¿Qué hacemos con la culpa?

viernes, 19 de noviembre de 2010
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            Han pasado muchos siglos con un trabajo hasta manipulador respecto de la culpa que llevaron durante los siglos XIX y XX en adelante se diera vuelta todo este discurso, este mensaje referido a la culpa, y quedara puesto el sentimiento de la culpa y la vergüenza como un objetivo a derribar.

Hoy son muchos los seres humanos que están advirtiendo la necesidad de volver a revalorizar este mecanismo de la psiquis, esta voz de la conciencia, este sentimiento del alma: sacarlo del rincón donde lo hemos puesto en penitencia –psicología de por medio, incluyendo el abaratamiento que a veces se hace desde los discursos mediáticos-.

            Cuando uno va a las fuentes, cuando descubre la mente que ha animado a los grandes creadores de las distintas corrientes psicológicas, advierte que no es tan así: la culpa no es simplemente una patología que hay que transformar, sino que cumple su función en la psiquis, en el alma, y que es necesario que ésta esté.

            Ha sido tan revolucionario el enfoque sobre este sentimiento tan humano, que tenemos por ejemplo un escritor como Marcos Saguini, que hizo un libro que se llama “Elogio de la culpa”, donde dice “…sin la culpa no seríamos humanos, porque es la culpa la que nos advierte cuando nos estamos deshumanizando. Un tigre no se destigra nunca, pero los humanos sí nos deshumanizamos, y es la culpa esta voz, esta alarma interior que nos está advirtiendo que estamos deshumanizándonos. Una facultad exclusivamente humana”. Yo no sé si será o no así, es un problema antropológico que me desborda a mí en este momento, pero sí creo que la sociedad en su conjunto está pidiendo cada vez con más fuerza volver a retomar este tema, volver a ponerlo en su lugar, volver a jerarquizar nuestra relación con la culpa y con la vergüenza. Podríamos proponernos hoy hacerlo desde la perspectiva evangélica. ¿qué tiene para decirnos la Palabra de Dios acerca de este sentimiento tan frecuente, no siempre bien oído?

            Lo peligroso que nos está ocurriendo con mucha frecuencia, y fundamentalmente en personas que han sido educadas muy por fuera de la tradición judeo-cristiana, que suele darle una envergadura importante al sentimiento de culpa, una de las cosas que nos puede pasar es exiliar por vergüenza ese sentimiento de culpa. Como amputarlo. Digo peligroso porque está comprobado que esta culpa que sentimos y no queremos oír, no queremos reconocer por distintos factores, en realidad no se calla nunca. Silenciada está a veces hablando a través de alguna patología, o de una enfermedad, o de una experiencia de vacío o de sinsentido de la vida, a veces a través de un malestar profundo, indescriptible, difícil de nombrar. Y de esa manera, la culpa está exiliada, como fuera de nuestro territorio espiritual, funcionando desde afuera como un enemigo peligroso, justamente porque no es escuchado, y por alguna razón esa parte del alma humana sigue queriendo y necesitando que alguien la escuche y recoja el mensaje que tiene para darnos.

            Así, a muchas personas se les puede pasar la vida entera sin nunca entrar por esa puerta tan maravillosa como es la reconciliación con ellos mismos, con dios y con las personas a las que eventualmente hayan podido dañar a través del pecado del error o de la falta que hayan cometido. Y teniendo la posibilidad de elegir ese camino de vida que Cristo vino a anunciarnos, escogen el camino de la dureza, el orgullo, el resentimiento o de la enfermedad. Y entonces nos preguntamos ¿qué tan fuerte puede ser esta coraza que nos ponemos frente a la culpa, para a veces arruinarnos la vida entera a nosotros y a nuestra familia sin poder dar el brazo a torcer?

