Santa Teresita del Niño Jesús y su caminito de amor

lunes, 27 de junio de 2011
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“En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». «Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios». Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.”

Mateo 14, 22-36

 

 Este texto nos pone en sintonía con esta dimensión de la vida de Teresita del Niño Jesús, quien como testigo de la fe, primera en el camino, nos va guiando desde su espiritualidad a despertar en cada uno de nosotros el anhelo de la santidad. Estamos en este grupo de la catequesis que nos van a conducir con el testimonio de nuestros hermanos mayores, los santos, a renovar en el corazón de cada uno, como bautizados que somos, la gracia de la santidad.

Vamos a ver cómo Teresita camina sobre las aguas de las dificultades en el Carmelo, y las dificultades que se suscitan dentro de su corazón.

 

Al camino de la santidad, por un territorio: el de la realidad

 

Compartimos las dificultades que por dentro del Carmelo Teresita vive a la hora de afrontar, como adolescente, el llamado que Dios le hace a consagrarse y a vivir la santidad.

Según la misma expresión de Teresita: “he renunciado para siempre a la felicidad de correr por el campo esmaltado por los tesoros de la primavera.” Se ha hecho ella prisionera, a los quince años, entrando al Carmelo. Llega a ese Convento como adolescente, menuda todavía por el desarrollo físico suyo a esa pronta edad.

 

Muchos decían, respecto de su presencia en el Carmelo (está testimoniado en documentos que hablan del ingreso de Teresita al Carmelo en Francia): “no podrá soportar la Regla, no va a resistir.” Y está tan pletórica en su grandioso destino, tiene en sí una voluntad tan total de santidad que, quieran o no, las religiosas casi a pesar de ellas mismas, se quedan impresionadas de verla reaccionar tan positivamente, a pesar de todas las dificultades que hay alrededor suyo, y en particular por lo que corresponde a su diminuta figura física.

“Yo era en esa época Maestra de Novicias- escribe una de las religiosas. Desde su llegada esta sierva de Dios sorprendió a la comunidad por su compostura, impregnada de una especie de majestad que no se esperaba de ella ni de lejos por su corta edad.”

La Madre Inés, que fue luego Superiora de eseConvento, confirma este testimonio: “las hermanas, que en su mayor parte no esperaban ver más que a una niña corriente, se sintieron sobrecogidas de respeto ante su presencia. Tenía en toda su persona algo tan digno, tan resuelto, tan modesto, que yo misma quedé sorprendida.”

Teresita aparece como muy pequeña, diminuta y, al mismo tiempo, como ella va a decir, en el momento en que comienza a ser sanada por la Virgen de la Sonrisa, comienza a constituirse desde dentro en una gigante.

 

La acogida que le da el Superior del Convento es muy dura. Nunca ha sido él muy partidario (dice Van der Meersch) de esa admisión precoz. Recordamos que Teresita entra por un permiso especial del Obispo, a quien se le ha solicitado la posibilidad de que Teresita ingresara a los quince años al Convento,

Frente a la recepción que le da el Superior de las Carmelitas, Teresita se siente profundamente observada, y está como “helada”. Eso sería poca cosa si el espectáculo del Convento le proporcionara un cierto consuelo. En realidad, Teresita dice que todo en el Convento le resulta muy agradable, es con lo que ella soñaba, en lo que hace a los ambientes de austeridad y sencillez, de silencio y recogimiento interior. Sin embargo, comienza a padecer algunas experiencias dentro del Convento que le van a dificultar el camino. Al entrar Teresita al Convento, estaba como Superiora la Madre María de Gonzaga, y esto constituye toda una prueba. La elección había tenido lugar catorce años atrás, en el año 1874, sustituyendo entonces a la Fundadora (y relegándola a ésta a la sombra). La Madre María de Gonzaga había nacido en una familia de la pequeña nobleza. En el momento en que Teresita entra, Madre María de Gonzaga tenía cincuenta y cuatro años. Era alta, distinguida, ardiente, apasionada; en ocasiones generosa y ciertamente excesiva y muy rigurosa en lo que se refería a lo penitencial. Físicamente era de naturaleza robusta, no había sabido nunca lo que era la enfermedad. Con todo el respeto debido a esta religiosa, que supo tener sus grandezas (Teresita así lo reconoce en su Biografía), hay que decir objetivamente (según afirma Van der Meersch) que Madre María de Gonzaga no estaba hecha para llevar adelante el Carmelo.

