Santa Rosa de Lima

jueves, 30 de agosto de 2007
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Todo esto ha ocurrido para que se cumpliese lo que dijo el Señor al profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamará Emmanuel – que significa: Dios con nosotros –.

Mateo 1, 22 – 23

El sueño de Dios es la esperanza de los hombres. El sueño de Dios ha sido ver a los hombres familiarmente vinculados al misterio de Amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Existe ese amor que es felicidad, eterna felicidad. Esto comienza a verse como cumplimiento. Este sueño de Dios a partir de la Encarnación del Hijo de Dios.

Dios es el que siembra la esperanza en nuestros corazones, cuando lo llena de promesas. Y entonces es, a partir de esas promesas que tenemos en el corazón y que están vinculadas a la vida, donde nosotros podemos decir que hay mañana. Y habiendo mañana vale la pena levantarse hoy, ponerse en marcha, construir el futuro y animarnos a sostenernos en la paciencia, en medio de la lucha.

El magisterio de la Iglesia dice en el Concilio Vaticano II “María asunta a los Cielos, no ha dejado la misión salvadora, sino que con su intercesión continua obtiene para nosotros esos dones, esas promesas de salvación. Es su amor materno que cuida de cada uno de nosotros, de sus hijos, los que peregrinamos, los que caminamos, los que ¿¿¿hayamos pedido??? en el andar y ansiedad hasta que se vea realizado en nosotros las promesas de felicidad.

Por este motivo la Virgen es invocada en la Iglesia con el título de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora, Madre de la Esperanza.

San Bernardo, en un sermón sobre Salve, dice: “cómo no ha de ser esperanza nuestra, si es la Reina de la Misericordia. Para que el Señor de la Misericordia Divina, a quien quiera, con quien quiere y como quiera, lo acerca ella, a fin de que no perezcan los más grandes pecadores. Sino que María aparezca como su protección, y como su valimiento.

Por eso es mayor nuestra esperanza cuando tenemos esta Abogada, este Auxilio, este Socorro, esta Mediadora, esta presencia de María que alienta con el lenguaje materno. Con el que una madre despierta sus hijos a la mañana, y enseñándoles el camino de la vida, los invita a la lucha, sostenidos en lo de todos los días, sabiendo que es justamente a partir de allí donde se conquistan los grandes sueños que anidan en el corazón humano.

La esperanza está emparentada con la lucha. Con la lucha por conseguir lo que por delante nos aguarda, y con la paciencia, que nos sostiene en la lucha de todos los días.

Un corazón valiente, luchador. Un corazón que despierta a la mañana, sabiendo que es arduo lo que espera, que es posible alcanzarlo si se pone manos a la obra, es un corazón que en el algún lado de sus distintos costados y posibilidades, está alentado por ese lenguaje materno. Que te invita, en el despertar, a decirle que sí a lo que viene. Sin escatimar esfuerzos, sin bajar los brazos, sabiendo que si hay lucha y hay cansancio con la paciencia, la inteligencia, la sabiduría, con la prudencia y con el empeño, se alcanza.

Te invito a que nos creas. Como te decíamos, hace un ratito con Alejandro, que hay futuro. Te lo convidamos. Es nuestra esperanza. Dios la ha puesto en tu corazón. No creas que es un sueño de algún tiempo que se perdió. Hay que despertar a los sueños que nos invitaron en la vida, a emprenderla con decisión y determinación. Si por allí se durmieron, como se duerme a veces el fuego, cuando la ceniza lo cubre por arriba, nosotros hoy queremos soplar sobre esas cenizas para que se encienda el fuego de los sueños, de un tiempo que vendrá, que es mejor del que nos toca vivir. Solo te pedimos que le creamos al futuro.

Los discípulos despedían a Jesús, con el dolor en el alma de verlo partir injustamente, bajo el signo de la traición, el abandono, la violencia, el confrontar contra el poder que terminó con su vida (por la decisión y la determinación de los que no soportan contrariedad). Y a partir de ese fracaso y ese dolor, ante esta situación tan particularmente lacerante del corazón (la partida del Maestro), tenían en el corazón una expectativa, una esperanza, el futuro que Jesús les había planteado: “cuando yo me vaya les enviaré el Paráclito, él les enseñará todo”.

Jesús se va, pero al irse les deja su herencia: la eucaristía, su Madre, la Palabra, el amor fraterno y un futuro, una esperanza: el Paráclito. A la expectativa de la llegada de Aquel, que es la esperanza. Que va a renovarlo todo, que va a transformarlo todo. María los acompaña. Es la Madre, donde se gesta la esperanza de los apóstoles. Y se gesta desde la súplica, desde la oración, y desde la vida compartida.