 

            En el mundo de hoy hay como dos extremos en el tema de la vergüenza y culpa. En primer lugar hay como una especie de conciencia enfermiza. Los que tienen mas años recordarán que la catequesis que se daba se fundamentaba unilateralmente en el pecado. Y la confesión era un repasar la lista para marcar dónde habíamos fallado, hasta que uno se hartaba de lo que decían los curas y las monjas y echaba todo por la borda porque no soportaban esa censura permanente. Pero la culpa quedaba grabada igual en el corazón. Con el tiempo, esa culpa se fue transformando en una conciencia enfermiza. Son los ‘culpógenos neuróticos’: por no ser escuchada, la culpa adquiere un carácter patológico, enfermizo. Son personas que todo lo ven bajo el prisma del pecado, y arrastran permanentemente sentimientos de culpa o de agresión. Como si tuvieran un tribunal permanentemente puesto en su mente que va dictaminando culpable-inocente. Son personas que viven para ‘dis-culpar’ a la gente. Esto está hablando de que en algún lado se está tratando de balancear o de equilibrar una voz interna que resuena en algún lugar y que dice exactamente lo contrario, y en ese diálogo, viven disculpando a todo el mundo, en una fanática actitud misericordiosa pero que en realidad es falsa, es fruto de un conflicto interno que a veces nos está hablando de alguna culpa o alguna voz interna que no estoy queriendo escuchar. Parece que descubrir lo negativo forma parte de su misión. Y esto también es una actitud culpógena que tiene que ver con esta enfermedad del pecado: esta actitud que va viendo continuamente lo negativo.

            En cambio, el Dios del amor, nos propone otra dinámica.

            En el otro extremo de este sentimiento está lo que hoy está muy de moda: una conciencia muy débil, que llega a justificarlo todo, argumentarlo todo, explicarlo todo. Pero con eso la culpa no se silencia. Esta deformación de la conciencia de la que muchas veces escuchamos en la calle: alguien hace algo que está muy mal y ni siquiera lo registra en un nivel conciente. Pero en alguna parte de su ser, como si fuera un ‘río subterráneo’, algo se resiente y se quiebra. Y entonces se acoraza o se endurece y exilia esas voces internas.

 

            Una de las manifestaciones con que aparece a veces la culpa es la vergüenza (por eso las asocio). Y es un poco también la forma en que se relata en el Génesis simbólicamente la emergencia de la culpa: la vergüenza de sentirse desnudos. La primer manifestación que experimenta el alma frente al amor y la bondad de Dios, es vergüenza. Una vergüenza que aporta una inquietud, una intranquilidad fundamental, y una vergüenza que además nos desune y nos separa del otro, que nos hace sentir desnudos y nos impele a cubrirnos, acorazarnos, taparnos con armaduras que hacen a veces necesario un tratamiento psicológico para poder desarmar esos muros con que estamos recubriendo nuestras profundas raíces de vergüenza.

            Hay vergüenzas buenas y las hay patológicas. Hay vergüenzas crónicas y agudas y las hay dolorosas y necesarias. Hay vergüenzas que llevan al arrepentimiento y otras que conducen a un mayor orgullo y a una actitud más enfermiza de soberbia, negación y división interna.

 

