Sin fe es imposible agradar a Dios

martes, 4 de junio de 2013
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Yo hago todo lo que al Padre le agrada”, dice Jesús. 

 

Desde el comienzo de su ministerio, el Señor invita a vivir en esta clave a todos los que se acercan a Él, pide que crean y que con este creer agraden a Dios, despierten al encuentro con Él desde la fe, como respuesta de amor a la iniciativa con la que Dios en Cristo ha venido a hacerse uno con nosotros.

 

La fe es una condición indispensable para entrar en contacto con el misterio del Reino de Dios con el que Jesús viene a proclamar el nuevo orden, del mundo nuevo que se está gestando.

 

Cuando Jesús cura corporalmente, o cuando realiza milagros “en los signos”, como le llama Juan, la fe es la que obtiene estas acciones de transformación, estas acciones de milagros, signos, con los que el Señor actúa.

 

Los apóstoles entienden esto, y en Hechos 16,31 encontramos esa expresión que viene del encuentro con Jesús y que ha dejado una huella en el corazón de la comunidad apostólica que prolonga la obra de Jesús. “Si crees en el Señor serás salvo”.

 

Ser salvado es mucho más que salir de un peligro, es haber encontrado el camino de la plenitud donde Dios nos lleva, como dice Ignacio de Loyola, “de más, tras más” intentando descubrir hasta la eternidad misma, lo que significa el amor de Dios y la respuesta a este amor de Dios para el encuentro grande de vinculo de alianza que tiene con nosotros.

La fe es un acto de confianza, de entrega, de abandono en el que tiene autoridad. Y este camino de respuesta en la actitud confiada se da en el vínculo creyente con Dios a partir de una escucha interior en la que Dios nos atrae en lo más profundo del corazón por la gracia de su amor. Y a partir de allí hacemos un acto de confianza.

 

Si analizas el escenario de tu día, hoy, seguramente hay un lugar del corazón donde Dios te está invitando a dar un paso de confianza, de entrega, de abandono.

Si tuvieras que ponerle un nombre a ese lugar hacia donde Dios te invita a dar un paso, sin tener todas las razones de tu lado, ¿Cuál es ese nombre, cuál es la circunstancia, cual es el acontecimiento, cuál el contexto?, qué de la vida de la familia, del trabajo, de la comunidad, de tu estudio, de tu compromiso social. ¿En qué lugar Dios te invita a decir, creo, me entrego, confío, me abandono? La fe es un acto ciego, de confianza en el que tiene autoridad.

 

El magisterio de la Iglesia lo expresa así. En el Concilio de Trento leemos:

 “la fe es el inicio de lasalvación humana, es el fundamento y la raíz de toda

 justificación. Sin fe es imposible agradar a Dios y llegar al encuentro de

 comunión y alianza (consorcio, dice el texto) con los hijos de Dios, con nuestros hermanos”.

 

De ahí que nadie obtuvo jamás esta justificación sin la fe y nadie alcanzará la

 salvación, laplenitud entera y eterna, sin perseverar en ella hasta el final” dice el Concilio Vaticano I.

 

 

Habito de fe y acto de fe

 

Hay que distinguir, y la teología distingue, el hábito de la fe que nos viene como una gracia a través del bautismo, nos reviste interiormente como un hábito, un vestido de fe y otra cosa es esta potencia actualizada.

La fe que Dios nos ha dado en el Bautismo, crece en la medida que la ejercitamos.

El acto de fe es un acto de confianza en el que tiene autoridad. En cierto sentido, atenta contra la racionalidad, sin embargo no se puede entender un profundo acto de fe que no sea comprensible. Justamente, el que cree que lo hace por el oído, no tiene delante de sí lo que pudiera ver para entender, sino que otro que le testimonia lo que está viendo le indica que a esto debe sumarse y que es más que aquello que él ve. 

 

“Felices los que creen sin ver” dice Jesús. Santo Tomás de Aquino al respecto dice:

 “es más el conocimiento sabio que se adquiere por el ver que por el oír, 

pero salvo que Aquél que nosinvita a escuchar sin permitirnos ver, está viendo algo más que lo testifica su autoridad de lo que nosotros podemos ver, y 

entonces es más importante lo que se adquiere como sabiduría

por el oír que por el ver”

 

Tomás el Apóstol dice;”si no lo veo no lo creo”. El testimonio de los hermanos no alcanzó para que él creyera, pero Jesús cuando le permite ver para que crea igual que los demás, le dice: “felices lo que creen sin ver”. Por el peso de la autoridad de Jesús, nosotros podemos sin ver, creer; porque no solamente creemos en Dios, le creemos a Dios que es distinto. Parece una distinción semántica, no es un creer en abstracto nuestro, es un creer en concreto. 

 

Es un Dios vivo, y con su Palabra nos visita para hacer actos de fe concretos en la vida concreta. Un acto de fe concreto en la vida concreta hoy Dios te pide, que le creas que es posible tu vida distinta, que le creas que esta situación de vida matrimonial, esta situación de vida familiar, esta situación de conflicto laboral, esta situación que estamos pasando los argentinos ante el nuevo escenario mundial que se presenta y todo lo que se nos ofrece y le podemos ofrecer al mundo y que está trabado en algunos lugares, le creemos a Dios que Él puede transformarnos.

