Ser la luz de Cristo en los demas

jueves, 1 de septiembre de 2011
image_pdfimage_print
 

Hoy vamos a detenernos en la figura de Madre Teresa de Calcuta, quien recibe del Señor este mensaje mientras va en tren: Ven, sé mi luz.

En septiembre de 1946 (tenía 36 años) fue enviada al Convento de Loreto en Darjeeling, pueblo enclavado a los pies del Himalaya, a unos 650 km. al norte de Calcuta. Allí iba a hacer su retiro anual y tener un merecido descanso. Durante el regreso en tren, el 10 de septiembre tuvo un decisivo encuentro con Cristo; aunque esto permaneció velado por mucho tiempo en sus detalles, finalmente se supo lo que ocurrió según sus propias palabras: “Fue una llamada dentro de mi vocación. Era una vocación para abandonar incluso Loreto, donde estaba muy feliz, para ir a las calles, a servir a los pobres de entre los pobres. Fue en aquel tren que oí la llamada para dejarlo todo y seguirlo a Él. a los barrios más miserables … Yo sabía que era Su voluntad y que tenía que seguirlo. No había duda que iba a ser Su obra". Madre Teresa de Calcuta consideraba este día, celebrado más tarde como el día de la Inspiración, como el verdadero principio de las Misioneras de la Caridad. En el registro de ingreso donde se anotan los datos personales de las que entran a formar parte de la Congregación, bajo su propio nombre escribió: entrada en la Congregación 10 de septiembre del año 1946. Como dirá ella a sus hermanas: “la fuerte gracia de Luz y Amor divinos que recibí durante el viaje, es donde empiezan las Misioneras de la Caridad … en las profundidades del infinito anhelo de Dios de amar y ser amado."

Y en otra carta agregó: "Me hizo una llamada para saciar la sed de Jesús sirviéndole en los más pobres de los pobres".

Madre Teresa de Calcuta siempre insistió que la única e importante razón para la existencia de la Congregación que ella había fundado era saciar la sed de Jesús.

 

En el primer borrador de las reglas, escritas varios meses después de su encuentro en el tren, expresaba el objetivo de la nueva Congregación,que esencialmente siguen sin cambios hasta hoy: «La finalidad general de las Misioneras de la Caridad es saciar la sed de Jesucristo en la Cruz de Amor y de Almas.”

Que la finalidad de la congregación sea «saciar la sed de Jesús en la Cruz» indica que su experiencia mística tuvo lugar en el contexto del Calvario, en el momento en que Jesús, a punto de morir en la Cruz, gritó: «Tengo sed.» Fue esta cita de las Escrituras la que representó para ella un resumen y un recordatorio de su llamada. Mientras instruía a sus hermanas, explicaría: «Tengo sed», dijo Jesús en la Cruz cuando fue privado de todo consuelo, muriendo en la Pobreza absoluta, abandonado, despreciado y roto en cuerpo y alma. El habló de Su sed —no de agua— sino de amor, de sacrificio. Jesús es Dios: por tanto, Su amor, Su sed es infinita. Nuestro objetivo es saciar esta sed infinita de un Dios hecho hombre. Así como los ángeles que adoran en el Cielo, cantan sin cesar las alabanzas de Dios, así las Hermanas, utilizando los cuatro votos de Pobreza Absoluta, Castidad, Obediencia y Caridad hacia los pobres, sacian incesantemente a Dios sediento, a través de su amor y del amor de las almas que Le llevan.

Detrás de esta explicación había mucho más de lo que ella jamás dio a conocer. Pero con sus palabras y su ejemplo, sus hermanas comprenderían y captarían el significado de la gracia que ella recibió ese día.

Madre Teresa sabía que sólo estando unida a María, la primera que oyó el grito de sed de Jesús, podía realizar su misión. Así exhortó a sus seguidoras: “Permanezcamos siempre con María Nuestra Madre en el Calvario cerca de Jesús crucificado, con nuestro cáliz hecho con los cuatro votos, y llenémoslo con el amor de la abnegación propia, de amor puro, siempre elevado cerca de Su Corazón sufriente, de modo que le sea grato aceptar nuestro amor.

Ese mismo día 10 de septiembre de 1946, Madre Teresa empezó a recibir una serie de locuciones interiores que continuaron hasta la mitad del año siguiente. Madre Teresa oía la voz de Jesús y conversaba íntimamente con Él. Ella se cuenta entre los santos a los que Jesús habló directamente, pidiéndoles que emprendieran una misión especial entre Su gente. Desde el inicio de esta extraordinaria experiencia, Madre Teresa no tuvo duda de que era Jesús quien le hablaba. Sin embargo, la mayoría de las veces, se refería a estas comunicaciones como la «Voz».

