Nuestros amén en el camino de la vida, educados por María

martes, 21 de abril de 2009
image_pdfimage_print




Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.  Jesús, al ver a su Madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:  "Mujer, ahí tienes a tu hijo" y luego dijo al discípulo:  "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Juan 19,25-27

El amén de María y nuestro amén

El amén de María -tal como lo reconoce la Iglesia y su reflexión del misterio desde la tradición de siempre, así como también lo ratifica en su magisterio- es un sí que viene coronado, sostenido y anticipado en la fidelidad y la entrega del Hijo. La gracia del corazón y de la carne inmaculada de María, así como el don de la respuesta en fidelidad al misterio de Dios, es como una gracia de particularida con la que Dios bendice a la Madre del Hijo de Dios, como fruto del amén del Hijo.

María recibe la gracia de poder decir que sí al anuncio del ángel y sostener ese sí en fidelidad a la Palabra de Dios a lo largo de toda su vida, hasta entregar la vida de su Hijo al pie de la cruz, gracias a la propia entrega del Hijo. ¿Quién la sostiene a María en su peregrinar y en su estar al pie de la cruz del Hijo? El Hijo mismo que entrega la vida.

En ella se cumple lo que el mismo Jesús ha estado diciendo en estos días: cuando Yo sea puesto en lo alto, atraeré a todos hacia mí. Y uno se imagina cómo se atrae un metal sobre un imán: es una fuerza irrestible la atracción que genera el amor de Jesús entregado en la cruz. Y cuánto vence este amor de entrega en la cruz toda resistencia que el hombre tiene respecto al misterio de Dios y todo desorden que el hombre ejerce a partir de la herida que hay en su corazón por la fuerza del pecado y de la iniquidad ante el plan de Dios. Esta presencia del amor de Dios en Cristo y el amén al Padre repercute como un eco muy especial en el corazón de María y quiere llegar a nosotros para enseñarnos un camino.

Ella, como Madre, nos enseña a decir amén, que sí, que se haga la voluntad de Dios. Y para eso nos enseña a discernir la presencia de Dios y, en la búsqueda de su voluntad, poder distinguir en sabiduría por dónde pasa el plan y el proyecto de Dios para nuestra vida en comunidad y por dónde somos engañados y confundidos bajo el signo de la mentira y frenados en esa búsqueda.

María, en este sentido, es maestra de sabiduría, es “sede de sabiduría” (así lo reconoce la Iglesia). Nos enseña a distinguir en el camino por dónde pasa su Hijo, enseñándonos a leer los signos de los tiempos, a ver cómo la manifestación del Verbo de Dios, la Palabra de Dios se hace presente en el aquí y el ahora de nuestra propia historia. Y a partir de allí, leyendo con ella la presencia de Jesús, aprender a decir como ella y con ella, amén, que así sea, que se haga tu voluntad. Un aménque no es resignación ante el mal, sino que es elección del caminoqueDios nos tiene preparado para nuestra plenitud y felicidad.

Estoy seguro de que vos, en más de un derrotero confuso y difícil, has ido encontrando rumbos y senderos por dónde transitar la búsqueda de la felicidad, en la confianza de que si bien ése no era el caminodefinitivo, te iba acercando a la ruta que te conducía definitivamente hacia el camino de la felicidad, allí donde Dios te quería y te quiso siempre para vivir en plenitud con Él.

Tal vez seas de los que van por esos senderos en lo posible transitando el camino que te lleva a lo mejor. Es bueno que reconozcas ese andar tuyo en fidelidad, en búsqueda, en acierto del querer de Dios y en elección de ese querer de Dios, para reafirmarte en lo que Santa Teresa de Jesús llama la determinación en el seguimiento, la determinada determinación en el camino, que es en definitiva la elección que hacés en el querer de Dios.

Tu amén brota también del corazón de María, que te enseña a buscar los caminos por donde el Hijo pasa, para seguir sus huellas. A veces son senderos… hasta que encontrás la ruta definitiva que te lleva por siempre al encuentro con Él. Estoy seguro que en la búsqueda de esos senderos, aprendiste a decir que sí. Cuando esos senderos no estaban claro, te animaste a caminar, saliendo de lo que era bien conocido para vos, para acercarte a lo que no era tan conocido, aprendiendo así a decir amén. Eso fue posible porque Jesús te dio la gracia, atrayéndote hacia Él desde su entrega de amor en la cruz.

