Nuestra Misión En La Vida (II Parte)

martes, 20 de octubre de 2009
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VISIÓN, VOCACIÓN, MISIÓN son, de alguna manera, palabras que significan mas o menos lo mismo –al menos en la intención de este programa-.
    VISIÓN  significa LO QUE HA SIDO VISTO: Qué has visto vos en tu paso por la tierra? ¿qué ves? ¿qué es necesario que hagas?
    VOCACIÓN  significa LLAMADO. : ¿para qué has sido llamado?
MISIÓN significa ENVIADO, ¿a qué has sido enviado?

Brevemente voy a describir en qué sentido nos estamos manejando con el tema de la misión. A veces se usa el término misión, vocación, o en el mundo empresarial y organizacional se usa mucho la palabra ‘visión’: el horizonte hacia donde se dirigen. Es importante tener una visión. Porque justamente la cantidad de estímulos, de vicisitudes que acontecen en el camino, nos hacen perder la visión, nos dispersan, porque vamos encontrando una cantidad de caminitos interesantes y atractivos y nos vamos yendo por ellos y perdemos el ritmo dentro del laberinto de las realidades cotidianas.
    Esto le ha pasado muchas veces a la Iglesia –como a tantas otras organizaciones-: perder la visión. Y la visión la plasmó Jesús: dejó la visión del Reino, y muchas veces la perdimos: nos fuimos por pactos, alianzas, conveniencias, a veces apurones, circunstancias que parecían que iban a hacer ‘naufragar la barca’, pero ahí siguió el arca de Noé, y sigue con su visión de contener la vida y de salvaguardarla, y en la medida de las posibilidades, también gozarla.

Estamos hechos para un mundo que ya no está
¡Qué enferma está la ciudad! Y no por ser ciudad, sino por el ritmo que le imprime a las personas…
    Hemos intentado abordar esta temática desde muchas perspectivas: desde el ‘reloj biológico’: lo mal que dormimos, lo poco que vivimos como hemos alterado los ciclos biológicos. Y esto de no estar constituidos biológicamente para un mundo que ya no está, no es una buena noticia ni tampoco da muchas esperanzas intentar adaptarse, porque somos de una capacidad de adaptación impresionante, la misma que nos permitió sobrevivir durante cientos de siglos enfrentando vicisitudes muy problemáticas, muy amenazantes para la vida. No se si hay especie que tenga la capacidad de adaptación y flexibilidad que tiene el ser humano, gracias vaya saber a qué –hay distintas hipótesis sobre cómo ha podido el hombre sobrevivir siendo tan frágil, vulnerable, tan carente de los recursos que otras especies animales tienen. No obstante, si tratamos de adaptarnos a este ritmo loco que estamos viviendo, posiblemente lo logremos dentro de mil años. Si es que alguien queda vivo. No se puede vivir todo el tiempo a las corridas. Con tanta ambición, nos estamos olvidando de vivir.

    Otra cara de la misma moneda es descubrir la propia misión, la misión personal.

La misión implica un estímulo interior de orden espiritual, de orden emotivo, que te pone en marcha: soy enviado hacia algo. Es muy difícil contradecir la misión. Y hay quienes encuentran su misión personal a fuerza de rechazarla o de no descubrirla. A veces uno se ve invadido por el aburrimiento, las quejas, la nostalgia, o por el vacío, y aparecen sueños recurrentes o recuerdos, o llamadas que acusan. Y a fuerza de negarlas, de no descubrirlas, de no escuchar la voz del corazón, la misión termina imponiéndose como un faro brillante en medio de las tinieblas. Y creo, personalmente, que no se puede desoír la misión. Hasta el último momento de nuestra vida, ella va a estar allí como un faro trayendo, iluminando, llamando, enviando. Y cuando el individuo colabora con esa voz interior se convierte en sabio, porque es ese mismo llamado, esa misma misión el que lo lleva a atravesar muchos paisajes en la existencia, algunos peligrosos, algunos heroicos, y el motor, la fuerza, la convicción, lo que le hace levantarse cuando se cae, lo que le hace volver al camino cuando se pierde, lo que  le hace agudizar su intuición, sus instintos, sus palpitaciones, sus pasiones, sus anhelos profundos, sus deseos constantes, sus ideales, sus metas, esos deseos persistentes, es la misión. Por eso el hombre se vuelve sabio. Se encaja en su lugar de criatura, se da cuenta que hay algo que lo supera y entonces se anima a concentrar sus energías en orden a una decisión acertada. En fin, hay quienes son verdaderos colaboradores en la aventura de la vida, de la misión, y hay quienes son verdaderos obstaculizadores –pueden venir de afuera o de nosotros mismos-. Más que un hallazgo en el sendero de la vida, la misión es el sendero mismo.
Para descubrir la misión, muchos imaginan o piensan que tienen que recibir una revelación del cielo, una experiencia extraordinaria. Es cierto que para algunos la revelación de esta misión personal acontece de esta forma –como le ocurrió a María-. Pero no necesariamente es esto lo importante, porque la tarea que se desprende detrás de una experiencia como esta, es tan ardua como descubrirla en lo cotidiano de la vida.
Una escritora, que dio lugar al cumplimiento de su vocación de escritora pasados los 60 años –vocación que había sentido desde los 11 años- , dice que “mientras escriba no se va a morir”. Eso es lo propio de la experiencia de la misión. No es que las personas sean inmortales. Es que la misión es un gran desafío, una gran confrontación, una gran burla a la muerte.