Un intercambio conmovedor de gran belleza continuó entre Cristo y Madre Teresa. Con suma ternura, Él se dirigía a ella como «Esposa mía» o «Mi pequeñita». «Mi Jesús» o «Jesús mío», contestaba Madre Teresa, deseando intensamente devolver amor por amor. En este diálogo sagrado, le estaba revelando Su Corazón: Su dolor, Su amor, Su compasión, Su sed por los que más sufren. También le reveló Su plan de enviarla a los que más sufren como portadora del amor de Él. Esta revelación tuvo un profundo eco en su alma. Muchos años antes, escribiendo una carta a su ciudad natal, había expresado su deseo «de ir a dar alegría» a quienes había sido enviada. Había rezado pidiendo «¡fuerza para ser siempre la luz de sus vidas y así guiarlos hacia Ti!» Sin embargo, la llamada para dejar Loreto y ser un signo de la presencia de Cristo, una portadora de Su amor y compasión hacia los más pobres de los pobres en los barrios más miserables, no era el tipo de respuesta que ella esperaba como contestación a su oración. No, la «Voz» continuó suplicando: «Ven, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé Mi luz.» La invitación de Jesús rebosaba confianza: Él contaba con su respuesta.

El primer paso

A comienzos de octubre de 1946, Madre Teresa regresó a Calcuta para continuar su trabajo en la escuela de St. Mary. Tan pronto como se presentó la oportunidad le relató a su Director Espiritual, el sacerdote jesuita Van Exem, lo que le había sucedido en el tren y durante el retiro y le mostró las pocas notas escritas durante el retiro. Madre Teresa, de acuerdo con su inspiración, quería actuar inmediatamente. Sin embargo, al haber consagrado su vida a Dios mediante un voto de obediencia, sólo podía proseguir con la aprobación de sus superiores. Para ella, su bendición no era una mera formalidad, sino una protección y la seguridad de que la mano de Dios estaba en su empresa. Sólo su permiso le daría la certeza de que esta llamada era verdaderamente la voluntad de Dios y no un engaño. Era tarea de su Director Espiritual, de la Superiora de la Orden Religiosa, y especialmente del jesuita Arzobispo de Calcuta, Ferdinand Perriere, probar y discernir esta llamada. Si no la consideraban auténtica estarían obligados a rechazarla. Si encontraban que era genuina, estarían obligados en conciencia a ayudar para llevarla a cabo.

El padre Van Exem, un experto director espiritual, tomó el asunto muy en serio. Tenía una gran admiración hacia esta fervorosa y humilde religiosa, y gran respeto por la profundidad de su vida espiritual. No dudaba de su sinceridad, pero era conciente de los riesgos de conceder mucho crédito a experiencia semejante, si se probaba que su fuente no era divina. Conociendo la firme determinación de Madre Teresa de hacer sólo la voluntad de Dios, decidió probar la autenticidad de las inspiraciones y contó con su obediencia como una confirmación de la mano de Dios en este acontecimiento extraordinario. “Me prohibió incluso pensar en ello. La primera petición del padre Van Exem fue que dejara de pensar en la inspiración, que la dejara a un lado. Más tarde, en una carta a su superiora general, escribió: el padre Van Exem me dio largas, me prohibió incluso pensar en ello. A menudo, muy a menudo, durante los cuatro meses (entre septiembre de 1946 y enero de 1947) le pedí que me dejara hablar con su Excelencia, el Arzobispo de Calcuta, pero siempre se negó.”

La renuncia que se le pedía era una manera bastante drástica de probar la autenticidad de la llamada, ya que nada más podría asegurarle su origen divino. Así, en obediencia a su director espiritual, Madre Teresa permaneció en silencio y en oración, sin saber cuál sería el resultado.

 

Carta de Madre Teresa al Arzobispo de Calcuta

Convento de St. Mary 13 de enero de 1947

Excelencia, Desde el pasado septiembre, extraños pensamientos y deseos han llenado mi corazón. Se hicieron más fuertes y claros durante los ocho días de retiro que hice en Darjeeling. Al llegar aquí le conté todo al Padre Van Exem —le mostré las pocas notas que había escrito durante el retiro. Me dijo que pensaba que era una inspiración de Dios, pero que rezara y guardara silencio sobre ello. Continué contándole todo lo que pasaba en mi alma, en pensamientos y deseos. Entonces ayer él me escribió esto: «No puedo impedirle que hable o escriba a Su Excelencia. Escribirá a Su Excelencia como una hija a su padre, con perfecta confianza y sinceridad, sin ningún miedo o ansiedad, contándole cómo fue todo, añadiendo que habló conmigo y que ahora pienso que no puedo en conciencia impedirle que le exponga todo.»