María elige en libertad y dice amén a la voluntad del Padre

Al igual que la suerte de Jesús en la cruz, la suerte de la Madre al pie de la cruz no es la consecuencia fatídica de un acontecer determinista, que no tenía otra salida más que aquella circunstancia, sino que es una elección libre de estar allí junto al Hijo. Esto ya había ocurrido en las bodas de Caná, e incluso antes, en la Anunciación. María en esas oportunidades dice que sí, que hagamos lo que Él ha dicho y que respondamos en fidelidad, como Ella, a la voluntad del Padre, aún cuando no se vea con la claridad que quisiéramos cuál es todo su designio hacia delante para con nosotros, aunque sea cierta su presencia que nos revela en el aquí y ahora lo que debemos ver y saber. De eso se trata: María es una maestra en la elección libre.

Cuando decimos que Ella está asistida por una gracia especial de Dios para responder en fidelidad a su voluntad, no estamos diciendo que ha sido liberada del ejercicio de su voluntad. Muy por el contrario, María se ve exigida en su voluntad, y en la noche oscura de la fe elige a partir de la pregunta prudente que surge a partir de la manifestación del ángel: ¿cómo será esto? Elige en discernimiento, elige distinguiendo, elige buscando no confundirse, elige viendo confirmada la elección en el camino por la alegría que canta la grandeza de Dios, durante la visitación a su parienta Isabel.

Así, María nos enseña no sólo a saber decir que sí, sino también saber elegir para decir que sí. Esto nace de una mirada sabia que en prudencia se para frente a la vida para saber distinguir entre los senderos y caminos, lo que más cerca de Dios está, lo que Dios más quiere para nosotros. Porque el querer de Dios se va clarificando en el andar. Puede que de golpe uno tenga una mirada clara de todo lo que vendrá. Pero habitualmente la mirada tiene que ver con lo diario y lo cotidiano, con el aquí y el ahora.

Por eso tu amén, que está planteado de cara al querer de Dios, en la infinitud de su bondad y de la grandeza de su amor, se hace concreto hoy, se hace un sí encarnado para ver por dónde Dios quiere que camines. Es válido preguntarse cómo actuaría Jesús en mi lugar, frente a esta realidad y a esta circunstancia, en relación a esta persona… Tu amén, tu sí, tu hágase en mí, es una elección diaria y cotidiana que hay que ir ejercitando. En este sentido, María aparece como una maestra en el ejercicio de la libertad, y te educa para ser cada vez más libre.

El discípulo recibe a Jesús y a María en su casa

Sin dudas, el discípulo ha recibido un regalo grande: el contar con María entre sus cosas más queridas. El discípulo es cada uno de nosotros. Lo más querido es Jesús, con su propia entrega en el misterio de la Eucaristía. Y María está entre las cosas más queridas con las que cuenta el discípulo, que ha recibido en la Pascua estos dos grandes regalos: la Eucaristía y la Madre. María va a la casa de los discípulos. En el discípulo estamos todos nosotros presentes.

Y María llega a estos lugares después de haber estado en el corazón de su Hijo, todo el tiempo en plena comunión con Él desde el momento mismo de la encarnación hasta la cruz, pasando por el vivir según la palabra que su Hijo iba desparramando como buen semabrador por todas partes, y haber sido elogiada como aquella que en la escucha fiel de la palabra la pone en práctica como ninguna. María es la mujer del profundo encuentro con Jesús y del íntimo lugar de comunión con su Hijo. El mismo Simeón ha dicho esto: a ti, mujer, una espada te atravesará el corazón. María está en plena comunión con el Hijo, y por eso cuando el Hijo es crucificado, la Madre es crucificada con Él.

Ahora el Hijo ha encontrado, por la fuerza del amor llegando a su plenitud en la entrega de la cruz, la plena comunión con la humanidad al asumir lo que nada tiene que ver con su condición de Hijo de Dios impecable: la realidad del pecado. Y entonces ahora el Hijo ha quedado para siempre instalado entre nosotros, llevándonos por el camino de la gracia y la fidelidad, desde la realidad de nuestro corazón herido a la sanidad de la vida de Dios en cada uno de nosotros. Se quedó entre nosotros. Y por eso el lugar de María es la casa del discípulo, donde el Hijo está, porque en realidad Jesús se ha quedado en los discípulo, y donde está Jesús está la Madre. Eso es lo que Jesús ha querido desde siempre: que la Madre esté con Él.

María viene a nuestra casa de la mano de su Hijo, que se quedó en medio nuestro. La casa es el lugar de lo íntimo, de lo más querido; tiene que ver con la cordialidad, con lo íntimo abierto también a los otros. Hay presencia viva del Hijo entre las cosas más queridas nuestras, son presencias misteriosas de Dios en medio nuestro. Todo lo genuinamente amado y no poseído sino entregado, forma parte de la presencia del Hijo en medio nuestro, y entre esas cosas la Madre ha venido a ocupar su lugar. El lugar de la Madre es la casa del discípulo, es decir las realidades más queridas en nosotros.