Nosotros, la morada de Dios

jueves, 28 de mayo de 2009
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“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama, al que me ama lo amará mi Padre y Yo también lo amaré y me revelaré a él”.  Le dijo Judas -no el Iscariote-, “¿Señor, que ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?.  Respondió Jesús y les dijo:  “El que me ama guarda mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él.  El que no me ama no guardará mis palabras, y la palabra que están oyendo no es mía sino del Padre que me envió.  Les he hablado de esto ahora, que estoy a su lado, pero el defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi Nombre será quien les enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho”.

Juan 14, 21-26

Si abrimos el libro de la palabra de Dios, en las sagradas escrituras, en el Génesis, en el último de todos ellos, en el Apocalipsis, nos encontramos con un Dios que nos quiere tanto, tanto, que se empeña en vivir en nosotros, dentro de nosotros como en su propia casa. En el principio vemos a Jacob que contempla el cielo inmenso donde mora Dios, con los ángeles y ve como estos suben y bajan por la escalera que se pierde entre las estrellas.

Dios tiene su casa en el cielo, pero el Apocalipsis, nos completa esa visión primera, el ángel grita entusiasmado con vos poderosa cuando vio a la iglesia bajar del cielo toda resplandeciente, ésta es la casa de Dios en medio de los hombres. Ya no es el lugar donde habitan los ángeles, sino donde Dios decidió abitar haciéndose uno de nosotros, encarnándose en María, dándose a luz en Belén.

Estas dos visiones la del principio, en la Biblia, y la del final, nos dan cuenta de una orientación para hablar de la casa de Dios, dónde y cómo encontramos a Dios, cuál es el lugar donde vive, dónde y cómo vive Dios con nosotros. Los hombres hemos mirado siempre a las alturas y hemos descubierto por instinto en ella a Dios, como algo que está mucho más allá y, esta perspectiva de trascendencia no nos resulta extraña, es mas nos familiarizamos con el más allá en nuestra intensión de búsqueda y, descubrimos que históricamente, leyendo las historias de las religiones que Dios que está lejos tiene vínculo con los hombres que peregrinan en la búsqueda, bajo cualquiera de las formas en que este Dios es representado, está cerca del hombre.

Los hombres hemos mirado siempre las alturas y hemos descubierto por instinto allí a Dios, pero nunca nos ha resultado del todo extraño, si fuera del todo extraño nos resultaría absolutamente imposible de pronunciar., sería extraño. El mismo Jesús se acomodó esta manera nuestra de pensar y nos dijo hablar del padre que estaba en el cielo y del cielo visible gobernado por el sol, y del firmamento estrellado, hemos pasado a colocar también en las alturas, el cielo dónde Dios se nos manifestará en gloria durante la eternidad.

Aquella es la casa definitiva de Dios, decimos, pero como es que el Señor ha dicho que ha venido a morar entre nosotros, cómo es que lo definitivo se ha instalado en el medio nuestro. El Apocalipsis nos dice que la morada de Dios es la iglesia. De la cual el apóstol Pablo nos explica que se va construyendo con piedras vivas, hasta que queda rematado un edificio fantástico y del todo singular.

El mismo apóstol dice que cada uno de nosotros somos la morada de Cristo, el cual vive en nosotros por la fe. Jesús nos precisó que cuando amamos a Dios, Dios viene a tomar posesión de nosotros y nos convierte en habitación suya, es nuestro huésped de lujo. Vendremos y haremos morada en Él, será nuestra morada. Tenemos preparada en el cielo, dice Pablo, una casa no hecha por manos de hombre, sino por Dios. Nos dice Jesús, su casa será siempre casa nuestra. Unimos este sentimiento de toda la humanidad, cuando nos dice Dios que está en las alturas y consideramos después lo que el mismo Dios nos ha dicho acerca de su casa.

Llegamos a la conclusión precisa y bella, Dios está en todo lugar, y particularmente está en aquello que es síntesis de todo el cosmos, nuestra propia realidad humana. Dónde habita Dios particularmente, en vos y en mi, en medio nuestro, en todas partes. Si subo al cielo, allí estás tu, si bajo hasta lo más hondo del firmamento, allí te encuentro, dice el salmo 139. hay lugares que son increíbles y que demuestran que Dios está en todas partes y que no solamente se encierra en un templo que representa todo templo dónde Dios habita, y es síntesis del universo todo, nuestras iglesias construidas, sino que mucho más allá de todo eso, Dios también sale a nuestro encuentro y nos habla en lugares inesperados.

