Revestidos de Cristo, salimos a la misión con María

miércoles, 11 de junio de 2025

11/06/2025 – En la escuela del Evangelio y con el testimonio de la Virgen, Jesús nos llama a ir por el camino con un corazón libre, una fe viva y un mensaje urgente: el Reino de Dios está cerca.

Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad”. San Mateo 10,7-15.

Revestirme de Cristo: mi verdadera preparación para la misión

Cada mañana, cuando enciendo la radio y escucho la Palabra proclamada, siento que Jesús me envía. No con la mochila cargada de seguridades humanas, sino con lo único que de verdad necesito: su presencia viva en mí. El Evangelio de Mateo (10,7-15) me habla hoy al corazón: “No lleven oro, ni plata, ni monedas…”. ¿Cómo no detenerme a mirar lo que estoy llevando? ¿De qué cosas debo vaciarme para poder anunciar al Señor con libertad?

Jesús me invita a dejar todo lo que me pesa: mis miedos, mi necesidad de control, mis prejuicios, incluso mis proyectos tan planificados. Porque el envío no depende de mis medios, sino de su gracia. No se trata de llevar muchas cosas, sino de dejarme llevar por Él.

Liviano de cargas, fuerte en la Palabra

En esta misión, el equipaje no es el que se ve: es la fe, la docilidad, la confianza plena en que es Él quien actúa a través mío. El Padre Javier nos decía en la catequesis: “A más docilidad a la Palabra del Señor, mayor eficacia en la misión”. Hoy entiendo que lo más eficaz que puedo hacer por el Reino es escuchar y obedecer, dejar que la Palabra me forme, me limpie, me libere.

Y entonces me pregunto: ¿qué me está atando? ¿Qué me impide caminar liviano? Tal vez sea una herida sin sanar, un pecado que vuelve, una mirada negativa sobre el mundo o la Iglesia. Quizás es simplemente una falta de confianza en que Dios puede servirse incluso de mis debilidades.

Pero el Evangelio me sacude: “El Reino de los cielos está cerca”, y no puedo callarlo. No puedo quedarme encerrado en mí mismo cuando la humanidad entera necesita escuchar que hay un Reino de vida, de paz, de esperanza.

Con María, discípula y misionera

En este camino, no voy solo. María va delante. La miro y me enseña a salir con lo justo: su pobreza y su prontitud son mi modelo. Me conmueve su libertad: apenas escucha el anuncio del ángel, parte “sin demora” hacia la montaña para servir a Isabel (cf. Lc 1,39). Sin agendas, sin cálculos, sin excesos.

Ella me enseña a dejar mis moldes y criterios para hacer lo que Jesús diga. Me recuerda que ser discípulo es, primero, estar disponible. Y ser misionero es ponerme en camino, confiando. Como decía el padre Javier: “Así como la Virgen anda liviana por el camino que la lleva a Isabel, así también nosotros tenemos que preguntarnos de qué parte del equipaje tenemos que librarnos para ir por el camino”.

Una llamada concreta para este tiempo

Hoy Jesús me llama a ser parte de una misión urgente. Y esa urgencia no viene del apuro, sino del amor que no puede esperar. La humanidad necesita escuchar que el Reino está cerca, que hay una Vida plena posible en Cristo. Como discípulo, debo revestirme de Él, como dice san Pablo: “Todos ustedes fueron bautizados en Cristo y se han revestido de Cristo” (Gál 3,27).

Mi vocación no es otra que la de vivir liviano, libre, unido a la Palabra, y con María, salir cada día al encuentro del otro, para anunciar que Dios está cerca, que su Reino viene, y que la vida nueva ya ha comenzado.

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