Siempre es Navidad

martes, 12 de octubre de 2021
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12/10/2021 – Qué hermoso es contemplar al Hijo eterno de Dios hecho niño. “Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor”. Aquella vieja canción parece haber recogido el espíritu de la Navidad. Hay un aura de serenidad que envuelve todo. Al mismo tiempo, contemplando al Niño en el pesebre parece que hay un llamado a estar en paz con los demás ¿Qué sensación se despierta cuando uno contempla un pesebre? Sin duda una serenidad interior más allá de todas las preocupaciones, cansancios y tensiones que uno pueda vivir. Es como recuperar la inocencia. Pero recuperar la inocencia no es sólo volver a sentir un poco de calma interior. Es también volver a optar por las cosas más valiosas, esas que nunca habría que olvidar. Por ejemplo, es volver a reconocer que cada ser humano es un hermano, más allá de todo. No es alguien que me sirve para algo, no es alguien que debe someterse a mis ideas, a mis necesidades, a mis proyectos. Es siempre más. Aunque no me sirva sigue siendo mi hermano, sigue teniendo derecho a vivir en este mundo, sigue siendo sagrado.

Ese niño en el pesebre viene a hablar de amor, viene a proponer un mundo fraterno, viene a pacificarlo todo, viene a recordar que uno también puede amar sin esperar nada a cambio. El Hijo de Dios hecho hombre me muestra la inmensa dignidad de cada ser humano y me recuerda que todo ser humano es mi hermano. Jesús vino gratis, a cambio de nada. Podemos entrar en esa dinámica de vida y optar por dar gratis, podemos liberarnos de estar midiendo lo que nos devuelven por nuestras acciones, si nos agradecen, si nos reconocen. No. Jesús vino gratis y yo también puedo dar gratis. El Niño Dios es un niño pacífico que nace entre los pobres, y lo vemos en el pesebre acompañado por sus padres buenos. Para la persona que contempla este acontecimiento, se vuelve una invitación a permitir que esa paz anide también en su propia vida. El gran acontecimiento sucede en el interior, en la libertad de cada uno, en el corazón. El más bello misterio de la Navidad se produce cuando un ser humano, iluminado por el pesebre, deja que algo nuevo nazca en su vida, deja que broten esas opciones que llevan a la paz.

No cabe esperar grandes señales o signos celestiales para vivir de otra manera. Las señales ya están entre nosotros. Otro bebé que nace, un pequeño brote en una rama, un manantial que sigue fluyendo. Una persona capaz de ayudar a otro en medio de la miseria, alguien que resiste como puede en medio de muchos sufrimientos, un muchacho que supera los celos y besa al hermanito pequeño. Abundan las señales porque Jesús está entre nosotros. La salvación está en medio de nosotros. Miremos al Niño Dios para liberarnos de la inseguridad interior, del miedo, del vacío, del sinsentido, de la agitación enfermiza. Es alcanzar la libertad interior que nos permite permanecer firmes, serenos, esperanzados. Esa libertad interna es la que viene a ofrecernos Jesús, ese es su consuelo, ese es el sereno gozo del Niño Dios.

Yo también tengo muchos problemas personales, familiares, laborales, y profundas angustias. Paso por momentos muy duros, lloro amargamente de rodillas. Pero no estoy solo, está él, y siempre dice cosas, siempre abre una puerta, siempre muestra un horizonte. Nunca falta la esperanza, está él. Vino y se quedó, en medio de todas las alegrías y de todas las tormentas que tengamos que atravesar. Nadie puede decir que no necesita un redentor, nadie puede negar que necesita ser salvado. Allí está ese llanto contenido, esa sensación de estar perdido, esa soledad amarga que no se sana con abrazos humanos. La buena noticia es que el Salvador vino. Llegó a redimirte, a liberarte, dispuesto a extirpar con fuerza esa bola enfermiza que te quita el aire para ocupar ese lugar él, con su poder, con su aire renovador, con su vida y su fuego. Llegó, ha nacido, como uno de nuestros niños, pequeño y dulce. No podemos sentirlo ajeno a nuestra vidas, ni en los momentos tristes, ni en el dolor, ni en la alegría. Acepto que venga a salvarme. Le hago lugar para que nazca en mi pesebre, para que vuelva a rescatar mi vida y a devolverme el sentido de todo. Bendito seas Jesús, mi Niño.