            ¿Cómo hacer para vencer la depresión, cuáles son las herramientas? Porque sentirse así ya no es vida. Muchas veces pensé que sería mejor no existir y llegué a desearlo. No sé si estos malestares tan profundos tienen que ver con la culpa o la vergüenza. Pero evidentemente a veces hay una tristeza de muerte. Dice el Padre Koentenich que éste es uno de los pecados más graves, y nadie lo pensaría así. Esa tristeza en la que uno se sepulta, a veces esconde un solapado orgullo, porque es como si fuera el reverso de la humildad. La humildad es aceptar las culpas y las vergüenzas sabiendo que somos seres humanos errantes (con capacidad para errar). Todos hemos pecado. Este mito del génesis nos anima, nos exhorta, nos orienta desde lo bíblico, porque de alguna manera está pintando una característica antropológica a nunca descartar del todo esta premisa fundamental, mas allá de las vivencias psicológicas que tenga cada uno. Partimos de una ‘caída’ que nos produce una determinada vergüenza, intranquilidad, sentimiento de culpa. Ocurre que cuando uno habla de culpa le da a veces un peso muy ligado a hechos concretos. Pero hay un malestar profundo en la naturaleza humana fruto de esta caída, y fruto del mal manejo de esta vergüenza, del no reconocimiento de la inocencia perdida. La comprensión de que hay un potencial para herir al otro, para ser heridos, para honrar al otro, para deshonrarlo, para cubrirlo o para desnudarlo. Y la no comprensión de esto como posibilidad en toda la naturaleza humana, el hecho de no comprender emocionalmente o intelectualmente esta condición, el querer constituir una ‘raza perfecta’, nos hace desconocer el mensaje profundo que nos quiere transmitir en este caso el mito del génesis en este caso hablándonos de una culpa fundamental y fundante. Y más allá de lo psicológico, debemos enfrentar esta vergüenza, que es una realidad teológica que todos cargamos sin distinción de raza ni cultura, sin distinción de experiencias ni de personalidad. ¿Cómo hacemos para manejar bien esta realidad y cómo hacemos para manejar bien esta vergüenza? ¿Cómo hacemos la diferencia entre una culpa y vergüenza que nos conducen a uno de los pecados más graves que es el que nos lleva a bajar los brazos, la culpa y la vergüenza que nos llevan a adherir a este mensaje de ‘no tengo remedio’, ‘no tengo redención’? Es este el más grave de los pecados porque por sus frutos nos damos cuenta de que tiene en sí mismo la posibilidad de arruinar una vida mas la vida de todos los que dependen amorosamente de esa vida. Todos sabemos, incluso, que algunas personas fuertemente embargadas por estos sentimientos negativos acerca de ellos mismos, también se convierten en verdaderos pulpos manipuladores de lo negativo de los demás, justamente porque están mirando la vida siempre desde esta óptica de la culpa, desde esta especie de ‘pacto con lo vergüenza’ y saben también entrar y salir en el alma de los otros y manejarlos desde ese plano, y se vinculan con los demás desde un manejo permanente o casi permanente de estas debilidades, de manera que si no estamos bien parados teológicamente frente a este tema, es decir, conociendo lo que el mensaje cristiano tiene para decirnos acerca de la culpa, podemos llegar a caer fácilmente no solo en una depresión, sino también a arruinar la vida a los otros y hacer que todos caigamos por ese derrotero de la negatividad sin fin.

QUE NADIE Manuel Carrasco

Empezaron los problemas, se engancho a la pena, se aferro a la soledad
ya no mira las estrellas, mira sus ojeras cansada de pelear.
Olvidándose de todo, busca algún modo de encontrar su libertad
el cerrojo que le aprieta , le pone cadenas y nunca descansa en paz
y tu dignidad se a quedado esperando a que vuelvas

Que nadie calle tu verdad, que nadie te ahogue el corazón
que nadie te haga mas llorar hundiéndote en silencio
que nadie te obligue a morir cortando tu alas al volar
que vuelvan tus ganas de vivir

En el túnel del espanto todo se hace largo, ¿cuando se iluminara?
amarrado a su destino va sin ser testigo de tu lento caminar
Tienen hambre sus latidos, pero son sumisos y suenan a su compás
la alegría traicionera le cierra la puerta o se sienta en su sofá
y tu dignidad se a quedado esperando a que vuelva

Que nadie calle tu verdad, que nadie te ahogue el corazón
que nadie te haga mas llorar mintiéndote en silencio
que nadie te obligue a morir cortando tus alas al volar
que vuelvan tus ganas de vivir

            San Francisco de Sales decía que frente a nuestras debilidades, no tenemos que asombrarnos, no tenemos que confundirnos, no tenemos que desanimarnos y no tenemos que dejar de luchar.