Que difícil se me hace, mantenerme en este viaje sin saber a donde voy en realidad.
Si es de ida o de vuelta, si el furgón es la primera, si volver es una forma de llegar.

Que difícil se me hace, cargar todo este equipaje, se hace dura una subida al caminar.
Esta realidad tirana que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar.

Cada gota, cada idea, cada paso en mi carrera y la estrofa de mi última canción.
Cada fecha postergada, la salida y la llegada, y el oxígeno de mi respiración,
y todo a pulmón, todo a pulmón.

Que difícil se me hace, mantenerme con coraje, lejos de la tranza y la prostitución.
Defender mi ideología buena o mala, pero mía, tan humana como la contradicción.

Que difícil se me hace, seguir pagando el peaje de esta ruta de locura y ambición.
Un amigo en la carrera, una luz y una escalera y la fuerza de hacer todo a pulmón.

Dejaré mi tierra por ti, dejaré mis campos y me iré lejos de aquí.
Cruzaré llorando el jardín y con tus recuerdos partiré lejos de aquí.
De día viviré pensando en tus sonrisas; de noche las estrellas me acompañarán.
Serás como una luz que alumbre mi camino; me voy pero te juro que mañana volveré.

Al partir un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje para tan largo viaje; las penas pesan en el corazón.
Más allá del mar,  habrá un lugar donde el sol cada mañana brille más.
Forjarán mi destino las piedras del camino;
lo que nos es querido siempre queda atrás.

Buscaré un hogar para ti donde el cielo se une con el mar lejos de aquí.
Con mis manos y con tu amor lograré encontrar otra ilusión lejos de aquí.
De día viviré pensando en tus sonrisas; de noche las estrellas me acompañarán.
Serás como una luz que alumbre mi camino; me voy pero te juro que mañana volveré.

La misión no envejece. Quizá envejezca alguna posibilidad de llevarla a cabo.
Cuando no sabemos dónde ir, podemos tomar cualquier camino. ¿a dónde queremos ir?
¿Vamos a la infancia? Porque la historia tiene mucho para decir. El pasado es anunciador del porvenir. Revisando nuestra historia personal, nos vamos a encontrar con la posibilidad de hacer un trabajo profundo sobre nuestra alma, y tomar conciencia poco a poco de las llamadas interiores que, con frecuencia, quedan ignoradas, o sepultadas, u olvidadas.
En inglés, recordar se dice “remember”: es volver a colocar lo que había sido desmembrado o dispersado. Volver sobre nuestra historia, por tanto, nos permite re-colocar. Es como un trabajo de rompecabezas: recuerdos dispersos, deseos insatisfechos, realizaciones, proyectos abandonados: volverlos a colocar.
Un trabajo que podemos hacer: un folio grande, colocamos nuestro nombre y fecha de nacimiento. Volvemos hacia nosotros mismos, regresamos hasta la edad de nuestros primeros recuerdos, y después, hacemos como una ‘línea del tiempo’., para hacer los quiebres que marcaron profundas heridas en nuestra historia. No marcando quiebres solamente, sino resumiendo, por períodos de cada 5 años, una o dos palabras, acontecimientos personales como por ejemplo la escuela, la salud, episodios felices, episodios desgraciados, acontecimientos relacionales con hermanos, nacimientos, fallecimientos, rupturas, amores, penas de amores, grupos de pertenencia…y después las realizaciones personales: éxitos escolares. No importa que nos acordemos uno o dos. Se trabaja con lo que se cuenta, no con lo que se debería contar y no está. Después de hacer esa ‘historieta’ de nuestra infancia –porque la adolescencia es otra historia-, nos podemos preguntar, por ejemplo, qué tipo de personas no queríamos se de ningún modo, ¿qué formas de ocupación rechazábamos totalmente? ¿qué situaciones nos hacían soñar? ¿con qué personaje o con qué historias nos identificábamos, por ejemplo, en los programas de tv que mirábamos? ¿qué historias nos fascinaban? ¿cuáles eran nuestros héroes? ¿qué personas de nuestro entorno -vecinos, amigos, educadores, parientes-influían fuertemente en nosotros? ¿qué creíamos respecto de nuestros sueños? ¿creíamos que los íbamos a poder realizar? Cuando éramos chicos, parecía que los sueños estaban al alcance de la mano: era cuestión solamente de sacar del recinto a los adultos molestos que no nos dejaban comenzar a desplegar nuestros sueños, y en cualquier momento, nos convertíamos en ‘la mujer maravilla’. Es increíble cómo influyen a veces estos éxitos o fracasos escolares

