Origen, camino y destino comunitario de la fe

viernes, 27 de abril de 2012
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Éxodo 17, 6

“Después vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidím. Moisés dijo a Josué: Elige a algunos de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra ellos, yo estaré de pié sobre la cima de la montaña teniendo en mi mano el bastón de Dios. Josué hizo como le había dicho Moisés y fue a combatir contra los amalecitas. Entretanto Moisés, Aarón, y Hur habían subido a la cima de la montaña, y mientras Moisés tenía los brazos levantados vencía Israel, cuando los dejaba caer prevalecía Amalec. Como Moisés tenía los brazos muy cansados ellos tomaron una piedra y la pusieron donde él estaba. Moisés se sentó sobre la piedra mientras Aarón y Hur le sostenían los brazos uno a cada lado. Así sus brazos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol. De esa manera Josué derrotó a Amalec y a sus tropas al filo de la espada.”

 

1.- El origen de la fe, un hecho comunitario

Nos adentramos en la primera parte de la profesión de fe, en la primera sección del artículo de la fe en el creer, creemos, dice en el capítulo tercero de esta primera parte del catecismo y reafirmamos esta mañana que el acto creyente es sí, un acto personal, libre, responsable por parte nuestro, es una respuesta a una iniciativa de Dios que toca a cada sujeto en particular, pero el sujeto comprendido en términos trinitarios desde la perspectiva de semejanza en la que Dios, haciéndose como un espejo de sí mismo en la creación del hombre no puede ser sino, cada ser humano y cada acto humano, un hecho colectivo. No es un acto aislado. Lo personal es colectivo siempre. Es decir que nuestros actos tienen repercusión en el conjunto del hecho comunitario, colaboran a la construcción o desfavorecen a la misma de la vida social. En cualquier acto humano, también en el acto de creer, nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente, vos, yo, nosotros, hemos recibido la fe de otros y debemos transmitirla a otros. Hay un contexto en donde el acto de creer surgió. Habitualmente ese contexto es la vida de la familia, pero Dios también puede valerse de otros instrumentos en la vida social para dar a conocer su presencia y llevarnos por el camino de la fe desde una comunidad. La primera comunidad creyente es la familia y muchos de nosotros, si creemos, se lo debemos a nuestra familia. Pero también es verdad que la familia cristiana por mucho tiempo prevaleció bajo ese nombre en un hecho tradicional sin vivir el contenido profundo, en coherencia y en respuesta de fidelidad a lo original del ser cristiano, esto es al evangelio, comunicado y confiado a la vida de la Iglesia y a sus mandatos con los cuales nos va guiando ella como maestra para vivir en plenitud la fe y por eso tenemos, en más de una oportunidad, muchas respuestas creyentes que son más tradiciones que vivencias genuinas que surgen de un ámbito de vida familiar y comunitario que vibra al ritmo de la presencia de Dios. Muchos de nosotros, que creemos, lo hacemos gracias al bautismo que recibimos por la Iglesia desde el ámbito de la vida de la familia, pero también es verdad que muchos de nosotros hemos vivido esto casi solo como un hecho social, como otros hechos sociales o de socialización, como ir a la escuela, como participar en el hecho democrático, como participar de la vida de la sociedad en las instancias en la que esta nos convoca y la verdad es que si bien la fe es un acontecimiento colectivo, social, es un hecho que trasciende ese ámbito y se vale de unos códigos distintos a los que y en torno a los cuáles la sociedad va construyendo su propio ser. Es justamente en el creer como un cristiano que da testimonio de creer es capaz de vivir con estos códigos de novedad que trae el evangelio de Jesucristo siendo sal, siendo luz, aplicando y poniendo un plus al acontecimiento social. Cuando así no es, la fe y las celebraciones particularmente, y los sacramentos que celebramos en el ámbito de la vida de la familia y en la comunidad, se constituyen sólo en tradiciones vacías de un contenido genuino. Hemos elegido el texto de Moisés orando en el monte porque es evidentemente un texto donde se refleja el hecho colectivo del creer. Moisés que se sostiene orando para que el pueblo venza frente a la acción del enemigo y Moisés que ve caer sus brazos porque no soporta tener que sostener sus brazos todo el tiempo en alto y sostener el bastón mientras el pueblo combate y necesita de esa otra presencia que sostiene la vida, la presencia fraterna, que hace que Moisés sea sostenido en sus brazos y el pueblo todo pueda vencer gracias a este acontecimiento solidario de creer en el que Dios bendice al pueblo que ha elegido.

