Perdona nuestras ofensas

martes, 2 de octubre de 2012
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Nosotros entramos a este lugar de la oración del Padrenuestro y en particular, pidiéndole a Dios que perdone nuestras culpas, como dice el Catecismo, con una audaz confianza. Tal cual como hemos empezado a orar, llamándolo a Dios por el nombre que el Espíritu suscita en nuestro corazón, el mismo que Jesús utilizaba para dirigirse a Dios, llamándolo Padre. Suplicándole que su nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez mas santificados. Pero aún revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora en esta petición nos volvemos a Él como el hijo pródigo. Nos decimos, volveré a la casa de mi padre y nos reconocemos como el publicano pecador diciendo, ten piedad de mi Señor, soy un pecador.

Nuestra petición en el día de hoy comienza con una confesión en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su misericordia. Nuestra esperanza es firme porque en su Hijo, como nos dice Colosenses 1,14 y Efesios 1,7, tenemos la redención en Cristo, la remisión de nuestros pecados. Podemos reconocer nuestra pobreza, debilidad, herida y rebeldía delante de Dios sin temor porque sabemos que esa, nuestra condición de miseria, nos pone de cara a la misericordia con la que Dios se acerca para rescatarnos. El signo eficaz, indudable de su perdón, lo encontramos en la sacra mentalidad de la iglesia y en particular en el sacramento de la reconciliación.

Reconciliarnos con nosotros mismos, danos la oportunidad de perdonarnos, perdonar a los que nos han ofendido y dejar que nos alcance el perdón de Cristo, es el camino por el cual hoy queremos recorrer con vos esta catequesis y te preguntamos:

En qué lugar de la vida el don de la reconciliación viene a obrar en vos para hacerte una nueva criatura, para recuperar tu condición y tu dignidad, tu ser hijo, hija, hermano, hermana.

Lo temible de este desbordamiento de misericordia, no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. Por eso el “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, supone por la gracia de Dios un trabajo profundo de reconciliación también con los que nos han ofendido. El amor como el cuerpo de Jesús, es indivisible. No podemos amar a Dios a quien no vemos sino amamos al hermano a quien vemos. En primera carta de Juan 4, 20 dice que cuando obramos así, desdoblando el amor, refiriéndolo a Dios sin la consideración fraterna, en realidad estamos en presencia de una gran mentira. Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia. Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el camino lo que verdaderamente quiere regalarnos. Esta exigencia crucial del misterio de la alianza es imposible para el hombre, pero para Dios todo es posible. Nosotros creemos que es posible la gracia de la reconciliación.

Este “Como”, no es el único en la enseñanza de Jesús. “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Este “Como” con el que el Señor nos enseña en el camino de la reconciliación, aparece en otros momentos en la explicación de la Buena Nueva por parte de Jesús. “Sean perfecto como es perfecto el Padre del cielo, sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”, “Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros, como yo los he amado”

Observar lo mandado por el Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación vital, nacida del fondo del corazón. En la santidad, en la misericordia y en el amor de nuestro Dios, sólo el Espíritu que es nueva vida puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en el corazón de Jesús. La unidad del perdón se hace posible perdonándonos mutuamente como nos perdonó Dios en Cristo.

Adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón. Este amor que ama hasta el extremo del amor. En la parábola del ciego sin entrañas que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunidad eclesial acaba con esta frase, “Esto mismo hará el Padre del cielo si no perdonan a cada uno de corazón en el hermano”. En el fondo del corazón es donde todo se ata y todo se desata. No está en nuestras manos no sentir ya la ofensa, no está en nosotros olvidarla, pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo, cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión. La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos, transfigura al discípulo transfigurándolo con el maestro desde este lugar. Desde el lugar donde Dios se pone en la cumbre de la perspectiva cristiana, el de la máxima inclusión. Por la gracia de considerar también hermano a los que nos ofenden y nos hieren. De qué le vale al hombre decir que solamente saluda o considera como suyo al que lo saluda o bien lo trata. Esto hacen los paganos dice Jesús. Aprendan del Padre del cielo, que hace salir el sol sobre los buenos y los malos, sobre los justos y los pecadores. Amen ustedes también a los que los ofenden, a los que los odian, a los que los persiguen, a sus enemigos. Para ejercer esta capacidad de amar hace falta una gracia, que es la que le pedimos a Dios que nos regale cuando decimos perdona nuestros pecados como nosotros perdonamos por tu gracia a los que nos ofenden. La gracia del perdón es eso, un don del cielo, gratuidad de Dios que obra en nosotros.

La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos y transfigura el rostro del discípulo configurándolo con el Maestro. El perdón es la punta más alta del proceso al cristianismo. El don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión de Dios. El perdón da testimonio de que en nuestro mundo el amor es más fuerte que el pecado. De ello dan particularmente señales los mártires de ayer y de hoy, dan este testimonio de Jesús, el perdón es la condición fundamental de la reconciliación de los hijos de Dios con el Padre y de los hombres entre sí. Perdonar es hacer presente el rostro del Padre en el corazón de la humanidad.

No hay límites ni medida en este perdón, esencialmente divino por gracia de Dios. Si se trata de ofensas, de deudas, de hecho nosotros somos siempre deudores. Con nadie tengas otra deuda que el amor mutuo. La comunión del misterio trinitario es la fuente y el criterio de verdad en toda relación humana. Si buscamos por este lado vamos a encontrar que los que están lejos, distantes, a los que hemos ofendido o nos ofendieron, te resultan de golpe, cercanos, fraternos, amigos, pertenecientes a una misma realidad. Siendo distintos podemos ser uno por la gracia del perdón.

San Cipriano tiene una expresión “Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión. Los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos. Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más a ella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel.

Que hoy sea un día de esos en el que la gracia de la reconciliación gane el corazón de la vida de la sociedad Argentina. Empecemos muy cerca, empecemos por casa.

 

                                                                                                                Padre Javier Soteras