14/10/2019 – La novena Congregación General marcó el inicio de la segunda de tres semanas del Sínodo Especial para la Región Panamazónica, que finalizará el 27 de octubre. Esta mañana estaban presentes 179 Padres sinodales. Junto con el Papa Francisco, elevaron una oración por Ecuador.
El Sínodo es un Kairos, un tiempo de gracia: la Iglesia se pone en escucha, en actitud empática y camina junto a los pueblos originarios de la selva: periferias geográficas y existenciales que han recibido el don de contemplar diariamente el “Fiat”, la primera palabra pronunciada por Dios. La creación es, de hecho, una Biblia verde que revela al Creador y en la celebración de los sacramentos el compromiso ecológico encuentra su fundamento más profundo.
En vista de la disminución significativa del número de comunidades religiosas en la región, como es el caso, por ejemplo, en el Estado de Pará, en Brasil, donde se ha pasado de la pastoral de la presencia a la de la visita, se pide a las congregaciones religiosas que recuperen su entusiasmo misionero. Al mismo tiempo, es necesario ofrecer caminos de formación y catecumenado constantes, basados no sólo en libros de estudio, sino también en la experiencia en el campo en contacto directo con la cultura local. Asumir un rostro amazónico significa comprender los signos y símbolos propios de estos pueblos y vivir juntos en una perspectiva de diálogo e interculturalización, favoreciendo la profundización de una teología india, para que la liturgia responda cada vez más a la cultura local. Esto implica un dinamismo: es decir, salir de nuestras estructuras y perspectivas. En algunos casos, la Iglesia que sale de la Amazonia ya es una realidad. Son muchos los ejemplos de presencia pastoral destinada a animar a los pueblos indígenas, olvidados por el mundo, a tomar en sus manos las riendas de su destino. Nunca, sin embargo, ceder a la tentación de una evangelización basada exclusivamente en programas asistenciales. Al mismo tiempo, la Iglesia está llamada a afrontar los desafíos que plantea, por una parte, la proliferación de las sectas religiosas y, por otra, la cultura relativista de los países industrializados.
La Iglesia está llamada a hacer oír su voz. Algunos han dicho que las representaciones pontificias podrían seguir desempeñando un papel esencial en los gobiernos y en los organismos internacionales para promover las instancias del pueblo amazónico sobre sus derechos a la tierra, al agua y a los bosques. Además, la Iglesia en la Amazonía está llamada a promover una economía circular que respete la sabiduría y las prácticas locales. También se ha invocado la creación de un observatorio eclesial internacional sobre la violación de los derechos humanos del pueblo amazónico. Luego pues, la exhortación a que los países industrializados expresen una mayor solidaridad hacia los países con economías frágiles, también por el hecho de que constituyen una mayor tasa de contaminación. El Sínodo, con la multiplicidad de intervenciones e ideas que resuenan en el aula, está fortaleciendo en los participantes la idea de una Iglesia unida en torno a los desafíos de la región panamazónica. Cada región del mundo siente como propia la Amazonía y los frutos de esta asamblea especial beneficiarán a la Iglesia Universal.
La Amazonía es un mundo multiétnico, multicultural y multirreligioso donde muchas semillas del Verbo ya han echado raíces y están dando frutos. Se auspicia pues la creación un ecosistema de comunicación eclesial panamazónico que sea reflejo de la interconexión de toda la humanidad. La idea es tejer no tanto una red de cables, sino una red de personas humanas. En efecto, las grandes dificultades de la movilidad en la región exigen con urgencia una mayor eficacia y capilaridad de los medios de comunicación social. Al mismo tiempo, es necesario ayudar a las personas a saber leer críticamente la información difundida de forma superficial por algunos medios de comunicación, desenmascarando cualquier forma de manipulación, distorsión o espectacularización.
La presencia es fundamental. No sólo de los sacerdotes y obispos, sino también de los colaboradores laicos, hombres y mujeres. Un animador, sea catequista, lector, cuidador de enfermos, diácono o ministro extraordinario de la Eucaristía, ejerce su sacerdocio bautismal cuando asume una actitud de servicio y no de poder o dominio. Preciosas colaboradoras en la misión de la Iglesia en la Amazonía son las mujeres, insustituibles en el cuidado samaritano, en la custodia y la protección de la vida. Al mismo tiempo, en el ámbito de la educación, se destacó la urgencia de transmitir la fe, motivar a los jóvenes a construir sus propios proyectos de vida, promover el cuidado de la Casa Común, aumentar el rechazo a la herida del tráfico de personas, contrastar el analfabetismo y el abandono escolar. Hay que ayudar a los jóvenes a integrar los conocimientos ancestrales con los conocimientos más modernos para que ambos contribuyan al “buen vivir”. Bajo la acción del Espíritu, cum Petrus y sub Petrus, se insta a la Iglesia a que se convierta a una perspectiva amazónica y a que emprenda sin temor un discernimiento y una reflexión sobre el tema del sacerdocio, escuchando también la hipótesis de la ordenación de las personas casadas, sin diluir nunca el valor del celibato. De hecho, debemos tener siempre presente el drama de las poblaciones que no pueden celebrar la Eucaristía por falta de sacerdotes o que reciben el Cuerpo de Cristo sólo una o dos veces al año. Se sugirió una reflexión sobre una posible actualización de la Carta Apostólica Ministeria Quaedam de Pablo VI. También se propuso la introducción de diáconos permanentes y diáconos indígenas que, a través del ministerio de la Palabra, ayuden a la población local a comprender mejor los Textos Sagrados.
También se avanza en la idea de crear comunidades cristianas eco-interculturales abiertas al diálogo interinstitucional e interreligioso que enseñen nuevos estilos de vida orientados al cuidado de la Casa Común. Las empresas petroleras y madereras – se ha denunciado – dañan el medio ambiente y socavan la existencia de los pueblos. De hecho, los pueblos indígenas no obtienen ningún beneficio de la extracción de recursos, forestales y minerales de sus tierras. Por lo tanto, es necesario exponer con firmeza la corrupción desenfrenada que alimenta las desigualdades y las injusticias y preguntarse qué dejaremos a las generaciones futuras. También hay que combatir la gran amenaza que supone el tráfico de drogas, junto con cualquier complicidad que lo alimente.
También hubo espacio para el tema de la soberanía alimentaria: cada pueblo tiene derecho a elegir qué cultivar, qué comer y cómo garantizar el acceso a los alimentos respetando los ecosistemas. Una parte significativa de la biodiversidad agroalimentaria de la Amazonía es todavía desconocida y ha sido preservada hasta ahora por las poblaciones locales. No puede acabar siendo explotada por unos pocos y arrebatada a la multitud, como ocurrió en el frente médico, donde las plantas y los ingredientes activos han enriquecido a las multinacionales farmacéuticas, sin nada devolver nada a la gente.