La cosa no difiere demasiado. Ahí están,  en el fondo de nuestra alma, nuestros sueños, esperando ser realizados. Solo que ahora sabemos que la misión, que el sueño, que ese arquetipo que se ha ido plasmando en nuestro corazón, no se alcanza de un día para el otro. Pero sigue gritando, pidiendo que le prestemos atención, porque algo tiene para decirnos.

Estuve buscando en mi arca interior, la que guarda en mi los recuerdos,
estuve mirando el niño que fui, aquel que soñaba despierto.

Trajin de la vida me trajo hasta aquí, de tanto correr nunca vi,
que estaba llorando el niño que fui, que siempre me hablo y nunca oí.

Donde han quedado los sueños, en que ruta los perdí,
quien ha cerrado las puertas que me llevan a mi jardín,
donde han quedado los sueños, pregunto al niño que fui,
quizás el tenga la llave del cofre que no puedo abrir.

Estuve buscando a mi niño interior, en un rincón lo encontré,
corriendo a abrazarme, llego y me dijo, porque te alejaste de mi,
te pido perdón conteste, estaba tratando de huir,
de ser lo que todos querían de mi, así fui olvidando quien fui.
“Un pastor había que nunca tenía suerte con sus cabras. Las perdía a todas de la misma manera. Una bonita mañana rompían la cuerda, se iban al monte, y allí se las comía el lobo. Nada las retenía: ni las caricias de su amo ni el miedo al lobo. Eran, por lo visto, cabras independientes, que deseaban a cualquier precio espacios abiertos y libertad. Cabras de monte, que no se dejaban atar…” Te cuento esto como ejemplo de que todos tenemos o hemos tenido ‘cabras de monte’ en nuestro corazón: esa fuerza, esa capacidad de independencia que anhela algo a cualquier precio. Una pasión. El diccionario define la pasión como una ‘viva inclinación hacia un objetivo perseguido al que la persona se aplica con todas sus fuerzas’.
Vivimos en una cultura, para mi gusto, tremendamente desapasionada, aburrida. Lo que se presenta como pasión no son más que escaramusas. En los medios, en los ambientes en general, una persona apasionada se distingue, llama la atención, seduce, convoca, y sobre todo, cosecha amigos. Estamos acostumbrados a una cultura bastante mediocre en materia de pasiones, de ideales. Todos hemos pasados por la ‘realidad’ que nos ha aterrizado, mejor dicho, bajado en las posibilidades que la realidad tiene y nos ha adiestrado para no sentir pasión. Entonces  cuando un impulso concentra todos nuestros esfuerzos en el objetivo de una adhesión (y en general, cuando los hay, son bastante narcisistas, por lo tanto, no son misión. Porque la misión es algo que siempre involucra a la humanidad, al bien de los demás, es algo que se vuelca al bien de los demás), nos sentimos atrapados por una rutina cotidiana, por las preocupaciones, por las necesidades biológicas más elementales. Y cuando se pierde la pasión, cuando se pierde el sueño, el ideal, se experimenta una gran frustración. O también cuando el ideal depende de otros. ¿algún día, experimentaste una sensación de este tipo? ¿has sentido que todas tus fuerzas se aplicaron a lograr un objetivo? Cambell decía “Sigan vuestro gozo pleno. Si lo hacen se encontrarán siguiendo el camino que estuvo siempre allí, en el fonde de nuestro ser”. Y la vida que estamos llamados a vivir, quizá no sea la vida que estamos viviendo, llena de rutinas, de preocupaciones. Aún cuando no se plantee en ningún momento desembarazarse de las rutinas y preocupaciones, de lo que se trata es de capturar esa llama que está encendida en nuestro interior. Sea cual sea nuestra situación, si seguimos nuestra pasión vamos a gozar, por lo menos mientras vivamos. Vamos a vivir en plenitud. La pasión consume: ¡cuántos santos han muerto jóvenes! ¿y Jesús? Murió a los 33 años, pero no claudicó con su pasión.