Antes de empezar quiero decirle que, a la primera palabra que diga Su Excelencia, estoy dispuesta a no considerar nunca más ninguno de estos pensamientos extraños que me han venido continuamente.

Durante este año, he deseado frecuentemente ser toda de Jesús y hacer que otras almas, especialmente indias, vengan y Lo amen fervientemente, identificarme por completo con las jóvenes indias y así amarlo como nunca antes Él ha sido amado. Pensé que era uno de mis numerosos locos deseos. Leí la vida de Santa M. Cabrini. Hizo mucho por los americanos porque ella llegó a ser uno de ellos. ¿Por qué no puedo hacer yo por la India lo que ella hizo por América? No esperó a que las almas vinieran a ella; ella fue a ellos con sus celosas trabajadoras. ¿Por qué no puedo hacer yo lo mismo por Él aquí? Hay tantas almas puras, santas que anhelan darse sólo a Dios. Las Órdenes europeas son demasiado ricas para ellas. Toman más que lo que dan. «¿No Me ayudarías?» ¿Cómo puedo? He sido y soy muy feliz como religiosa de Loreto. Dejar lo que amo y exponerme a nuevos trabajos duros y a sufrimientos que serán grandes, ser el hazmerreír de tantos, especialmente religiosos, aferrarme a y optar deliberadamente por la dureza de una vida india, por la soledad y la ignominia, incertidumbre, y todo porque Jesús lo quiere, porque algo me está llamando a «dejarlo todo y reunir a unas pocas para vivir Su vida, para hacer Su obra en la India». Estos pensamientos fueron causa de mucho sufrimiento, pero la voz continuaba diciendo: «¿Te negarás?» Un día durante la Sagrada Comunión oí la misma voz muy claramente: «Quiero religiosas indias, víctimas de Mi amor, quienes serían María y Marta, quienes estarían tan unidas a Mí como para irradiar Mi amor sobre las almas. Quiero religiosas libres, revestidas con Mi pobreza de la Cruz. Quiero religiosas obedientes revestidas con Mi obediencia de la Cruz. Quiero religiosas llenas de amor revestidas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por Mí?» Otro día:«Te has hecho Mi esposa por amor a Mí, has venido a la India por Mí. La sed que tenías de almas te trajo tan lejos. ¿Tienes miedo a dar un nuevo paso por tu Esposo? Por Mí —por las almas? ¿Se ha enfriado tu generosidad? ¿Soy secundario para ti? Tú no moriste por las almas, por eso no te importa lo que les suceda. Tu corazón nunca estuvo ahogado en el dolor como lo estuvo el de Mi Madre. Ambos nos dimos totalmente por las almas ¿Y tú, tienes miedo de perder tu vocación, de convenirte en seglar, de faltar a la perseverancia? No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y dando este paso cumplirás el deseo de Mi Corazón para ti. Ésa es tu vocación. Vestirás con sencillas ropas indias, o más bien como vistió Mi Madre —sencilla y pobre—. Tu hábito actual es santo porque es Mi símbolo, tu sari llegará a ser santo porque será Mi símbolo.» Traté de persuadir a Nuestro Señor de que intentaría llegar a ser una religiosa muy fervorosa y santa de Loreto, una verdadera víctima aquí en esta vocación, pero la respuesta vino muy clara de nuevo. «Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad, que serían Mi fuego de amor entre los más pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños de la calle. Quiero que Me traigas a los pobres y las hermanas que ofrecerían sus vidas como víctimas de Mi amor me traerían estas almas a Mí. ¡Sé que eres la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque lo eres, te quiero usar para Mi Gloria! ¿Te negarás?» Estas palabras, o más bien esta voz, me atemorizaron. El pensamiento de comer, dormir, vivir como los indios me llenaba de miedo. Recé largo rato, recé mucho. Le rogué a Nuestra Madre María que le pidiese a Jesús que apartara de mí todo esto. Cuanto más rezaba, más claramente crecía la voz en mi corazón y así recé para que Él hiciera conmigo todo lo que quisiera. Él pidió una y otra vez. Luego, una vez más, la voz fue muy clara: «Has dicho siempre “haz conmigo todo lo que desees”. Ahora quiero actuar, déjame hacerlo, Mi pequeña esposa, Mi pequeñita. No tengas miedo, estaré siempre contigo. "

Padre Javier Soteras