Lo buscas… es que lo tienes

La búsqueda de Dios está familiarizada con la presencia de Dios, y la presencia de Dios tiene que ver con nosotros si lo buscamos por do quieres porque de alguna manera hemos quedado prendido con su presencia que nos ha hablado no desde fuera sino desde dentro.

Nosotros pensamos en Dios de muchas maneras y lo buscamos por doquier con ansias. No lo buscaríamos si no lo llevaríamos dentro. Sabemos gozarnos con Él, miramos como Jacob, el cielo azul y estrellado y encontramos allí a Dios en las alturas. Miramos la iglesia, y el templo nos recuerda la presencia de Dios, en ella vive Dios como en su propia casa.

Miramos nuestros vínculos familiares, en el hogar en el que se crece, se ama, se reza, y en Él está Dios vivo y presente. Miramos el propio corazón y nos sentimos en la presencia de Dios. Tendemos la vista más allá y descubrimos la casa definitiva de Dios. Qué cosa nos dice nuestra fe, qué paz que nos trae al alma esta presencia insondable de Dios, esta presencia increíble de Dios por todas partes.

Entendemos lo que reza el salmo 139, cuando nos dice: “Señor, tu me sondeas y me conoces, tu sabéis si me siento o me levanto, de lejos percibes lo que siento, te das cuenta si camino, si descanso, todos mis pasos te resultan cercanos y familiares, antes que la palabra esté en mi lengua Señor, tu la conoces plenamente, me rodeas por detrás y por delante, y tienes puesta tu mano sobre mí. Una ciencia tan admirable me sobrepasa, están alta que no puedo alcanzarla.

A dónde iré para estar lejos de tu Espíritu, a dónde huiré de tu presencia. Si subo al cielo, ahí estás tú, si me tiendo en el abismo estás presente, si tomara las alas de la aurora y fuera habitar en los confines del mar, también allí me llevará tu mano y me sostendrá tu derecha, si dijera que me cubran las tinieblas, la luz como la noche, a mi alrededor las tinieblas, no serían oscuras para ti, la noche sería clara como el día.

Tu creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre, te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable, qué maravillosas son tus obras Señor. tu conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser te resultaba oculto, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra, tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu libro, mis días estaban escritos y señalados antes que uno sólo de ellos existiera.

Qué difíciles son para mí tus designios y que inmenso Dios mío es el conjunto de ellos, si me pongo por contarlos son más que arena y, si terminar de hacerlo, aún, aún me quedarías Tú. Ojala Dios mío hicieras morir a los malvados y, se apartaran de mí los hombres sanguinarios, esos que hablan de Ti con perfidia y, en vano se revelan contra Ti”.

Una hermosa expresión de la presencia inmensa de Dios, el Dios que lo habita todo, este que particularmente nos habita por dentro y, que si lo buscamos como el ciervo o la cierva sedienta, que va detrás de agua, es porque de alguna manera lo tenemos, está con nosotros. Si lo buscas es que lo tienes.

El amor: la categoría de convivencia con Dios, El Amor

En el capítulo 14 en el evangelio de Juan, es un bonito ejemplo de cómo se practicaba la catequesis en las comunidades de Asia al final del siglo I. Era a través de preguntas de los discípulos y las respuestas de los maestros. Así los cristianos iban formando en la conciencia y encontraban una orientación para sus problemas.

En el capítulo 14,5 tenemos las preguntas de Tomás y las respuestas de Jesús, la pregunta de Felipe y la respuesta de Jesús, en Juan 14,8-21, y la pregunta de judas y la respuesta de Jesús en Juan 14, 22-26. La última frase de la respuesta de Jesús a Felipe, en Juan 14,21, constituyen el primer versículo del evangelio que hoy estamos compartiendo. Yo le amaré y me manifestaré a Él.

