24/06/2016 – Seguimos en la Catequesis sobre “una nube de testigos”, nuestros amigos santos. En éstos días recorremos la vida de Santa Teresita del Niño Jesús. Hoy nos adentraremos en su “caminito” su modo particular de seguir a Jesús.
“En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenía viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. ´Es un fantasma`, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: ´Tranquilícense, soy yo; no teman`. Entonces Pedro le respondió: ´Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua`. ´Ven`, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: ´Señor, sálvame`. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: ´Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?
Mateo 14, 22- 31
Compartimos en esta catequesis las dificultades que Teresita vivió dentro del Carmelo a la hora de afrontar como adolescente el llamado que Dios le hizo a consagrarse y a vivir en la santidad. Un tanto nostalgiosa, dice ella: “He renunciado para siempre a la felicidad de correr por el campo esmaltado, por los tesoros de la primavera”. Y es que Teresa se ha hecho prisionera, a los 15 años, entrando al Carmelo, cuando era una adolescente. Muchos decían: “no podrá soportar la Regla, no va a resistir”. Pero Teresita tiene en sí una voluntad total de santidad que quieran o no las religiosas y casi a pesar de ellas mismas, se quedan impresionadas de verla reaccionar tan positivamente, a pesar de todas las dificultades que hay alrededor suyo. En particular, las hermanas carmelitas se asombran por su diminuta figura física y su gran carácter, su fortaleza en medio de tanta fragilidad. “Yo era en esa época Maestra de Novicias – escribe una de las religiosas- Desde su llegada esta Sierva de Dios sorprendió a la comunidad por su compostura, impregnada de una especie de majestad que no se esperaba de ella ni de lejos por su corta edad”.
La Madre Inés, que fue luego Superiora del Convento Carmelita, confirma este testimonio: “Las hermanas, que en su mayor parte no esperaban ver más que a una niña corriente, se sintieron sobrecogidas de respeto ante su presencia. Tenía en toda su persona algo tan digno, tan resuelto, tan modesto, que yo misma quedé sorprendida”. Detrás de esa gravedad hay alegría, una exaltación infantil y sin embargo todavía no es más que una niña. Definitivamente, Teresita se instala en su nueva vida en el Carmelo y aparece como muy pequeña, diminuta y (tal como como ella misma se define) una “gigante”. En Teresita se da lo que Pablo afirma contundentemente en sus escritos, “yo me glorío en mi debilidad, porque cuando soy débil entonces soy fuerte”. Pablo se refiere a que por encima de lo que uno pudiera pensar de grandeza, hay otra dimensión de grandeza a la que Dios nos conduce si nos dejamos llevar por Él que nace de nuestra fragilidad. Allí el Señor nos quiere a todos nosotros, como Teresita, quien dijo que el pichoncito de gorrión se convitió en águila al exponerse al sol.
La acogida que le da la Superior del Convento es muy dura. Nunca ha sido esta persona muy partidaria de aceptar una adolescente en el Carmelo. Es por eso que Teresita se siente profundamente observada, y está como “helada”. Eso sería poca cosa si el espectáculo del Convento le proporcionara un cierto consuelo. En realidad, Teresita dice que todo en el convento le resulta muy agradable, es con lo que ella soñaba en lo que hace a los ambientes de autoridad, de sencillez, de silencio, de recogimiento interior. Sin embargo, comienza a padecer algunas cercanías de experiencias dentro del Convento que le van a dificultar el camino.
La elección, en año 1874, de la Madre María de Gonzaga, que sustituye a la fundadora y la relega a esta a la sombra, va a ser para Teresita toda una prueba. En el momento en que Teresita entra al Carmelo, María de Gonzaga tiene 54 años. Es alta, distinguida, ardiente y apasionada; en ocasiones generosa y ciertamente excesiva y muy rigurosa en lo que hace a lo penitencial. Físicamente es de naturaleza robusta, no ha sabido nunca lo que es la enfermedad. Con todo el respeto debido a esta religiosa, que supo tener sus grandezas (Teresita así lo reconoce en su Biografía), hay que decir objetivamente que Madre María de Gonzaga no está hecha para llevar adelante el Carmelo. Ella siendo muy consciente de sí misma y de su debilidad, deja que el sol, que es Cristo, la acaricie y le de fuerza a sus alas como el águila, que despliega sus alas y tiene una mirada penetrante.