Hay una anécdota muy ilustrativa: “cuando el elefante es pequeño, es atado a una estaca. A esa edad, la cuerda es superior a sus fuerzas. Pero es notable ver un elefante adulto, con todas sus fuerzas, atado a una estaca que podría sacar con solo patearla. Lo que ocurre es que ha estado atado toda su vida, y ha dejado grabada en su memoria el ‘no puedo’. Y resulta que hace rato que ya ’sí puede’, pero puede màs ese mandato interior, ese recuerdo, esa evocación de la impotencia.
Muchas veces nos pasa eso a nosotros: hace rato que podríamos, hace rato que podemos, sin embargo –en la antípoda de la cabra- seguimos atados a viejos prejuicios, a viejas experiencias que nos dicen que no podemos.
Las pasiones gozan, a veces, de muy mala prensa, y otras veces de demasiada buena prensa.
Las pasiones son esas cosas que necesitamos para vivir, pero también están las ‘meta-pasiones’, que son las pasiones del alma. Por ejemplo: es muy posible que si alguien siente pasión por la pintura, tenga la meta-pasión por la belleza y la creatividad. El que tiene pasión por el ciclismo. O por el alpinismo, o por algún deporte, seguramente tenga por meta-pasión la superación de sí mismo. Quien tiene pasión por hacer viajes exóticos posiblemente tenga la meta-pasión de conocer culturas diferentes. Es decir: hay una pasión, una aspiración, que no tiene ya tanto que ver con la actividad en sí, sino con aquella gran meta espiritual que esa actividad le permite acariciar. Y en este sentido tenemos una flexibilidad, porque la belleza podemos encontrarla quizá en la pintura, quizá en la música, en la jardinería. Sea cual fuere la actividad, esa actividad está siendo nutrida por una aspiración espiritual en nuestra alma.
Hay que distinguir lo que es pasión, de patología. Porque tienen una raíz común que significa “pathos”: sufrimiento. Las dos importan un determinado nivel de sufrimiento. Patologías que tienen que ver con la pasión, o pasiones que en realidad son cuadros patológicos, son aquellos que están puestos como deseos intensos para calmar los desajustes neuróticos que tenemos en nuestra vida o en nuestra psiquis. Entonces, por ejemplo, algunos pedófilos eligen trabajar en la educación de los niños y dicen: ‘yo tengo pasión por los niños’, pero en realidad están trabajando para satisfacer una inclinación patológica. Algunas personas que conocieron la pobreza en su infancia desarrollan una pasión por ganar dinero, y en realidad están queriendo compensar una carencia no asumida y un duelo que no está hecho. Algunos están afectados por una paranoia de buscar puestos de dirección con la única finalidad de dominar a los demás porque están traumados por haber sido ellos mismos dominados. Es decir: estas personas sienten una pasión –o una obsesión-, pero en realidad están siguiendo su propia patología.

Mi unicornio azul ayer se me perdió, pastando lo dejé y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar. Las flores que dejó no me han querido hablar.
Mi unicornio azul ayer se me perdió, no sé si se me fue, no sé si extravió,
y yo no tengo más que un unicornio azul. Si alguien sabe de él, le ruego información,
cien mil o un millón yo pagaré. Mi unicornio azul se me ha perdido ayer, se fue.
Mi unicornio y yo hicimos amistad, un poco con amor, un poco con verdad.
Con su cuerno de añil pescaba una canción, saberla compartir era su vocación.
Mi unicornio azul ayer se me perdió, y puede parecer acaso una obsesión,
pero no tengo más que un unicornio azul, y aunque tuviera dos yo solo quiero aquel.
Cualquier información la pagaré. Mi unicornio azul se me ha perdido ayer, se fue. SILVIO RODRIGUEZ

Quizá tengamos que ir en búsqueda de nuestro ‘unicornio’ quizá nos está esperando ahí mismísimo, donde vivimos.

