Padre Pío: morir para nacer a una nueva vida

martes, 31 de mayo de 2016

Padre pio joven

 

31/05/2016 – Continuamos recorriendo la vida del Padre Pío, hoy centrándonos en su ingreso al noviciado y sus primeros pasos como religioso capuchino.

“A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: ´Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca`. Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: ´Síganme, y yo los haré pescadores de hombres`. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vió a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron”.

Mateo 4. 17 – 22

En un momento determinado de la adolescencia de Francisco, sus padres se dan cuenta de las posibilidades que su hijo tiene intelectualmente y su decisión de ser sacerdote, deciden apostar a una formación educativa informal. Como no podían enviarlo a la escuela porque la geografía no lo permitía -dado que vivían en una zona de aldeas y de campos- contrataron a un docente particular que fue muy importante en esta etapa en la vida del Padre Pío, que va desde los 12 a los 16 años.

Un 6 de Enero de 1903, Francisco Forgione, junto con Nicolás Caruso, un joven sacerdote en representación del párroco, el maestro Ángel Caccavo y dos amigos, Vicente Masone y Antonio Bonavita, hacen el ingreso al lugar de formación de los franciscanos. Este paso que da Pío fue clave. “Aquel día, en ese 6 de enero, después de la cena, el padre maestro acompañó a los muchachos a las celdas que les habían asignado. A Francisco le tocó la número 28. En cada celda había una frase evangélica que de alguna manera traían un mensaje o designio de bienvenida al que llegaba. Sobre la puerta había esta frase que decía: ´Ustedes están muertos y su vida está escondida con Cristo, en Dios`”. (1)

Aquí aparece algo que en su vida ya fue evidente por los dolores, la enfermedad y la acción del mal que lo golpea fuertemente. La mortificación y la identificación profunda con el misterio pascual de Jesús son características que van a acompañar toda la vida consagrada de Pío, particularmente signada por los estigmas. En aquella bienvenida a su celda del noviciado estaba todo dicho. “Cuando se apagaron todas las luces, el resplandor de la luna iluminó la expresión dolorosa del gran Crucifijo, que colgaba en la pared, que estaba en su pieza. En aquel momento, Francisco fue invadido por la nostalgia”. (2)

Pero, ¿qué tipo de nostalgia sentía Pío en ese momento? Era nostalgia de su pueblo, de su familia, de sus padres, de sus hermanos, de sus campos y sus tierras. Esa noche lloró amargamente y luego se durmió. A las 4 de la mañana, Francisco se despertó para comenzar la oración matinal, en una zona muy fría, en la que se vivía un invierno crudísimo. La luna de aquella noche fue la que le dio la bienvenida a lo que iba a ser toda una vida marcada por la entrega, el sacrificio y la capacidad de morir a sí mismo para que sea Cristo quién viva en él.

A pesar de aquel inicio doloroso, a Pío no le costó adaptarse a la vida franciscana y rápidamente fue adquiriendo los hábitos de la congregación. Lo que a otros les costaba mucho, para él es algo natural; es que en su interior sentía mucho gozo por estar en el lugar que desde siempre había esperado, en el lugar que Dios había soñado para él.

El 22 de enero de 1903, Pío comenzó a ejercitarse en los hábitos propios de la vida de noviciado. Ese día recibió, junto a otros novicios, el talar que lo ponía como aspirante a la vida religiosa. Recibió los “hábitos de prueba” y las palabras que allí se dijeron quedaron grabadas en su corazón porque significaban el comienzo de una vida nueva: “Te despoje el Señor del hombre viejo con sus acciones… y te revista del hombre nuevo, que según Dios ha sido creado en la justicia y en santidad de la verdad`.

Francisco, ayudado por los acólitos, se despojó de su vestimenta y, luego de besarlo, se vistió con el hábito. ¡Era rústico y áspero! El maestro de novicios, mientras le imponía la capucha, agregó: ´Pon, Señor, la capucha de la salvación sobre su cabeza, para combatir las insidias del demonio`. Y, luego, atándole alrededor de la cintura un cordón blanco: ´Te ciña el Señor con el cíngulo de la pureza y apague en ti la fuerza de la libídine, de modo que permanezcas en la virtud de la continencia y de la castidad`. Luego le fue dada a Francisco una vela encendida, que tomó entre sus manos. La pequeña llama hacía más diáfano su rostro. ´Acepta la luz de Cristo como signo de tu inmortalidad, de modo que muerto al mundo, vivas en Dios; surgido de entre los muertos, te iluminará Cristo`, concluyó el Padre Tomás de Monte Sant´ Angel. Cuando se entonó el canto del Veni Creator Spiritus, Francisco no pudo contener sus lágrimas. ¡Estaba profundamente conmovido! No pertenecía más al mundo. Y, como signo del total desapego de él, renunció también a su nombre. Por ello, desde aquel momento, no se llamó más Francisco Forgione, sino Fray Pío de Pietrelcina”. (3)

El hábito en la vida religiosa habla simbólicamente de revestirse de lo nuevo. Cambia a veces también el nombre, como signo de una nueva identidad que no borra la anterior sino que la enriquece.

