23/11/2015 – Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir.”
Lc 21, 1-4
¡Hoy desde Roma transmitimos la #Catequesis junto al P. Javier Soteras! En el evangelio, la ofrenda de la viuda en el Templo. ¿En qué lugar particular el Señor te invita a ofrendar tu vida? Posted by Radio María Argentina on lunes, 23 de noviembre de 2015
¡Hoy desde Roma transmitimos la #Catequesis junto al P. Javier Soteras! En el evangelio, la ofrenda de la viuda en el Templo. ¿En qué lugar particular el Señor te invita a ofrendar tu vida?
Posted by Radio María Argentina on lunes, 23 de noviembre de 2015
La ofrenda de la viuda nos invita a hacer de la vida un camino de entrega y ofrenda. Esto es lo que ocurre cuando en Dios nos entregamos nosotros en sencillos actos de ofrenda y amor en profunda comunión con El y los hermanos a los que somos invitados a amar dando lo que tenemos y lo que somos. Se abre un camino. Un camino de cielo, un camino de eternidad como el misterio trinitario se va haciendo eterno porque es un acto de siempre éste de la ofrenda en la comunión donde las personas se entregan sin reservas.
El hombre, vos y yo, somos fieles a la imagen de Dios que hay en cada uno de nosotros cuando no dejamos de entregarnos como lo hacen ellos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivir la vida en clave de ofrenda es posible si hay un amor que la impulsa, motiva y sostiene. Ese amor siempre tiene un rostro concreto en donde la ofrenda de la vida creyente va yendo hasta donde Dios nos guía se refleja en un contexto, en una geografía, en historias, en rostros de hermanos con los que compartimos el camino. Ahí es donde somos invitados a darlo todo silenciosa, profunda e intensamente a dar la vida, a entregarnos sin reservas a ofrendar la existencia con la certeza de que ese es el lugar desde donde se construye lo de todos los días.
Esto de dar y darse, de dar la vida como Jesús hasta el extremo tiene mucho que ver con la cosa nuestra de todos los días en comunión con Jesús y dejando que nuestra vida toda en las cosas más simples y sencillas en lo cotidiano sean tomadas por el Señor.
Cuando la vida se hace ofrenda y entrega tiene sentido de eternidad, porque la vivimos en Dios. No solo nos ofrecemos por los demás, por el amor que les tenemos, por lo que nos conmueve los que sufren y buscan, sino que lo hacemos en Dios. Allí, cuando lo hacemos en Dios, la alegría aparece como don. Se trata de amar y de olvidarse a uno mismo, y todo por los demás y en Dios.
Todo esto tiene un carácter eterno, tiene un sentido de eternidad si lo vivimos en Dios y nos damos cuenta del valor que tiene la ofrenda y la entrega cuando estamos en comunión con El por la Gracia del amor. Se trata de amar hasta olvidarse uno de sí mismo por los demás, de darse por entero para entrar en comunión con los demás, para enriquecerlos y hacer posible que la acción de Dios dé en ellos sus frutos.
La Madre Teresa de Calcuta, Siendo aun muy joven, se consagró al Señor y se fue a la India, una tierra de todos conocida por la gran miseria que mata cada año a millones de habitantes. Una vez allí, quedó impresionada por los millones de personas que morían por año en la calle en la más absoluta pobreza. Y no le bastó con haber dejado su patria, con indianizarse, iniciándose en las costumbres y en la lengua, con adquirir la nacionalidad india para acercarse más aquella gente para llevarlas a Dios. Necesitaba además permiso de sus superioras para ir a vivir entre ellos, trabajar como ellos, alimentarse como ellos, para darles la prueba suprema de su amor.
Y su ejemplo arrastró tras sus huellas, a imitación suya, a otras decididas a dar dándose por entero, serviendo a los pobres y a los desvalidos asemejándose a ellos. Allí hicieron presencia de Cristo en un lugar donde prevalecía el hinduísmo. Su convento se convirtió en hospital, en hogar donde los pobres tienen todos los derechos: derecho de entrar, de alimentarse, de ser servidos y cuidados, asistidos en la hora de la muerte.
Esa mujer pobre y humilde sólo conoció una palabra, la de la bondad, que conmueve los corazones porque sale de un corazón abrasado de bondad y de amor.
