18/04/2016 – Nuestra vida se da entre el creer y la fe que nos falta, como Tomás, quien en medio de dudas dice el “Señor mío y Dios mío” cuando antes no había creído.
¿La imagen que tenemos de Dios concuerda con nuestra realidad o será una fantasía? Nos preguntamos mientras nos adentramos en el misterio de encuentro con Jesús. ¿Qué hay de fantasioso, que hay de irrealidad, de caricatura en nuestra imagen de Dios y qué de verdad?.
“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre”
Jn 1, 18
La imagen no es lo mismo que la noción de Dios. La noción sale de la mente, del conocimiento. La imagen sale del corazón y de la vida. Podemos tener una noción correcta y ortodoxa de Dios, y tener una imagen falsa. Podríamos llamarle, el rostro ideal de Dios. La noción no es una idea de Dios. Dios es eterno, perfecto, inmutable. Por la mente conocemos intelectualmente a Dios y podemos hablar de él. En este sentido, estamos acostumbrados a transformar a Dios en un tema. Muchas veces discutimos sobre su existencia sin que eso afecte la nuestra. Dios no deja de ser una idea necesaria, conveniente o, a veces, hasta molesta cuando aparecen algunas discusiones.
La imagen nos da una vivencia de Dios. A Dios lo vivo como bueno, justo y misericordioso; o como severo, injusto, incomprensible y vengativo.
La imagen le da rostro a Dios y crea un modo de vincularnos con Él. Nos comunicamos con él de acuerdo a la imagen y no a la idea que tenemos de él. La noción sirve en todo caso, para darle fundamento racional a la imagen que tenemos de Dios. De ahí que sea muy importante descubrir que imagen tenemos de Dios, a través de mi vivencia de Dios, de mis actitudes de vida, de las expresiones espontáneas que describen rasgos de mi vinculación real y no teórica con este Dios vivo.
A veces cuando queremos hablar de Dios, recurrimos a la noción que tenemos de él. En vez de expresar la imagen por la que vivenciamos su presencia. Es en el compartir, en el revisar, en el volver con humildad a recomenzar desde el amor cuando podemos ir creciendo en el vínculo con Dios. Ese vínculo con el Señor crece cuando nos dejamos hacer por Dios, lo dejamos hacer de Dios que es lo que más sabe en nosotros.
La idea de Dios no se refiere necesariamente a la vida y la experiencia. De hecho hay teólogos, grandes conocedores de Dios, pero que no tienen experiencia de Dios. La noción no es la idea. Dios es más que la idea.
Hay que nacer y renacer una vez más al encuentro con Dios, y en el trato personal con Él de un “tú a tú”, descubrir cómo se enriquece esa noción que tengo de Dios. La imagen le da rostro a Dios y eso crea un modelo de vincularnos con Él.
Por ejemplo, qué difícil es hablar de la paternidad de Dios en un mundo de tanta orfandad. Hablar de Dios como Padre cuando no se encontró un alguien de carne y hueso que halla sido padre para el catequizando. Qué difícil hablar de fraternidad en un mundo en el que el individualismo y el “sálvese quien pueda” es la ley. Es posible hablar de fraternidad, pero tener la experiencia profunda de ser hermano es otra cosa. ¿Cómo hablar del camino de la oración en un mundo que cree que Dios ha muerto?.
Para la experiencia viva de Dios es decisiva la vida comunitaria, porque en ese pequeño lugar fraterno, orante y guiado pastoralmente por la presencia del Señor que vive en medio de nosotros, donde uno aprende a hacer camino de verdadero conocimiento de Dios. Un Dios que necesita de una definición pero sobretodo de una profunda experiencia de Dios. El evangelio necesita ser vivido más que ser aprendido, o en todo caso, bien vivido irlo aprendiendo.
Mientras uno confronta con la idea de Dios con lo que vivimos, vamos aprendiendo a descubrir que no tenemos muy ajustado a lo experiencial esa imagen.
