Señor, haz que tu Palabra sea fecunda en mí

jueves, 22 de julio de 2010
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“Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!".”

Mateo 13,1-9.

    En el camino de Jesús nos vamos dando cuenta de que su pedagogía es hablarnos en parábolas, para que muchos puedan entender y, misteriosamente, para que muchos puedan no entender. Por eso dice ¡El que tenga oídos, que oiga!.
    ¿Será que hay que interpretar que no todos tienen oídos para entender el mensaje de Dios? ¿Será que el Señor se presenta de una manera muy dura, hablándonos en parábolas, figuradamente, con comparaciones? Yo creo que las parábolas son un signo del misterio de Dios, que es libre, que tiene tiempos, maneras, proyectos para cada uno, y que aunque es para todos, no es igualito para todos. Me parece muy importante destacar esto, porque cada uno de nosotros tenemos maneras muy distintas de percibir y tenemos designios distintos en la vida. Y creo que es importante aceptar este dato de la realidad, esencial para poder descubrirnos llamados en un tiempo determinado, y a servicios determinados. De manera determinada y en grados diferentes, propios. Dios nunca es injusto con nosotros. Y a cada uno le habla. Pero no todo el mundo puede percibirlo. Y eso es lo que reflexionamos hoy: ¿cómo es mi respuesta, mi responsabilidad, mi predisposición, frente a Dios que pasa y a la semilla del Reino? Lo que queda claro es que el Señor siembra para todos.

El sentido de las parábolas

    Cuando uno es pequeño, vive situaciones (por ejemplo, las tradiciones) y no las comprende bien. A lo sumo, descubre que es algo importante porque están papá, mamá, los abuelos, los primos, los tíos. Ve que hay alegría y que esto es valioso, y que es una experiencia de amor. Y que le dan ganas de volver allí en determinadas fechas. Es decir que hay costumbres, tradiciones y cosas que los chicos van viviendo, sin saber el porque, pero saben que son importantes porque allí sucede algo. Y eso lo capta el corazón, porque la inteligencia del pequeño aún no lo puede percibir. Bueno, en este orden están las parábolas. Son como comparaciones que se hacen para que, entendiendo algunos, otros lo entiendan. ¿Por qué? Porque hay disponibilidades distintas y tiempos distintos, y designios distintos. Porque al niño pequeño no le podés sacar la papa caliente de la olla y dársela entera en la boca. ¿Qué hace la mamá? Prepara un puré, lo condimenta, lo prueba primero con su propia boca, lo tantea con sus labios, y entonces le da al pequeño el puré, como servido. Así también el Señor va administrando el misterio del Reino de una manera que sea posible para la pequeñez de nuestro existencia. Porque si Dios se manifestara en su totalidad, con todo su esplendor y belleza, con todo su amor intra-trinitario, capaz que nosotros desapareceríamos, porque la gloria de Dios es tan grande que el corazón humano no podría resisitir esa experiencia. Nadie puede experimentar a Dios directamente. Es necesario que Dios se vaya dando a conocer, como asomándose de a poco, como el sol al amanecer que va trayendo luz lentamente. Así, las parábolas son una enseñanza del Reino, una manera adecuada que el Señor ha elegido para que aquellos que tienen el corazón puro, puedan percibir la enseñanza y la presencia del Reino.

Señor, concédeme un corazón puro,
para que tu Palabra sea fecunda en mi terreno.

    Cuando el Papa Juan Pablo II nos legó los misterios de la luz, seguramente fue porque el Señor le mostró que teníamos que profundizar la contemplación del camino. Y el camino es la siembra. El Señor va haciéndose camino, esparciendo su Palabra, anunciando el Reino. Por eso uno de los misterios de la luz, el tercero, es el llamado a la conversión y el anuncio del Reino. Y éstas son las parábolas del Reino, las que nos deja Mateo en el capítulo 13 en adelante. ¡Qué hermoso verlo al Señor, enseñando, rodeado de gente! Porque su manera de expresarse cautivaba a los que percibían la realidad desde el orden natural. El Señor apela a un recurso de la gente sencilla, la que vive más en contacto con la naturaleza, que tiene mayor capacidad de percepción a través de los sentidos y del corazón. Por eso les habló en parábolas, porque lo que predominaba en su época era la vida de la gente sencilla, simple, del campo. El Señor quiere dar a conocer lo más sublime de la manera más sencilla, apelando al recurso de la percepción, de la intuición y de la captación que tienen los sencillos de corazón.

Cuesta que la Palabra entre en el corazón de uno…, claro que sí, porque estamos muy dispersos, porque nuestro terreno está muy resbaladizo, inestable, inseguro, miedoso. Hay mucha soledad, desprotección, horfandad en los grandes centros urbanos, desconfianza. Simplificar el corazón es nuestro gran desafío, recuperar el silencio, el detenimiento… Hay mucha necesidad de meditar, de intuir las cosas profundas, detenernos, entrar adentro y escuchar. Hacer un alto en el camino.

