La culpa es un tema muy, muy complejo en el tejido de la vida psíquica. Por eso no todas conllevan un camino de conversión.
Hay culpas que son mandatos culturales muy fuertes, hay otras que son mandatos parentales, muy esclavizantes, opresivos, otras que han sido resabio de discursos religiosos agobiantes, hay culpas manipuladoras, hay discursos que manipulan con la culpa a las personas, las humillan, las someten y las mantienen bajo el yugo de su propia tiranía.
Hay una que sí, y que es la que intentaremos rescatar: es “la acusación del corazón”.
En el libro “El Espíritu del Dios viviente” , su autor, Romano Guardini, habla de la acusación del corazón. Y me quedé con ese nombre para diferenciarlo de la tan vapuleada culpa
En un artículo de una revista “mente sana” de Bucai, en que hacen mucho énfasis en lo psicológico, hay un consultorio donde un especialista psicólogo responde a una entrevista. La consulta es la siguiente.
“Leyendo algunos artículos suyos se podría decir que ud. acusa al sentimiento de culpa de muchas de nuestras angustias. Aunque es cierto ¡no es verdad que el mundo sería aún peor si nadie sintiera culpa como los psicólogos a veces proponen? Pienso que la culpa nos obliga a ayudar a los que tantas veces olvidamos y también al que lastimamos sin querer, y que la culpa logra que los irresponsables y los inmorales controlen sus ambiciones al ponerles un freno. “Carlos Montilla
El piensa que la culpa es positiva, porque si no sería un caos. Si no habría culpa, los irresponsables y los inmorales no controlarían sus ambiciones y el freno a los aspectos negativos de nuestra impulsividad es justamente la culpa. El psicólogo le responde
“Muchos psicoterapeutas creen que las cosas son como vos las enunciás. Hay distintas escuelas, sin embargo, no somos pocos los que sospechamos que la culpa tiene poco o nada de elogiable. Además estoy convencido de que esa aseveración de que si no tuviéramos culpa haríamos lo que nos viniera a la cabeza y seríamos inmorales, es falsa. Un inmoral, en el lenguaje de la psiquiatría, un psicópata, un individuo cuya desviación consiste en desconocer el significado de los límites, es por definición un ‘transgresor’ y a veces un delincuente nato, alguien capaz de las peores maldades y que incluso disfruta al hacerlas. Sin duda estos individuos actúan sin sentirse culpables” Esto es un hecho muy constatable. Según me han comentado, se da muchas veces en psicosis o perversiones, en esto que dice ‘delincuentes natos’. No se si hay o no delincuentes natos, pero es evidente que hay personas que no tienen ni el más mínimo registro del daño que hacen a los demás. No tienen sensibilidad de ninguna clase para con el otro. También es cierto que en el individuo de conductas violentas, que puede ser una persona encantadora, servicial, y sin embargo con su pareja es tremendamente despiadado y no reconocer ni el más mínimo sentimiento de culpa. Y dicen que aún cuando lloran y se hacen los arrepentidos en realidad no lo están. Sigue diciendo: “Los inmorales tienen una capacidad estructural, es decir, está en su sistema, en su psiquis- para identificarse con el sufrimiento ajeno”. Quiere decir: a los inmorales, la culpa no los frena para nada.
La culpa, lo que nos impide, no es ‘ser inmoral’, sino que nos impide ser felices. La culpa es un resabio de la convención y de la cultura de la sociedad que no hace más que producir neurosis, es antinatural, es un producto exclusivamente educativo y bastante pernicioso. La culpa de los que no somos ni inmorales ni criminales, es más bien un producto pernicioso.
Debiera haber una distinción lingüística entre la soledad positiva y la negativa. Hay soledades “ricas”: pobladas, gustosas como las que uno a veces se concede mirando un paisaje, o leyendo un libro, o simplemente de ‘estar estando’. Hay otras soledades angustiantes, opresivas, vacías, llenas de ausencias.
También debiera haber dos palabras distintas para la culpa. Por eso me gustó la frase “la acusación del corazón”. Mi intención no es hablar de “la culpa”. Para eso habría que invitar a filósofos para hablar de ‘la culpa existencial’, el rol del otro en la culpa. Habría que citar a psicólogos para que nos expliquen cómo opera la culpa en el aparato psíquico cómo lo desarrolló Freíd a partir del psicoanálisis. Habría que citar también a un teólogo para que nos hable del pecado original.
