Principio y Fundamento

sábado, 12 de marzo de 2011
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Oración Inicial

Oramos y le pedimos al Espíritu que en abundancia se derrame en nuestros corazones para recibir en esta mañana el don que el Señor nos quiera regalar en los ejercicios ignacianos, compartiendo la gracia de la Sabiduría con la que Jesús viene a asistirnos, con la que el Señor viene a nuestro encuentro.

 

Sabiduría 9, 1-12

“Dios de los padres y Señor de misericordia, que hiciste todas las cosas con tu Palabra, y con tu sabiduría formaste al hombre para que dominara a los seres que tu creaste, para que gobernara al mundo con santidad y justicia e hiciera justicia con rectitud de espíritu, dame la sabiduría que comparte tu trono y no me excluyas del número de tus hijos, porque yo soy tu servidor, el hijo de tu servidora, un hombre débil, de vida efímera, de poca capacidad para comprender el derecho y las leyes, y aunque alguien sea perfecto entre los hombres, sin la sabiduría que proviene de ti será tenido por nada. Tú me preferiste para que fuera rey de tu pueblo y juez de tus hijos y de tus hijas. Tú me ordenaste construir un templo sobre tu santa montaña y un altar en la ciudad donde habitas, réplica del santo tabernáculo, que habías preparado desde el principio. Contigo está la sabiduría que conoce tus obras y que estaba presente cuando tú hacías el mundo. Ella sabe lo que es agradable a tus ojos y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala desde tus santos cielos, mándala desde tu trono glorioso para que ella trabaje a mi lado y yo conozca lo que es grato a tus ojos. Así ella, que lo sabe y lo comprende todo, me guiará atentamente en mis empresas y me protegerá con su gloria, entonces, mis obras te agradarán, yo gobernaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi Padre.”

San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros.

 

 

Principio y fundamento: El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, mediante esto alcanzar la salvación, y las otras cosas para la prosecución del fin para que es creado, y tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para ese fin. Y por lo tanto es necesario hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de tal manera que de nuestra parte deseemos y elijamos lo que mas conduce para el fin que fuimos creados.”

Esto que acabo de compartir es el cimiento de los ejercicios. Aquí está la raíz, la base, este es el fundamento y el principio de los ejercicios ignacianos. El Principio y Fundamento es el fin de la creación del hombre, que para conseguirlo deberá tener discreción. Esta es una expresión típicamente ignaciana, una actitud que se llama santa indiferencia, y así, elegir lo mejor, movido por el querer de Dios para lo que fuimos creados y no por otros movimientos que se dan dentro de nosotros y que no siempre están ordenados a ese querer divino. Pero vamos por parte: un primer punto para nuestro encuentro:

1.- El fin del hombre

Lo primero es sentir y gustar interiormente esta expresión: “Fuimos creados para…” Sentir interiormente esta frase es una gracia de Dios, por lo tanto debemos pedirla y pedirla con insistencia para ser oídos y para no salirnos de la materia de oración el fin del acto creador de Dios. Con esto vamos a orar en el ejercicio de este día, vamos a entrar en la presencia de Dios como en toda la primera semana, como Dios nos pide en Ignacio, en el reconocimiento de su grandeza, de su bondad, de su misericordia, de su ternura, con temor y temblor desde nuestra condición pecadora como el publicano en el templo diciéndonos a nosotros mismos y diciéndole a Dios: “Soy pecador”, sin levantar la mirada pero al mismo tiempo sintiéndonos abrazados por la misericordia del Padre. Esto es tener, como dice Ignacio, vergüenza y confusión de sí mismo, que no es esconderse, por el contrario, es darse a conocer como uno es y como uno está, con la conciencia de estar heridos profundamente por la fuerza del pecado, misterio de iniquidad, y al mismo tiempo abrazados por el amor de Dios que es capaz de mucho más de lo que el pecado ha hecho. Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia de Dios. Para esto hemos sido creados, y por lo tanto, como para Dios fuimos creados, delante de él estamos, con conciencia de pertenecerle, pedirle con insistencia al Señor para ser oídos, para no salirnos de la materia de la oración, el acto creador de Dios. Nos vamos a detener en eso, en el acto creador de Dios. Es muy importante para San Ignacio, el hace comenzar cada tiempo de oración con una petición, y lo hace concluir con un coloquio, como ya lo dijimos ayer y como lo vamos a repetir en todos estos días, como cuando un amigo habla con otro amigo, pidiendo alguna gracia, comunicando sus cosas y pidiendo algún consejo, así Dios quiere que nosotros conversemos con él, en ese estilo, esto dice Ignacio en el punto 54 de los EE. El que crea es Dios, no está dicho explícitamente en el texto de Principio y Fundamento, se lo entiende desde como llaman los biblistas donde sin nombrarlo, se entiende que es Dios quién actúa. El hombre creado. Ese “es creado” lo supone a Dios. Y yo me digo a mí mismo, y cada uno a sí mismo, he sido creado y soy sostenido en el acto de amor de la creación, que de no existir desaparecería. Tomar esta conciencia de que Dios no me dio marcha para que arrancara y fuera para adelante, el que me creó me sostiene en el acto creador y le da razón de ser a mi existencia en un amor que tuvo comienzo, se sostiene en el presente y estará también en los tiempos que vendrán. Además ensancho mi mirada hacia el mundo, ya no solamente me fijo en mí, miro todas las cosas creadas, las que tienen vida y las inanimadas y con toda la creación alabo al Señor, puedo decir: “Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra” como reza el Salmo 2, 23. Me admiro, allí me quedo, orando, contemplando, admirado por el acto de amor constante de Dios que me creó y que nos ha creado. Desde este lugar, confiar en el que tiene un plan para mí y borrar todo falso determinismo y visión negativa de la vida. “Sí, Dios me creó y mira como estoy, de esta no salgo, Dios hizo cosas bellas pero entre las cosas bellas en algo se equivocó, mira como me va en las cosas de todos los días, Dios me creó, Dios me sostiene en el acto de amor, Dios creó todo, todo es hermoso, pero hay una historia dura y difícil en la humanidad en la que Dios se ha descomprometido y no pone mano”. Todo este discurso de inculpar a Dios de las cosas nuestras, o de decirnos a nosotros mismos que no hay posibilidades que seamos distintos, lo expulsamos del corazón. Para darle la oportunidad al creador y recreador de la vida que actúe libremente embelleciendo mi ser personal y todo lo que rodea el acto creacional de amor particular que Dios tiene por mí en todas las cosas que hacen a mi vida, orarlo masticándolo sin apuros, gustando cada palabra. En este momento de la oración soy llamado a saberme criatura, dependiente en todo, como un niño en brazos de su madre reza el salmo 131, reconociendo que ese ser como niños es la condición para entrar en el Reino de los cielos. “Si ustedes no vuelven a ser como niños no entrarán en el Reino de los cielos”. Para volver a nacer, le dice Jesús a Nicodemo, hay que nacer del agua y del Espíritu Santo. Para hacernos como niños le pedimos al Señor que nos regale ese don.

 

2.- Discreción de espíritus

El camino por el cual conocemos la voluntad de Dios en la Biblia se llama Sabiduría, por eso todos los días, cuando iniciamos nuestro encuentro ante la propuesta de los EE oramos pidiéndole a Dios gracia de Sabiduría en el texto de Sabiduría 9,1-12. La sabiduría nace en el ambiente familiar y fue extendiéndose a otros sectores de la vida entrando en lugares públicos de gobierno del pueblo de Dios. Los sabios que eran hombres del pueblo comenzaron a ser profesionales que ponían su talento al servicio de los reyes. Se volvió así una institución la sabiduría junto a la profecía y al sacerdocio. Comenzó a tener una particular relevancia en la corte del rey porque hace al gobierno y al bienestar del pueblo. En torno al reinado de Salomón es donde queda establecido como paradigma de discernimiento. Lo propio de un espíritu sabio es encaminar en la vida cosas que son ambiguas ya que ayudan a uno a construir desde el opuesto. Según el padre Fiorito, el que tiene don de discernimiento es capaz de poner en un mismo sentido los opuestos. ES la capacidad de separar y hacer nuevas síntesis, por decirlo de alguna manera. Dios es el que da la sabiduría, lo dice la Palabra en Proverbios 2, 20 “A Dios hay que pedírsela y sin cansarnos”. Dice el apóstol Santiago “Si alguno está falto de sabiduría la pida a Dios que la da a todos generosamente” Santiago 1,20, y agrega “que la pida con fe, que el que vacila es semejante al oleaje del mar movido por el viento y llevado de una parte a otra”. La discreción no se estudia en Salamanca, se da en instrucción pero más que nada se la recibe del espíritu. La regla de tanto y cuanto propia de Principio y fundamento, que expresa que el hombre ha de usar de las cosas cuanto le ayudan y tanto debe quitárselas cuanto le impidan su fin, está suponiendo la gracia de discreción de espíritu, la gracia de discernimiento. Es el principio fundamental para el camino de los ejercicios. Si por cosa se entiende no sólo realidades materiales, sino mociones y experiencias interiores yo debo estar atento a la voz de Dios y debo saber también que el mal espíritu busca interferir el encuentro y debo lanzarlo fuera para quedarme con el Señor. En todo proceso de comunicación tenemos básicamente tres elementos. Un emisor, en este caso sería Dios que se comunica. Un receptor, en este caso seríamos nosotros quienes le damos la bienvenida al decir de Dios. E interferencias, que serían los desórdenes interiores, los ambientes oprimidos por la fuerza del mal, el espíritu del mundo, o la acción del maligno que busca sacarnos del camino de Dios. Estas interferencias son las que debemos expulsar, lanzarlas fuera, para que la voz de Dios resuene con todo su poder creador y restaurador. Hoy cuando orábamos en la liturgia de las horas el Salmo 147, hacíamos mención a esto, siguiendo la catequesis de Juan Pablo II al respecto, Dios que viene a restaurar Israel y a cada uno de nosotros.

