Paz y combate interior

viernes, 31 de octubre de 2014

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Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio. Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos

Ef 6, 11-18

 

  

El apóstol nos pone frente a una dimensión de la vida cristiana que siempre tenemos que considerar: el camino de la vida del cristiano es recorrido en lucha. Pablo indica que el combate se da en el corazón; no es contra nadie. El P. Pio de Pietrelcina al final de su vida “al final me he dado cuenta que el enemigo nos enfrentó a todos”. Tenemos un solo enemigo que es el enemigo de la naturaleza humana. La complementeriedad es la posibilidad de integrar a los diversos; ser distintos no supone que seamos enemigos.   En la cultura de todos los días, se ve fuertemente el enfrentamiento: estás con éstos o estás con aquellos. Lo único que busca el mal es enfrentarnos, cuando a través de la radio y la cultura del encuentro, en las diferencias podemos construir. El poder, desde siempre, siempre busca sacar provecho porque a rio revuelto ganancia de pescador. Esto es lo que San Pablo advierte “ojo no es entre nosotros donde tienen que surgir los conflictos”. Hay muchas diferencias entre los apóstoles, y sin embargo allí está la riqueza por más dificultades que ello haya supuesto.  

En el corazón de la cultura se ha establecido este estilo de discurso que divide; nosotros proponemos la cultura del encuentro. Sabemos que la lucha no está con nosotros, no es con mi hermano, sino “con lo que surcan los aires”, con el enemigo común que es el diablo que se manifiesta de diversas formas para dividir, confundir, corromper y destruir. No anda con chiquitas; comienza de a poco, nos va ganando el corazón con su mentira y confusión, para llevarnos como por un tobogán a perdernos.   Pablo lo advierte en la carta a los Efesios: atención hacia dónde orientan ustedes la agresividad (propia de los cristianos, no la violencia). La virtud de la fortaleza tiene dos condimentos: la magnanimidad que es mirar hacia adelante con espíritu de grandeza, viendo y caminando hacia donde Dios lo conduce; y la agresividad que permite arremeter y superar los obstáculos. “El reino de los cielos se gana con violencia” dice Jesús, y no se refiere al uso de las fuerzas, sino a la agresividad interior para arremeter y constuir algo diferente.   La sociedad individualista de discurso único (sea de derecha o de izquierda) lo que busca es la competencia, para nosotros el camino es la fraternidad. Esa es la gran posibilidad que nos plantea Jesús, para construir un mundo diferente.

Hoy la Palabra despierta nuestra agresividad donde tiene que ser ubicada “frente a las fuerzas del mal que surcan los aires”, entre nosotros somos hermanos. Y si todavía no se despiertan, pidamos la gracia de vincularnos bien con la agresividad presente en todos que es necesario canalizar bien.              

 

Santo Rosario

Dios da la gracia necesaria para vencer

  El creyente en toda batalla por grande que sea, tiene que conservar la paz y la serenidad. La paz es señal de la presencia de Dios. No puede ser que en medio de la batalla perdamos a Dios. Pensemos en lo de todos los días, queremos hacer las cosas bien y se nos sale la cadena y chau. Esto es como el juego del Ta Te Tí; el que gana el centro gana el partido. O estamos en Dios o estamos desparramados. Cada uno de los terrenos donde se juega nuestra existencia tiene una demanda de lucha. Lo que no podemos perder en medio de la lucha es la paz.  

El demonio tiene muchas formas de sacarnos del centro, y diría San Ignacio que es como un general de un ejército que sabe dónde atacar a su enemigo y le busca el lado flaco dónde atacarlo. De ahí la importancia, en la medida que nos vamos conociendo, saber dónde es el lugar débil para defenderlo. Por ejemplo, si el calor me irrita y me pone irascible, y salto… tengo que buscar la forma de saber que eso me ocurre para evitarlo. Si Fulano de tal para mí es un obstáculo tengo dos alternativas, o le pongo buena cara, o me cruzo a la vereda del frente y lo saludo desde allá.   En este sentido es importante el trabajo sobre la propia naturaleza y tener como un mapa en donde ver qué es lo que me altera, qué me saca la paz, y por otro lado cuáles son las personas que sacan lo peor de mí mismo y preguntarme por qué me sacan.  