Mi intención es rescatar las voces de la conciencia, y por eso diferencio lo que el “la culpa” de lo que es “la acusación del corazón”. Al estilo de lo que decía Romano Guardini, yo sí pienso que hay algo que nos acusa que debemos escuchar, y que realmente nos enfermamos cuando intentamos desoírlo o taparlo, y que en tiempos de cuaresma es necesario escuchar las acusaciones del corazón, porque hay otras: hay sentimientos de culpa que no derivan de una consideración reflexiva de la propia situación en relación a los valores que yo elegí, por ejemplo. Esa sería algo así como la acusación del corazón ‘positiva’: la capacidad de autocrítica que nace de la conciencia, que no tiene base instintiva, es decir, no se vive ni como angustia, ni como auto-condena, ni como terror, ni como pánico, ni como resabio de un trauma terrible como lo es el abuso sexual. ¿Cómo puede ser que yo haya sido víctima y me sienta culpable? Bueno, ese es el itinerario propio de una culpa mal sana. Pero hay que recorrer ese itinerario, porque está tejido con hilos de nuestra propia vida, y requiere de un tratamiento que nos ayude a desarmar punto por punto la estrategia que la culpa ha centrado dentro nuestro, y es complejo. Hay quienes han sido abusados y le han pagado, le han ‘comprado el silencio’ de no contar esto, que es un verdadero trauma. Pero ese silencio no ha sido comprado por el dinero sino por el pánico, el terror, porque el trauma ha sido tan fuerte porque el trauma y el temor a la humillación han sido tan fuertes que uno no se anima a contarlo. Y ahí entonces se confunden las cosas: se confunde el dinero con el miedo (miedo a hablar, a la vergüenza, a la humillación). Cuando la diferencia entre la víctima y el victimario es muy grande, la víctima siente: “¿qué habré hecho yo para merecer esto?” La culpa mutila los afectos. Esto es típico de un alma y una mente infantil, no desarrollada, que no tiene defensas. Lo mismo han sentido los torturados. En algún momento piden piedad al torturador –que por supuesto es una persona entrenada para no tener piedad, misericordia-.
La culpa destructiva, la que esconde conflictos de origen psíquico, la que bloquea, la que frena el crecimiento, es una culpa irracional. Es un sentimiento inmediato: un sentimiento de autocondena que a veces nos amenaza y nos hace sentir un nudo en el estómago. La angustia de haber transgredido un mandato y tener temor a un castigo. Eso es una culpa insana. O quizá también un autorreproche por no haber estado a la altura de las expectativas del otro, entonces el que me juzga es el otro (sea quien sea), o yo mismo. A veces uno tiene culpas porque en realidad es muy ambicioso, y entonces la propia ambición me juzga y me castiga: ‘cómo yo no pude hacer tal cosa? ¿cómo yo no tengo mejor trabajo?’. En la base de esa culpa está la soberbia, la exigencia, están las expectativas muy altas que tenemos sobre nosotros mismos,. Y entonces nos humillamos al vernos a nosotros mismos con una imagen tan perturbada en comparación a lo que imaginábamos o creíamos o soñábamos alcanzar. Este sentimiento de culpa no es el malestar de haber errado el ideal o los valores que yo escogí., No surge de una reflexión sino que es una humillación que anula la capacidad de reaccionar: perturba, bloquea, anula, y muchas veces, nos lleva a perpetuar el error. Es decir, es un sentimiento de culpa que en última instancia busca la condena a muerte de nuestro yo. Es un sentimiento de culpa muy destructivo.
También hay sentimiento de culpa que según los psicólogos nacen de impulsos que han estado reprimidos porque nos resultan inaceptables. Pero regresan a la conciencia: es el regreso del remordimiento, sentir dentro impulsos inaceptables que suscita un enojo que dirijo contra mi mismo. Aparecen estos impulsos que yo no he podido asumir, y que generalmente tienen que ver con dos grandes corrientes instintivas: el sexo y la ira. Y estos impulsos que aparecen manifiestan a nivel conciente autorreproches humillantes. Y todos son fenómenos inconcientes: a veces ni nos damos cuenta de los tremendos sentimientos de culpa que tenemos. Y ¿cómo aparecen en la conciencia? Como moralistas. Son los que ‘levantan el dedo y le rompen al otro las tablas de la ley por la cabeza’, porque como una forma de contener esa otra presión que son los impulsos internos reprimidos, se convierten en verdaderos caballeros de la ética, ‘cruzados de la moral’, ‘escrupulosos injustificados’: exigen a todo el mundo el cumplimiento de una ética y una moral que en realidad vendría a ser como una compensación para sus propios instintos refrenados.