Este versículo es el resumen de la respuesta de Jesús a Felipe. Muéstranos al Padre y eso nos vasta. Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre, y el que ama ve a Dios y contempla a Dios. Mostrar a Dios es posible gracias a esta experiencia de amor de Dios metido en medio de nosotros, amándonos e invitándonos a amar. Moisés había preguntado a Dios si era posible ver su gloria.

Dios le respondió: “No podrás ver mi rostro porque nadie que ve mi rostro queda vivo, el Padre no podrá ser mostrado”. Esta era la respuesta hasta la llegada de Jesús. Donde al Dios que nadie ha visto nunca, nosotros lo hemos contemplado por la gracia y la presencia de un amor que nos hace accesible la luz infinita del misterio de Dios.

Quien no ama no conoce a Dios, pero quien ama conoce a Dios. El que tiene en su corazón mis mandamientos y los guarda le dice Jesús a Felipe, éste es el que me ama. Y el que me ama será amado de mi Padre y Yo lo amaré y me manifestaré a él, y mi Padre y Yo haremos morada en él. Es decir la inmensidad de la presencia nuestra en todo lo creado, vendrá particularmente a establecerse en el corazón del amante, del que ama, y amar guardando la palabra, llevándola a su cumplimiento. Observando los mandamientos de Jesús, y este mandamiento, síntesis de todo, el mandamiento del amor.

Quién ama a Jesús será amado por el Padre, y puede tener la certeza de que el Padre se le va a manifestar. Este es el nuevo código de convivencia que revela la presencia de Dios, que viene como a mostrar el rostro de del Dios verdadero. Yo busco tu rostro Señor, muéstrame tu rostro, como la cierva sedienta busca corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti Dios mío.

Es un clamor del corazón que debemos darle lugar a que se exprese de alguna manera. Y Dios que sale a nosotros con la respuesta, Yo me revelo, me doy a conocer, me manifiesto a aquel que recibiendo mi palabra, palabra de amor, la pone en práctica, se deja amar y desde ese lugar nuevo se anima a amar y en el amor encuentra lo que busca. A veces aflora en nosotros, los cristianos, la idea de que somos mejores que los demás, que Dios nos ama más que a los otros. Dios no hace distinción de personas, Dios ama a todos por igual, y en el amor iguala, es decir hermana.

Este es el camino del nuevo estado de vida y, del nuevo estado de convivencia al que Dios nos invita. Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y nosotros que habitamos el universo todo haremos morada en él. El universo mismo que ni lo contiene a Dios y lo supera Dios a él, aún en lo más inmenso de su condición no puede con el Dios que viene si, a querer estar dentro de nosotros. Si está por dentro, aún cuando sintamos la necesidad de buscarlo por fuera, como decíamos en el canto hermoso de San Agustín, recién, tarde te amé, será siempre por dentro dónde seguirá manifestándose, haciéndose presente, y revelándose el Dios que encuentra un único lenguaje para comunicarse, el del AMOR.

El Dios, al que buscamos, está dentro nuestro, te buscaba por fuera y tu estabas por dentro. Ha venido ha poner morada en nosotros, pero su morada se acrecienta en la medida que en vínculo fraterno del compromiso en el amor, crece y se entrega cada vez más con generosidad. Juan Pablo II, hacía una catequesis bellísima sobre esta expresión de la cierva sedienta y decía: “Una cierva sedienta, con la garganta seca, lanza su lamento ante el desierto árido, anhelando las frescas aguas de un arroyo”, con esta imagen comienza el salmo 41, en ésta podemos ver casi el símbolo de la profunda espiritualidad de esta composición auténtica joya de fe y poesía.

En realidad según los estudiosos del salterio, nuestro salmo se debe unir estrechamente al sucesivo, el 42, del que se separó cuando los salmos fueron ordenados para formar el libro de la oración del pueblo de Dios. Ambos salmos además de estar unidos, decía Juan Pablo, por su tema y su desarrollo, contienen la misma antífona, “Porqué te acongojas alma mía, porqué te me turbas, espera en Dios que volverás a alabarlo, salud de mi rostro Dios mío”. Este llamamiento repetido dos veces en nuestro salmo, y una tercera vez en el salmo sucesivo, decía Juan Pablo, es una invitación que el orante se hace a sí mismo, a evitar la melancolía por medio de la confianza que nos da seguridad de que Dios, Dios en el amor se manifestará.

Padre Javier Soteras