Naturaleza vigorosa, había lanzado a todo aquel pequeño mundo suyo por el camino de las más rudas mortificaciones corporales. Lo cual va a afectar negativamente a Teresita en su salud. En realidad, todo el Convento estaba afectado por una “falta de discreción en lo que hace al camino penitencial”.

Es justamente a contraluz de esto que Teresita va a proponer como camino espiritual y de renovación de la vida Carmelita (para ese Convento y para toda la Congregación) el “caminito”, que no es otra cosa que el vivir lo de todos los días en mortificaciones sencillas, con la convivencia, con el saber llevar la propia responsabilidad en la carga que a cada uno le toca por la misión que tiene por delante, en el cumplimiento de los horarios, en la Regla. En el vivir adecuadamente la voluntad de Dios en lo cotidiano es donde aparece una respuesta frente a estos modos exagerados de plantear el camino del seguimiento de Jesús. De hecho, quien fuera la Superiora Fundadora, la Madre Genoveva, cuando su sucesora le pide una recomendación respecto a la función que iba a asumir, y conociendo aquélla las actitudes de Madre María de Gonzaga, le advierte: “tenga cuidado; con una gran prudencia y gran discernimiento tiene que llevarse adelante lo que es el camino penitencial de la Orden, para no caer en vanidad y alimentar el amor propio.”

Estos consejos de prudencia no logran tomar el corazón de la Superiora, y esto va a influir en todo el Convento, generando un gran desorden. Por ejemplo, cuenta el padre Petitot que en el Convento se dejaban crecer algunos cardos que después se utilizaban para la flagelación, con una actitud penitencial propia del medioevo. Teresita al principio va a entrar por esa línea, pero después la guía que el Espíritu hace de su vida la va a introducir en otro camino, de mayor exigencia pero no tanta rigurosidad física sino intensidad espiritual, con la cual responder adecuadamente a los mandatos de Jesús y a la voluntad del Señor en lo cotidiano.

Teresita va a llegar a decir respecto del Carmelo donde ella entra, por ésta y otras circunstancias que habían dividido alrededor de la Madre Superiora al Convento en fracciones que confrontaban permanentemente entre sí, que en aquel lugar “todo pendía de un hilo”, por describir la situación delicada que atravesaba su Convento donde a ella le tocó iniciar su vida consagrada.

Éstas son algunas de las dificultades que presenta la vida Carmelitana para Teresita en el ambientedonde llega. Son dificultades de un mar sacudido por fuera.

Pero también hay una realidad dolorosa por dentro, profundamente sacudida para Teresita, que en ella ya es histórico puesto que desde muy pequeña su salud síquica se mostraba muy frágil. En ese contexto no ideal sino real, Teresita tiene una resolución: asumir el camino de la santidad. Es interesante eso para nosotros, en la vocación que tenemos a vivir en perfección en el seguimiento de Jesús: no esperemos el mejor momento, sino que elijamos este momento del contexto donde nos toca vivir para que en ese lugar donde hoy nos toca ser testigo de Jesús, una vez más nos determinemos por el camino de la santidad.

 

En las dificultades, Dios muestra su grandeza

 

Es conocida la historia de Teresita del amor y caridad en medio de ese ambiente hostil y dividido del Convento. Se sabe de los gestos de amor y caridad con que Teresita trataba a una de los ancianas a la que nadie soportaba, y que ella en un gesto de terrible entrega y amor fue capaz de cuidarla. La llevaba a comer cuando, en medio de la oración, a esta religiosa mayor se le ocurría pedir que la sacaran del lugar donde estaban para ir al comedor. Teresita cuenta cómo comenzaban los gritos si la llevaba de una forma que para la hermana era muy rápida. Y si ella aflojaba un poquito para cambiar el ritmo, también aparecían las quejas porque parecía que ya no la sostenía. Y cuenta Teresita cómo y de qué manera se esforzaba, dejándose llevar por la gracia de Dios en medio de toda la violencia interior que le generaba, para que en la caridad pudiera despertarle una sonrisa a esta religiosa.

 

Pero no solamente hubo dificultades por fuera en la vida de Teresita en su consagración. A los diecinueve años percibe aquel desequilibrio que se da en el ambiente donde le toca estar y es allí donde expresa con una absoluta claridad que todo en el Convento pende de un hilo. Es en ese ambiente donde Teresita se consagra, también con algunas tormentas por dentro. Pasa por sufrimientos interiores. Ella reconoce que en general pasó por uno gran sequedad toda su vida, como que en su navecilla “Jesús acostumbraba a estar como dormido”.