Todas estas expresiones demuestran que la persona no está cómoda consigo misma, y por eso no puede hacer otra cosa más que andar con el puntero de la ética señalando a todo el mundo. Pero son conflictos inconcientes.
-Opinan los oyentes
-Creo que la culpa es algo que te incentiva a querer cambiar aquello que alguna vez te hizo daño. Lo que veo que no es lindo es ver que no puedo salir adelante y tener cargos de conciencia, y eso es lo que te hace daño
– La culpa es el alejamiento de Dios: ¿dónde estás? Le dice Dios a Adán. La buena conciencia es necesaria (GL: linda reflexión: la imagen del alejamiento de Dios: la culpa a Adán no le sirvió para reparar lo que tuviera que reparar, sino para esconderse, para huir.)
– Soy víctima de violencia de parte de mi marido, no tengo trabajo y por eso no puedo separarme de mi marido. Mi hijo y yo sufrimos mucho. GL: Un niño no puede crecer sano en un clima de violencia. Siempre hay, una madre, un hermano, un amigo, alguien que podrá hacerte un lugar.
– Hay que diferenciar culpa de responsabilidad ante los propios actos. Lo primero causa odio hacia sí. Lo segundo ayuda a reconocer errores y evolucionar hacia el amor.
“Si nos acusa nuestro corazón, Dios es más grande que nuestro corazón” 1 Jn 3,20. Esto daría la impresión de que hay un ámbito, una dimensión, una profundidad de donde puede provenir una acusación que no es la acusación que no es la acusación que proviene de las culpas habitualmente llamadas ’neuróticas’, enfermas, malsanas. Hay una acusación que puede venri de nuestra razón, y que nace de la dolorosa claridad de nuestra comprensión. De nuestra razón que nos dice ‘acá te equivocaste’. Es necesario ver claro para que esa acusación de nuestra razón, de nuestra mente, sea provechosa. Hay una acusación de la conciencia que nos hace sentir amargamente nuestra culpa. Y ambas acusaciones pesan.
Pero parece que hay otra: la del corazón: es algo que penetra nuestro interior de forma distinta: tiene un sabor diferente, y un dolor y una tristeza diferentes. Se percibe en algunos escritos donde algunos filósofos hablan de la ‘culpa existencial’, cuando algunos teólogos hablan del pecado original: no es esta culpa neurótica que padecemos habitualmente, y quiero rescatarla porque entre tanto discurso en contra de la culpa, por ahí nos estamos perdiendo este hilo conductor que se desarrolla en las profundidades del alma, porque esta acusación del corazón nos llega desde muy lejos. Ni siquiera podemos imaginarnos de dónde viene y por eso la creencia en un pecado original es una forma de ponerle nombre a esta especie de culpa, de acusación, que viene de las raíces de la vida, y que existe en las demás acusaciones, que puede llevar el nombre de injusticia, o que puede surgir ante algo que no es expresable. La vida misma es como si nos dijera ‘tú has sido injusto para conmigo’. Quizá está latiendo esa misma acusación en la juventud perdida: son etapas en la vida. Cuando se comienza a perder juventud, hay una sensación dolorosa de haber perdido algo que ya no se puede recuperar, que el amor no llegó a la plenitud, y nos tenemos que ir. Y esto nos produce dolor. Quizá esta acusación del corazón palpita en la desolación profunda de que la vida anhela cierta eternidad, cierta infinitud, y sin embargo no la alcanzamos en ese desasociego, en ese vacío existencial, y pasa tan increíblemente veloz la culpa, y entonces la acusación del corazón alcanza profundidades muy grandes. Y esta acusación produce procesos madurativos muy profundos. Casi me animaría a decir –por lo que conozco de la vida de santos- que es la antesala de la santidad. Es claro por ejemplo en San Francisco de Asís una tremenda depresión –por ponerle algún nombre-, y en el agobio que experimentaba anímicamente, y esa fue la antesala de su período místico donde él suelta todo: su obra, su hermanos, los problemas. Creo que él ha transitado por este camino que es propio de los ‘guerreros de la vida’, de lidiar con esta acusación del corazón. Y para esto no hay receta. Sólo hay una pista, y es ésta: SI TU CORAZÓN TE ACUSA, DIOS ES MÁS GRANDE QUE NUESTRO CORAZÓN.