“Dios de los Padres, Señor misericordioso que hiciste todas las cosas con tu palabra, y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominara a los seres que tú creaste, para que gobernara el mundo con santidad y justicia e hiciera justicia con rectitud de espíritu, dame la sabiduría que comparte tu trono y no me excluyas del número de tus hijos, porque yo soy tu servidor y el hijo de tu servidora, un hombre débil y de vida efímera, de poca capacidad para comprender el derecho y las leyes. Y aunque alguien sea perfecto entre los hombres, sin la sabiduría que proviene de ti, será tenido por nada. Tú me preferiste para que fuera rey de tu pueblo. Tú me ordenaste construir un templo. Contigo está la sabiduría que conoce tus obras y que estaba presente cuando Tú hacías el mundo. Ella sabe lo que es agradable a tus ojos y es conforme a tus mandamientos. Envíala desde los santos cielos. Mándala desde tu trono glorioso para que ella trabaje a mi lado y yo conozca lo que es de tu agrado, así ella que lo sabe y lo comprende todo, me guiará atinadamente en mis empresas y me protegerá con su gloria. Entonces mis obras te agradarán, yo gobernaré a tu pueblo con justicia, y seré digno del trono de mi Padre.” Sabiduría 9,1 (oración atribuida a Salomón)
   
Participan los oyentes
Yo no tengo convicciones en cuanto a estructuras religiosas, pero sí creo en Dios.
 Hace poco escuché el programa donde estuviste con Alcohólicos Anónimos. Cuando hablabas del pasado, para mi fue un tanto dura mi vida: primero fui golpeado, después estuve con problemas de adicciones a droga y alcohol. Después de conocer alcohólicos anónimos dejé todo. Cuando hablaste hoy de lo que buscamos interiormente, me di cuenta de que lo que yo busco es dar una mano, y he apuntado a esto: a colaborar con los pibes que están pasando por las adicciones.
GL: Hay misiones que brotan, surgen, nacen en las heridas. Somos polvo de estrellas y a ellas les debemos el agua. En las estrellas, más exactamente en  los cometas que impactaron en la tierra, vinieron las sustancias necesarias para el agua. A veces un meteorito impacta en nuestra vida, como lo es la adicción o el problema, la carencia  que te haya llevado a ella. La adicción es un  verdadero meteorito que nos hace un flor de boquete, pero en ese boquete también nos deja sustancias, que son las que después generan cosas tal vez mucho más grandes que el boquete que dejó el meteorito. Creo que ese es tu caso.
Creo que todo lo que viví me ha preparado para esto en mi vida. He sabido leer mi pasado y aprender de él. Un oriental decía “observa tu pasado pero no fijes la mirada en él, porque ahí es cuando te tiene, cuando no te deja salir del dolor”. Eso es lo que hoy uso como herramienta, y me siento muy bien de devolver un poco de lo que el universo y Dios me proveyeron para salir de las adicciones.

SUEÑO DE BARRILETE
Desde chico ya tenía en el mirar esa loca fantasía de soñar,
fue mi sueño de purrete ser igual que un barrilete que elevándose entre nubes
con un viento de esperanza, sube y sube.
Y crecí en ese mundo de ilusión, y escuché sólo a mi propio corazón,
mas la vida no es juguete y el lirismo en un billete sin valor.

Yo quise ser un barrilete buscando altura en mi ideal,
tratando de explicarme que la vida es algo más que darlo todo por comida.
Y he sido igual que un barrilete, al que un mal viento puso fin,
no sé si me falló la fe, la voluntad, o acaso fue que me faltó piolín.

En amores sólo tuve decepción, regalé por no vender mi corazón,
hice versos olvidando que la vida es sólo prosa dolorida que va ahogando lo mejor
y abriendo heridas, ¡ay!, la vida.
Hoy me aterra este cansancio sin final, hice trizas mi sonrisa de cristal,
cuando miro un barrilete, me pregunto: ¿aquel purrete donde está?

Dulce refugio
Dulce refugio en la tormenta es Jesucristo el Salvador.
El me alienta y alimenta con Su Palabra y su amor.
Vengo a reposar en El. El es mi amigo fiel.
Una poderosa y fresca unción llenará mi corazón.
Dulce refugio en la tormenta es Jesucristo el Salvador.