Veamos dos momentos bien significativos:

Uno es el tiempo antes de los votos. Describe su situación como la entrada a un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol ni llega la lluvia ni el viento. “Un subterráneo donde no veo más que una claridad semivelada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la faz de mi prometido, Jesús. Ni Él me dice nada, ni yo le digo nada tampoco, sino que le amo más que a mí misma; le amo, pero en sequedad.”

El día antes de hacer sus votos un 8 de septiembre, la invade una tormenta muy dura, una prueba interior que ha quedado en los anales de la vida espiritual como lugar de discernimiento. Cuenta ella en su Biografía: “por fin llegó el hermoso día de mis Bodas (votos definitivos). Fue un día sin nubes. Pero la víspera, el momento anterior de dar el paso definitivo, se levantó en mi alma la mayor tempestad que había conocido hasta entonces en mi vida. Nunca me había venido al pensamiento ni una sola duda acerca de mi vocación. Era necesario que pasase por esta prueba. Por la noche, haciendo el Vía Crucis, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, era una quimera. La vida del Carmelo me parecía muy bella pero el demonio me inspiraba la seguridad de que no estaba hecha para mí, de que estaba engañando a todos, a la Superiora, a las hermanas, empeñándome en seguir un camino al que en realidad yo no estaba llamada. Mis tinieblas eran tan grandes que no veía ni comprendía más que una cosa: yo no tenía vocación.”

“No hace falta, dice el padre Ángel Rossi en un texto que recomiendo, Teresa de Lissiex, la mimada, la misionada, la doctora, que entremos en mucho detalle para contar lo que verdaderamente suponía esta presencia diabólica demoledora. Pero puede venirnos bien para ver cómo sabiamente Teresita resuelve este escollo. Hace dos cosas que son esenciales en discernimiento, que nos pueden ayudar para superar nuestra tempestad interior. La primera es aplicar un criterio de oro de San Ignacio que expresa en una de sus regla de discernimiento y es: “en tiempo de desolación, de crisis, no hay que hacer mudanza.”

Teresita no se mueve. Percibe el sacudón pero no es que decide salir e irse. Cuando no se ve, cuando se está en medio de la tormenta, no hay que tocar los propósitos que hicimos cuando estábamos bien, antes de empezar la prueba, y que el mal espíritu, en realidad, está intentando voltearnos o, al menos, quitarnos el fervor del corazón, del alma. Teresita se acuerda de que ella estaba feliz de hacer los votos, que cuando los decidió y pidió hacerlos, volaba de alegría; no había tormentas, nubes ni dudas en su decisión. Y de golpe ahora, en el momento más importante, inesperadamente irrumpe este infierno. Por lo tanto, primera cosa muy sabia: no hacer cambios en tiempo de desolación.

El segundo punto importante es que ella no se queda sola, sino que denuncia lo que le está pasando y abre su corazón para compartirlo con su superiora. Lo narra así: “¡Ah! ¿Cómo describir la angustia de mi alma? Parecía que si comunicaba mis temores a mi Maestra, ésta me impediría pronunciar mis votos. No obstante, preferiría cumplir la voluntad de Dios y volver al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía. Hice, pues, salir del coro a mi Maestra y llena de confusión le manifesté el estado de mi alma. Afortunadamente, ella vio más claro que yo, y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho, acababa de poner en fuga al demonio, el cual pensaba tal vez que no me atrevería a confesar mi tentación.” Con lo cual Teresita muestra cómo y de qué manera se superan las tormentas del corazón cuando el demonio busca enredarnos y confundirnos con sentimientos y pensamientos de angustia que oprimen y buscan sacarnos del camino. Es por la denuncia. A esto San Ignacio lo plantea en la Regla 14, cuando habla del modo en que se debe obrar cuando uno es tentado, abriendo la boca; no hay que hacer lo que indica el mal espíritu, que no hablemos. Dice San Ignacio que el mal espíritu es como un vano enamorado, que no quiere que la mujer le cuente a su marido lo que le está ocurriendo con su presencia que hostiga; la llama al silencio, puesto que si el marido se entera, el vano enamorado cobra. San Ignacio invita a abrir la boca, a denunciar, a declarar, para que justamente en esa expresión nosotros nos veamos liberados. Así se pone al descubierto al maligno, que no conoce el territorio de la sencillez y la humildad y entonces se da a la fuga.

