San Pablo y el Espíritu Santo

viernes, 1 de agosto de 2008
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Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!

Romanos 8; 2 – 15

Lo primero que nos deja como enseñanza el Apóstol San Pablo en torno a la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas es que éste Espíritu nos hace ser antes que hacer. Sabemos lo que dice Lucas sobre el Espíritu Santo en el libro de los Hechos de los Apóstoles al describir el acontecimiento de Pentecostés, el tercer evangelista autor del libro de los Hechos nos muestra la experiencia pentecostal como imprime un empuje vigoroso para asumir el compromiso de la misión para testimoniar el Evangelio de Jesucristo por los caminos del mundo.

Como rápidamente la acción del Espíritu pone a los Apóstoles en situación de anuncio tomando primero la voz de Pedro y proclamando desde aquel lugar nuevo de la presencia del Espíritu en la comunidad de los doce el kerigma como anuncio y llamado de conversión. De hecho el libro de los Hechos de los Apóstoles narra toda una serie de misiones realizadas por los Apóstoles primero en Samaría, después en la franja de la costa de Palestina que nos habla de ésta fuerte experiencia misionera de la comunidad eclesial impulsada por la acción de la tercera persona de la Santísima Trinidad.

San Pablo en sus cartas nos habla del Espíritu desde otro punto de vista. No se limita a ilustrar solo la dimensión dinámica y operativa del Espíritu Santo sino que analiza también su presencia en la vida del cristiano cuya identidad queda marcada por El. Es decir Pablo reflexiona sobre el Espíritu mostrando su influjo no solamente en el actuar cristiano sino podríamos decir así en el mismo ser cristiano.

De hecho dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo. No es que sea una acción que mueva por fuera la del Espíritu Santo que nos mete a todos dentro de una bolsa y nos lanza hacia delante sino que es una experiencia interior.

Se habla desde ésta experiencia interior en la primera comunidad cristiana. En éste sentido se entienden las palabras que hemos proclamado al principio de nuestra catequesis cuando decíamos la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús te liberó del pecado y de la muerte. No recibiste un Espíritu de esclavo para recaer en el temor sino que recibiste el Espíritu de hijo adoptivo para exclamar Abbá es decir papá.

Es la experiencia interior del Espíritu la que nos permite dar ésta conciencia de estar habitados por El para proclamar la presencia de Dios el Padre en nuestra vida. El cristiano incluso antes de actuar posee ya una interior riqueza fecunda presencia del Espíritu que se ha recibido a través del canal de dos Sacramentos: el Bautismo, la puerta a la vida de Dios, ahí somos ungidos en el Espíritu Santo con el óleo catecumenal y con el Santo Crisma que deja la marca y el perfume, el aroma de Jesús, para que comuniquemos esa misma presencia en clave profética de señorío o realeza en términos de una teología más clásica y con la Gracia sacerdotal.

Esta que nos permite ser puente entre los hombres y Dios, Dios y los hombres, hablándoles a ellos de la presencia de Dios, hablándole a Dios de la realidad dolorosa, de la realidad esperanzadora, alegre, de lucha en que viven los hermanos con los que compartimos la vida todos los días.

La Gracia Bautismal que marca con el don del Espíritu nuestro corazón desarrolla éstas tres dimensiones en la medida en que nosotros haciéndonos concientes de ser sacerdotes, profetas y con el señorío o realeza de Jesús nos dejamos conducir por la Gracia y el don del Espíritu Santo.

Aquí está nuestra dignidad. No somos solos imagen, nos decía Benedicto XVI en torno a sus catequesis del Espíritu Santo, sino que somos hijos de Dios y esto es una invitación a vivir nuestra filiación a ser cada vez más concientes que somos hijos adoptivos en la gran familia de Dios. Esta es una invitación a transformar éste don objetivo en una realidad subjetiva determinante para nuestra manera de pensar, para nuestro actuar, para nuestro ser

El Espíritu que recibimos no solo es el Espíritu de Dios en forma genérica como dice de hecho el Antiguo Testamento y como repite el lenguaje cristiano. La expresión del Antiguo Testamento en Génesis 41,38 en Exodo 31, 3 se hace más explícita y más concreta en la persona del Espíritu Santo.

