05/06/2025 – En su oración final, Jesús clama al Padre por la unidad de sus discípulos: que todos sean uno, como Él es uno con el Padre. Esta unidad no es uniformidad, sino comunión real que se construye día a día con misericordia, perdón y gestos concretos. En tiempos de distancia, la Palabra nos llama a sanar las heridas y volver al encuentro.
En el Evangelio de Juan 17,20-26, Jesús pronuncia una oración de una profundidad única. No ruega solo por sus discípulos inmediatos, sino por todos los que, a través de la Palabra, creerán en Él. Ruega por nosotros.
“Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti…”
Este es el sueño de Jesús: que su comunidad sea un reflejo vivo de la comunión trinitaria. Conocer el nombre del Padre es descubrir la misericordia que transforma nuestras heridas en puentes, nuestras distancias en reencuentros.
Caminar hacia la unidad: superar diferencias con misericordiaLa unidad no se logra eliminando diferencias, sino encontrando en ellas puntos de encuentro. Jesús nos revela que la comunión se construye en lo concreto: reconciliándonos, perdonando, celebrando la misericordia.
El hijo pródigo, en su peor momento, recuerda el rostro del Padre y dice: “Volveré”.Ese recuerdo amoroso, esa memoria afectiva, es el inicio del camino de regreso. También nosotros necesitamos activar ese lugar interior desde donde reconocemos al otro como hermano.
El perdón: camino para la comunión auténticaLa vida familiar, comunitaria o social está llena de heridas. No hay relaciones profundas sin tensiones, y no hay unidad sin reconciliación.
“La gloria de Dios es que sean uno”, dice Jesús.
El teólogo Amadeo Cencini afirma que el perdón es el corazón de la vida comunitaria. La reconciliación no solo sana lo roto, sino que impide que el pecado obstaculice los lazos fraternos. Donde no hay perdón, no hay proyecto común. Sin reconciliación, no hay comunión duradera.
Reconciliarse no es fruto de un impulso, sino de un proceso. Requiere reconocer el daño causado, ponerle palabras al dolor, aceptar las distancias que nos separan.Muchas veces decimos: “No puedo”, “me duele”, “no sé cómo empezar”. Es normal. Pero ese primer paso —incluso tembloroso— es ya gracia de Dios.
El vacío de la distancia se llena con gestos y palabras. No se trata de “tapar” el dolor, sino de transformarlo en puente, en camino de comunión.
Reconstruir vínculos requiere asumir un camino penitencial:
Reconocer la herida
Asumir la responsabilidad
Ponerle palabras al silencio
Dios sueña con este reencuentro, pero no lo fuerza. Lo inspira con suavidad y lo fortalece con su Espíritu. Nos da su Palabra como guía, su misericordia como medicina y su amor como motor de toda reconciliación.
La oración de Jesús no es solo un deseo. Es una misión: vivir como hermanos.La historia de Caín y Abel nos recuerda que “no se puede vivir sin el hermano”. Dios no entiende a sus hijos sin la fraternidad. La mirada de Dios se posa donde hay reconciliación, donde la comunión es celebrada, donde el perdón se vuelve estilo de vida.
Jesús pide que el amor del Padre esté en nosotros. Ese amor nos impulsa a superar lo que divide, a construir con paciencia, a sanar lo roto.La Palabra, contemplada y vivida, nos hace testigos de un Dios que no abandona, que no se cansa, que cree en la posibilidad del reencuentro.
Mirá la catequesis.
Escuchá la catequesis en vivo de lunes a viernes a las 8:00 por radiomaria.org.arSuscribite a nuestro canal de YouTube.Sumate como aportante y ayudá a evangelizar: Quiero ayudar
También te puede interesar:Catequesis anteriores.