            No asombrarse es clave para no errar el camino en orden a una vivencia aleccionadora, positiva, madurativa, amantiva de nuestras debilidades, errores –intencionales o no, conscientes o inconscientes-. Estamos en una dimensión mucho más amplia abierta por el amor, donde sabemos que aquí no hay nadie que nos vaya a mandar presos ni a cobrar una multa. Se trata del alimento que necesitamos para nuestra alma, así que por el momento olvidémonos de castigos y de reprimendas. No asombrarse, porque el que se asombra o se escandaliza de su propio pecado está incluso errando en la conciencia de que somos pecadores por nuestra naturaleza caída. Si me asombro o me escandalizo demasiado es probable que sea mi soberbia la que esté actuando en la mayoría de los casos, el orgullo, y no mi arrepentimiento. O una gran ignorancia, como si desconociera que el hombre no fuera capaz de lo mejor y de lo peor. Es como si dijera ‘¿cómo pude yo haber hecho semejante cosa?’ En realidad ese pensamiento llega a veces a ni tener tanta claridad y precisión, porque antes de que se pueda conceptualizar de esa manera ya estoy buscando los argumentos que justifiquen, expliquen, etc esa actitud de la que me siento culpable. Lo primero que tenemos que tener es un sano realismo, que se apoye en el conocimiento de los hombres, de la revelación.

            Lo mismo ocurre referido a las heridas que nos propician los demás. Por supuesto que hay heridas y heridas, Pero en algún momento me voy a tener que poner en sintonía con el sentido común, con el sano realismo de lo que somos los hombres en nuestra naturaleza. Ahora se está poniendo muy de moda cierta literatura de autoayuda para ‘sacarse de encima gente tóxica’. Debemos preocuparnos más por desintoxicarnos nosotros que en clasificar a la gente. Llama la atención cómo se ve a muchas personas leer acerca de “lo mala”, “lo perversa”, “lo traidora” que es la gente. Este es un realismo ‘insano’. Aunque es importante desayunarse de las estrategias que el pecado teje, no es bueno estar todo el tiempo viendo ‘la paja en el ojo ajeno’. Hacer funcionar la lengua siempre en un sentido crítico hacia los demás es realmente tóxico. Además hace falta un poco más de mesura, de tacto, porque las personas somos ‘mas o menos’ parecidas. Es cierto que algunas elegimos malos caminos y otras no, pero compartimos una pasta común.

           

            El no confundirse   “todas las cosas resultan para bien para aquellos que aman a Dios” (Rom 8,28). Esto es un salto de fe importantísimo: nada debe ser excluido de esta fe en que todo puede resultar bien, incluso las cosas más aberrantes, si media el amor de Dios. Todos los ‘¿por qué hice tal cosa? O ¿por qué tuve que pasar por tal otra?’: nada queda excluido de la misericordia de Dios. Todo puede conducir para bien, porque no es una facultad nuestra sino de Dios. Recordemos lo que canta la Iglesia el viernes santo: “Oh! ¡culpa feliz que nos ha traído tal Redentor”. Tomemos como ejemplo a San Agustín, que usó todos sus pecados para aprender a ahondar más profundamente en el corazón de Dios. Quizá, como remate, no haya algo más escandaloso que lo que dice San Pablo cuando dice “me glorío en mis debilidades”.

 

Si pudiera olvidar todo aquello que fui, Si pudiera borrar todo lo que yo vi
No dudaría, no dudaría en volver a reír
Si pudiera explicar las vidas que quite, si pudiera quemar las armas que use
No dudaría, no dudaría en volver a reír

Prometo ver la alegría, escarmentar de la experiencia
Pero nunca, nunca mas usar la violencia

Si pudiera sembrar los campos que arrasé, si pudiera devolver la paz que quité
No dudaría, no dudaría en volver a reír
Si pudiera olvidar aquel llanto que oí, si pudiera lograr apartarlo de mí
No dudaría, no dudaría en volver a reír

HASTA CUANDO Diego Torres

Mi cabeza da vueltas de tanto pensar y yo sigo parado en el mismo lugar
Es que me he dado cuenta que el tiempo no regresa y los que se han ido ya no volverán jamás
Recuerdos que añoro de algo que perdí, caricias y besos que yo vi partir
Si algo mas me olvido, es que no estas conmigo. La vida no es lo mismo si ya no estas aquí

