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Reproche de Jesús a sus compatriotas
viernes, 14 de diciembre de 2007
¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: “¡Les tocamos flauta y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!”.
Porque llegó Juan, que no come ni bebe y ustedes dicen: “¡Ha perdido la cabeza!”. Llegó el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: “Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras.
Mateo 11, 16 – 19
Esta parábola tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. En el mundo de los juegos. Entre los niños ocurre con frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa, y los otros, a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto esencial de referencia de esta parábola.
Inmediatamente se pasa a la explicación de la parábola. Así es esta generación dice Jesús. Cuando Cristo usa la palabra “generación” lo hace en sentido peyorativo. A manera de censura, de reto, de reprensión. Si fuésemos a precisar más el sentido de la parábola habría que recurrir a otros lugares del Evangelio donde esta generación lleva el calificativo de mala y de adúltera. Infiel a la misma Palabra de Dios, infiel a sus exigencias. Jesús retrata en l a parábola al pueblo judío que le ha negado la fe. De modo especial, a los dirigentes calificados y especialistas del pueblo. A los que estaban calificados para entender, anunciar y hacer cumplir la ley. Ellos son los directamente responsables. De esta parábola se puede decir, que quieren algunos el juego y otros que no quieren jugar.
En la parábola podemos pensar que Jesús está hablando de un grupo particular de gente. Entre los que quieren jugar y los que no quieren. Sin embargo, aquellos que estudian y profundizan la Biblia, no creen que Jesús haya estado hablando a un grupo particular cuando pone a éstos dos grupo de niños. A unos que quieren jugar y a otros que no responden. Se trata más bien de rasgos. En función de lo que nos va a enseñar después y de lo que nos quiere enseñar:
“¡Les tocamos flauta y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!”.
Tenemos en estas palabras el retrato de Juan el Bautista. Aquí tenemos que descubrir a Juan el Bautista que llamaba a la penitencia y a Jesús que invitaba a la alegría.
Jesús alude nuevamente a Juan el bautista. En estos días aparece Juan como el precursor. Tanto Juan como Jesús aparecen en esta parábola para poner de relieve el capricho de aquel pueblo. El sentido de la parábola está claro. Los judíos siempre rechazaron la Palabra de Dios. Cualquier forma que le haya sido propuesta. Su comportamiento de niños tercos y caprichosos. Sentados en la comodidad de una religión desfigurada por ellos. Por lo tanto falsa. Ellos se sentían felices diezmando el anís, pagando el diezmo por la menta y el comino. Pero descuidaban, cobijando bajo el manto de su religiosidad oficial, lo fundamental de la ley: la justicia, la misericordia, la fe. Sentados en la plaza critican la actitud de todos los enviados de Dios.
Todos aquellos que no entren por su camino y se ajusten a sus planes están lejos del camino de la salvación. También en esto, el mismo Jesús está lejos. Son ellos, los dirigentes del pueblo, los que viven sentados como señores en la plaza y se arrogan el derecho de elegir las piezas que quieren tocar. Por encima de todo debe prevalecer el criterio de ellos y su capricho.
Al no querer obedecer nunca quedan excluidos del camino de la salvación, de la redención y de la liberación. Por que nos guste o no, como a este grupo, nuestra vida fundamentalmente es obediencia. Obediencia de fe. Nos cuesta a todos obedecer.
Después del juicio sobre Juan el Bautista, su excepcional grandeza hizo resaltar más la grandeza de ser discípulo de Jesús. Lo reflexionamos y meditamos la alegría de ser cristianos y bautizados:
“por que el más pequeño en el reino es más grande que Juan”.
Como de costumbre, Jesús recurre a una comparación para que nos sea más fácil de comprender. Volvemos sobre esto. Dos grupos de niños. Habitualmente, según la costumbre, dispuestos en dos filas en la plaza. Uno enfrente del otro. Deciden jugar a los funerales pero cuando el primer grupo comienza las lamentaciones, el otro ni se mueve. Ha perdido todo interés por el juego y va a conminar diciendo: “es demasiado triste”.
Entonces se cambia y se comienza de nuevo. Se juega a botas pero tampoco se mueve el grupo. El juego es demasiado alegre. Está clara la comparación. Jesús reprocha a los hombres de esta generación ser como niños caprichosos. Aquí tenemos que pensar en nosotros por que esta Palabra de Dios se actualiza, se hace presente, viva y eficaz. También habla a esta generación. La que también tantas veces se mueve con caprichos. No sabemos lo que queremos, o mejor, que se nos deje en paz.
