10/12/2025 – El 10 de diciembre de 1983 marcó un hito en la historia argentina con la asunción de Raúl Alfonsín a la presidencia, luego de ser electo por una amplia mayoría. Este evento desató una gran euforia popular, motivada por la expectativa de recuperar las libertades, derechos y garantías fundamentales tras un período no democrático. La figura del presidente, según el politólogo César Murúa, se asocia fuertemente con la democracia, ya que «era la figura que no pudimos elegir durante períodos no democráticos», personificando el sistema político en la conciencia colectiva.
El análisis de estos más de 40 años de vida democrática no puede limitarse a la sucesión de presidencias. Murúa subraya que si bien podemos tomar la lente de la historia y separar el período por gestiones, «nos quedaríamos solo con una parte de la democracia». Para el politólogo, la democracia posee una doble dimensión: es un sistema procedimental para la elección de autoridades y, al mismo tiempo, es un principio de convivencia entre las personas, que define «la forma en la que resolvemos nuestros conflictos o tomamos decisiones de manera colectiva».
Uno de los interrogantes centrales en el debate actual, según el especialista, es cómo la ciudadanía «sobrellevan el contraste entre el principio ordenador democrático y los resultados de la democracia como sistema en términos de calidad de vida». Pese a los constantes desafíos económicos que impactan en la vida cotidiana, la valoración del sistema sigue siendo alta. Murúa menciona datos del Latino Barómetro que indican que en Argentina, el 75% de las personas afirma que la democracia es el sistema preferible a cualquier otra alternativa, liderando el apoyo en América Latina.
Esta persistente adhesión, a pesar de los malos desempeños económicos, podría deberse a una preferencia «más racional que emotiva», como señala Murúa. La democracia se percibe como «el mejor instrumento que tenemos para cambiar de rumbo de política económica», un mecanismo que le permite a la ciudadanía, a través del voto, incidir en los movimientos pendulares de la política argentina. Esto refuerza la idea de que la posibilidad de elegir a quienes toman las decisiones es un valor irrenunciable.
Además de ser un sistema de gobierno, la democracia garantiza libertades fundamentales, esenciales para la convivencia. La posibilidad de que un grupo de vecinos pueda «salir a la esquina de su casa a expresar su descontento» por un semáforo o por el alumbrado público, sin temor a ser perseguido, es un claro indicio del arraigo de los principios democráticos en la sociedad. Estos principios se ponen en práctica día a día, independientemente de las «macrorreglas» o la conducta de la dirigencia política.
De cara al futuro, el desafío recae sobre la dirigencia política, que debe ser capaz de procesar los desacuerdos y debatir los temas estructurales, como las reformas laboral o impositiva, «con mayor calidad». La ciudadanía ha demostrado a menudo ser «mucho más madura» que sus representantes al momento de debatir. En este contexto, Murúa recuerda una de las reglas fundamentales: «el que gana gobierna y el que pierda acepta los resultados», advirtiendo que no se puede impugnar el juego cada vez que se pierde.
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