Hasta cuando la tristeza vendrá por mi. Hasta cuando me seguiré sintiendo así
Hasta cuando las heridas y el dolo que no termina. Hasta cuando seguiré sintiéndome así
Ya no encuentro razones para respirar. Malditos errores que me hicieron mal
Y cuanto mas me pregunto no encuentro la salida. En esta vida ya no me quiero lastimar

Detrás de ti un abismo del que no puedo salir Ya no quiero mas seguir viviendo así

            Quizá venga bien recordar algún hecho vergonzoso en nuestra vida, sobre todo en nuestra vida infantil o adolescente, para detectar allí cuando todavía teníamos menos recursos, menos mañana para manejar la vergüenza o la culpa. Recordar cuál fue el hecho culpógeno o vergonzoso que nos alertó de que estábamos sobrepasando un límite, o un campo que no era seguro o propicio, independiente de que ese sentimiento haya sido objetivo o no. Voy a la vivencia y a la experiencia de la vergüenza y de la culpa para detectar en ella una especie de alerta emocional y espiritual sobre una especie de inocencia perdida. Y como esta alerta juega un papel vital en el desarrollo de nuestra salud psíquica y espiritual, cuando no es escuchada se expresa de diversas maneras, como por ejemplo escondiendo una parte de nuestro ser o algún objeto o cosa que nos produzca vergüenza. Similar al comportamiento de Adán y Eva, cuando nos damos cuenta de que se pone en marcha este mecanismo de protección de esconderse, de dirigirse hacia ámbitos oscuros para no ser mirado, para no quedar expuesto, hay que indagar en esto. Porque mas allá del dolor que produce en algún momento de vergüenza esta exposición, algo estoy queriendo esconder. Algo con lo cual yo tengo que conversar. Este primer sentimiento de vergüenza, de que no se vea, que no se note, que no se sepa (tantas imágenes de Jesús hay al respecto: “el que camina en tinieblas va a tropezar”, “la luz encendida no es para ocultarla debajo de la mesa”, “todo lo que se dice en la oscuridad de los pasillos será gritado a plena luz del día”). La primer manifestación que confunde siguiendo la línea de estos “no”, es ocultarse. Y esto es una característica atribuible al mal espíritu. El mal espíritu busca no redimir la culpa, sino ocultarla para que nadie se entere. Entonces en vez de actuar de una manera redentora, responsabilizándonos de los hechos para su perdón, reparación y restauración, y aprender uno y los demás lo que tengamos que aprender de esa experiencia, hacemos el camino inverso. En vez de ir hacia la luz, vamos hacia la oscuridad. Es que la exposición significa más dolor. Un descenso a la vergüenza, al riesgo, y no un ascenso al honor y al empoderamiento. Y el amor es como un reflector, doloroso pero verdadero, comprometido con nuestro bienestar. Sin que sea invasivo ni abusivo, el amor es verdaderamente luz. En un mundo caído nos relacionamos muchas veces deshonrando o agrediendo, y tapándonos o cubriendo, sometiéndonos al escrutinio de ojos y de palabras engañosas, y sucumbimos bajo el poder de una mala culpa o de una mala vergüenza, escondiendo nuestra pecaminosidad, imponiendo a otros vergüenzas que están erradas y nos corresponden a nosotros, o imponiéndolas cargas que nosotros ni siquiera moveríamos. Esto también es una réplica de las culpas no asumidas, no escuchadas, y de las vergüenzas que no reparan sino que lejos de eso, contaminan cada vez más. Estas culpas no asumidas, no escuchadas, terminan generando un sentimiento de desánimo, que hace que terminemos de apartarnos del camino.

 

HONRAR LA VIDA Eladia Blazquez

No, permanecer y transcurrir no es perdurar, no es existir ni honrar la vida!
Hay tantas maneras de no ser, tanta conciencia sin saber, adormecida…
Merecer la vida, no es callar y consentir tantas injusticias repetidas…
Es una virtud, es dignidad, y es la actitud de identidad más definida!
Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a presumir,
porque no es lo mismo que vivir honrar la vida!