Son buenas varias cosas en esta mañana, por un lado reconocer de dónde hemos recibido la fe, es decir: ¿cuáles fueron los instrumentos de los que Dios se valió para que la fe nos llegara, para que la pudiéramos hoy tener; en qué contexto familiar, con qué características se vivió la fe en familia, una fe de devoción, una fe de sacramentos, una fe vivida con compromiso en la sociedad, una fe de testimonio fuerte en lo político, en lo empresarial, en el mundo del trabajo, en el mundo de la educación, en el mundo juvenil, una fe combativa, una fe de oraciones, de devoción. ¿En qué contexto de fe recibiste vos el don de la fe? Y ¿Cuál fe la comunidad, familia, parroquia, comunidad de movimiento? El camino de la fe y su origen en un hecho colectivo, comunitario. Creo, pero también tenemos que decir creemos.

A su tiempo vos fuiste recibiendo el don de la fe con un mensaje con una característica bien del lugar y del contexto en que se fue desarrollando tu acto creyente. Ese creer personal no existe sin un creer colectivo, por eso el catecismo insiste en esta perspectiva: Creo, creemos. No se puede decir “yo creo” sin referir el acto de creer al colectivo creyente familiar, comunitario, desde donde tu fe surgió tal vez en el colegio, en muchos casos la fe ha surgido allí. También allí entró en crisis como todo el proceso adolescente de crisis. También en los colegios católicos se dan las dos cosas, se recibe la fe y se vive la crisis propia de la adolescencia también referida a la fe. No importa como sea el lugar ni cómo es que has recibido este don maravilloso con el que Dios te bendice, lo importante es reconocer que nuestro acto de creer es un acto personal y al mismo tiempo colectivo.

 

2.- La Iglesia Madre en la Fe

La Iglesia es la primera que cree y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que en todas partes confiesa al Señor. “A ti te confiesa la Santa Iglesia por toda la tierra”, cantamos en un himno Tedeum. Con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar: Creo, creemos. Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el Bautismo. Es tan fuerte el individualismo con el que la sociedad neoliberal ha implementado un modo de ser cultural que afecta el conjunto del comportamiento humano, también en el acto de creer, y por eso hay personas que sostienen que creen en Dios pero a su modo, que creen en Dios pero no en las instituciones que congregan alrededor de la presencia de Dios. Que creen en Dios pero a su estilo, casi como solos, individualmente, y esto es imposible, esto no corresponde a un acto humano que verdaderamente se precie de llamarse así porque no existe acción humana, por más personal que sea, que no corresponda a un concierto social al que pertenezca, también en el acto creyente. Así como nadie puede decir que es argentino, pero solo, sin los otros argentinos, somos argentinos. O nadie puede decir que es familia tal pero solo, sin la referencia al conjunto del hecho familiar al que pertenecemos. Lo humano siempre acontece en un contexto plural, y la fe también, por eso, aún el acto más personal creyente supone un concierto eclesial, social, al que pertenece. El momento mismo en el que Dios, en la primera alianza, libera a través de Moisés a un pueblo, y cuando nace el nuevo pueblo es eso lo que nace, un Nuevo Pueblo. No se puede vivir la fe sin ser pueblo, sin pertenecer a un pueblo. Un pueblo que puede ser familia, parroquia, comunidad de convivencia, comunidad a la que pertenecemos por lazos de vida comunitaria bajo un nuevo signo carismático, tiene que haber una comunidad, tiene que haber un lugar donde mi fe se vive, se celebra y se compromete con otros. De hecho, Jesús, cuando mandó a los discípulos no los mandó solos, los mandó de a dos. Todo el acontecimiento creyente en Cristo es un acontecimiento social, colectivo, que supone a la Iglesia como madre de nuestro nuevo nacimiento. Este es el camino con el que Dios nos propone hoy reconocer el lugar de fe de donde venimos y al que pertenecemos.

 

Consigna: Buen día, ¿en qué contexto recibiste la fe? ¿Una fe de compromiso social, una fe de oraciones y devociones, una fe de sacramentos en la parroquia, en la familia? ¿Cómo se vivió, como la recibiste y como la vivís hoy? ¿Cuáles son las nuevas perspectivas de fe a la que perteneces y cómo es que está referenciada al pueblo, a la comunidad a la que perteneces?