Principio y Fundamento supone, hasta donde hemos visto, descubrir la presencia del amor de Dios que me creó y que creó todo para mí como el rey de la creación, como hombre, como síntesis de todo lo creado, y por eso agradecérselo y bendecirlo a Dios por haberme creado. “Gracias Señor por haberme creado por amor” y al mismo tiempo, el don de Dios, la gracia de Dios, dice que para alcanzar aquel fin que es darle gloria y alabanza a Dios que me creó y permanecer en él, debo, discernir, distinguir, pelear, para quedarme sólo con las cosas de Dios y lanzar fuera lo que de él no es.

 

Consigna para compartir: ¿En qué lugares de tu vida y/o de la creación descubrís la fuerza creadora del amor de Dios?

Para entrar en el ejercicio que estamos proponiendo hoy podemos ayudar con una imagen. En principio y fundamento lo que se nos ofrece es el principio y la fundamentación, el origen de los ejercicios pero por sobre todas las cosas de nuestra vida. Hemos sido creados por Dios para bendecirlo, alabarlo, para servirlo, y todo lo que en la creación está, en función de nosotros y para nuestro bien, y por eso con discreción de espíritu debemos tomar lo que sirve en el fin de nuestro camino y dejar de lado lo que no. La imagen sería un camino, nosotros yendo por él y Dios al final del camino, pero vemos del camino sólo unos metros, los próximos 20 metros, el resto aparece no claro a nuestra vista, en el andar vamos viendo como se va clarificando y vemos otros 20 metros más, pero mientras avanzamos descubrimos que hay curvas, que hay caminos alternativos, que algunos son engañosos, que otros aparentemente siendo rectos no estamos tan seguros que nos lleven a donde vamos, entonces vamos pero con un ritmo de paciencia en el avanzar que nos permite ir descubriendo realmente por donde ir, este es el ejercicio, avanzar hacia donde Dios nos conduce con discreción, con discernimiento, sobre la vida concreta, preguntándonos por las cosas que nos ayudan y por las que no nos ayudan, por las que nos hacen bien y por las que no nos hacen bien. Las primeras para tomarlas, las segundas para dejarlas fuera, ordenando la naturaleza, por la gracia de Dios, que nos renueva diciéndonos que verdaderamente por amor nos creó y todo lo hizo para nosotros, por tanto amor que nos tiene y al mismo tiempo diciéndonos que ir en proceso de plenitud de nuestra vida hacia donde el nos quiere, con todo lo que nos ha dado, necesita de parte nuestra para elegir bien, una actitud clara de discreción de espíritu o discernimiento. Es decir, para andar en esos 20 metros que la ruta nos va mostrando hacia el fin en donde nos conduce y espera la plenitud, tenemos que ir viendo por donde ir y por donde no ir. En la vida nos pasa que a veces agarramos un atajo porque creemos va a ser el mejor camino y después nos encontramos con que no tiene salida ese camino. Tenemos que volver y recuperar el camino por donde veníamos. Ese aprendizaje es sano para no volver a equivocar el rumbo cuando encontramos un atajo semejante. Esto es orar en discernimiento con la vida.

