21/06/2016 – Terminando la serie de catequesis sobre San Juan de la Cruz, ahondamos en su poema sobre la llama del amor viva.
“¡Oh llama de amor viva,que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres, ¡rompe la tela de este dulce encuentro!”
San Juan de la Cruz nos ha ido descubriendo su interioridad para prepararnos al encuentro con Aquél que mora en lo más íntimo de nuestra intimidad.
Cuando nuestro amigo expresa “acaba ya si quieres” significa que el proceso de transformación que supone la unión con Dios está consumado. Esta profunda transformación se debe dar en nosotros como fruto del amor que progresivamente va incendiando todo el corazón, abarcándola en su identidad y en su totalidad.
“Es a saber, acaba ya de consumar conmigo perfectamente el matrimonio espiritual con tu beatífica vista, porque ésta es la que pide el alma. Que, aunque es verdad que en este estado tan alto, está el alma tanto más conforme y satisfecha cuanto más transformada en amor, y para si ninguna cosa sabe ni acierta a pedir, sino todo para su Amado, pues la caridad, como dice San Pablo, ´no pretende para sí sus cosas`(1 Corintios 13,5), sino para el Amado; porque vive en esperanza todavía, en que no se puede dejar de sentir vacío, tiene tanto de gemido, aunque suave y regalado, cuanto le falta para la acabada posesión de la adopción de los hijos de Dios; donde, consumándose su gloria, se quietará su apetito”.
El “acaba ya si quieres” de San Juan de la Cruz no es un pedido caprichoso o un reclamo por cansancio, sino que es la expresión que surge del corazón como un susurro, por el profundo enamoramiento que se ha dado entre Dios y la persona que vive en el Señor.
Quien está en este alto estado del alma tiene deseo de que esto no acabe, pero -en otro sentido- anhela que termine para experimentar esa vida de Dios en su propia vida. “Acaba ya si quieres” es anhelo y expresión de un deseo hondo que hay de que aquello que se ha iniciado con la fuerza del amor de Dios llegue a su plenitud, incendiando toda el alma. Así lo explica Juan de la Cruz:
“Y por eso, este apetito y la petición de él no es aquí con pena, que no está aquí el alma capaz de tenerla, sino con deseo suave y deleitable, pidiéndolo en conformidad de espíritu y de sentido, que por eso dice en el verso: acaba ya, si quieres, porque está la voluntad y apetito tan hecho uno con Dios, que tiene por su gloria cumplirse lo que Dios quiere”. En nuestros corazones hay anhelos y deseos profundos de Dios que Él los quiere completar. Nuestra alma tiene sed y hambre de Dios. “Acaba ya si quieres” es la íntima añoranza que tenemos del encuentro con el Altísimo. Por eso -continúa diciendo Juan de la Cruz- para que así sea, le pedimos a Dios que rompa la tela y permita el dulce encuentro. “La cual tela es la que impide este tan grande negocio; porque es fácil cosa llegar a Dios quitados los impedimentos y rotas las telas que dividen la junta entre el alma y Dios”.
San Juan explica que son tres las telas que pueden impedir esta unión, y las tres se han de romper para que se realice esta unión y el alma posea perfectamente a Dios. Una tela es “temporal, en que se comprenden todas las criaturas; natural, en que se comprenden las operaciones e inclinaciones puramente naturales; la tercera sensitiva, en que solo se comprende la unión del alma con el cuerpo, que es vida sensitiva y animal”: Para llegar a esta unión con Dios se han de romper las dos primeras telas. A esta altura, todas las cosas del mundo están ya negadas y renunciadas, no porque no sean malas en sí mismas, sino porque la renuncia va a favor de la posesión de un bien mayor, y el bien total al que aspiramos es Dios. El deseo más hondo que hay en el corazón de todo hombre y de toda mujer de este tiempo y de todos los tiempos es esa presencia divina, es el rostro del Dios viviente del que tenemos hambre y sed.
¿De qué tipo de renuncia, de entrega y de muerte, de qué ofrenda de vida se trata? De una que nace de la intensidad del deseo del encuentro; por eso se rompe la tela y se produce el dulce encuentro. En la experiencia interior de San Juan de la Cruz esto implica el deseo de morir en Dios para vivir definitivamente en Él. Y este tipo de encuentro definitivo – es decir, para siempre en la contemplación de la beatífica mirada de Dios- en el que alcanzamos la felicidad completa se da, sin duda, después de esta vida, cuando llegamos al Cielo. Pero, dice Jesús que el reino ya está presente entre nosotros. Intentamos traer ese cielo a la tierra, de ahí nuestro esfuerzo y trabajo, muriendo a nosotros mismos y a nuestra comodidad por hacer más a favor de ese reino. Eso implica pascua, muerte y resurrección. Por ese “acaba ya si quieres” implica una gracia de Dios pero también una respuesta nuestra que termina siendo pascua, muerte y resurrección.