En este contexto, Teresita queda expuesta a las más rudas mortificaciones corporales mandadas por su superiora, lo cual va a afectarla notablemente en su salud. Ante esta falta de discreción en lo que hace al camino penitencial, nuestra santa se propone un camino distinto: el “caminito” en medio del camino. Hay momentos de la vida por circunstancias interiores o externas donde no se ve el camino, entonces Teresita nos muestra que donde no hay caminos hay caminitos. Como dice San Juan de la Cruz se puede ascender por los senderos, que como dice Jesús los caminos se hacen estrechos. Estos caminos sencillos en la vida de Teresita, en medio de contextos poco favorables, hacen que ella encuentre pequeños caminitos posibles.
El contexto en el cual Teresita va abriendo su caminito es bien complejo en relación al rigorismo del lugar. Por ejemplo, cuenta el padre Petitot que “en el Convento se dejaban crecer algunos cardos que después se utilizaban para la flagelación, con una actitud penitencial propia del medioevo”. Al principio, Teresita acepta estas indicaciones que recibe de su Superiora, pero después el Espíritu Santo la introduce en otro camino, de mayor exigencia, no física, sino en cuanto a la intensidad espiritual. Así logra vivir adecuadamente a los mandatos de Jesús en lo cotidiano. Teresita va a llegar a decir respecto del Carmelo y las divisiones internas que había en el lugar, que “todo pendía de un hilo”. Éstas son algunas de las dificultades que presenta la vida carmelitana para nuestra pequeña.
Pero también hay una realidad dolorosa, interior, profundamente sacudida para Teresita por dentro, que tienen que ver con su historia familiar y la forma que ella procesó la muerte de su madre y los hechos posteriores, afectándola desde muy pequeña en su salud psíquica. En ese contexto es que Teresita tiene una resolución: asumir el camino de santidad. Es interesante esto para nosotros, dado que en la vocación que tenemos a vivir en perfección en el seguimiento de Jesús no debemos esperar el mejor momento, sino que tenemos que elegir ser testigos de Jesús en la realidad tal como se nos presenta. Teresita es muy frágil de salud e interiormente también por su debilidad psicológica, y el mal la golpea duro en los escrúpulos con los que convive. Por ejemplo, cuando el mal la ataca el día anterior a su consagración haciéndole sentir que no es digna. En cuanto logra contar lo que le pasa, “toda la tormenta desapareció y volvió el sol a brillar en mi alma”. Es una de las reglas de discernimiento de San Ignacio, ante el ataque insidioso del mal, hablar con alguien con experiencia que pueda aconsejar, y el mal al ser descubierto, desaparece.
Es conocida la historia de Teresita en medio de ese ambiente del Convento un tanto hostil y dividido, con algunas exageraciones en la vida penitencial lideradas por quien era la Madre Superiora. Se sabe de los gestos de amor y caridad con que Teresita trataba a una de las ancianas a la que nadie soportaba y que ella, en signo de gran entrega, fue capaz de cuidarla y de llevarla a comer cuando, en medio de la oración, a esta religiosa mayor se le ocurría pedir que la sacaran del lugar donde estaba para ir al comedor. Teresita cuenta cómo comenzaban los gritos si la llevaba de una forma que para la hermana era muy rápida. Y si ella aflojaba un poquito para cambiar el ritmo de caminar hacia el comedor, también aparecían las quejas de la anciana porque parecía que Teresita ya no la sostenía. Y cuenta Teresita cómo y de qué manera se esforzaba, dejándose llevar por la gracia de Dios en medio de toda la violencia interior que le generaba, para que en la caridad pudiera despertarle una sonrisa a esta religiosa.
Pero no solamente hubo dificultades por fuera en la vida de Teresita en su consagración. A los 19 años percibe aquellos desequilibrios que se da en el ambiente donde le toca estar y es allí donde expresa con una absoluta claridad que todo en el Convento pende de un hilo. Es en ese ambiente donde Teresita se consagra, también con algunas tormentas por dentro.
Padre Javier Soteras
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