El dolor en el cenáculo de la oración pentecostal, se palpa bajo el signo de la caridad, con el que María es capaz de superar las acusaciones, las pasada de boleta en la comunidad. Y a partir de su presencia materna va gestando en el corazón de los discípulos aquel ambiente necesario, que hace falta para que los grandes dones que Dios nos regala, puedan verdaderamente anidar.

Es necesario el don de la reconciliación y el de la pacificación. Eran necesarios el don de la oración y el don de la esperanza. La oración y la presencia mariana gestan. Esta actitud interior que dispone el corazón de los discípulos a recibir el gran don, el que viene de lo Alto, lo prometido: el Paráclito, la promesa del Padre.

Él es la esperanza, el Espíritu. María es forjadora, gestadora, Madre de esta esperanza.

Ella, hoy sale a tu encuentro y te alienta a seguir adelante. Ahora que vos sentís en tu espalda y en tu corazón el desaliento, la dificultad, que hacen mella en tu alma, Ella, quiere sacarte a flote en la circunstancia dura que estás viviendo. Como hizo en Caná de Galilea, está observando dónde están tus penurias.

Dejala que observe, dejala que mire, dale lugar entre tus dolores y permitile que ponga ojos y manos, palabra y gesto, cercanía que dice “hagan lo que Él les diga”, presencia que acompaña, mientras vamos nosotros aprendiendo al servicio lo que nos toca.

María, la que cuenta Alejandro Magno, supo de esperanza. Tal vez no de la de Ella, pero sí de esperanza, que de algún modo siempre en Ella se gesta. Cuenta la historia que mientras los generales, de este gran luchador, se repartían el botín, después de una batalla, él los contempla complacido, sin decir nada, y uno de ellos le preguntó: – Y, emperador, ¿con qué se queda? A lo que él contestó: – Yo me quedo con la esperanza.

Cuando está en el corazón todo bien está por llegar. Y ninguno de los que van llegando es suficiente para que nos detengamos en el andar y en el peregrinar.

La esperanza siempre nos pone en marcha. Es la virtud, la fuerza interior, como don de lo Alto, que me moviliza, gesta, despierta el dinamismo del peregrino. El peregrino es el hombre de la esperanza.

Tu andar y tu peregrinar cada mañana, tu pasito cuando vas saliendo a tu jornada laboral, es el que sostiene este don, que llegó de arriba; y que se gestó entre tus cosas, porque hubo alguien que te enseñó a esperar, a luchar, a trabajar y a hacerlo con alegría.

Yo sé que en tu corazón hay esperanzas. Que vos como estás, no es que estés disconforme sino que sabés que hay algo más que completaría la alegría que hoy tenés. Que tiene esta medida y este alcance, esta posibilidad y este peso actual, pero no es suficiente. Y no es que seas ambicioso/a, sino que hay algo más que te espera. Y es así. Porque es propio de nuestra condición de viajantes, de peregrinos, de buscadores. De los que saben que la eternidad, sólo la eternidad lo detiene en su andar y en su peregrinar incansable.

No reposamos, no descansamos, no encontramos sosiego hasta que nuestro corazón esté y nuestra vida esté ordenada toda, a lo único que verdaderamente le da razón de ser y sentido, por lo que vale la pena detenerse y gozar, quedándonos sólo con aquello que Jesús identifica como el tesoro por el que podemos venderlo todo: el Reino y Jesús en el centro.

Si hay fracasos, no tenemos que tener miedo. Siempre nos queda Ella, la Virgen. Ella es nuestra esperanza, en Ella viene la Esperanza.

Una de las representaciones más famosa de la Pasión, que se presentaba en España, gestó un día un hecho muy singular. En la escena en que Judas, abrumado por el remordimiento y la desesperanza, intenta suicidarse. Asistían a este espectáculo miles de personas, contemplaban sobrecogidas cómo el sumo sacerdote se mofaba de Judas, que desesperado exclamaba: – ¡Todo está perdido! ¿Adónde podré ir?!!! El silencio, cuentan, era sobrecogedor. Y en medio del mismo se oyó la vocecita de una niña, que le preguntaba a su madre: – Mamá, ¿por qué no la va a ver a la Virgen?

En los niños está esta frescura y esta certeza de que Ella es Madre de la Esperanza y tiene respuesta a la mano. Si sabemos acudir con nuestros sueños, cuando están un poco dormidos, a sus manos que los despierta.

La esperanza lleva a la entrega, a la entrega en Dios, al abandono en Él. Pero también a poner los medios a nuestro alcance.

Dicho popular “a Dios rogando pero con el mazo dando”, es un dicho esperanzador. Hacer todo, citando a San Agustín, como si dependiera absolutamente de nosotros, sabiendo que todo depende de Él.

