30/08/2023 – La religiosa dominica Mariana Zossi, titular de la Asociación Bíblica Argentina, habló de santa Rosa de Lima y su vínculo con la Sagrada Escritura. “Leyendo la Biblia descubrimos que la Palabra de Dios se encarna no sólo en épocas del pasado, sino también hoy, para poder estar con nosotros y ayudarnos a enfrentar los problemas y a animarnos en la esperanza. Escuchando y meditando la Palabra a partir de la experiencia concreta de la vida de personas con nombre y apellido que vivieron en lugares y épocas concretas podemos experimentar la luz, la fuerza y la presencia creativa del amor de Dios. La Palabra divina es como una semilla, dice Mateo 13 en el versículo 19, que trae en su seno la vida. La Escritura ofrece la Palabra que informa dándonos la forma de Dios, por el hecho de hacernos participar de la vida, voluntad y pensamiento de Dios mismo. Es por eso que podemos decir que la Palabra puede ser leída en la vida de nuestros hermanos y en la realidad en la que ellos vivieron. Porque la Palabra es viva y eficaz (Hb 4,12) en aquellos que se abren a ella. Vamos a intentar reconocer la Palabra de Dios en la vida de Rosa de Lima a través de algunos textos de las Sagradas Escrituras. Primero haremos memoria de su vida para conocerla desde época y geografía”, resaltó la hermana Mariana.
“Santa Rosa nació en Lima en 1586. Fue bautizada con el nombre de Isabel. Sus padres fueron Gaspar Flores y María Oliva. Al nacer su abuela materna la comenzó a llamar Rosa por la gran belleza de su rostro, pero a ella no le gustaba que la llamaran así, ya que, decía, no le ayudaba a crecer en humildad. Cuando tenía ya edad de contraer matrimonio se opuso al compromiso que sus padres deseaban realizar para ella, manifestando que había decidido consagrarse a Dios. Con este gesto, Rosa ponía de manifiesto sus deseos de libertad y su capacidad para elegir de manera autónoma su futuro, en una sociedad como la limeña del siglo XVII, en donde el matrimonio era concebido como un camino obligatorio para las mujeres”, destacó.
“A los diez años se trasladó con su familia al pueblo de Quives, una comarca a 60 kilómetros de Lima ubicado en el Valle Chillón donde su padre administraba temporalmente una mina de plata a 940 m sobre el nivel del mar. Allí recibió el sacramento de la confirmación de manos de Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, en 1597. Fue confirmada con el único nombre de Rosa. Su estancia en Quives le dejó imborrables recuerdos de los terribles sufrimientos de los indígenas en las minas y obras que administraba su padre. Los sufrimientos que padecían los trabajadores indios pudo ser lo que dio a Rosa la preocupación por remediar las enfermedades y miserias. En el proceso de canonización de Rosa se afirma un rasgo esencial de su vida: el compromiso con los pobres. Quienes la vieron vivir expresaban que era tan grande su caridad que no solo la ejercía con la ‘gente blanca’ sino con los pobres indios y negros, con tanta dedicación que su madre vio necesario enviarla fuera de su casa para que viviese en la del contador Gonzalo de la Maza; porque en la propia no tenía espacio suficiente para servir a los pobres, a los cuales procuraba cuidar con todo lo que podía y permitía su gran pobreza”, indicó Zossi.
“Rosa traía enfermos a su casa para curarlos, atenderlos o corría a socorrer sus necesidades cuando alguien la llamaba. Ella llamaba a esta actitud “dejar a Dios por Dios”, dejar la meditación y la oración que practicaba con tanta frecuencia, por las obras de caridad. Fray Pedro de Loayza, un padre dominico muy cercano a Rosa, afirmaba que su caridad era tan grande para con los pobres, que los servía con mucho cuidado y que acostumbraba traer a su casa a algunos enfermos a los que cargaba y tomaba en brazos, aunque resultara un daño a su persona. Nuestra santa vivió esta profunda compasión junto a una intensa vida de oración y meditación. En el jardín de su casa se había construido una ermita en donde pasaba mucho tiempo dedicada a la lectura. Rosa encontró en la vida de Catalina de Siena una inspiración para su vida; como ella, optó por una vida de consagración a Dios y a los demás, viviendo como laica en su casa y poniéndose al servicio de los más necesitados. Su vida entregada no conoció de cálculos, la debilidad de sus fuerzas hizo que a los 31 años dejara este mundo. Rosa falleció el 24 de agosto de 1617”, dijo la biblista tucumana. “La vida de Rosa se nos manifiesta hoy como un camino de seguimiento de Jesús. Ella buscó imitarlo en su vida de comunión con Dios desde el silencio y la oración, desde su compromiso con los más pobres, en la vivencia profunda de la amistad, en la búsqueda de un sentido para el sufrimiento humano, en los sueños de una utopía en donde los excluidos sean dignificados. Rosa fue la primera santa canonizada por la Iglesia en América y los congresales de Tucumán de 1816, la nombraron patrona de la Independencia, porque vieron en ella una santa criolla −no europea− y era necesario buscar una intercesora americana para el nuevo destino de estos pueblos que aspiraban a liberarse del imperio español. La vida de Rosa continúa soñando con una América en donde no haya marginados y en donde todos podamos construir la nueva casa de la justicia y la equidad”, agregó.