“Acaba ya si quieres….” es un pedido de que desaparezca lo que nos separa de Dios. Que las promesas que Dios nos ha hecho sean esas que fuimos entendiendo y más desde su amor eterno.
La persona que anhela este encuentro muere como cualquier persona; se produce su deceso pero, con anterioridad, en lo más hondo de su corazón la experiencia de la vida en Dios le hace desear ciertamente esta muerte.
A veces pasa que cuando uno a alcanzado determinados objetivos en la vida, llega a decir “bueno, ya está”. Hay personas ancianas que a veces dicen “me cansé de vivir”, pero no es que se quieran morir porque no aman la vida, sino que se cansan de vivir esta vida y quieren vivir una vida distinta, en plenitud, como diciendo “ya todo lo que tenía para vivir, lo viví, y no lo pasé mal; lo viví como Dios quería, pero ahora quiero otra vida, una vida de plenitud en Dios”. Esto es anhelar y desear que se rompa esta tela para que se produzca definitivamente el encuentro; no hace falta determinada edad para tener este anhelo. El deseo de Dios es de tal intensidad que la persona quisiera partir ya al encuentro con Él. Por eso rompe esta tela y, una vez experimentado esto, lo que queda es vivir la vida pensando en el Cielo hasta que se produzca el encuentro. No hace falta determinada edad para tener este anhelo. No es que no se quiera vivir, sino que se quiere vivir en Dios. Como decía Teresa de Jesús, “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. El alma está movida en Dios y espera ese encuentro con Dios.
Así lo expresa San Pablo en la Carta a los Filipenses, capítulo 1 versículos 21 al 24: “Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si la vida en este cuerpo me permite seguir trabajando fructuosamente, ya no sé qué elegir. Me siento urgido de ambas partes: deseo irme para estar con Cristo, porque es mucho mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que permanezca en este cuerpo”. Esta expresión puede verdaderamente ayudarnos a entender de qué está hablando San Juan de la Cruz.
Cuando una persona se ha ido preparando para algo importante, y a eso lo ha hecho con delicadeza, con dedicación, con firmeza, no ve las horas que llegue el anhelado momento. La persona que ha encontrado en Dios el amor más deseado, más esperado, por el cual vale la pena darlo todo, anhela encontrarse con aquella riqueza que todo lo justifica. Si repasamos la canción en su conjunto nos damos cuenta que San Juan de la Cruz está haciendo referencia al Espíritu Santo cuando expresa: “llama de amor viva, que tiernamente hieres”, aquí se manifiesta que el alma está cauterizada pero la herida que tiene dentro es el anhelo de estar con Dios; o cuando expresa “ya no eres esquiva”, el alma ya no quiere correrse de ese lugar sino que desea que se acreciente el fuego que quema y la transforma; por eso dice “acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro”. Cuando se produce este encuentro brota la alabanza y, al mismo tiempo, el silencio gana su espacio.
Dice San Juan de la Cruz:
“Resumiendo, pues, ahora toda la canción es como si dijera: ¡Oh llama del Espíritu Santo que tan íntima y tiernamente traspasas la sustancia de mi alma y la cauterizas con tu glorioso ardor! Pues ya estás tan amigable que te muestras con gana de dárteme en vida eterna; si antes mis peticiones no llegaban a tus oídos, cuando con ansias y fatigas de amor, en que penaba mi sentido y espíritu por la mucha flaqueza e impureza mía y poca fortaleza de amor que tenía, te rogaba me desatases y llevases contigo, porque con deseo te deseaba mi alma, porque el amor impaciente no me dejaba conformar tanto con esta condición de vida que tu querías que aún viviese; y si los pasados ímpetus de amor no eran bastantes, porque no eran de tanta calidad para alcanzarlo, ahora que estoy tan fortalecida en amor, que no solo no desfallece mi sentido y espíritu en ti, mas antes fortalecidos de ti mi corazón y mi carne se gozan en Dios vivo (Sal 83, 2) con grande conformidad de las partes, donde lo que tú quieres que pida pido, y lo que no quieres no quiero, ni aún puedo, ni me pasa por pensamiento querer; y pues son ya delante de tus ojos más válidas y estimadas mis peticiones, pues salen de ti y tú me mueves a ellas y con sabor y gozo en el Espíritu Santo te lo pido, saliendo ya mi juicio de tu rostro (Sal 16,2), que es cuando los ruegos precias y oyes, rompe la tela delgada de esta vida y no la dejes llegar a que la edad y años naturalmente la corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea mi alma sin término y fin”.
Padre Javier Soteras
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