 

Muere Francisco y nace Pío de Pietrelcina

El primer año del noviciado estuvo marcado por el silencio; un silencio que a muchos de sus compañeros les costó vivir. Uno de ellos estuvo a punto de volverse a su hogar. Era un silencio que no se interrumpía con nada, solo se rompía algunas horas a la semana. Un silencio que suponía mucho trabajo que hacer mientras se permanecía callado. El silencio en esta etapa era para ir dejando lo viejo y naciendo a lo nuevo.

Se rezaba y se trabajaba en silencio. Paciente, entregado y sacrificado, en medio de un invierno cruel, Pío llevaba la delantera a sus compañeros por su testimonio de compromiso y de vida y por su entusiasmo y alegría. A veces su entusiasmo era un poco desmesurado y eso provocó que fuera más allá y su salud se viera perjudicada.  La única lectura que tenían los novicios en el primer año de formación franciscana eran unas quince páginas donde estaban plasmadas las reglas de la comunidad. No había otro libro. Los novicios no tenían otro modo en torno al cual vincularse a la oración, en este tiempo la Palabra de Dios estaba vedada al uso cotidiano. Solo estaban las palabras que el místico Francisco de Asís había dejado como huella para los que se animaran a seguirlo en el camino de pobreza y entrega absoluta a la providencia de Dios.

Pío, fiel a esto, recorrió el camino propuesto sabiendo que era duro y exigente, pero bello al mismo tiempo. En su corazón fue floreciendo la decisión de morir en Cristo para vivir en Él. “Respecto a su espíritu de oración, Padre Plácido de San Marcos en Lamis, compañero de noviciado de Fray Pío agregaba: ´Su meditación era siempre sobre las penas del Crucificado. Durante la meditación en el coro lloraba fuertemente, al punto que sobre el piso de madera dejaba un manchón. Para que no le tomara el pelo algún hermano burlón, que lo cargaba porque mojaba su lugar en el coro, fray Pío tomó la costumbre de poner en el piso un pañuelo, de manera que las lágrimas caían sobre él; cuando el superior daba la señal de salir, tomaba el pañuelo y sobre el piso ya no aparecía más nada`”. (4)

Este fue el lugar central desde donde Pío de Pietrelcina, se formó, configurado desde muy temprano en la cruz de Cristo Jesús. El Señor lo hizo suyo en su cruz, poniendo en su corazón el deseo ardiente de meditar en torno a su Pasión.

Rápidamente el discípulo se constituyó también en maestro, en buen testimonio, en ejemplo de vida.

“Hacia mediados de noviembre, los superiores le confiaron a Fray Pío la tarea de ´instruir` a un joven novicio, Fray Angélico de Sarno. Éste quedó muy impresionado por las dotes humanas y religiosas de este hermano y escribió sobre él: ´Pocos días después de mi vestición del hábito capuchino en el santo noviciado de Morcone, se me asignó como instructor a un novicio entrado algunos meses antes que yo, Fray Pío de Pietrelcina. Él me dio las primeras lecciones de vida religiosa, las que conforman el nuevo ámbito en que el aspirante al sacerdocio debe desarrollar su vocación y formarse en la espiritualidad capuchina. Durante tres meses, todos los días (lo recuerdo como si fuese hoy), el buen fray Pío venía a mi celda para enseñarme las oraciones obligatorias, explicarme los artículos de las Reglas y de las Constituciones, para decirme una buena y persuasiva palabra, en especial cuando con fina intuición se daba cuenta de que mi vocación, por motivos que ni siquiera yo podía entender, sufría algún titubeo de nostalgia y libertad, pruebas que por otra parte son muy fáciles que agiten el alma de un joven en plena adolescencia.

Era entonces un quinceañero gobernado por los pensamientos más diversos que la fantasía pudiese sugerir. Esperaba con ansia la hora establecida por el padre maestro para la visita cotidiana de fray Pío, que me traía el buen consejo de hermano, que reforzaba mi vocación con un rayo luminoso de consuelo, de ánimo, de aliento para aquel ministerio sacerdotal y para el apostolado al que cada uno de nosotros, ya sea por caminos diversos, estaba llamado por el Señor para dar a la madre providencia, en camino de afianzamiento y reorganización. Conservo en mi corazón la dulzura y la afabilidad de fray Pío, que me parecía desde entonces sumergido en una piedad inconfundible, sentida, profunda, conquistadora de otros corazones. Resaltaba entre todos los novicios por la diversidad de su comportamiento impecable y por la atracción que ejercía sobre los que entraban en confianza con él`”. (5)

 

Padre Javier Soteras

 

 

Citas:
1- GENNARO PREZIUSO – Padre Pío. El apóstol del confesionario – Editorial Ciudad Nueva – Buenos Aires, 2009 – pág. 35.
2- Ib. pág. 36.
3- Ib. pág. 37.
4- Ib. pág. 44-45.
5- Ib. pág. 45-46.

 

 

Película Padre Pio – Entre la tierra y el cielo (2009)