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Señor, que no te entienda, que te crea
jueves, 18 de enero de 2007
Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.
Marcos 3; 7 – 12
Con el pasaje de hoy se abre una nueva sección ya no son las discusiones o enfrentamientos de Jesús con los fariseos: cinco enfrentamientos claros que nos trae todos juntos el evangelio según san Marcos. La nueva sección no tiene como escenario el encierro de la sinagoga o su entorno, sino que es un espacio abierto, es un lugar donde Jesús va caminando, donde su actividad se propaga. Él en absoluto ya no es más un desconocido y suscita situaciones encontradas. La sección anterior terminaba, con la decisión de fariseos y herodianos de matarlo.
La multitud aquí lo sigue buscando; se ensancha el horizonte, se nos nombran así todas las regiones conocidas: Galilea, Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania, Región del Tiro, Sidón. Todos acudían porque habían escuchado hablar de lo que hacía, poco a poco se va arraigando la fama del maestro.
Esa misma fama que primero va a ser motivo de glorificación y luego de incredulidad, cuando dijeron: “Este no expulsara a los demonios por el poder del príncipe de los demonios”. Y entre tanto Jesús va haciendo su camino y va preparando una nueva familia compuesta por aquellos que muestran una disponibilidad total respecto de Él.
Hoy dividimos esta reflexión en tres partes: en lo primero que nos vamos a detener, es en el encuentro interpersonal de Jesús con cada uno de aquellos que se acercan a Él. Hay un encuentro y una búsqueda de la multitud, quizás esa multitud tenga que purificar las intenciones de esa búsqueda de Jesús: La multitud que va a ser alimentada en el desierto. . La multitud que lo va a seguir mientras va anunciando el evangelio. . La multitud que lo va a aclamar en su entrada a Jerusalén. .
Y es la misma multitud que desaparece en el momento de la cruz cuando solamente quedan María (la madre), el discípulo amado y dos o tres mujeres. Es momento para preguntarnos: ¿Dónde quedo esa multitud de enérgicos enfervorizados y dispuestos discípulos los que iban de un lado al otro buscando a Jesús?.
Después vamos a reflexionar sobre ese reconocimiento que hasta el mismo demonio hace de Jesús, el evangelio dice: “Los espíritus inmundos se postraban ante él y gritaban “tu eres el hijo de Dios”, pero Él les prohibía enérgicamente que lo descubriesen”.Vamos a ver que es ese secreto que Jesús quiere mantener a lo largo de toda la mitad de todo el evangelio según San. Marcos.
Vamos a comenzar con este tipo de encuentro, dice que Jesús se retiro con sus discípulos hacia el lago, lo seguía una gran muchedumbre y como había mucha gente les encargo a sus discípulos que le trajeran una barca para que no le estrujaran, pues ya había curado a muchos que padecían dolencias, se les echaban encima para tocarlo.
El encuentro personal de Jesús no es el anuncio del evangelio a una multitud de desconocido, la palabra se anuncia de modo personal. Dice el Papa Benedicto en su primera encíclica: “Dios es amor” “… no nos hacemos cristianos por la adhesión a un conjunto de verdades de tipo intelectual o un conjunto de principios de tipo moral, sino que nos hacemos cristianos con el encuentro personal con aquel acontecimiento que a cambiado la historia, la muerte y resurrección del hijo de Dios que vino a entregarse por vos y por mí”.
Dice el evangelio de san. Juan: “Habiendo amado los suyos los amo hasta el fin”. Ahí estamos nosotros como amantes y enamorados de Jesús. El ha venido a curar a los enfermos cuando Jesús proclama su misión mesiánica en el evangelio de san Lucas, en la sinagoga de Nazareth va a decir: “El espíritu del señor está sobre mí, porque me a ungido para dar la buena noticia”, la liberación de los encarcelados injustamente, el pan para los que no tienen comida y la salud para los enfermos.
Nosotros tenemos que reconocernos heridos por nuestras miserias, por nuestros pecados, por aquellas cosas que a lo largo de la vida nos han ido golpeando de un modo particular. Necesitamos de este medico nosotros colocándonos en esa larga fila de heridos: dolidos y golpeados, dejemos en el señor la salud y como la multitud busquemos tocarlo a Jesús. ¿Dónde? En sus sacramentos, principalmente en el de la reconciliación.
Es hoy donde nos invita a levantarnos y nos dice sus pecados están perdonados, nos invitan a salir de nuestra postración, de nuestra enfermedad, el se manifiesta lleno de amor y misericordia como el que ha venido a estar entre nosotros como la salud para nuestra enfermedad. No tengamos miedos de mostrarle nuestras heridas.
A Partir del encuentro liberador del señor la respuesta de la multitud es: servir, agradecer, proclamar. Pensemos si nosotros damos esta respuesta al señor, si somos consientes de las maravillas que Dios ha hecho en nosotros.
También vemos que Jesús debe defenderse de su propia fama, no quiere ponerse al servicio de intereses personales, sino al servicio de Dios, por eso ordena a los demonios que se callen, no tiene que ser considerado como un manosanta o un curandero, sino como el enviado del Padre que realmente es.