 

3.- La indiferencia

Hay un tercer punto que nos plantea Principio y Fundamento que es ya no discernir qué sino con qué actitud. Ignacio va a decir “con indiferencia” que no es “todo da lo mismo”, no es relativismo, para llegar al uso discreto de las cosas, es decir, para obrar con discernimiento, es decir: “esto es mejor ahora”, es decir para obrar con discreción, hacen falta dos cosas, tener claro cuál es el proyecto de Dios para mi vida, y a esto se lo tengo que preguntar a él, y la segunda tener libertad interior para poder hacer una buena elección, y esa libertad se adquiere con este ejercicio de la santa indiferencia, no quiere decir esto que todo nos de igual, que todo nos de lo mismo, tener salud que no tenerla, tener riqueza que no tenerla, tener honor que no tenerlo, tener vida larga que tener vida corta. Si no que tener lo que Dios quiera que tengamos. Yo puedo querer tener riqueza, salud, honor, pero Dios puede querer en un momento del camino que eso no esté y es parte de mi camino en un momento para ir a la plenitud de lo que Dios quiere darme, que es mucho más que cualquier don al que pueda aspirar o al cual pueda estar inclinado mi corazón. Se trata de indiferencia tal que no queramos una cosa por otra sino lo que Dios quiere. Dios puede querer que yo tenga riqueza, y puede querer que yo tenga buen honor, y buena fama y larga vida, si ese es su querer y su voluntad, Dios lo hace saber, y con eso camino en libertad, sin culpas, con confianza. Igual si me falta todo esto, camino en libertad, sin angustias, con confianza y certeza de que en las manos de Dios estamos. La voluntad de Dios puede ser a lo que nosotros nos inclinamos naturalmente por temperamento, condiciones, cualidades, experiencias anteriores. A veces pensamos que la voluntad de Dios es siempre dura y estamos pensando que si nos va bien creemos que ya nos va a ir mal e identificamos que nos va mal pensando que Dios lo quiere, con un cierto fatalismo y con una cierta imagen de Dios como un déspota que está viendo como sufren lo que el supuestamente ama. Eso no es el querer de Dios. Dios puede permitir en algún momento que tengamos algunas penurias y detrás de esas puede regalarnos gracias mayores de las que suponemos si las atravesamos en esa posibilidad que Dios ofrece en alguna etapa de mi vida, con grandeza, confianza, entereza de corazón. Dios puede permitir a veces que nuestra salud se quebrante y en ese momento regalarnos una gracia mayor que la salud, la salud misma recuperada y más todavía en enseñanza, educación, proceso pedagógico orientativo frente a la vida, a la propia existencia y para los demás.

Tener indiferencia interior es ser libre frente a lo que tengo para que sea lo que Dios quiera, mientras tanto camino en libertad, si riqueza, riqueza, si pobreza, pobreza, si salud, salud, si enfermedad, enfermedad, si honor, honor, si falta de honor, falta de honor, Dios lo permite, Dios lo quiere. ¿Qué bien saca Dios de todo esto? Dios lo muestra en el camino. A nosotros nos toca caminar en libertad.

 

4.- Síntesis para quienes realizan los ejercicios

Momentos de la oración

1-Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- "Traer la historia" (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar Salmo 100.

3-"la composición de lugar" (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4-Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.

5-Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6-Coloquio a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.

7-Examen de la oración me pregunto cómo me fue, las preguntas no hay que hacérselas a la cabeza sino a las imágenes. Me puede parecer que yo selecciono las imágenes. Pero es Dios quien me lleva a detenerme en ésta o aquella del álbum. Y desde ahí puedo hacerme preguntas como éstas: ¿Cómo es esta imagen? ¿De qué está construida? ¿Qué hay y qué no hay en la imagen? ¿Qué es lo que la imaginación se resiste a construir? ¿Qué explica que Dios quiera que me detenga en esta imagen o en esta palabra y no en las otras? ¿Por qué yo u otra de las personas están presentes o ausentes en la imagen?… Hay que hacerle preguntas a la imagen, a la sensación o a la palabra que ha resonado más en mi oración… Por eso a un buen contemplador le bastarán pocas imágenes…Es importante saberse ubicar bien en la contemplación: dónde estoy en ella y qué se me dice a mí en particular. Tal vez difiere de lo que se les dijo a los personajes del Evangelio… Me quedará la labor de interpretar ese signo y a la luz de Dios no me costará hacerlo. Así terminaba Jesús las parábolas: “El que tenga oídos para oír, que oiga”…

Padre Javier Soteras