Responsabilidad de todos los hombres con el medio ambiente

martes, 13 de marzo de 2012
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“Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!". Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. El les dijo: "¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?". Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: "Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre". Mc. 7, 14-23

 

 

En estos días estamos meditando acerca de la Encíclica del Papa Benedicto XVI, Caritas in Veritate, que es parte de este gran tesoro de la Doctrina Social de la Iglesia.

Sin duda, en este tema del cuidado del medio ambiente de todo el mundo, debemos recordar deberes y derechos. Sí, no solamente exigir el derecho a la libertad “de hacer lo que se nos antoja”, sino también el deber de cuidar que esos antojos no vayan en detrimento de nuestra comunidad, de nuestra ecología, de nuestro mundo. “El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral.” Así lo expresa la citada encíclica en su punto 51.

Ya Juan Pablo II nos hablaba, en su Carta Encíclica Centesimus Annus, de la destrucción irracional del ambiente natural que provoca la ambición del hombre. Mientras nos ocupamos, justamente, de preservar los hábitats naturales de las diversas especies animales, algunas en extinción, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana. Decía así (Centesimus Annus, puntos 37 y 38): “A este respecto, la humanidad de hoy debe ser consciente de sus deberes y de su cometido para con las generaciones futuras. Además de la destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más grave aún del ambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención. Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los “habitat” naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica “ecología humana”. No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una “ecología social” del trabajo. El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien.”

 

¡Qué necesidad tenemos de vivir esta caridad en la verdad en el cuidado del medio ambiente, de la ecología, de la ecología humana!

 

En una época que está marcada por el consumismo, vale la pena recordar las ideas que tanto Juan Pablo II como el Papa Benedicto XVI nos enseñan: respetuosos de la ecología, del medio ambiente, de nuestro mundo. Y esto no es criticar el deseo lícito y bueno de querer mejorar la calidad de vida, sino recordar nuestras responsabilidades y los peligros del consumismo, que muchas veces lleva a buscar no sólo satisfacer las necesidades sino también la satisfacción de los instintos, de los sentidos, a tener cada vez más, aunque eso nos aleje del ser más y del alcanzar las más altas dimensiones del ser humano. El verdadero desarrollo de nuestra personalidad es el que tiene que ayudarnos a ser cada día más persona, más imagen y semejanza de Dios en el amor, cada día más libres en este cuidado y protección del medio ambiente que implica también esta ecología humana: cuidar al que está al lado mío. La calidad de vida espiritual que nos pide el Evangelio nos impulsa a ser colaboradores de la creación de Dios.

No todo lo que da dinero, lo que da ganancia, es lícito y es válido. A veces el ansia de poder a través del lucro nos puede hacer perder la mirada de que Dios nos regaló el mundo para que lo administremos y lo vayamos perfeccionando, pero sin hacer un uso caprichocos de lo que Él nos regaló.

 

Dice la Encíclica en su punto 51, que se refiere a la responsabilidad de la Iglesia, de cada uno de los bautizados, respecto de la creación y de cómo debe hacer valer esa responsabilidad:

“Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales, así como la degradación ambiental, a su vez, provoca insatisfacción en las relaciones sociales.”

Es clara la falta de compromiso con el medio ambiente en actos tan sencillos como el arrojar la basura en la casa del vecino, o el no respetar al hermano que vive a mi lado, que debe soportar ruidos y no puede descansar…

Pensar en la ecología es pensar en los temas de relaciones de vecindario, apuntando a vivir en sano equilibrio.

Continúa diciendo: “La degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la « ecología humana » en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia. Así como las virtudes humanas están interrelacionadas, de modo que el debilitamiento de una pone en peligro también a las otras, así también el sistema ecológico se apoya en un proyecto que abarca tanto la sana convivencia social como la buena relación con la naturaleza.”

El respeto por la vida y el respeto del medio ambiente van de la mano.

“Para salvaguardar la naturaleza no basta intervenir con incentivos o desincentivos económicos, y ni siquiera basta con una instrucción adecuada. Éstos son instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.”

 

Lo que es decisivo es la capacidad moral de toda la sociedad para cuidar y preservar con amor el entorno en el que vivimos. Es una respuesta personal, desde la verdad y desde la caridad. Como católicos somos especialmente responsables de conseguir que los planes de Dios con la naturaleza se cumplan.

 

 

Padre Gabriel Camusso