13/05/2019 –
Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”. Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.”
San Juan 10,1-10.
Para reconocer a Jesús Resucitado el evangelio nos dice que tenemos que estar atentos a su Voz. La vista no es un camino directo: vimos como Jesús resucitado se hace visible y luego se vuelve invisible, acompaña por el camino y su apariencia es la de una persona cualquier, más que por su apariencia quiere que lo reconozcan por los signos: las llagas, el gesto de partir el pan, la pesca. El Señor se deja ver pero el brillo de su Gloria es humilde. No crece en visibilidad. Las señales visibles que da son más bien invitaciones para que los testigos lo vean con los ojos de la fe. Y ese es el mensaje que nos comunicaron los testigos. El evangelio nos hace ver que Jesús no sigue la dinámica de la imagen, del ojo que no se sacia de ver y siempre quiere ver más. El Señor es más bien sobrio en lo que muestra.
Sus apariciones empujan, invitan, atraen a la fe. Incluso con retos, como a los de Emaús. ¡Qué cabeza dura son ustedes! ¡Cómo no creen!
La Gloria del Resucitado no brilla ni brillará más en su imagen exterior. No hay más para “ver” que lo que vieron los testigos en esos 50 días. No hay otras visiones que las que están narradas en los evangelios.
En cambio para oír, para oír y escuchar y seguir y obedecer hay para rato. El Espíritu será el encargado de “hablarnos” de Jesús. En Juan, el Señor expresa esto con toda claridad: Mucho tengo todavía que decirles, pero ahora no pueden con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16, 12-14).
El Señor se quedó con “cosas para decir”. Lo que tenía que hacer, lo hizo todo. “Todo está cumplido”. Lo que teníamos que ver de Él lo mostró todo: las manos clavadas, las llagas resucitadas… Cuando me vean “alzado en alto, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32).
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