 

En un momento del camino espiritual de Teresita en el Carmelo, encuentra la verdadera luz que va a ser guía y compañía en todo su peregrinar: ni más ni menos que la Palabra de Dios.

Aquí está el centro de la espiritualidad de Teresita, que nos deja en esto una lección. Decía Juan Pablo II en el 75 aniversario del Pontificio Instituto Bíblico de Roma: “La Iglesia siente cada día la necesidad de impregnarse de la Sagrada Escritura para leer allí todo lo que ella es y lo que está llamada a ser. No existe auténtica vida espiritual, eficaz catequesis o actividad pastoral alguna que no exija este retorno constante a los libros sagrados.”

El Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, recomienda insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de la Escritura, “para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo. Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo.” También recomienda de buena gana que nosotros, los creyentes, acudamos al texto bíblico en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios, y en la lectura espiritual. “La Sagrada Escritura ha de ser la base de la formación en cada uno de nosotros.”

 

Teresita del Niño Jesús entendió esto de una manera vital, existencial y muy gráfica. El corazón seducido de Teresita sacaba su fuerza de la Palabra de Dios. Encontramos una enseñanza bellísima en esta dimensión bíblica del corazón de la pequeña Teresita. Ella no era una estudiosa de la Biblia, puesto que en ese tiempo se estudiaban muy poco las Sagradas Escrituras. En el Convento, en la vida religiosa y en generalen la Iglesia, el Antiguo Testamento casi no se leía. En el Convento no tenían la Biblia completa. Pero Teresita le pide a su hermana Celina los cuatro Evangelios, con las cartas del Apóstol San Pablo. Cuando los tiene, se los cuelga al cuello. En vez de la cruz, se cuelga la Biblia. Un gesto simbólico muy fuerte.

La Teresita primera, la que fue llevada por el ambiente un tanto enfermo, penitencial, se había puesto una cruz con unos pinches de metal. Ahora ha cambiado: la verdadera oblación está en llevar la Palabra de Dios en lo profundo del corazón. Las hermanas primero dijero “¡Qué horror!, ¿qué hace con este libro?”. Después les fue gustando y todas terminaron de algún modo con el mismo gesto. Teresita se cuelga del corazón la Palabra de Dios y es allí donde va a encontrar las respuestas a las cosas importantes. Allí encuentra la respuesta definitiva a su vocación, lo cual no era fácil de discernir porque Teresita quería hacer y ser de todo (carmelita, soldado, misionera, sacerdote…). Pero a la luz de la Palabra decide ser el amor en el corazón de la Iglesia. Entre los textos más significativos, ella pone de manifiesto el siguiente: Marcos 3-13: “Habiendo subido Jesús a un monte, llamó a los que Él quiso, y ellos acudieron a Él”. Allí encuentra Teresita el misterio de su vocación: “he aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida y el misterio sobre todo de los privilegios que Jesús ha dispensado en mi alma. Él no llama a los que son dignos, sino a los que quiere.” Y encuentra también, dentro de la dimensión de pequeñez en la que se reconoce lejos de todos los santos, que esos deseos grandes de amor y de santidad están porque Dios así lo quiere. Y en esa pequeñez Teresita descubre la clave, a la luz de Proverbios 9, 4: “Si alguno es pequeño, que venga a mí.” Cuenta Teresita: “me acerqué por lo tanto, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Continué mis pesquisas y he aquí que hallé: “como una madre acaricia a su hijo, así Yo los consolaré. Los llevaré en mi regazo y los meceré sobre mis rodillas.” Entonces Teresita exclama: “¡Oh, Dios mío, has rebosado mi esperanza y quiero cantar tus misericordias!”

 

Teresita en su Biografía habla de cómo la Palabra de Dios ha venido a dar respuesta a ese peregrinar suyo, dificultoso pero confiado, sostenido y consolado en Dios. “Ésta no es mi vida, son pensamientos acerca de las gracias que Dios se ha dignado acercarme” -dice Teresita. Me encuentro en una época de mi existencia en que pude echar una mirada sobre el pasado. Mi alma ha madurado en el crisol de las pruebas externas e internas. Ahora, como la flor fortalecida por la tormenta, levanto la cabeza y veo que se ha realizado en mí lo del Salmo 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta.” Siempre se me ha mostrado el Señor compasivo y lleno de dulzura, lento a castigar y abundante en misericordia.”

 

 

Padre Javier Soteras