"El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron.” Primer punto: el sembrador. ¿Cómo era el sembrador de Jesús? Era como el sembrador de su tiempo, un hombre que creía en la tierra, creía en la posibilidad de respuesta y sembraba al voleo: mientras iba caminando iba desparramando la semilla. Caían semillas por todos lados. Esto es como un llamado a mirar adentro y comprender muchas cosas importantes en nuestra vida. Creer en la siembra, creer en el lugar donde cae la siembra, creer que mi misión es la siembra, saber que estoy llamado a sembrar.

La Palabra de Dios dice que “el que guarda su vida, la pierde; pero el que es capaz de perderla por el Señor, la gana.” Y también dice “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no da fruto; pero si muere, da mucho fruto.” Pero para que el grano de trigo caiga y dé mucho fruto, tiene que caer en una tierra que esté dispuesta a dar fruto. Y ahí está nuestra respuesta a la siembra de Dios.
¡Dios viene sembrando de muchas maneras en tu vida y en mi vida! ¿Cuánta siembra ha habido en mi vida? ¿De qué manera estoy recibiendo la siembra?

El Papa Juan Pablo II, al comienzo de este tercer milenio que estamos transitando, decía que había que mirar el pasado con agradecimiento, el presente ser vivido con pasión, y que el futuro debía ser mirado con esperanza. Cuando yo veo que hay personas que están tan triste de su existencia, me pregunto si son conscientes de todo lo que se ha sembrado en ellos. Y pienso en el amor de sus padres, y en el amor de Dios que se ha derramado en esos corazones. Y pienso en la educación, en el cariño de los padrinos, de los tíos, en la alegría de los juegos, en la alimentación, en la vestimenta. Pienso en todo lo que se sufrió por esos chicos. Y ahora que son grandes, simplemente están tristes.
Y ahora vuelvo a la Palabra: Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. ¿Quién se robó la gratitud que tiene que haber en tu corazón? ¿Quién se robó el trigo y quedó solo la cizaña? ¿Qué pasa que hoy no hay semillas de trigo en tu campo? ¿Vinieron pájaros y se las comieron? ¿O más que pájaros será olvido, y debes empezar a agradecer? Todos somos llenos de semillas. Porque las semillas del verbo fueron esparcidas por todo el mundo. ¿Estaremos a la altura de la siembra? ¿Estaremos dispuestos a ser tierra que se deje fecundar? ¿Qué disponibilidad tengo?
Muchas veces llega tanto bien a nuestro vida! Pero a veces no produce fruto la semilla, la vida no se despierta, porque mi corazón es como el camino, está adormecido, encallecido, arrutinado, acostumbrado, tan en lo mismo de siempre, que no hay nada que cambie ni dé sentido a nuestra vida. No hay nada que mueva o modifique. ¡Qué tristeza cuando uno es responsable de la propia indiferencia del corazón, cuando no se puede percibir el paso de Dios en nuestro vida!

Otras semillas cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron.
A veces tenemos buena tierra, pero también tenemos buenas piedras, que impiden que se fecunde. Si las cosas no dan fruto, tal vez estoy endurecido y encallecido. La siembra implica una crisis, porque la tierra debe ser dada vuelta. Si la persona no se abre, no permite la acción de Dios. Soy yo el que tengo que reconocer que tengo durezas… la semilla debe entrar adentro de la tierra. Y para eso la tierra debe ser removida, dada vuelta. Eso es la conversión. El Evangelio es un llamado a la conversión, a la vida nueva, para que entre dentro mío el Reino de Dios.

Es bueno preguntarse qué pasa cuando hace tanto que escuchamos la Palabra de Dios y sin embargo nuestra vida permanece estática. O tal vez nos gusta lo sensitivo, las respuestas ligeras, y hasta allí llega mi experiencia de fe. Soy yo el que tiene que recibir la Palabra con buena disposición. Dios siempre está sembrando. ¡Qué difícil salir a veces de uno mismo! Uno a veces quiere “la chancha y los veinte”, quiere andar bien con Dios y con el diablo; quiere que todo esté conforme al propio gusto… a veces eso es un “peligroso camino de equilibrio”.

El Evangelio tiene radicalidad. O todo o nada. O juntan conmigo o desparraman, dice Jesús. Cuidado con la fe emocional, de impulsos, circunstancial. Los fariseos querían signos. Cuidado con el que se siente siempre seguro. caminar en la fe significa dejar que Dios penetre hondo.

No jugar con el amor de Dios. La conversión es cosa seria. Da temor, produce vértigo, pero hay que confiar. No quedarme en lo fácil y mediocre. Perseverancia, constancia, seguir meditando la Palabra. Todavía hay mucho que convertir. Hay muchas durezas. Da vuelta tu tierra. No temas sacudir tu pereza. El problema está dentro tuyo. El mal espíritu está en uno. Cuando estoy desesperado, acudo a Dios, lo uso. Como si fuera un remedio pasajero. A veces la vida espiritual es eso: se vive una fe de impulsos, de acontecimientos, una fe de a ratos.
Pero la fe del discípulo de Jesús es algo persistente, perseverante, que lleva a tomar decisiones profundas; donde hay que pensar qué pasa en el corazón que no cambio; ¿no estoy poniendo todos los medios? ¿Qué tengo que hacer? Tengo que dar vuelta mi tierra, sacar las piedras.

Padre Mario Taborda