No es el Espíritu de Dios el que viene en nuestra ayuda solo, es el Espíritu Santo ya no entendido genéricamente según la manera de expresarse del Antiguo Testamento y del mismo judaísmo en los escritos del qumram por ejemplo o del rabinismo sino como persona específica dentro del misterio trinitario que tiene una misión concreta dentro del misterio trinitario que tiene una misión concreta dentro de la realidad trinitaria en relación a nosotros.

Es propio de la fe cristiana la confesión nuestra de participar de ésta acción del Espíritu en nuestra propia vida que no es otro que el Espíritu de Jesús Resucitado. Es el Espíritu que da vida, dice Pablo en Primera de Corintios 15,45. Por eso Pablo habla directamente del Espíritu de Cristo por ejemplo en Romanos 8,9. Del mismo Espíritu del Hijo en Gálatas 4,6. Del Espíritu de Jesucristo en Filipenses 1,19 parece que como quisiera decir que no solo Dios Padre es visible en el Hijo sino que también el Espíritu de Dios se expresa en la vida y en la acción del Señor crucificado y Resucitado.

La persona del Espíritu Santo está en plena comunión con el Hijo y por eso cuando nosotros entramos en contacto con el Espíritu Santo en el fondo terminamos por relacionarnos con la persona de Jesús que es el que clama Abbá papá.

Cuando nosotros decimos que el Espíritu viene en nuestra ayuda para mostrarnos el camino de la oración y gimiendo con gemidos inefables en nuestro interior termina por expresar la palabra Abbá Padre estamos diciendo que el Espíritu nos ha tomado de tal manera desde dentro del corazón que expresa la Palabra con la que Jesús ha venido a restablecer el vínculo que nosotros habíamos perdido por el pecado que es justamente eso de que habla de Dios en relación con nosotros como Padre.

La orfandad en la que nos encontramos ha sido transformada en filiación por la presencia del Espíritu que ha tomado de Jesús la Gracia de comunicarnos aquello que El ha venido a regalarnos como el gran don a la humanidad que Jesús hace, reconciliarnos con la imagen de Dios, el Padre. Esa que de una u otra manera en nuestra propia historia está herida, que necesita ser reconsiderada, resignificada y nosotros todos transformados para poder justamente aquel don de profetismo, aquel don de sacerdocio llegados por el don del Espíritu del Bautismo junto al Señorío con el Señor quiere que vivamos lo hagamos desde éste lugar del reconocimiento de nuestra filiación.

Cuando nosotros particularmente oramos y reconocemos en la oración prolongada en el gesto de la caridad en el vínculo con los hermanos que estamos participando del Espíritu de Jesús lo que hacemos es los misterios de la vida de Jesús dejar que actúen y operen en nosotros.

Cuando por ejemplo contemplamos un misterio de la vida de Cristo por ejemplo en el Rosario los Misterios de Gozo entramos en contacto por la Gracia de la oración que mueve en nosotros el Espíritu Santo no con un recuerdo de lo que aconteció hace dos mil años cuando el Angel le anunció a María de la concepción que el Espíritu obraría en su virginidad. Estamos mucho más que en contacto con un recuerdo. Estamos en contacto con una realidad.

La de la presencia del hijo de Dios tomando carne en el seno de María y una realidad que nos llena a nosotros como a Dios mismo, como a María misma, como a la humanidad toda, de un gozo difícil de poder expresar rápidamente y en palabras sino que necesitamos detenernos frente a eso y dejarnos embeber por la presencia del Espíritu que nos regala ésta realidad.

La presencia del Hijo de Dios actualizando por esa memoria, por ese recuerdo, aquello que ocurrió hace dos mil años en el aquí y el ahora de nuestro corazón que se detiene a masticar, rumear, éste don maravilloso de ver como Dios se ha querido quedar entre todas nuestras cosas que han venido a emparentarse, ha asimilarse a todo lo nuestro para hacerse uno con nosotros y desde ésta familiaridad de su presencia invitarnos a ir hacia donde habíamos perdido el camino, el rumbo.