La esperanza es la virtud de los que se arremangan, de los que meten mano en la masa, de los que saben que es en el sudor de la frente, donde se gesta lo que llamamos futuro. Que no se lo puede esperar de brazos cruzados. Que tampoco es en la omnipotencia de el creerse todopoderoso y se puede con el propio esfuerzo, donde se pueda verdaderamente anidar esta virtud, que viene de lo Alto y que lo tiene a Dios como objeto último.

Porque de todo lo que aspira, anhela, busca, desea nuestro corazón, en realidad, hay un único motivo valedero, por el cual entregarlo todo, que es la presencia de Dios mismo, que es Sumo bien. Que quiere decir que detrás de cualquier bien que tengamos, afectivo, material, espiritual, social, está Él. Y que lo esconde todo bien con el que en la vida podamos encontrarnos, lo esconde a Él mismo, que es al que aspiramos. Por eso Agustín decía “nuestro corazón no tiene reposo, no encuentra descanso hasta que en Vos no podemos lograr ese descanso y ese reposo.”

Esto es lo que nos permite empezar y reempezar, comenzar y recomenzar muchas veces. Esto es lo que nos mueve a ser pacientes en la adversidad. A tener mayor visión sobrenatural de las cosas, ante los acontecimientos de la vida.

Escúchenme los desanimados, dice el profeta Isaías: “los que creen que la victoria está lejos, yo acerco mi victoria. No está lejos. Mi salvación no tardará. Levanten los ojos y vean los campos, como comienzan a brotar ya lo que va a ser su fruto.”

Levantemos la mirada, porque por encima de lo duro, de lo difícil, en medio de los inviernos que vamos pasando, hay brotes, que nos invitan a creer que hay mañana.

Tal vez, sea esta actitud interior esperanzada, que es un regalo de Dios, una virtud que Dios nos hace, que pone en la más honda de nuestra entrañas. Tal vez sea esto lo que el mundo está esperando de nosotros, los cristianos. Porque el discurso de la no historia, del tiempo posmoderno, es el discurso del no futuro, del no mañana, del sólo hoy, del “comamos, bebamos porque esta es la vida y no hay otra”, aprovechala y sacale jugo.

Cuando no hay otra, cuando la vida tiene sólo un lugar finito donde comienza y donde termina, vale la pena “hacerlas todas”, como se dice. Pero, cuando hay mañana, cuando la vida en la que vivimos y a la que apostamos sigue y continúa, y será la que no acaba nunca, eterna, entonces todo se acomoda según un sentido distinto. Y las cosas con las que nos relacionamos, las situaciones de vida, las personas con las que nos vinculamos, se ordenan según eso hacia donde vamos: somos peregrinos de la eternidad.

Mientras tanto, comprometidos ciudadanos del presente, que hacen del mundo en el que vivimos un mundo mejor, porque espera en otro que es mejor todavía.

Las cosas que esperamos son ciertas, aunque desdibujadas ciertamente. Porque no están en nuestras manos todavía, aunque en cierto modo, ya están en nuestras manos. No son miradas evasivas las del futuro en el que confiamos, sino certezas de un tiempo que vendrá. Y por eso, posibilidad de un presente construido con firmeza.

¿Cómo se distingue entre sueños, quimeras, evasivas y sueños, certezas esperanzadoras? Desde Dios. Y Él que te tira alguna señal, como para darte pista al camino por donde ir. Son signos que Dios elige, para que sin tenerlo en la mano, a aquello que te promete, te permite caminar. Y cuando caminamos, crecemos. Se robustece el alma en el andar y en el peregrinar y en la búsqueda.

Se despierta el deseo y las ganas de vivir. Salimos del letargo. Desaparece de nosotros los encierros. La vida se hace camino y en el andar se va construyendo la felicidad, que no es un castillo de cristal, sino una construcción cotidiana hecha a la mano de lo que vos podés y a vos te hace falta para ser feliz.

¿Cómo se hace eso? Vos lo sabés mejor que yo. Y por eso te invito a que nos compartas tus esperanzas. Las concretas esperanzas de hoy, las que te hacen hoy trabajar, las que te permite hoy levantarte a la mañana temprano, por las que vos decís, vale la pena comenzar el día.

¿Por qué vale la pena comenzar tu día? ¿Por qué vale la pena despertarte? ¿Qué es lo que te permite respirar hondo y decir “viene complicada la cosa, pero para allá vamos”?

Aún cuando las dificultades sean grandes, la certeza de que Dios viene con nosotros es más grande todavía. Y si Dios está con nosotros, quién contra nosotros.

¿Qué es lo que te hace decir “adelante”?