Es necesario evangelizar la imagen que tenemos de Dios en la vida. Pasar de las caricaturas que tienden a una deformación y convertirnos a la imagen de Dios revelada en Jesús. De este modo, la imagen de Dios será cada vez más real a través de la experiencia del amor de Dios, que hace camino y gracia interior, comunión y vida en unidad con Él. Por un proceso de evangelización interior de paso de la noción, de la idea, de la caricatura a la imagen real, a la imagen que se acerca a la realidad de Dios.
¿Cómo podemos hacer para recorrer un camino que nos permita ir como transformando la caricaturas en imagen real? Pasar de la racionalidad en la fe, a la vivencia de la fe. Que supone un poner ya no sobre ideas que dan sólo razones de la fe, sino sobre la vida misma, nuestra convicción de creyente.
¿Qué tenemos que hacer para evangelizar la imagen de Dios?. La imagen puede hacerse a la realidad o estar deformada; puede ser un rostro o una caricatura. Por eso necesitamos evangelizar esa imagen que tenemos de Él. Necesitamos recorrer un camino en donde pasemos de la racionalidad de la fe a la vivencia de la fe. Eso supone ya no poner sobre ideas lo que creemos sino en la vivencia de lo que afirmamos.
Nos valemos de 4 caminos: El camino de la conversión y el camino de la interioridad; el camino de la fraternidad y el camino de las Escrituras.
De la experiencia de nuestra conversión, porque dejar la condición de pecador por el arrepentimiento, supone la confianza en el Dios que perdona. Allí donde yo no puedo conmigo mismo, Dios puede. Con los instrumentos de que se vale para poder en mi vida. Es la experiencia de un Dios que ama y es misericordioso desde la cruz. Dios que es rico en misericordia por el gran amor con que nos amó dice Pablo en la carta a los Efesios: “Precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados nos hizo revivir con Cristo. Ustedes han sido salvados gratuitamente”.
Esta gratuidad misericordiosa de Dios que sale a nuestro encuentro para regalarnos la gracia del amor que transforma y liberándonos del pecado que esclaviza. Es esa experiencia donde uno se ve abrazado en la misericordia de Dios inmerecidamente.
En el camino de la interioridad, nosotros podemos ir haciendo este proceso que pasa en nuestro interior. Avanzamos a través de una conversión progresiva a la caridad y a un abandono interior del amor a Dios que va como transformando en la unidad a la persona en comunión con Jesús, en el Padre.
Por el camino de la interioridad nosotros descubrimos que la imagen de Dios que buscamos está vinculada a una relación con Dios que tenemos y dicha relación pasa por un vínculo que surge de lo más hondo de nuestro ser. Eso que llamamos corazón, núcleo existencial de nuestra vida.
Vivir la relación con Dios desde la interioridad en perspectiva de unidad, de comunión, es lo que nos permite ir como sacando del medio todo lo que obstaculiza ese camino, para terminar por encontrarnos con el rostro real de quien es Dios en nuestra propia vida.
Nos damos cuenta de que dimos en el blanco, que dimos en el centro, que es real nuestra experiencia de vinculación con Dios cuando los frutos y los efectos que ha dejado en el corazón son: paz, armonía, serenidad, vínculo fraterno, experiencia de la misericordia para con uno mismo y para con los demás, esperanza en la lucha en las cosas de todos los días, deseos de poder cargar con el peso de la propia existencia, espíritu de colaboración y de servicio para con los demás. Cuando todo esto va dejando una huella en nuestro corazón es porque el paso de Dios ha sido real.
Por los frutos se conoce el árbol. Por eso cuando hacemos discernimiento de nuestro proceso, más que el sentir, vemos los frutos. Sino no convencemos a nadie y nos quedamos con ritos y normas que cumplimos, pero no hacemos experiencia de Dios. Cuando no es real ese encuentro, los que no creen se dan cuenta, no sienten aroma a Jesús y por ende no les interesa encontrarse con Él.
Padre Javier Soteras
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