Has venido a visitarme Como Padre y como amigo Jesús, no me dejes solo. ¡Quédate Señor conmigo! Por el mundo envuelto en sombras Soy errante peregrino Dame tu luz y tu gracia ¡Quédate Señor conmigo! En este precioso instante Abrazado estoy contigo Que esta unión nunca me falte ¡Quédate Señor conmigo! Acompáñame en la vida Tu presencia necesito Sin ti desfallezco y caigo ¡Quédate Señor conmigo! Declinando está la tarde Voy corriendo como río al hondo mar de la muerte. ¡Quédate Señor conmigo! En la pena y en el gozo Sé mi aliento mientras vivo Hasta que muera en tus brazos ¡Quédate Señor conmigo! Padre Pío
Has venido a visitarme
Como Padre y como amigo
Jesús, no me dejes solo.
¡Quédate Señor conmigo!
Por el mundo envuelto en sombras
Soy errante peregrino
Dame tu luz y tu gracia
En este precioso instante
Abrazado estoy contigo
Que esta unión nunca me falte
Acompáñame en la vida
Tu presencia necesito
Sin ti desfallezco y caigo
Declinando está la tarde
Voy corriendo como río al
hondo mar de la muerte.
En la pena y en el gozo
Sé mi aliento mientras vivo
Hasta que muera en tus brazos
Padre Pío
Cuánta fragilidad sentimos cuando lo damos todo. Son de esos cansancios saludables, no del hartazgo ni del estrés, sino de aquel otro que brota de un corazón que descansa en el amor. Porque éste es el camino, el amor. Cada día te ofrecerá ocasiones de entregarte a los demás. No las consideres como fuente de sufrimiento o de molestia, sino como invitaciones de Dios a elevarte hacia él.
La leprosería de Qui Hoa (en Vietnam) es bien conocida por los que se preocupan por los enfermos más abandonados de la tierra, los leprosos.
Pero lo que es menos sabido es que fundada por un misionero de las Misiones Extranjeras de París, el P. Maheu. Al igual que sus hermanos era misionero por medio de la evangelización y del apostolado de la prensa, y llegó a interesarse por los leprosos al ser testigo de sus insoportables sufrimientos, de su agonía prolongada y de su muerte lenta y dolorosa: llagas abiertas, rostros desfigurados, miembros amputados año tras año.
A diferencia de otros testigos el P. Maheu se sintió atraído por la necesidad de ocuparse de ellos, de ser para ellos una presencia amiga que ama y consuela cuando todos se alejan, alguien que ama como un padre a sus hijos, que no los abandona, que vive en medio de ellos y los cuida en sus males corporales y en sus necesidades espirituales.
Detrás de su vivienda, estaba colgado un gong con un mazo metálico. Era el grito de angustia cuando uno de los leprosos ya no podía más. El Padre salía de su casa y se enteraba de las necesidades del que acababa de llamar. Todos los día el gong sonaba docenas de veces. Y docenas de veces el P. Maheu encontraba la palabra y el gesto de consuelo. “Padre, ¡me duele mucho! He pasado la noche en blanco. Se me acaba de caer una falange del dedo” El P. Maheu cogía aquel trozo de cuerpo humano y besaba al que lo había visto desprenderse de su mano: ¡Ánimo, hijo! Sigamos luchando, sigamos con el tratamiento…”.
A nadie quería más que a los leprosos. Hablaba de ellos como de hijos queridos: “¡Miren estas legumbres plantadas por ellos! ¡Ved estos huevos de gallinas de sus gallineros…!”. Mientras, el visitante sentía hasta repugnancia de respirar aquel aire con los leprosos. Un día, compartió sus sufrimientos y se convirtió en uno de ellos: en leproso hasta el momento de ser enterrado en medio de ellos en la tierra de su misión y de su entrega.
Mientras reposo trabajo. El alma contemplativa goza de ésta posibilidad. Jesús como contemplativo ve como esta viuda mientras entrega todo lo suyo, descansa en la misma entrega.
El don de vos mismo es lo que justifica tu presencia en el camino de la esperanza. Dándonos somos capaces de ser para los otros, que es nuestra gran vocación. El gran llamado que tenemos en el corazón es de ser para los demás. Ser y estar en el mundo para los otros es nuestra plenitud. El mundo nos invita al hedonismo y a ser individualista, limitando y desdibujando nuestra identidad más profunda.
Ser “vos mismo” según la voluntad de Dios, supone ir limpiando la imagen de Dios que hay en vos del polvo que la cubre y la desfigura y trabajándola como un escultor que moldea un bloque de mármol, para que poco a poco vayan apareciendo los rasgos amados de Dios. El amor se muestra más en las obras que en las palabras, dice San Ignacio. Que redescubras tu gran vocación de ser para los demás.
Padre Javier Soteras
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