque los grandes proyectos se hacen con las pequeñas elecciones del hoy y aunque te parezca que tu sueño se desvanece en un hoy un poquito pequeño con el que estás comprometido en la elección que haces, créeme que realmente si no estuviera puesta esa piedra en el cimiento de tu proyecto hoy, mañana no va a tener consistencia lo que va a ser el desarrollo de tu crecimiento en plenitud. La familia de Nazaret en este sentido nos enseña un hermoso camino porque allí se vive “El” proyecto del Reino, es Jesús que está en medio de la familia entre el trabajo en la carpintería, entre las hoyas en la cocina de María, entre el vínculo con los vecinos del pueblo, entre el templo y la oración litúrgica que allí se celebra, entre el aprendizaje y la educación del niño, en el vínculo de María y José, en ese sencillo habitar familiar se está gestando el Reino, Jesús, el Reino de Dios.

Y cómo se hace esto que no se va a poder contener, que es un desparramo de vida, por todas partes, mucho más allá de los confines de lo que uno pudiera tener como límite, no tiene límite la presencia del Reino. ¿Cómo se hace para vivir sencillamente frente al no límite de la presencia del reino en la familia de Nazaret, se entiende que es un modo humano de vivir la grandeza y Dios ha querido elegir ese camino, y cuando decimos humano decimos muchas de las cosas que hemos dicho recién.

Cuando decimos humano decimos proceso, cuando decimos humano decimos con límite, cuando decimos humano decimos con la necesidad de caminar, evaluar, reevaluar, reajustar, decimos alegría y celebración, decimos capacidad de lucha frente a la adversidad.

Hoy un compromiso tuyo frente a lo simple de hoy. Vos dirás ¿qué puedo hacer distinto hoy? es tu modo distinto de pararte frente a lo que hoy te toca vivir. Es una gran manera de construir desde dentro, con interioridad como decíamos recién hablando de la celebración.