05/06/2018 – Con gran alegría damos inicio a un nuevo ciclo: “Te cuento un cuento para sanar” junto al Padre Mateo Bautista, sacerdote Camilo, Master en pastoral de la salud y Licenciado en teologia moral y espiritual.
Sobre la base de un cuento el Padre Mateo abordará diversas temáticas. En esta oportunidad trató el tema del sufrir sanamente para dejar de sufrir, mediante el cuento “Sumérgete” que se puede leer a continuación:
Érase que se era una chica zulú que vivía en una aldea donde todas las jóvenes para casarse tenían que llevar un collar. El suyo era diferente y mucho más bonito que el de las demás, que pronto se volvieron celosas. Un día, mientras caminaba a lo largo del río, encontró a las compañeras que le dijeron que habían arrojado sus collares al agua como ofrenda a la divinidad fluvial. Y la animaron a hacer el mismo sacrificio. La joven se arrancó el collar y lo lanzó al río. Entonces las otras muchachas, sacando el suyo del bolsillo, rompieron a reír y se alejaron. Llena de tristeza y engañada, la chica zulú continuó caminando lentamente a lo largo del río. En un momento, oyó una voz que decía: “Sumérgete”; pero no identificó la voz ni su procedencia. Siguió caminando. La voz insistió: “Sumérgete”. Ahí comprendió que la voz procedía del río. Comenzó a nadar en la superficie del agua, pero la voz insistió: “Sumérgete”. Obediente, se sumergió y buceó. En el fondo del río, alcanzó a divisar una cueva, donde encontró a una vieja llena de llagas pues había sido profundamente herida. La mujer le dijo: “Besa mis llagas y mis heridas para que pueda sanar”. La muchacha sintió repugnancia pero lamió las heridas. De pronto, la mujer sanó completamente, apareciendo de nuevo joven y bella. Y dijo: “Tú has hecho esto por mí; yo te haré invisible a los demonios, de modo que no te harán daño”. En aquel preciso instante, la muchacha oyó la voz de un demonio que decía: “¡Hum, huelo a carne fresquita!”. El demonio, sin embargo, no pudo verla y se fue. Además, la mujer le obsequió un nuevo collar, mucho más lindo que aquél que había ofrendado. La chica zulú volvió al pueblo. Cuando las otras jóvenes la vieron, muy sorprendidas, le preguntaron dónde había obtenido aquel bellísimo collar. Contó que cuando se quedó sola, caminó a lo largo del río y entonces… Las muchachas le preguntaron dónde se encontraba ese lugar exactamente, y ella se lo indicó. Todas corrieron al río, se zambulleron en el lugar indicado, y divisaron una cueva donde encontraron a una mujer vieja que estaba llena de heridas. Ésta les pidió que besaran sus llagas para que pudiera sanar. Pero las jóvenes, sintiendo gran repugnancia, no accedieron al pedido y huyeron. En aquel preciso momento, oyeron la voz de un demonio que decía: “¡Hum, huelo a carne, huelo a carne fresquita!”. Y como podían ser vistas fácilmente, las devoró a todas de golpe.
Érase que se era una chica zulú que vivía en una aldea donde todas las jóvenes para casarse tenían que llevar un collar. El suyo era diferente y mucho más bonito que el de las demás, que pronto se volvieron celosas.
Un día, mientras caminaba a lo largo del río, encontró a las compañeras que le dijeron que habían arrojado sus collares al agua como ofrenda a la divinidad fluvial. Y la animaron a hacer el mismo sacrificio.
La joven se arrancó el collar y lo lanzó al río. Entonces las otras muchachas, sacando el suyo del bolsillo, rompieron a reír y se alejaron.
Llena de tristeza y engañada, la chica zulú continuó caminando lentamente a lo largo del río. En un momento, oyó una voz que decía: “Sumérgete”; pero no identificó la voz ni su procedencia. Siguió caminando. La voz insistió: “Sumérgete”. Ahí comprendió que la voz procedía del río. Comenzó a nadar en la superficie del agua, pero la voz insistió: “Sumérgete”. Obediente, se sumergió y buceó.
En el fondo del río, alcanzó a divisar una cueva, donde encontró a una vieja llena de llagas pues había sido profundamente herida. La mujer le dijo: “Besa mis llagas y mis heridas para que pueda sanar”. La muchacha sintió repugnancia pero lamió las heridas. De pronto, la mujer sanó completamente, apareciendo de nuevo joven y bella. Y dijo: “Tú has hecho esto por mí; yo te haré invisible a los demonios, de modo que no te harán daño”.
En aquel preciso instante, la muchacha oyó la voz de un demonio que decía: “¡Hum, huelo a carne fresquita!”. El demonio, sin embargo, no pudo verla y se fue.
Además, la mujer le obsequió un nuevo collar, mucho más lindo que aquél que había ofrendado.
La chica zulú volvió al pueblo. Cuando las otras jóvenes la vieron, muy sorprendidas, le preguntaron dónde había obtenido aquel bellísimo collar. Contó que cuando se quedó sola, caminó a lo largo del río y entonces…
Las muchachas le preguntaron dónde se encontraba ese lugar exactamente, y ella se lo indicó. Todas corrieron al río, se zambulleron en el lugar indicado, y divisaron una cueva donde encontraron a una mujer vieja que estaba llena de heridas. Ésta les pidió que besaran sus llagas para que pudiera sanar. Pero las jóvenes, sintiendo gran repugnancia, no accedieron al pedido y huyeron. En aquel preciso momento, oyeron la voz de un demonio que decía: “¡Hum, huelo a carne, huelo a carne fresquita!”. Y como podían ser vistas fácilmente, las devoró a todas de golpe.
El Padre Mateo desglosó el cuento y nos explicó su simbología:
“De la historia anterior deducimos que el collar de la chica Zulú, que necesitaba para casarse, representa nuestras máscaras y apegos, fuente de sufrimientos. El río es la vida que pasa. La voz, el eco de nuestra conciencia.
La desatención al llamado de “sumérgete”, al igual que nadar en la superficie, son nuestras resistencias a la profundidad, a la hondura. Bucear es mirar dentro de nosotros mismos, dedicarnos tiempo, prestarnos atención crítica, desear madurar …
La cueva es nuestra íntima intimidad, que espera cada día nuestra visita. La vieja dañada, llena de heridas, es la joven misma, que ve con los ojos hondos de la profundidad los golpes que le dio la vida, que hacen jirones el corazón y el alma.
Besar las llagas es el esfuerzo sufriente pero sanante para asumir las heridas, la confrontación empática necesaria para hacer una sana elaboración del sufrimiento. Aquello que no se acepta no se supera.
El regalo del nuevo collar: éste ya no es una máscara, sino la verdadera personalidad redimida.
Los demonios son las adversidades de la vida que, asumidas y aceptadas, ya no pueden “comernos” sino que deben ser utilizadas para el crecimiento personal.
La chica sanada comparte su secreto sanador con las jóvenes que la dañaron; éstas no lamieron sus heridas, rechazaron la profundidad, se evadieron de sí mismas, no quisieron sufrir sanamente para dejar de sufrir, prefirieron seguir con heridas, máscaras, apegos, infelicidad, mediocridad…”
+ ¿Qué enseñanzas te ha dejado este cuento para tu vida?
Te invitamos a escuchar la entrevista completa en el audio arriba citado.
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