Tenemos claro que queremos hacer la nuestra, queremos vivir el tiempo presente sin que nadie nos venga a molestar. Por eso podemos llamar a la parábola: “La excusa de quienes no quieren decidirse”. Para quien no quiere decidirse siempre hay una excusa al alcance de la mano. Siempre hay un motivo. Rechazamos una actitud. Criticamos la propuesta. Cuando vivimos así, rechazando y criticando, no es más que la prueba de la falta de sinceridad. En una terminología moderna se puede decir, falta de voluntad política. Falta de decisión a cambiar. Jesús ve así a la gente de su tiempo y a nosotros.
Niños que no saben lo que quieren. Que nos dejamos llevar solamente por los caprichos de nuestra voluntad, sin dar importancia de lo que en realidad vale parar nuestra vida. Cristo que es el camino, la verdad y la vida. Cristo que nos recuerda que aquel que lo sigue no andará en tinieblas.
Él nos propone el camino de vivirlo como la ley, de cumplir su voluntad. De estar junto a él. De caminar con él para que no solamente vivamos en gozo y en paz sino que podamos asemejarnos al árbol plantado al borde de la acequia como nos dice el salmo: “Nuestra paz será como un río y nuestro fruto abundante como la arena del mar”. Estar junto a Jesús, es estar plantado al borde de la acequia.
El profeta reprocha al pueblo su infidelidad. El profeta Isaías dice claramente: “
Todo lo que el pueblo ha perdido por no ser fiel al amor de Dios”.
En este texto de Mateo es Cristo mismo, quien reprocha a los de su generación que no tienen la suficiente madurez para creer y ser fieles de verdad. Por eso son como niños. Están adoleciendo de este orden interior.
Viene Juan el Bautista con austeridad y lo acusan de extraño, lo acusan de endemoniado. Viene Cristo con su sencillez, se sienta a compartir la comida y la vida y los hombres le dicen que es pura pinta. Un comilón cualquiera y un borracho entre tantos. Es la dureza la expresión y el juicio de aquellos que ven sin poder descubrir la presencia y el amor de Dios que les está hablando. Protestan de la austeridad de Juan y protestan por que Jesús está demasiado con la gente. Compartiendo la vida y la fiesta de la gente.
Venga quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y una buena excusa para no creer y no cambiar. Sufrimos en el mundo una de estas crisis de inmadurez que nos hace hablar y obrar en todo como niños.
La ingenuidad infantil en unos. El vivir pataleando en otros. En todos y para todos la crítica, la acusación, el insulto. El nunca estar conforme con nada. Los contemporáneos de Jesús no supieron leer los signos de los tiempos. No supieron descubrir lo que estaba pasando. Juan vivía como en una secta llevando una vida rigurosa y penitente con ayunos, absteniéndose de toda bebida alcohólica. Era la manera que tenía de predicar y llamar a la conversión, a hacer penitencia. En general no se lo escuchó. Su actitud no gustaba.
Jesús en cambio vive como un hombre corriente. Come normalmente y bebe vino. Predica el festín mesiánico y la era del gozo con Dios. Por eso se lo acusa de ser glotón y bebedor. Se le acusa de ser amigo de los pecadores. Jesús vino a ofrecer su amistad, a nosotros que somos pecadores. En esto tenemos que dejar que el Evangelio vaya haciendo eco en nuestro corazón. Ir descubriendo y reconociendo que hábiles somos los hombres para rehusar y para hacer oído sordo a la llamada de Dios. Encontramos siempre buenas razones para quedarnos con nuestra testarudez infantil. La Sabiduría de Dios se revela justa a través de lo que hace. Termina Jesús diciendo en el Evangelio
:
“ Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras”
. La Sabiduría de Dios se revela justa a través de lo que hace Dios.
Juan y Jesús fueron necesarios a la humanidad. A uno, Dios le encargó a invitar a la austeridad y a la penitencia. Al otro, Dios le encargó aportarnos la alegría del reino. El tiempo del Adviento y de la Navidad comporta esos dos aspectos: la penitencia y la alegría. Ser fieles a la invitación que el Señor hace en este Adviento. Animarnos a escuchar a todos. A actuar con madurez, a cambiar, a ser obediente a Dios y a su Hijo, Jesús.
La Palabra sigue siendo un presente para vivir en clave de felicidad nuestra vida, y de manera particular, nuestra vida cristiana. Nos podemos preguntar ¿De qué lado nos ponemos nosotros? ¿Estamos dispuestos a cambiar en este Adviento? Sería feo que Jesús, al actualizar su palabra en nosotros, tuviera que decirnos que somos unos eternos desconformes con la vida. Que nada nos cae bien, que nada aceptamos.
