Recuperar el niño interior

martes, 11 de agosto de 2015
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Niña con flor

11/08/2015 – En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.  Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.  Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.”

¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.”

Mt 18,1-5.10.12-14

 

¡Bienvenidos a la Catequesis! Hoy en el evangelio se nos invita a hacernos como niños. ¿En qué parte de tu vida el Señor está clamando por ir a lo original en vos, lo más auténtico de tu niño interior?

Posted by Radio María Argentina on Martes, 11 de agosto de 2015

Ser como niños

Los que son como niños, nos dice el evangelio, viven en esa clave, viven anticipadamente el cielo, viven la eternidad desde ya. Uno podría decir “pero si hoy mi vida es un infierno”… ¿cómo salir? También la palabra nos dice “como un niño en brazos de su madre así te cobijo y te llevo”. Todos, aún los que somos grandotes, tenemos registro y necesidad de que nos hagan “upa” y de sabernos amados. Dicen que esos momentos de mayor crisis de la condición humana como el encierro, la tortura, la persecución, la cárcel, una enfermedad extrema… la primera expresión que sale desde el inconsciente es “papá” o “mamá”. Es como si la condición de niñez y pequeñez estuviera connatural a nosotros y se manifiesta en éstos momentos extremos. 

Thomás Kempis, dice que dos modos tiene el Señor de visitarnos: con el gozo del consuelo o por la tribulación. El Señor está cerca y entonces toda la estructura de convivencia junto a otros comienza a sufrir esa criba necesaria entre Él y el encuentro con nuestra situación más pobre y pecadora. Por eso hacerse como niños supone la presencia del Señor en donde regala don de consuelo y, al mismo tiempo, presencia del Señor que nos purifica y nos vuelve a nuestra condición original.

Hay personas adultas que habiendo asumido roles muy importantes en la vida no pierden nunca la frescura de la niñez de que habla el evangelio hoy, aunque no es lo habitual. Esto queda para los sabios, las personas maduras que van manteniendo fresca la vida. Tienen muchas responsabilidades y a la vez son simples. Cuando uno se cree importante y se pone “trajes” pesados, nos desubicamos. Por eso Jesús dice qué bueno permanecer como niños.

Todos, a pesar de que hemos crecido, tenemos necesidad y registro de este lugar al que pertenecemos aunque seamos grandes, que es el lugar del abrazo y de la ternura a donde el Papa Francisco nos invita a renovarnos desde la espiritualidad de la ternura. No nace de un corazón que se hace “blandengue”, ni de una actitud infantilista ante la vida, sino de un corazón que teniendo consciencia de la propia fragilidad y las propias heridas se deja amar por Dios. Y desde allí tiene una mirada sobre los demás. Sino, nos vamos poniendo como muy duros, y la necesidad de defendernos de lo que nos ocurre nos hace ultra críticos. Y comenzamos a ver todo con los anteojos oscuros, como creyendo que mientras más duros somos más responsablemente vivimos el mundo adulto.

Es importante hacer este camino de cara al Señor, frente a su consuelo, en donde uno se siente grande sabiéndose seguro. O también con la visita de Dios que purifica.

La Palabra nos vuelve a invitar a ser como niños desde el lugar de la grandeza de Dios. La presencia de la niñez de la que habla el evangelio deviene del encuentro con la grandeza del Señor. Uno cuando está ante personas realmente importantes, no se siente apocado, sino frente a un “grande” y dice “qué pequeño soy yo”. Cuánto más cuando nos ponemos ante la presencia del Señor: “como niños en brazos de su madre así quiero consolarte”.

“Si no se hacen como niños no van a poder ingresar ni entender el reino”. El reino de Dios está cerca, eso es evidente, pero para poder descubrirlo y gozarlo hay que abrir el corazón, y recibir el mimo con el que Dios nos trata como Padre como también dejar que con su presencia nos purifique y nos saque nuestras corazas de “creídos”. No es fácil en el mundo de hoy exigente y exitosos, lleno de premisas mundanas de “importancia”, permanecer como niños. Y al mismo tiempo no es cuestión de apocarse, sino de ser “niños” capaces de ser luz del mundo y sal de la tierra. ¿Cómo permanecer frescos y sencillos en el mundo sin ser “inocentones” porque el Señor nos quiere astutos?. O me pongo en manos de quien me lleva, me conduce y me sostiene… o no hay forma. Cuando no nos ponemos en sus manos aparecen los esquemas de autodefensa en un mundo complejo y jugamos a ser adultos con “ropajes”. “No lleven nada por el camino” dice el Señor, porque en realidad Él viene con nosotros y nos da todo lo necesario. Que Él nos revista con su amor y su gracia.

La imagen que nos puede ayudar es la de los niños que se ponen los zapatos de sus padres. Es gracioso pero ridículo. Lo mismo nos puede pasar a nosotros. Que el Señor nos regale esta gracia de que mientras vayan pasando los años vayamos ganando sabiduría, y que ésta nazca de un corazón confiado y entregado que vive el presente adelantando la eternidad cada día.

 

Vivir con pasión el momento presente

Cuando nos quitan los sueños, nos golpean las ilusiones, nos roban la confianza y nos invitan a guardar y aprisionar todo para que no se escape, se nos va apagando el deseo de vivir, los sueños desaparecen y se nos entibia la vida, perdemos la pasión. Los cristianos estamos llamados a ser testigos apasionados de un tiempo mejor que vendrá. No hay lugar para la cosa dura. Decía Pablo VI que los hombres de hoy lo que buscan en nosotros es encontrar en nuestra mirada, nuestras actitudes y nuestro trabajo, a aquel que contemplamos con el corazón. Y para eso hace falta tener la mirada de un niño. Un cristiano que tiene a Dios adentro vive el presente con pasión. El Papa Juan Pablo II, en las puertas al inicio del tercer milenio, invitaba diciendo que “vivan el pasado en acción de gracias, vivan el presente con mucha pasión y vivan el futuro como la profecía de los tiempos nuevos que vendrán”.