PALABRAS DE VIDA (Padre Angel Rosi)
    A veces tenemos “la santidad” como una especie de ‘lugar lejano’, ‘cosa poco común’. Tenemos que revisar nuestro llamado a ser santos, porque muchas veces uno se desalienta al ver a estos Santos Grandes como son Santa Teresita del Niño Jesús, o San Francisco de Asís. Fueron hombres y mujeres ‘sencillamente grandes’.
    El hombre santo es el que se identifica con su misión. La santidad no es nuestra, La santidad está en la misión: soy santo en la medida en que me adhiero a una misión que en el corazón de Dios es santa para mí. Cuando encuentro mi sitio, y pongo el corazón en mi misión, se me hace carne la santidad de la misión que Dios tiene encomendada para mí. Por supuesto que no se da nunca una coherencia perfecta. Siempre hay una brecha –a veces un abismo- entre ese proyecto amoroso que descansa en Dios, y la adhesión libre y nuestra a ese proyecto.
    Lo importante es que todos somos misionados. Es decir: en el corazón del Señor hay un proyecto santo para mí. La santidad es ese diálogo, ese ‘tira y afloja’ misterioso, por momentos ‘gozoso’ por momentos doloroso, entre un proyecto, y una libertad que se adhiere a ese proyecto fielmente.
    La santidad no es para uno mismo. “La caridad, el amor, no busca su propio interés” (1 Cor,3) No se puede ‘portar una caricatura de santidad’  que no es más que una ‘fantochada piadosa’, haciendo a los que están a nuestro alrededor ‘mártires incruentos’.
    Cuando la santidad hay que cuidarla tanto que ya no nos mezclamos con los otros para no ponerla en riesgo, cuando ya no nos permite cuidar a nuestro prójimo, engrosamos la lista de los ‘fariseos’. Somos muchas veces de los que amontonan méritos, obras para el cielo, que nos dan una cierta tranquilidad –como si estuviéramos anotados en una compañía de seguros-. La santidad que se torna en sí misma un fin, sería una contradicción. El corazón misionero debe impulsarnos a mirar más a nuestros hermanos que a nosotros mismos.
    En el cuerpo, donde cada miembro tiene una función, hay un corazón que la alimenta. Y ese corazón es fermento de amor.
    Santa Teresita descubre que ‘Dios le dio un puesto en el corazón de la Iglesia: el amor que da fuerza a la razón y a cada una de las actividades que la Iglesia tiene.
    La manera de cada uno de entregarse a la comunidad, depende del Espíritu, y hay que preguntárselo para ir encontrando ese sitio o ese modo desde donde Dios quiere que yo ame y sirva: si sano o enfermo, si triunfante o perdedor, si cerca o lejos, si hablando o callando, si a través de la oración. A través del discernimiento de los acontecimientos de la vida, el Señor me irá ubicando. Condición previa para esto, es la renuncia evangélica –lo que San Ignacio llama ‘indiferencia’, es decir, el estar dispuestos a dejarlo todo, seguirlo, entrar por la puerta estrecha-.
    Hubo santos –como Santa Teresita o San Juan maría Bianey- que ya en vida sabían que serían modelo para muchos. Sabía que después de muerta no solo habría de ser amada su persona, sino que se  iba a tener en cuenta su doctrina. Ella decía “quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra” y dice “Dios no me daría este deseo si no quisiera realizarlo” “Si Dios escucha mi deseo, pasaré el cielo en la tierra hasta el fin del mundo”. Nosotros vemos más bien el cielo como el ‘empezar a descansar de la tierra’. Y así, nos invita a dejarnos cuidar por ella de ese modo. Según Von Baltasar, la misión de Teresita es ‘ultraterrena’, es decir, está más allá de esta tierra, por eso ella antes de morir dice: “siento que mi misión va a comenzar: mi misión de hacer amar a Dios como yo lo he amado”. Para eso, es condición necesaria, antes, sentirnos también nosotros amados por Dios como ella se sintió amada.
    Ella no estuvo libre de contradicciones interiores, en su corazón y también consigo misma.
    Cada uno de nosotros nos debemos hacer cargo de esto: ser santos no es llegar a un espacio, sino que es un vaciamiento para estar disponibles a adherirnos a una misión que cada uno tiene y está puesta en el corazón de Dios.