Sin duda hay motivos para dar gracias a Dios. Tenemos cosas para darle gracias a Dios, hechos que nos pasaron en la vida y que a veces para los demás no son tan lindas y agradables. Es que no es lo mismo vivir en un corazón lleno de Dios, donde todo lo que nos pasa se convierte en bendición, que vivir con un corazón lleno de rencores, de egoísmos, de soberbia, que cree que hace la vida el mismo y por sí mismo.
Jesús reprocha a los de su generación, que no recibe a los enviados de Dios, a Juan el Bautista y al mismo Jesús. El profeta Isaías lamenta que el pueblo fuera rebelde y que no hubiera querido obedecer a Dios. No eligió el camino del bien sino el del capricho. El profeta Isaías lo muestra en el capítulo 48. Insiste que cuando el hombre no elige el camino del bien y de obedecer a Dios, le va mal.
Si el pueblo de Israel hubiera sido fiel a Dios hubiera gozado de bienes abundantes. Esto que los profetas anunciaron y propusieron. La paz sería como un río, la justicia rebosante como las olas del mar. Los hijos abundantes como la arena. Si Israel hubiera seguido los caminos de Dios no habría experimentado las calamidades del destierro, de la esclavitud, de estar lejos de su tierra.
El
tono de lamentos se convierte en salmos: “El que sigue al Señor tendrá la luz de la vida. Para el hombre su gozo es la ley del Señor”.
Volvemos al salmo:
“será como un árbol plantado al borde de la acequia. Por que el camino de los impíos acaba mal por más que parezca que anda bien”
.
Tampoco hicieron caso a Juan el Bautista, muchos de sus contemporáneos. Tampoco a Jesús, que acreditaba ser el enviado de Dios. Vino a los suyos y no lo recibieron. Esta vez la queja está en labios de Jesús con una comparación sencilla; los juegos y la música en la plaza. Jesús es claro. Cuando no queremos cambiar, cuando nos encontramos bien como estamos y no queremos salir de nuestros vicios, de nuestros pecados, de nuestro camino erróneo no hay nada mejor que desprestigiar de la manera que sea al profeta. No hacerle caso al profeta por que lo que viene a decir no me gusta. Lo que molesta de Jesús a los fariseos es que es amigo de publicanos y pecadores. A ellos llama a la conversión y los atrae. Los acerca y los acompaña.
Más tarde Jesús repite esta queja
“Jerusalén, Jerusalén, cuantas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a us polluelos pero no quisiste”
. La clase dirigente de Israel no aceptó a Juan el Bautista y a Jesús. Fueron obstinados, llenos de infantilismo y de inmadurez.
Cuando lo tomamos en serio a Cristo, vivimos en serio la comunión en la Iglesia. Siempre se ponen en crisis nuestros juicios y criterios del mundo. Cuantos Advientos hemos vividos en nuestra historia. Vamos a acoger al Señor que viene. Cada año se nos invita a una opción. Dejar entrar a Dios en mi vida con todas las consecuencias. En vez de decir tantas veces “Ven, Señor Jesús”. Hoy le decimos: “Voy, Señor Jesús”. “Voy al encuentro de tu Palabra” “Quiero convertir y cambiar el corazón”.
Hay personas que no acogen las propuestas del reino, más aun, a veces cuestionan a quienes lo viven y lo predican. Por eso, Jesús critica fuertemente a quienes no aceptaron a Juan el Bautista ni a él. Tendemos a hacer una imagen rígida y sarcástica de los líderes, de quienes nos gobiernan y de nuestros pastores. Estas imágenes, después nos impiden descubrir que detrás de ellos hay una mujer y un hombre. A éstos se enfrenta Jesús. Que más allá de ser rechazado tiene la característica de un maestro que habla con autoridad. De hecho Jesús era reconocido por los hombres de su época como profeta pero había cosas en él que no encajaban con la imagen que el pueblo creó del profeta.
Se mostraba demasiado libre frente a la ley. A veces, infringía la ley para favorecer a personas enfermas o endemoniadas. La locura de curar en sábado. Respecto de las tradiciones más sagradas se mostraba crítico. Por eso cambia el estilo de presentarse como profeta. Su permanente presencia entre los descreídos o entre los ateos, su presencia entre la gente de mala reputación en ocasiones, de estar presente en grandes fiestas o banquetes, iba en contra de la imagen tradicional de profeta.
El modo de vivir de Jesús tal como lo describe el Evangelio provocó escándalos y fuertes críticas. Jesús cada vez que escuchaba las críticas o leía el pensamiento de aquellos que lo criticaban, ponía al descubierto la falsedad de la crítica. Critican al hombre austero, y al hombre generoso y festivo. Lo que ellos quieren es que no haya profetas en el pueblo porque quieren seguir siendo niños.
Padre Gabriel Camusso
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