El presente, donde se juega la salvación, es necesario vivirlo con pasión. Ayer pasó, y si bien no todo está puesto en su lugar, tenemos razones de sobra para dar gracias a Dios. Mientras tanto, la pasión por el presente es donde se juega la vida de todos los días del cristiano, llamado a ser luz del mundo y sal de la tierra, fermento en la masa. De ahí que el Papa Francisco nos dice “salgan, vayan a las periferias existenciales, lleven luz, no se queden encerrados en el templo”.

Ayer celebrábamos a San Lorenzo, y en la vida de él como en la de San Esteban, el primer mártir, se le abre el cielo por delante y el drama humano queda bajo una perspectiva de eternidad que hace que todo el dolor sea nada ante la presencia de Dios. Necesitamos pedirle a Dios que se abra el cielo para siendo como niños, anunciar con astucia que es inevitable atravesar las situaciones de contradicción que la vida nos pone pero al final de la historia nos espera la Gloria de Dios. Que se abra el cielo delante de nosotros, que nos animemos a caminar con el corazón lleno de gozo y alegría, sabiendo que es necesario atravesar con dolor lo de todos los días pero con la certeza que el triunfo está asegurado. 

 

La batalla de David y Goliat

La historia de David puede ayudarnos hoy. Están los Filisteos queriendo vencer al pueblo de Israel. Ponen delante del pueblo a una serie de personas bien armadas, entre ellos al gigante Goliat. Y piden que aparezca un oponente del pueblo de Israel. Mientras esto acontece, todos comienzan a retroceder. Y ahí surge en medio de la tropa, un personaje, David: “No seas temerario” o fanfarrón, le dice su hermano, como diciendo “no quieras asumir riesgos más grandes de los que podés”. ¿Qué lo mueve a David? La consciencia de que Dios está con Él. Y David no lleva nada y a la vez todo. Una honda con unas piedras y algunos palos. El filisteo se acercó más y más a David y le pregunta ¿por qué venís con palos y piedras como si fuera perro?. A David le habían puesto un ropaje especial para enfrentar el desafío pero le era tan incómodo que se lo sacó y fue vestido como lo hacía habitualmente, como pastor.

En el enfrentamiento, David tomó su hondera, colocó una piedra y le dio en la frente al Filisteo que cayó en tierra. Después tomó la espada del Filisteo y le cortó la cabeza.

A nosotros también la realidad nos parece como un gigante. “¿De qué me voy a vestir para afrontar semejante situación?”. De lo que sos, de autenticidad. La verdad de lo que somos aparece ante la presencia de Dios. Si en su nombre afrontamos la realidad, con verdad, ciertamente vencemos. Este ser como niños es una llamada a la autenticidad. 

David se puso una ropa de vencedor que no le cabía, y hasta le quedaba incómoda. Venció cuando se puso en verdad, como lo que era, chiquito pero en manos de Dios. 

El que es como niño avanza confiando y abandonarse. En el mundo complejo donde todo está calculado y definido, esto de abandonarse y confiar es una locura. Al contrario, hay que ser desconfiado y tener todo a mano para “que no se nos escape la tortuga”. El Señor invita en prudencia liberarse del autocrontrol y abandonarse en el lugar donde Dios tiene el control. Los niños necesitan la figura de un mayor que le cubra las espaldas. Cuando un niño es seguro en sí mismo es porque sabe que alguien lo cuida.

Para recuperar nuestra condición de autenticidad sacándonos el ropaje que nos ofrece el mundo, necesitamos abandonarnos y confiar en un Dios que nos sostiene y orienta. Sólo así es posible creer en un mundo nuevo. El niño que hay dentro nuestro tiene un saludable sueño del mundo que Dios le quiso regalar. ¿Cómo permanecer con la mirada puesta sobre el mundo que vendrá soltando desde dentro nuestros sueños escondidos?

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Vivir confiados y abandonados

Para ser como niños es necesario confiar y abandonarse. Son dos actitudes complejas en el mundo moderno, donde abandonarse sería como una locura. El Señor cuando nos invita a seguirlo, ciertamente parece una locura. El niño necesita constantemente una certeza que le de seguridad, la figura del padre y de la madre que puede no ser el padre ni la madre biológico pero si una presencia cercana.

Eso les permite crecer en libertad, propio de esa inocencia de que aunque el mundo se esté cayendo, ellos están confiados. Hacerse como niños, pero sin perder el contacto con lo que acontece, nos da la confianza para creer en que es posible hacer un mundo nuevo y soñar con algo distinto. Sino difícilmente podamos crear algo distinto.

¿Cómo permanecer con la mirada puesta sobre el mundo que vendrá, soltando desde dentro de nosotros los sueños que tenemos escondidos y el deseo grande que hay en nosotros de que se hagan realidad en el presente, viviendo en lo de todos los días? Teresita del niño Jesús, gran maestra del camino de la vida espiritual, nos enseña un camino. Se trata de vivir el cielo todos los días, vivir cada momento como si fuera el último, entregado todo por amor a Dios. Eso es vivir apasionadamente. El camino de Teresita es el de vivir en el abandono confiado a Dios, haciendo pequeños gestos poniendo todo el corazón en Dios.

 

Padre Javier Soteras