No…! Permanecer y transcurrir no siempre quiere sugerir honrar la vida!
Hay tanta pequeña vanidad en nuestra tonta humanidad enceguecida.
Merecer la vida es erguirse vertical más allá del mal, de las caídas…
Es igual que darle a la verdad y a nuestra propia libertad la bienvenida!
Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a presumir
porque no es lo mismo que vivir honrar la vida!

 

            Hoy se está dando mucho entre chicos de niveles económicos no precisamente bajos, que no tienen ningún empacho en robar útiles, dinero, etc. Y uno se pregunta ¿qué está pasando, que ni siquiera hay registro de la culpa?. No se engañen. La hay. No sé dónde la mandan, pero la culpa está, porque es de alguna manera innata.

            Gandhi, cuando era adolescente, cuenta que robó a su hermano un reloj. Sintió culpa. ¿qué hizo? Pensó: ‘tengo que decírselo a mi padre’ (no a cualquiera, sino al padre) Estamos hablando de una cultura indú: patriarcal, donde el padre tenía toda la autoridad sobre él. En su discernimiento se dio cuenta de que el padre debía enterarse, y entonces, como la vergüenza era tan grande y no lo podía soportar, le escribió una carta. Y cuenta que no tenía miedo al castigo físico, porque su papá jamás lo había castigado, que no tenía angustia, pero sintió un sentimiento de desazón tan profundo que después se dio cuenta de lo que realmente sentía: cuando él permanece de pie frente a su papá, su padre comienza a leer la carta en voz baja y comienzan a caérsele algunas lágrimas. El padre no le dijo una palabra. No fue necesario. Gandhi no le dijo una palabra. No fue necesario. Se dio cuenta de que el temor que sentía, era herir el corazón de su padre.

 Este es el miedo más profundo con el que pocas veces contactamos: esa dependencia amorosa que tenemos con Dios o con la vida que nos circunda, o con los vínculos que nos rodean. Este es el mensaje que nos deja este ejemplo de Gandhi, como el de la parábola del hijo pródigo, y es que, en el fondo, no somos tan malos. No siempre nuestras vergüenzas y ocultamientos tienen como trasfondo un ego que se quiere salvar a cualquier costo. Muchas veces, lo que hay en el fondo es un dolor muy profundo por el dolor que causamos. Es un dolor muy profundo por el amor que nuestro corazón siente. Es una conciencia sutil, susurrante, casi imperceptible, de que en definitiva todos dependemos de todos, y que traicionando al otro o a mi mismo, estoy de alguna manera cortando un tejido de la trama de lo humano y de lo vital.

Los pueblos que están más en contacto con la naturaleza, que tienen esa exquisita sensibilidad para pedirle permiso al río para sacarle un pez, pedirle permiso a un animal para matarlo y consumirlo, esto que a veces nos parecen ritos infantiles, en realidad están reflejando esa inocencia de nuestro corazón que vamos perdiendo tras las corazas y las capas de vergüenzas no asumidas. Ese es el fondo al cual Jesús quiere llegar con su mensaje, animándonos a que , si sentimos que no tenemos fuerzas para enfrentar nuestras culpas, es, en definitiva, porque amamos.

 

HÉROE Il Divo
Como un libro que no sabes el final, y te asusta lo que lees así la vida es.
Cuando naces ya te expones al dolor y de a poco y con valor logras crecer.
 
Como a un libro el corazón nos enseña que hay temor
que hay fracasos y maldad, que hay batallas que ganar
y cada pagina el amor nos convierte en luchador
si descubres lo común no hay un héroe como tu .
 
Son muy pocos los que se arriesgan por amor, pero tu tienes la fe eso lo es todo .
No te caigas que vivir es aprender, que hoy hay nada que temer si crees en ti .
 
Solo Dios sabe donde y cuando la vida nos dirá: lo has hecho bien
Solo, como un sueño, solo, sabrás como vencer...
 