Y no nos dice “no es para tanto”, “no te hagas problemas”, ni tampoco “no te tenés que tomar tan en serio las cosas”. Al contrario: le da toda su seriedad a la acusación del corazón, pero nos termina por poner en la balanza el peso de nuestro corazón, y el peso enorme, infinito, abismal, el único capaz de medir frente a la criatura, la magnitud de Dios.
Yo he visto el dolor acercarse a mi, causarme heridas, golpearme así
T hasta llegué a preguntar dónde estabas Tú.
He hecho preguntas en mi aflicción, buscando respuestas sin contestación
Y hasta dudé por instantes de tu compasión
Y aprendí que en la vida todo tiene sentido
Y descubrí que todo obra para bien
Y que al final será mucho mejor lo que vendrá,
Es parte de un propósito y todo bien saldrá
Siempre has estado aquí, tu Palabra no ha fallado
Y nunca me has dejado. Descansa mi confianza sobre Ti
Yo he estado entre la espada y la pared rodeada de insomnios sin saber qué hacer
Pidiendo a gritos tu intervención
A veces me hablaste, alguna vez. En otras tu silencio solo escuché
¡sí que es interesante tu forma de responder!
Y aprendí que lo que pasa bajo el cielo conoces tú que todo tiene una razón
Y que al final será mucho mejor lo que vendrá. Es parte de un propósito y todo bien saldrá
Esta culpa proviene de regiones tan lejanas, tan profundas, que la razón se pierde buscando sus causas y sus orígenes. Realmente no es un ámbito de la razón. La razón se afirma y también se defiende con justa razón y muy bien que lo hace. Pero las regiones de donde proviene esta culpa, y las defensas que establece la razón son incompatibles, no llegan a estos lugares, porque la acusación del corazón viene de ámbitos más profundos, más esenciales.
Romano Guardini dice ”El que acusa propiamente en la acusación de nuestro corazón es el mismo Dios”. ¿Cómo puedo hacer para no abrir la puerta de esa imagen terrorífica, tan largamente explotada, tan vilmente usufructuada durante tanto tiempo por la Iglesia y por otras religiones, que es instaurar el miedo para manejar las conciencias? ¿Cómo hacer para quitarnos esa imagen del ‘Dios-castigo? ¿Dios vigilante: ojo observador? Y al mismo tiempo rescatar la acusación de Dios por todo lo vivo que se haya podido perder en la existencia, porque todo lo vivo que perdemos como hombres, como especie humana, es muy grande. Todo el amor que perdemos es muy grande. Toda la diferencia entre lo que sueña y anhela nuestra alma y lo que realmente somos es muy grande. Y todo eso se traduce en “acusación del corazón”.
Pero Dios es el mar de una magnitud infinita en el cual se hace ligero lo pesado por mucho que pese. En el mundo hay pecado, ambición, violencia, crueldad, egoismo, yerros, y sin embargo Sor Faustina, que en una revelación se encuentra con esta imagen del Jesús misericordioso, decía que ‘todo el pecado de todos los tiempos de todos los hombres, no eran más que una gota en el océano de la misericordia de Dios’. Pero no se trata de quitarle peso ni seriedad a la acusación del corazón.
La palabra de San Juan tiene una profundidad muy grande que no nace de una idea de ‘¡qué culpa tengo yo si Adán y Eva…??’ si lo vemos desde el punto de vista poético tal vez nos llega no a través del entendimiento sino a través de la vida espiritual.
“POEMA DE LA CULPA”
Yo la amé. Y era de otro que también la quería
Perdónala, Señor, porque la culpa es mía
Después de haber besado sus cabellos de trigo
Nada importa la culpa, pues no importa el castigo
Fue un pecado quererla, Señor, y sin embargo
Mis labios están dulces por ese amor amargo
Ella fue como un agua callada que corría
Y si es culpa tener sed, toda la culpa es mía
Perdónala, Señor, tú que le diste a ella
Su frescura de lluvia y su esplendor de estrella
Su alma era transparente como un vaso vacío.
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío
Pero ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera
Turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado si era como el rocío sobre la hierba seca?
