28/10/2025 – El informe número 24 del CEMAIS (Centro Mariano de Investigación Social) ha puesto el foco nuevamente sobre la persistente situación de vulnerabilidad en los hogares argentinos, una realidad que se conoce como pobreza estructural. Edgardo Dainotto, al analizar los datos, distingue esta problemática de la pobreza monetaria o coyuntural: «no estamos hablando de esa caída de los ingresos… lo que se llama la pobreza monetaria… de lo que estamos hablando es de la persistencia de condiciones de empobrecimiento generalizado». Se trata de una condición que no es transitoria y que afecta de manera permanente a más del 30% de la población.
Una de las conclusiones más relevantes del informe, y que busca «desmitificar un poco la pobreza», es la alta tasa de actividad entre los sectores más desfavorecidos. Dainotto enfatiza: «la inmensa mayoría de los argentinos, aún los que están por debajo de la línea de la pobreza y en situación de indigencia, trabajan». De hecho, el 71% de los ingresos de los hogares más pobres sigue proviniendo del trabajo. El problema radica en que, a pesar del esfuerzo laboral, «las condiciones políticas y sociales de la Argentina hacen que no encuentren un trabajo que les permita salir adelante adquiriendo un salario que los ponga por arriba de la línea de la pobreza».
Frente a la insuficiencia del ingreso laboral, las familias recurren a diversas estrategias de subsistencia. Una de ellas es la convivencia intergeneracional, donde la presencia de un jubilado en el hogar ayuda a mantener a la familia por encima de la línea de indigencia. «Son estos grupos varios millones de argentinos que conviven… bajo un mismo techo varias generaciones, dos o tres generaciones, y tienen allí un jubilado, jubilada. Bueno, ese pequeño y magro ingreso de jubilado ayuda a que al menos monetariamente… no caigan por debajo», explica Dainotto. Otras estrategias incluyen el uso de tarjetas de crédito —lo que genera «un endeudamiento… muchísimo más larga»— y los subsidios estatales, que resultan «claramente insuficientes» en su alcance.
Un pilar de apoyo que surge de la propia sociedad es el sostenimiento comunitario y vecinal. Este soporte se manifiesta a través de iniciativas como comedores y apoyos escolares, muchos impulsados por la comunidad de la Iglesia. El analista subraya que esto forma parte de «este subsidio que la sociedad, no el Estado, que la sociedad da a los sectores más vulnerables para sobrellevar los períodos de crisis». Este esfuerzo demuestra la solidaridad activa, pero al mismo tiempo evidencia la profundidad de las necesidades que el Estado no logra cubrir plenamente.
La mirada del SEMIS se centra en la necesidad de mejorar la productividad del trabajo para generar una «mejor distribución de las riquezas», pero no desde la asistencia, sino incorporando a las personas al sistema productivo. Dainotto identifica un desafío central: «el mayor problema que tiene una persona que está tantos años sin un trabajo formal… es querer aspirar a un trabajo que le permita estar por la línea de pobreza es casi imposible porque no tiene las competencias, la empleabilidad». Esta brecha de habilidades o destrezas, que no se han desarrollado en los últimos años, crea una «distancia gigantesca» entre la demanda de los empleadores y las capacidades de los jóvenes.
Como horizonte de solución a mediano y largo plazo, se requiere de políticas que promuevan el empleo digno. Esto implica promover condiciones para que las pequeñas y medianas empresas puedan tomar personal, con condiciones impositivas más favorables y líneas de crédito menos «usurarias». Finalmente, Dainotto señala la importancia de la baja inflación como un factor de previsibilidad y confianza para quienes invierten y dan trabajo. Sin embargo, advierte que si no hay «intercambios genuinos» e «incorporación de valor a la cadena de comercialización», no será posible lograr mejores salarios que permitan al trabajador recuperar parte del valor agregado.
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