Leamos algunos textos bíblicos en donde podemos reconocer la Palabra de Dios encarnada en su vida. En Juan 1,45-50, mediante una serie encadenada de encuentros entre Andrés, Simón y Felipe, se nos presenta a Natanael, un personaje no mencionado en la lista de los 12 apóstoles, que algunos lo identifican con Bartolomé, y cuyo nombre significa “Dios ha dado” (Por la historia de Rosa, sabemos que ella predijo que moriría el día de san Bartolomé, algo que sucedió en 1617). Estos encuentros se desarrollan a través de diálogos. Los dos últimos, el que mantienen Felipe-Natanael y Jesús-Natanael, nos pueden dar algunas claves para poder reconocer este itinerario de espiritualidad que reconocemos en Rosa de Lima. Felipe le anuncia a Natanael que han encontrado a Aquel que estaban esperando. El problema que Éste venía de Nazaret, una ciudad insignificante de la Galilea… ¡Galilea de los gentiles! Pareciera que Felipe une dos características esenciales de Jesús: a) es el Mesías anunciado en las Escrituras, y b) el hijo de José de Nazaret. Esto para Natanael era una paradoja imposible de comprender, pero no se cierra al hecho. Y es invitado a la experiencia para poder “ir y ver”. Y se pone en movimiento. Pero a diferencia de lo que podría esperarse, Natanael no es el que ve primero a Jesús, sino que el Señor lo “ve” venir primero a él, y lo reconoce dispuesto a creer en su persona, no solamente a la Escritura tal como él la interpretaba. Jesús dice: “Natanael es un hombre sin doblez”. Según el giro hebreo esta expresión significa “no astuto” o “sin engaño ni mentira” como el siervo sufriente de Isaías que carga con el dolor de todos”, señaló Zossi.
“Natanael es una persona sin doblez porque a pesar de conocer a fondo las Escrituras y saber que en ellas podría leerse otro tipo de Mesías, su búsqueda lo abre a otra posibilidad. ¡Natanael va más allá! Aquí el desplazamiento de Rosa, junto a su familia, hacia Quives y lo que vive allá, es fundamental en su vida. Le cambia la mirada y su experiencia de Dios”, aseveró Mariana. El otro texto que vemos encarnado en la vida de Rosa es el Buen Samaritano, principalmente los últimos versículos de la perícopa (Lucas 10,33-35). “Un samaritano al pasar junto lo vio y se conmovió”. De los relatos que tenemos del proceso de canonización de Rosa las acciones del samaritano se concretizan en sus gestos… vendó heridas, los llevó a su casa y se hizo cargo de ellos. Rosa como ese samaritano inició un camino diferente. Se esperaba que los especialistas de Dios encontraran al Señor en el Templo y en el camino, porque así lo habían predicho los profetas… de nada vale los holocaustos y sacrificios sino viven la justicia y el derecho con los hermanos. Pero si los ministros del Templo no pudieron hacerlo, hubo “otro” que abrió fronteras e inició y generó un proceso nuevo, como dice el papa Francisco en la encíclica Frateli Tutti. El samaritano manifestó la esencia de la fraternidad, cargó sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos… como lo hizo Rosa en la Lima del siglo XVII. Incluyó, integró y levantó al caído. El otro no le fue indiferente sino que lo vio y actuó en consecuencia con lo que sintió en su corazón”, concluyó.