Una de las estrategias más habituales del enemigo para alejar el corazón de la presencia de Dios y frenar su progreso interior, consisten en intentar hacernos perder la paz. Uno de los maestros   “el demonio hace todos esos esfuerzos para abolir la paz de nuestro corazón porque sabe que Dios vive en la paz”. Los grandes secretos de la lucha espiritual supone descubrir cuál es el verdadero campo de batalla, distinguir dónde está la lucha, no es “contra todos los diablos juntos”. Nunca somos tentados por encima de nuestra fuerza, y eso es muy importante. Aún cuando sienta que no tengo fuerzas, tengo que sentir que sí puedo en Dios, Él me da gracia suficiente para poder vencer la lucha y el combate interior.  

 

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La meta: amar más y mejor

Algo que atenta contra la lucha es pensar que la santidad es el camino de la perfección. No lo es en el sentido que nosotors hacemos una proyección de nosotros mismos idealista; yo soy esto que soy y así Dios me ama y quiere que sea de la mejor manera. Como pasa con San Pedro: es terco, apasionado, fayuto. Y lo hará hasta el final de su vida; ¿a dónde vas Pedro? le dirá el Señor antes de su muerte. Hay cosas que nos van a acompañar hasta la muerte, que hace a nuestra naturaleza. No es que con el tiempo vamos a reaccionar mejor frente a las cosas que nos sacan… no implica no trabajar en eso, sino que nos olvidemos de vivir poniendo la ficha en eso, cuando en realidad el camino de la “perfección” es la caridad.

Mi lucha tiene que ser para amar más y mejor, y no para defendernos de nosotros mismos y nuestros propios defectos. Si así nos quedamos estamos mirándonos el pupo sin salir hacia los demás que es lo que el Señor nos pide. Tenemos que poner el foco en vivir en plenitud la caridad, cuánto más pueda amar y mejor. Vivo para amar y mi esfuerzo, en todo caso, es vencer lo que me impide amar y entregarme a Dios.

En nuestro esquema espiritual a veces hemos puesto mal la mirada. La vida del cristiano es para ser ofrecida y entregada, ahí si tengo que pelearme conmigo mismo para vencer la fuerza del egoísmo y de la autoreferencialidad que me impiden la entrega. Si para eso ayuda que sea más manso haré el esfuerzo por ser más manso; que me cuide más en el comer y en el beber lo haré; si tengo que ser más cuidadoso de mi sexualidad tendré qe hacerlo…. todo con el objetivo de amar más y poder entregarme mejor desde Dios. Si tengo que rezar más no es para ocultarme, sino para mejor salir.  Centrados en el misterio y lanzados a las periferias, dice Francisco.

Cuando hablamos de dar en la caridad, no supone “ahora empiezo a ser bueno”. Yo soy esto que soy y lo entrego, no me perteneces, sino que es un don de Dios. En el camino de la oración lo que yo hago es ponerme frente a su presencia para tener mayor consciencia de Él y desde ahí entregarme; sino no doy nada. Cuando no oramos para entregarnos a los demás en el trabajo del servicio apostólico a veces es infecundo, a veces hace ruido, y a veces hacemos mal queriendo hacer el bien porque nos falta el centro del misterio ene le corazón. La lucha es para vivir en el Señor, permanecer en Él y desde ahí entregarnos.

Como decía un cura amigo, si a Santa Teresita la agarra Freud se “hace un picnic”; humanamente es muy débil, histérica y caprichosa, y por otro lado desde el espíritu es gigante. Dios se valió de gente como nosotros, contradictorios. ¿Quién era Moisés? Liberó al pueblo de Israel, pero era un prófugo de la justicia. No estaba en el desierto de retiro espiritual sino que se escondía de los egipcios por haber asesinado a un hombre. ¿Quién fue Pablo? Un gran perseguidor de los cristianos, un torturador, violento. Dios ve algo distinto de lo que nosotros vemos y saca del medio nuestras medidas de lo que nsotors creemos que debería ser la perfección. Ve distinto y saca bueno de lo que no parece. “Dios ve el corazón de las personas” como dice el texto de la elección de David. Con esto no justifico ni a los prófugos de la justicia ni a los torturados, sino que no tenemos que quedarnos en esa posibilidad porque no hay salvación sino.