A veces nosotros en vez de buscar a Dios, nos buscamos a nosotros mismos, y en actos de religiosidad no buscamos más que la aceptación de los demás piadosos y meticulosos en las leyes de la iglesia pero sin amor. Hoy lo que hace Jesús proclama es el misterio del Padre, el ministerio del amor, por eso no quiere que su mensaje sean confundido, Jesús quiere que esa multitud que lo sigue no sea simplemente fascinada por la espectacularidad del milagro, sino que también den el paso de la conversión para no quedar vacíos y sin haber hecho el encuentro con aquel que nos ama. Podemos hacer una reflexión muy humana para sacar luz, para vivir algunas de nuestras virtudes.
A veces nuestras acciones son mal interpretadas o no interpretadas como nosotros quisiéramos con la intención profunda que hay en nuestro corazón, a veces también nosotros mal interpretamos: gestos, acciones, sentimientos, y vamos de la apariencia al juicio, condenamos por apariencia y cuando nos condenan por apariencia nos enojamos y reaccionamos hasta con violencia contra los demás, por eso démonos cuenta que cuando juzgamos con ligereza podemos causar un sufrimiento y dolor enorme. Nos creemos jueces de la conciencia del prójimo al juzgar y mal interpretar a los demás, por eso hay que hacer el camino de Jesús, el del perdón y el de la reconciliación.
Hoy Jesús no sugiere que antes los: celos, envidias, malas interpretaciones tenemos que replegarnos en nosotros mismos, no encerrarnos en actitudes de resentimientos no pasar por victima (en mi familia nadie me entiende, en mi trabajo nadie me quiere, en mi parroquia nadie me valora y soy ultimo de todo), buscamos un camino de victimización que no tiene nada que ver con el camino de la cruz. Convirtiéndonos en victima cargamos en nuestros hombros una mochila.
Así nunca vamos a ser libre y felices. Hoy la palabra nos sugiere que en nuestro camino, sin pretender aclaraciones a toda costa, explicaciones a cualquier precio, tenemos que creer que de cualquier modo la verdad va a triunfar. La verdad nos hace libre y nuestra garantía y testigo es el señor.
Este es el momento para ser iluminados por la verdad podemos estar en un lado o en el otro mal interpretando o mal interpretados, generando resentimientos o resentidos, para que esto no pase pedimos urgentemente al señor la gracia de entender que el es el único juez. Todas estas enviadas estos celos que muchas veces aniquilan las relaciones interpersonales, nos hacen descubrir en una especie de campo de batalla donde el prójimo no es un hermano sino un rival con el cual tengo que competir.
Esto genera inseguridad, ansiedad miedo, los espacios de vida se transforman en áreas dominadas por un espíritu de defensa porque nos sentimos atacados por los demás. Gran parte de nuestro mundo se va transformando en un lugar donde la paz, la justicia y el amor, son común especie de recitados de actores bien dispuestos que hacen una representación, que están dispuestos a mutilarse unos a otros, con una especie de hostilidad reciproca.
Hay médicos, sacerdotes, abogados, asistentes sociales, sociólogos, sicólogos, que están dispuestos constantemente: a servir al prójimo a la reconciliación de los hermanos, ha proclamar la paz. Pero cuando nos convertimos en victimas de vanidades, de hostilidades; en el ámbito personal o social, ahí surge la paradoja que lo que tenemos que curar estamos también heridos y necesitamos ser curados por el señor. Cambiar la hostilidad, por la hospitalidad de corazón, donde cada persona tenga un lugar.
Por ultimo Jesús expulsa los demonios, estos espíritus simbolizan el poder enemigo de Dios, y debían ser destruidos por el Mesías. Al reconocer estos espíritus su derrota, es afirmar la eficacia del mensaje mesiánico de Jesús. En la victoria de Jesús sobre Satanás esta también nuestra posibilidad de victoria, san. Agustín decía: “Hay que mirar a ese cristo vencedor que es la posibilidad de vencer que tenemos nosotros a la tentación”, en el padre nuestro pedimos que no nos deje caer en la tentación y nos proteja del mal.
El evangelio termina diciendo que el les prohibía que lo diesen a conocer. Hasta el capítulo 8 del evangelio de san. Marcos, como en una especie de misteriosa dinámica en la cual Jesús va prohibiendo que proclamen quien es a aquello que se llama el secreto mesiánico, ese secreto mesiánico va a ser interrumpido en el momento que Jesús anuncia su muerte y resurrección “Ahora hablas claro” le van a decir sus discípulos y Pedro lo proclama como el Mesías (el ungido) algo que a Pedro no le viene ni de la carne, ni de la sangre sino del padre que ve en la profundidad del corazón del hombre.
Una buena consigna para lo que acabamos de escuchar seria la actividad de repetir una especie de Jaculatoria: “Señor enséñame a alegrarme del bien”, es una suplica para que el señor aleje de nosotros: todo celo, rencor, envidia y resentimiento. Alegrarme del bien propio y también del prójimo cercano y no tan cercano, para poder tener un corazón puro, para poder escuchar a Jesús que me habla desde la barca, aquella barca es la iglesia desde donde sigue dirigiendo. Por eso hoy pidamos la gracia de alejar de nosotros todo aquello que me ata a celos, rencores, envidia y que nos enseña a alégranos en el bien propio y en el de los demás.
Padre Carlos Scatizza
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