04/12/2015 – Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David”. Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: “¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?”. Ellos le respondieron: “Sí, Señor”. Jesús les tocó los ojos, diciendo: “Que suceda como ustedes han creído”. Y se les abrieron sus ojos. Entonces Jesús los conminó: “¡Cuidado! Que nadie lo sepa”. Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región.
Mt 9,27-31
¡Bienvenidos a la Catequesis! Con sinceridad de corazón, ¿en qué cosas estás ciego? ¿Cuál es la causa por la que Dios no actúa más fuertemente en tu vida? Posted by Radio María Argentina on viernes, 4 de diciembre de 2015
¡Bienvenidos a la Catequesis! Con sinceridad de corazón, ¿en qué cosas estás ciego? ¿Cuál es la causa por la que Dios no actúa más fuertemente en tu vida?
Posted by Radio María Argentina on viernes, 4 de diciembre de 2015
¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden? Es una pregunta comprometedora la de Jesús. El adviento nos hace vivir en esta vigilia de saber que alguien está viniendo y que lo esperamos. Se conjugan también en el adviento estas dos realidades: alguien que viene y alguien que espera. Sin estas dos realidades no hay adviento. Si no espero falta una pata.
El evangelio de hoy nos hacen pensar en esta mutua complementación: Dios que da el don al alma que lo necesita y lo pide, y ésta alma que pide es consciente de aquello que pide y necesita. No nos debemos dormir ante la luz que llega, sino que tenemos que esperarla. El Señor viene y convierte lo árido en bosque. Es la primera lectura de hoy, en la que el Profeta Isaías nos habla de esta transformación. El Señor pasa y los ciegos saltan de estremecimiento porque sus ojos ven por primera vez. El carga la tristeza, los sufrimientos y dolores de los hombres porque Él es la salvación. Su milagro exige la confesión personal de la enfermedad de quienes la están padeciendo, con fe y su poder y su abandono en libertad.
Al ciego que quiere ser ciego nadie lo puede sanar. Al hombre no quiere creer, nadie le puede hacer creer. Es el misterio donde se une la omnipotencia de Dios con la fe del hombre. Dios nos regala todo su don y amor, pero si nosotros no creemos y no confiamos ese don queda como suspendido esperando ese acto de fe que tenemos que hacer. Muchas veces aquí esta la traba de por qué la acción de Dios no aparece fuertemente en la vida, porque no lo reconozco. Dios que te creó sin tí no te salva sin vos, dice San Agustín. Este es el acto de fe, ser conscientes como el ciego que le gritó al Señor. ¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden? Que suceda como ustedes han creído.
Quizás muchas veces pedimos a Dios muchas cosas pero sin asumir el desafío de reconocer aquello que está padeciendo nuestra vida, entonces ese poder infinito de Dios está esperando la súplica y la fe es reconocer que Él puede hacerlo y darle permiso a que lo haga. Hay que celebrar la venida del Señor que es fiesta y vida, y hay que desear ese encuentro. Si no hay deseo no hay lugar para su llegada.
También hay un pasaje del evangelio en San Lucas donde el ciego clama a Jesús, “Señor que vea”. Lo primero que tenemos que pedir es la capacidad de poder ver con nitidez aquello que está ausente en nuestra vida, y que quizás todavía no lo podemos distinguir.
Tras la confesión de fe de los ciegos, Jesús los despide curado. Lo mismo con el padre de una niña muerta “no temas, basta que creas y vivirás”. En ese mismo episodio, momentos antes, también curó a la hemorroísa que le había tocado el manto “hija tu fe te ha salvado, vete en paz”. “Que grande es tu fe” le dirá Jesús a la mujer hija de los cananeos. Todo es posible para el que cree. Los apóstoles se manifiestan al Señor y conocen que su fe es insuficiente, “Señor, auméntanos la fe”. Y es allí que Jesús nos enseña “si tuvieran la fe de un grano de mostaza dirían a la montaña arrójate al mar y la montaña les obedecería”.
A nosotros también nos falta fe ante los acontecimientos que nos cuesta interpreta. Si vivimos con la mirada puesta en Dios, no tenemos que ver nada. La fe si es fuerte defiende toda nuestra vida, con ella podemos alcanzar frutos que están por encima de nuestras pocas fuerzas, y no vamos a tener imposibles. Es Jesús quien nos invita a vivir de la fe. Es el tesoro más grande que tenemos y por eso lo tenemos que poner como centro de nuestras vidas. ¿Por qué es necesaria la actitud de fe del creyente?. Por dos motivos. Primero porque nos permite reconocer lo que somos y como somos. Sin lugar a dudas la luz de la fe permite que tengamos que descubrir que somos imperfectos, que tenemos falencias, y la luz de la fe nos hace ver nuestro pecado y aquello que nos cuesta aceptar. Asumirnos tal cual somos es el primer paso. Y en segundo lugar, si hemos asumido como soy, me reconozco, la segunda parte es comunicárselo al Señor, ponerlo bajo su mirada para que actúe. La omnipotencia de Dios espera que nosotros hagamos ese reconocimiento, porque si no nos abrimos reconociendo lo que soy para que Dios obre, Él no puede hacerlo. Si cedemos y nos quedamos de brazos cruzados sabiendo que todo lo puedo sin la ayuda a de Dios o al revés, me siento porque yo no puedo hacer nada, allí hay una traba para que el proceso de la fe nos acerque al don que Dios nos ofrece.
Necesitamos confianza y serenidad. La Virgen nos da ejemplo, ella es mujer creyente, aquella criatura de la que venían hablando los libros sagrados desde el comienzo del Génesis. El don de Dios encontró en ella docilidad de corazón y apertura, por eso fue la Madre de Dios.
El evangelio nos lleva a preguntarnos por nuestras cegueras y si realmente estoy poniéndome a disposición de Dios para que me cure o soy yo quien está impidiéndo su obrar.
Jesús nos hace notar el valor a las disposiciones humanas cuando pregunta “¿crees que puedo hacerlo?” Esto nos ayuda a explicar muchas veces por qué pedimos cosas que a veces no conseguimos. Es necesario pedir a Dios, antes de comenzar la oración, que aumente nuestra fe. La fe es un don que hay que pedir todos los días, que nunca uno puede sentirse satisfecho. Pedir cada día al Señor que aumente nuestra fe. “Señor, frente a esta situación o este dolor aumentá mi fe para que pueda ver”. Es la fe la que nos abre al obrar de Jesús. No es aceptar verdades intelectuales, sino que supone una confianza en un alguien: “Yo sé en quién he puesto mi confianza” dice San Pablo. Lo dice en un momento crítico de su vida, encarcelado y en medio de sufrimientos. A pesar de lo que le pasaba, dice “yo sé en quién he puesto mi confianza” (2 Tim 1, 12), incluso quizás sin comprender lo que le pasaba.
En este tiempo de preparación a la Navidad, Jesús nos dirige a cada uno la pregunta ¿Creés de verdad en lo que vas a celebrar? ¿Que el Hijo de Dios se hace hombre para liberarnos de la muerte?. Jesús nos desea y nos advierte “que suceda conforme a tu fe”. Es decir, todo eso que decimos creer se hará realidad en que creamos en la entrega sin límite de Dios por nosotros y lo vivamos cada día. Creer así, sería para nosotros el mejor regalo de navidad.
La fe es el don de Dios pero también el compromiso nuestro. Yo tengo que abrir el corazón y pedir la luz para ver y aceptar lo que soy y que me pasa y así poderlo pedir a Dios.
Padre Daniel Cavallo
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