Cada uno de nosotros somos capaces en Dios, de lo mejor, y también de lo peor. Somos tan frágiles, y a la vez, tan capaces de Dios. Todo depende de dónde ponemos el corazón. ¿Dónde lo pondremos? La idea es ponerlo en Él y liberarnos de todo lo que nos impide estar en Él. La pelea es por permanecer en Dios y desde Él entregarse a los hermanos. “Tanto y cuanto” es la ley Ignaciana… tanto y cuánto te ayude a lo central, que puedas permanecer en Dios y entregarte a los demás en Él. Entonces la medida de lo que haga o no tiene que ser “tanto y cuanto” me acerque más o no al fin. ¿Me ayuda? lo tomo; ¿me aleja del objetivo? lo dejo.

 

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“Yo me glorío en mi debilidad…”

Tenemos que pelear de tal manera que nos quede el corazón libre para amar. El combate espiritual “contra los seres que surcan los aires” ( que son las fuerzas del mal que atentan contra el ser personal), es pelear de tal modo que no nos haga perder del objetivo. Como cuando discutimos y al final no sabemos de qué discutíamos.

Cuando uno pierde el foco de que fue creado para amar, la lucha interior se puede tornar una pelea sin sentido. Se aprende y se aprende metiendo la pata. En la vida espiritual es imposible aprender sin equivocarse. No se aprende de libro sino en el camino, en marcha y contramarcha, avanzando y retrocediendo. La sabiduría se adquiere con el paso del tiempo en la vida del espíritu y con la consciencia clara de quién es Dios y quien es uno. Y uno es una pobre criatura débil, llamado a grandes cosas pero sabiéndose perqueño. En la medida que esa tensión entre la naturaleza de Dios y nosotros permanece clara, entonces somos capaces de grandes cosas. Dios no se fija en nuestras obras sino en nuestra pequeñez. A Él no le interesa nuestras obras porque las buenas son de Él, en cambio sí se detiene en nuestra pequeñez porque quiere hacer grandes cosas con nsootros. Por eso en el camino de la lucha interior es importante mantener la consciencia de la propia debilidad y ponerla en tensión. “Yo me confío en mi debilidad” dice San Pablo. Ahí San Pablo relata su experiencia mísitca y los méritos de los cuáles se podría gloriar, sin embargo dice que “la gloria está en mi debilidad porque cuando soy débil entonces soy fuerte. Tres veces pedí al Señor que me quitara la espina clavada en mi carne y tres veces me dijo “Te basta mi gracia”.

En cierto modo, me animaría a decir, en la derrota está nuestro triunfo, en el reconocer que somos débiles. Eso nos libera de una espiritualidad “aparatosa” de creer que con nuestros méritos alcanzamos la meta; y no es así. Santa Teresita decía que no es en el esfuerzo donde se alcanza la meta, sino en el ascensor… es Dios el que te lleva.

Mantengamos la paz en el combate espiritual, sepamos definir bien dónde están nuestra debilidades sólo para saber que ahí no nos tenemos que enganchar, sino que nuestro objetivo es dejarnos amar por Él, amarlo más para desde ahí entregarnos mejor. No hace falta ni cubrirse ni evidenciar más de lo evidente. Somos así de frágiles, como lo fueron otros grandes, San Pablo, Pedro, Moisés, Santa Teresita, San Francisco de Asís… Almas tremendas, inmensas, sabiendo que Dios no nos quiere perfectos sino grandes y por eso nos quiere despertar en el corazón la magnanimidad y la agresividad para luchar contra todo lo que nos impide que vivamos en Él y en favor de los hermanos. La agresividad supone luchar contra uno mismo para vencer el egoísmo y ampliar el corazón para amar más y mejor.

Padre Javier Soteras