Traté de rechazarla, Señor, inútilmente
Como un surco que intenta rechazar la simiente
Era de otro que no la merecía
Y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía
Era de otro, Señor, pero hay cosas sin dueño
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño
Y ella me dio su amor como se da una rosa
Como quien lo da todo dando tan poca cosa
Toda la culpa es tuya, pues me hiciste cobarde
Para matar un sueño porque llegaba tarde
Si nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar,
Si es culpa de un río cuando corre al mar
Es tan bella, Señor, y es tan suave y tan clara
Que sería un pecado mayor si no la amara.
Y por eso, perdóname Señor, porque es tan bella,
Que Tú, que hiciste el agua, y la flor, y la estrella
Tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
Tú también la amarías si pudieras ser hombre.
ORACION DEL REMANSO Canción Música y Letra de Jorge Fandermole
Soy de la orilla brava del agua turbia y la correntada que baja hermosa por su barrosa profundidad, soy un paisano serio, soy gente del remanso Valerio que es donde el cielo remonta vuelo en el Paraná. Tengo el color del río y su misma voz en mi canto sigo, el agua mansa y su suave danza en el corazón, pero a veces, oscura, va turbulenta en la ciega hondura y se hace brillo en este cuchillo de pescador.
Cristo de las redes, no nos abandones y en los espineles déjanos tus dones. No pienses que nos perdiste, es que la pobreza nos pone tristes, la sangre tensa y uno no piensa más que en morir. Agua del río viejo, llévate pronto este llanto lejos que está aclarando y vamos pescando para vivir.
Llevo mi sombra alerta sobre la escama del agua abierta y en el reposo vertiginoso del espinel sueño que alzo la proa y subo a la luna en la canoa y allí descanso hecha un remanso mi propia piel. Calma de mis dolores, ¡ay!, Cristo de los pescadores, dile a mi amada que está apenada esperándome, que ando pensando en ella mientras voy vadeando las estrellas, que el río está bravo y estoy cansado para volver.
La culpa destructiva es miedo al castigo, en la realidad o en la fantasía. Sobre todo a un castigo que viene de afuera, de los otros, o de mí mismo. Pero es la sensación de que ‘y ahora me va a ocurrir una desgracia’ o ‘¿qué hago si los demás se dan cuenta? O ‘este pecado no es mío’, y busco explicar, y fundamentar. ‘Puede ocurrirle a otro pero no a mi’ Hay una batería de argumentaciones que esgrime permanentemente la razón para no ser arrasada por “el inquisidor”: un acusador déspota¡Cuánta energía se pierde en este ‘combate cuerpo a cuerpo’!. Y por supuesto, el efecto de esto es un malestar y un enorme derroche de energía, humillación, vergüenza, desdoblamiento de uno mismo, de la personalidad: me siento agobiado por una vergüenza y actúo de modo totalmente contrario.
Hay que diferenciarla de esta otra acusación del corazón de la que hablan Juan o Guardini. La culpa constructiva, la acusación del corazón, es el reconocimiento profundo hecho con el corazón y no de la razón solamente, de haber perdido algo importante para nosotros. Se funda sobre principios internos. Lleva a la decisión de no hacer algo más o no transitar más por un camino, porque nos lleva al reconocimiento de la verdad. Cuando Juan dice “si nos acusa nuestro corazón, Dios es más grande que nuestro corazón”, nosotros esperamos que ahora diga “y El nos consolará” o “El aliviará el dolor”, pero dice “Y El lo sabe todo”. No está hablando de dolores, ni de consuelo, ni de levantar sentencias. En realidad acá no hay una clase de juicio como el que nuestra culpa destructiva nos hace fantasear, sino que hay un reacomodamiento de las cosas en la plena verdad de la existencia de Dios. Es un saber profundo como el mar: ene. Se hunde todo, El lo abarca todo, infinitamente. Como el Amor en el cual todo se resuelve. Entonces Dios es más grande que nosotros, que nuestro corazón, y El lo sabe todo. Es que el solo conocimiento de la verdad ya es un alivio. La acusación del corazón apunta a eso: a descubrir nuestro ejercicio de la libertad: el nuestro como especie y el mío como individuo. Y ver nuestro propio pecado termina siendo hasta un placer porque descubrir la verdad es maravilloso. Porque la verdad nos hace libres. Es el remordimiento profundo de quien llora al mismo tiempo de pena y de dolor y de gozo por haberse dado cuenta, porque encontró una respuesta que liquida todas las preguntas.