 

3.- Acto creyente, una realidad enunciada por un lenguaje testimonial

La fe se expresa en un determinado lenguaje, aunque de hecho no creemos en las fórmulas sino en lo que en todo caso las fórmulas, o las expresiones de fe, representan. Están más allá de las palabras. Por eso decimos con el catecismo que no creemos en las fórmulas sino en las realidades que estas expresan, que la fe nos permite tocar. Decimos por ejemplo “Padre nuestro”, una fórmula, y cuando digo “Padre nuestro” pienso en eso, en mi fe en Dios que es padre y lo digo desde un corazón de pueblo al que pertenezco y por eso digo nuestro, me siento hijo con otros hijos, los que vivo como hermanos, lo digo creyendo, lo digo más allá de los sentimientos, de los afectos, de las dificultades, de los límites, lo digo porque creo que es padre nuestro, y lo toco con mi decir. El acto creyente no se detiene en el enunciado sino en la realidad enunciada, por eso cuando pronunciamos una fórmula de fe es bueno estar atentos a lo que decimos con lo que decimos para entrar en contacto con aquello mismo que estamos expresando. Por ejemplo cuando decimos “Padre nuestro” detenernos allí y gustar interiormente de lo que decimos, aunque solo nuestra oración quede prendida a esa expresión y todo nuestro ser se vaya detrás de la consideración de que Dios es padre, que me ha puesto al lado hermanos con los cuáles somos hijos de este que nos ha hecho uno en él. Y siguen siendo estas palabras las que de alguna manera tratan de expresar lo que de alguna forma resulta inexpresable o que en todo caso está más allá de lo que las palabras puedan expresar. Estas fórmulas permiten expresar y transmitir la fe celebrada en comunidad, asimilada y vivida en ella cada vez más. El lenguaje de la fe no es solamente un lenguaje oral de fórmulas creyentes, es un lenguaje testimonial. Primero es testimonial, de hecho, la mayor atracción que la primera comunidad cristiana ejercía desde su vivencia creyente sobre el resto del mundo pagano y también del mundo judío, tenía que ver con su comportamiento fraterno. Muchos veían como se amaban, dice la Palabra, el testimonio de amor fraterno, y se sumaban al camino de ellos. Y no es que no había diferencias en la comunidad cristiana primera, sí que las había, y profundas, sólo referirnos a las dificultades del Concilio de Jerusalén, entre Pedro y Pablo, o la relación de Pablo con Bernabé, con Marcos, para ver cómo y de qué manera en la comunidad primera había diferencias, había dificultades. Sin embargo era más fuerte, más importante, más contundente el hecho del amor fraterno. Ese es un lenguaje del creer al que yo quisiera particularmente hoy sostener y desde él anunciar lo que queremos decir en el concierto total de nuestra catequesis de hoy, que creer supone un pueblo, que creer supone un creemos y que para decir creemos supone una vivencia fraterna de hermanos bajo un mismo signo de la caridad en la cuál expresamos nuestra más genuina relación con Dios en el que decimos creer, el amor que él nos dejó y que se hace vínculo renovado en la relación con otros.

 

4.- La Iglesia maestra unívoca en la fe en el mundo entero

Desde hace siglos la Iglesia no deja de confesar su única fe recibida de un solo Señor, transmitida por un solo bautismo, enraizada en la convicción de que todos los hombres no tienen más que un solo Dios y Padre. Una expresión de San Ireneo que declara: La Iglesia, diseminada por el mundo entero, hasta los confines de la tierra, recibió de los apóstoles y de los discípulos la fe, la guarda con diligencia y la comunica con presteza. La predica, la enseña y la transmite. Lo hace al unísono como si tuviera una sola boca y una sola alma. Porque aunque las lenguas difieran y las expresiones creyentes son distintas, el alma es la misma. Ni las Iglesias establecidas en la Germania tienen otra fe u otra tradición que las que están entre los iberios ni las que están entre los celtas, ni las de oriente, ni las de Egipto, ni las de Libia, ni las que están establecidas en el centro del mundo, el mensaje de la Iglesia es verídico y sólido ya que en ella aparece un solo camino de salvación a través del mundo entero.

 

 

 

Padre Javier Luís Soteras

Director Radio María Argentina