El rostro del Padre que El ha venido a revelarnos enseñándonos a llamarlo como el lo llama tan familiar y cercanamente papá. Esto es obra del Espíritu. Es trabajo del Espíritu. El Espíritu nos pone, nos regala la presencia de Jesús porque es el Espíritu de Jesús el que lo llevó a Jesús al desierto, es el que lo condujo hacia el Bautismo. Es el que se manifestó en el Bautismo, es el que guió a Jesús hacia la sinagoga de Jerusalén para decir el Espíritu de Dios está sobre mi y el poder del Altísimo me cubre con su sombra. He venido a proclamar un año de Gracia y de liberación, ha traer la vista a los ciegos, ha hacer caminarlos cojos y a todo aquello que es ese programa de acción de Jesús que nace de una conciencia de estar asistido nace que quiere guiar

Hemos recibido dice Pablo un Espíritu de filiación. El Espíritu del Hijo que clama en nuestro interi8o9r con el gran nombre que Jesús ha venido a grabar en el corazón mismo dolido de la humanidad. Padre,

Es el Espíritu de Jesús Resucitado el que habita y reza en nosotros. Pablo nos enseña que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en nosotros. Así lo dice en Romanos 8, 26-27 el Espíritu viene en nuestra ayuda, en ayuda de nuestra flaqueza. Nosotros no sabemos como pedir para orar El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables y el que escruta los corazones conoce cual es la aspiración del Espíritu que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Quien dice que Jesús es el Señor no lo puede decir, dice el Apóstol, si el Espíritu no lo habita interiormente.

El Espíritu delPadre y del hijo se convierten como en el alma de nuestra alma. Si el alma del cristiano es la oración, el alma de la oración es el Espíritu decimos que el alma de nuestra alma es el Espíritu Santo. Es la parte más secreta de nuestro ser de la que se eleva incesantemente hacia Dios un movimiento de oración del que ni siquiera no podemos los términos por eso dice Pablo habla con gemidos inefables. Que nos toca a nosotros desde el ejercicio responsable de nuestra libertad frente a ésta presencia de Gracia recibida del cielo por don del Espíritu Santo que se derramó en nuestro Bautismo nos toca estar atentos a su paso y esto supone tener vínculo con el Espíritu Santo, relación con el Espíritu Santo.

Si El es el que nos habita más hondamente y el alma de nuestra alma, nuestra vida se renueva, se transforma, cambia, respira hondo, encuentra espacio, descubre sentido, soporta la carga, lleva con alegría y paciencia las dificultades cuando nosotros nos dejamos conducir, guiar, inspirar por la Gracia y el don del Espíritu y en éste sentido María viene a dejarnos un camino a través del cual podemos nosotros en docilidad también como ella a relacionarnos con el Espíritu de Dios. Es el Espíritu que se vinculó a María en la oración en el tiempo que ella era como tomada por el Espíritu para engendrar el Hijo de Dios.

Es el que acompaña a María en el proceso de madurez de su vientre del niño que lleva en sus entrañas. El que le enseña a educar al niño que Dios le ha confiado. El que la guía en la oración de aquel magnífico canto del Magníficat como síntesis de todo ese espíritu orante que está en el corazón mariano.

Es el que guía a María en el silencio siguiendo a lo lejos el ministerio apostólico de su Hijo. Es el que pone a María en oración a la espera de una manifestación bautismal para ella y para los Apóstoles en la Gracia de Pentecostés. María es dócil y está atenta a la voz de los clamores, a los gemidos del Espíritu Santo y nos invita a nosotros a través del camino de la oración, del discernimiento, del servicio en la caridad a dejarnos conducir y guiar por éste Espíritu qu8e es alma del alma.

Particularmente en el camino de la oración. El Espíritu de hecho, ha dicho Benedicto XVI, está siempre despierto en nosotros, suple nuestras carencias, ofrece al Padre nuestra oración junto con nuestra aspiración más honda. Esto significa un nivel de gran comunión vital para que así acontezca con mayor claridad y seamos concientes de su operar en nosotros.

Es una invitación, decía Benedicto XVI, a ser cada vez más sensibles, más atentos a ésta presencia en nosotros, a transformarla en oración, a vivir con un vínculo de familiaridad, cercanía, a experimentar ésta presencia y aprender de éste modo a rezar, a hablar, a compartir, a vivir con los hermanos como el Espíritu lo hace en el vínculo que El tiene con el Padre para que nosotros hijos en el Hijo en el Espíritu Santo podamos formar parte de éste misterio de novedad para el mundo que es la gestación de la nueva condición humana ahora redimida por la obra de Jesús que actúa en nosotros a través del Espíritu Santo. Te invito a que te dejes conducir, guiar que te puedas soltar, que puedas interpretar y poner en práctica lo que el Espíritu suscita particularmente en la oración y en la caridad en tu corazón.