Norberto Levy, autor de “El asistente interior”, tiene muchos ejercicios para dialogar con estos sentimientos, por ejemplo, imaginándolos sentados frente a mi y conversando con don o doña culpa. Por eso también hablé de vergüenza. Porque a veces el sentir o la vivencia tiene que ver más con la vergüenza. Si no administramos bien esta vivencia, podemos llegar hasta estar al borde del suicidio, porque las olas de las acusaciones que vienen del mundo en este sentido, no vienen de Dios: tristeza que lleva a la muerte, implica una visión del sufrimiento como perpetuo e interminable. Esta visión responde a voces que no vienen de Dios sino del mundo. Lo que viene de Dios es ese sentimiento que me lleva a ponerme en pié lo más rápidamente posible y a pedir perdón, a buscar el abrazo del Padre. Delatar, confesar la situación también es muy importante. Tenemos que reconocer nuestras culpas, que es reconocer nuestras heridas, que es reconocer nuestras debilidades. Entonces vamos a entender cuando Pablo dice “me glorío en mis debilidades”. Debe haber entendido la fuerza de la asistencia de Dios, y es tan grande la lucidez que embarga al alma una vez que ha conocido la vulnerabilidad, es tan grande el aprendizaje que se hace al tocar lo más profundo de la herida, que Pablo llega a decir “soy fuerte en mis debilidades”: una frase verdaderamente audaz.

 

Participan los oyentes

          Si Dios conoce nuestro corazón ¿por qué no basta reconciliarse directamente con El sin que un cura que tiene las mismas limitaciones humanas que nosotros?

GL: No se termina de concebir que la Confesión no tiene que ver con que alguien me asesore o me guíe. En realidad, el sacerdote está representando a la comunidad, a la que de alguna manera también hemos herido cuando erramos. Originalmente estas confesiones –y actualmente muchas comunidades cristianas han vuelto a estas prácticas, no sacramental pero sí en el plano del ‘denunciar’- son el primer paso liberador, porque esto que sale de la oscuridad y se expone a la luz del día hace que la vergüenza no comience a tejer un caldo neurótico y muchas veces atormentador para el alma. Esto tiene una sabiduría humana –no solo cristiana- muy profunda. El poder delatar ante aquel a quien uno sintió que más hirió. En el ejemplo que poníamos de Gandhi:, por sobre todo a su padre, a quien él sentía que más había herido por deshonrar la educación que había recibido, aunque también a su hermano a quien él había robado. En ese sentido hay que leer la confesión: como la posibilidad de delatar nuestros fracasos, nuestras caídas, nuestros pecados, delatar el mayor o menor grado de intencionalidad. Y por favor, discúlpenme, hermanos sacerdotes, si les pido por favor que no disculpen anticipadamente a las personas que a veces quieren realmente descargar sus almas del peso de las culpas y muchas veces se encuentran con sacerdotes que subestiman todo lo que esa persona vive o siente y trata de terminar haciéndole sentir que no pasó nada. Creo que ese no es un camino liberador ni tampoco es la forma en que el sacramento de la reconciliación opera desde la gracia. A medida que el amor crece, crece también la sensibilidad para con el pecado.

 

          Empecé a sentir vergüenza y culpa cuando abusaron de mí siendo niña, y empecé a esconderme. Ya no vivo

GL: hay un personaje bíblico que viola a una mujer y después la repudia, le dice que se vaya que no la quiere ni ver. Es una manifestación típica de las faltas graves: es tan grande el daño que se hace, que el odio que iría hacia la propia persona responsable, se inocula a la víctima. El odio, desprecio, humillación, deshonra que se le inocula en eso que es sagrado, actúa en ellos, porque los niños, carecen de recursos para defenderse de esa inoculación, y se hace cargo, porque además generalmente el abusador lo amenaza si dice algo. La buena noticia es que Jesús puede sanar eso: no hay que ‘casarse’ con ese dolor, no hay que resignarse a convivir con él . Sobre todo, llegado un punto hay que ver sobre todo cuales son los beneficios secundarios de haber vivido tantos años con esos silencios, con esas culpas, con esas complicidades, con esas heridas. Hay que ventilar la vergüenza, y en ese sentido hay que trabajar con un equipo donde llorar todas esas broncas, odios, resentimientos, y orar mucho, hasta que Jesús entre por todos los rincones del alma herida y ponga su luz y su consuelo