Rezar es ir al encuentro de nuestro Padre, el Dios Amor, como el río va al encuentro de su fuente y la luz al encuentro de su sol.
Rezar es decirle a Dios:
Fuente, yo espero de ti el agua viva entre mis orillas cotidianas;
sin ti yo sería agua estancada,
que se pudre y muere.
Sol, espero de ti la luz para mi ruta de día;
sin ti yo solamente sería un niño de noche,
perdido,
en un camino sin salida.
Viento, espero de ti la fuerza que hinche mis velas a ti ofrecidas;
sin ti yo no sería sino una barca relegada,
que nunca franquea los espigones del puerto.
Brisa, espero de ti el soplo para emprender mi vuelo;
sin ti yo solamente sería un pájaro manchado,
que se arrastra en el lodo.
… y de ti, el artista, espero que hagas brotar, de mi madera
y mis cuerdas, una misteriosa vida,
porque sin ti yo no sería más que un instrumento inútil,
acostado, inmóvil y mudo, en el estuche de mis días.
… Pero vengo a tu encuentro.
Estoy aquí, oh artista inefable,
y como un violín acurrucado entre tus brazos amorosos,
recogido y libre bajo tus dedos que me buscan,
me ofrezco para desposarte en un abrazo de amor,
y nuestro hijo será música, para que cante el mundo.
* * *
Sí, hijo mío, rezar
es levantarse y dirigirse al encuentro de Dios que viene a nuestro encuentro,
es reconocer que él es nuestra vida y que él es nuestro amor,
es recogerse enteramente y enteramente ofrecerse
para dejarse amar, antes que querer amar.
Michel Quoist, en “Háblame de amor”