Mientras la culpa enciende la realidad al rojo vivo, y nos llena de ¡por qué? Y ¿por qué? Y ¿Por qué? Y nosotros vamos tratando de liquidar de a una esas preguntas inquisidoras, que si logramos responder nos calman por un tiempo, pero al cabo del tiempo vuelven… Y no son malas estas respuestas: son las respuestas que nos permiten el orden de la vida cotidiana. Pero todo esto está en la superficie de la vida, porque cada una de estas preguntas y cada una de estas respuestas, da lugar a una nueva pregunta. Hay una sola respuesta que contesta todas las preguntas. Claro, llegar allí es el camino de la santidad, y no se llega fácil, ni tampoco sé si todos llegan, al menos en esta vida. La última respuesta a la primer pregunta, es cuando Dios se levanta en nuestros corazones que preguntan y le reconocemos que El es el que ES. Y en eso que El es: Amor infinito, Misericordia infinita, se hunde en su abismo insondable todas nuestras culpas.
Abraham llamó al ángel de Dios, y éste le libró de la prueba tan terrible, y Abraham denominó a aquel sitio “DIOS MIRA”. Sabiendo que la mirada de Dios es Amor, un amor que crea y que salva, que ve las posibilidades de cada uno y que nos indica el camino para aprovecharlas, llamemos a nuestro lugar, aquí y ahora DIOS MIRA.
Preguntan los oyentes
– ¿Qué relación hay entre la lástima, la compasión y la culpa? Muchas veces uno, cuando se siente culpable, se siente lastimoso para uno mismo.
GL: La lástima para con uno mismo no nos conduce a mucho. Generalmente nos deja en una situación de impotencia y en enredos de muchas argumentaciones y justificaciones, sentimientos de victimidad. Y entonces pasamos de la violencia de sentirnos culpables, que entraña muchas veces un profundo odio, a la violencia de sentirse acusador. Muchas personas, cuando logran erradicar sentimientos de culpa de su propio corazón pasan a ser acusadores: ‘alguien tuvo la culpa de que yo haya padecido esto’. Esto está muy bien dentro de un proceso terapéutico –siempre que esté dentro de un ‘proceso’-Pero el desarrollo de nuestra alma ni el desenlace de nuestra situación no termina allí. Hay un momento en el que tenemos que ponernos de cara a la verdad. En realidad, la única experiencia de la acusación del corazón es aquella que nos conmueve profundamente frente al esplendor de la verdad, frente al brillo del amor. Y por eso es una experiencia que es al mismo tiempo dolorosa y gozosa. Es un sentimiento de ver, de descubrirnos como criaturas frente a la inmensidad de la divinidad, y al mismo tiempo descubrir que podemos.
No hay que confundir CULPA con DOLOR. Muchas veces hay un dolor por lo que no se pudo, por lo que no se hizo, por lo que uno hubiera deseado que fuera de otra manera. Si sumergimos esos dolores en el Amor de Dios, El puede hacer con esos dolores cosas muy bonitas.
– Tengo un hijo de soltera. Con esa pareja, con la que no me casé, éramos con mi hijo víctimas de malos tratos físicos y psicológicos. Estoy casada ahora por civil con un hombre divorciado. No puedo acercarme al sacramento de la Eucaristía, tampoco puedo recibir la gracia del sacramento del Matrimonio por parte de la Iglesia. Yo vivo mi religión, mi fe, con él, y sentimos que aunque no comulgamos estamos de otra manera, desde otro lugar, en comunión con Dios
GL: Que se dilate ese lugar al punto de ahuyentar todos los nubarrones y que desde ese lugar puedas ir también definitivamente construyendo una lectura de lo que fue realmente. En algún momento, frente a Dios, vamos a entender con mucha profundidad y con mucho agradecimiento que las cosas fueron como fueron porque ese era nuestro camino
SOLO CRISTO PUEDE DAR LA VERDADERA RESPUESTA A VUESTRAS DIFICULTADES. EL MUNDO ESTÁ NECESITADO DE NUESTRA RESPUESTA PERSONAL A LAS PALABRAS DE VIDA DEL MAESTRO: “CONTINÚA, LEVÁNTATE” Juan Pablo II
Bibliografía sobre el tema
“La acusación de sí mismo” del Cardenal Bergoglio, Ed.Claretiana
“Vivir reconciliados” De Sensini Ed.Paulina
“El poder sanador de la culpa” de Juan José Riva