Ofrécete, ponte en sus manos y dile, aquí estoy. Él pregunta ¿A quién enviaré? ¿Quién irá en mi nombre? Y el profeta dice, Isaías, “Yo dije, aquí estoy Señor, envíame”

 

 “Jesucristo, Señor de la historia: te creemos”, le decimos. No es que creemos en vano, creemos que Vos sos Señor de la historia y metes mano en la historia, creemos que sos Señor, que tienes autoridad, en tu autoridad confiamos. No vemos, pero creemos. Y cuando creemos, nos sumamos a un ver y nos subimos a una sabiduría que es más, que surge desde nuestro poco ver y desde la sabiduría que tenemos, desde nuestro contacto visual con lo que vemos. Es mucho más.

Señor, ven a nuestro encuentro y quédate con nosotros. Te pedimos, pártenos el pan y revélanos una vez más tu rostro.

 

 

La fe y la razón

 

El acto de confianza que surge de la autoridad de Dios que nos invita a ir detrás de Él, supone siempre de parte nuestra, un acto humano racional de comprensión, de que se trata en algo lo mucho que se esconde el misterio del Dios de la vida. La eternidad nos espera para terminar de comprender lo que por nuestras pocas luces de la razón no terminamos de entender frente a toda la luminosidad del misterio de Dios.

 

Creamos. Renovemos nuestra fe, la pongamos en acto. Movamos los músculos del creer en lo concreto. Para eso hay que estar atentos al oír de lo que Dios nos pide, y en ese entender lo que Dios nos pide, aunque nos parezca imposible, ir por ese lugarcito por donde Dios nos va conduciendo.

 

El acto de fe se hace desde el corazón, la razón entiende los motivos que el corazón recibe como revelación del misterio de la fe. Operan allí en la voluntad particularmente, el acto de fe, de confianza, de adhesión, es frente a un amor que se revela; es decir, no adherimos a una verdad abstracta, detrás de la revelación del amor de Dios, todas las verdades acerca de Dios racionalmente comprensibles, comienzan a poner luz en el camino y hacen que nuestra voluntad sea guiada por esta luz que nos va conduciendo por entre las oscuridades propias de la vida.

 

Es un encuentro en el amor, un encuentro con el Dios vivo, cuando descubrimos cuánto Dios nos ama, la respuesta de la fe brota de un corazón que adhiere a ese amor.

 

Dios Amor viene a traer luz y a poner claridad desde las verdades de fe que Él revela, ilumina nuestra inteligencia, nuestra razón y ordena nuestra vida inteligente como ningún otro ser de la tierra, para que desde esa luz de la fe podamos notros encontrar el camino. 

 

Son verdades objetivas las que Dios revela. El acto de fe, es un acto subjetivo, surge del corazón, de la voluntad que adhiere a una voluntad que se revela y que trae luz.

 

Puede ser por presencia de sanidad, puede ser por despertar la inteligencia lo que trasciende, puede ser sencillamente porque se entiende esto que no se entendía de la vida. Puede ser porque después de una situación de mucho sufrimiento salimos a flote por la experiencia de este Dios que rescata, que nos salva. 

 

Los caminos a través de los cuales Dios se revela, se presenta, muestra su amor, son tan diversos como diversa es nuestra propia existencia. Tantas historias del amor de Dios cuanto hombre que quiere y adhiere a ese amor pisando sobre la tierra. 

 

 

La Fe y la oración

 

La fe cristiana, encarnada en la Iglesia católica, ha construido en estos dos mil años, un modo de profesar la fe en la verdad revelada por Dios, a través de lo que llamamos el símbolo de la fe, o el Credo.

 

En el credo está todo el contenido de la fe a la que somos llamados a adherir. Sin embargo, este contenido de fe, solo puede ser aprendido cuando nosotros respondemos en las cosas de todos los días aquello que profesamos en la fe que tenemos. Y el camino a través del cual esa adhesión se da, es por un encuentro constante, renovado, permanente de Dios particularmente a través de la oración y la caridad. Por eso la insistencia de orar incesantemente.

 

Puede ser la oración del rosario, la más amada decía el Padre Pío o Karol Wojtila, o por muchos de nosotros; o puede ser otra oración, como era la del peregrino ruso “Señor Jesús, ten piedad de mí, soy un pecador” que estaba todo el día orando esto, y no estaba loco, estaba consciente, tenía más claridad y más luz hasta tal punto que hizo esta oración suya en todo su ser, que podía él en un lugar de su corazón, estar así orando mientras hacía otra actividad, sin dejar de estar haciendo lo que hacía y sin dejar de orar en profundidad. Esto se llama vivir en estado de oración. 

 

La oración constante, incesante, es la oración que nos hace permanecer en estado constante de oración. Oremos, porque en el camino de oración nuestra fe se fortalece.

 

No se puede ser cristiano sin oración. Es como ser un ser vivo sin aire. La oración es el aire de la vida cristiana. Es lo que nos permite respirar hondo. Cuando a uno le falta el aire, se ahoga; y cuando uno se ahoga, se muere.

La fe nuestra sin oración, es una fe que se ahoga.

 

Pero ¿cómo orar?  Empieza de algún modo. Lo más importante es que está despierto el deseo de oración. El deseo de la oración es el modo de orar, sólo que este deseo crece cuando más oramos.


                                                                               Padre Javier Soteras