Superar los mandatos desde el amor

jueves, 9 de junio de 2022
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09/06/2022 – En Mateo 5, 20-26 hay una frase que Jesús está reinterpretando, “la ley dice: a ustedes se le dijo pero yo les digo”. Jesús reconoce que el camino transitado hasta allí ha sido el posible pero no alcanza si no se abre a una nueva oportunidad, que la da el nuevo camino, la nueva ley que es Jesús mismo.

 

 

Jesús dijo a sus discípulos: Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

 

San Mateo 5, 20-26

 

 

Jesús comienza el evangelio de hoy diciendo que si la justicia de los discípulos de él no es superior a la de los escribas y los fariseos no van a entrar en el Reino de los Cielos. Y hace mención a un culto propio del judaísmo que era presentar las ofrendas en el altar del Templo antes de que éste sea destruido. Es decir el evangelio de hoy de Mateo supone que los discípulos de Jesús pertenecen de alguna manera todavía al judaísmo siguen presentando sus ofrendas en el Templo. Pero que si uno sentir algún tipo de enemistad o estaba mal con alguna persona o tenía algún adversario más valía antes que presentar la ofrenda, llegar a algún tipo de arreglo y reconciliarse con la persona.

Esto que puede parecer a primera vista una mirada netamente interesada, una mirada utilitarista, una necesidad de pedir perdón por pedir perdón en sí misma, es en definitiva una revelación muy profunda de lo que hace al discipulado de Jesús y de la construcción del Reino.

Nosotros los cristianos todavía tenemos la sana costumbre de reconciliarnos. Y el Sacramento de la Reconciliación lo hacemos con un sacerdote. Tranquilamente, cada uno sólo podría confesarse con Dios y listo. Sin embargo hay una dimensión del pecado -y por eso vamos a confesarnos con un sacerdote- que es la dimensión social. Mi pecado no ofende a Dios pero ofende a los hermanos. Entonces nos es algo que yo solamente puedo arreglar con Dios cara a cara como si fuera algo sencillo, sino que en definitiva el amor que Dios me tiene a mí y el amor que me otorga cuando perdona mis pecados, supone la reparación del mal causado. Es decir, mi pecado tiene también la dimensión social y por decir de algún modo “afea” toda la Iglesia y la hace menos creíble y menos creyente.

Por eso esta imagen que si bien está tomada del judaísmo nos puede servir a nosotros para pensar en nuestras celebraciones litúrgicas. Muchas veces no estamos en comunión absolutamente con nadie pero vamos a misa y comulgamos… ¿y qué sentido tiene?

Lo que tenemos que hacer es profundizar en esa dimensión social de nuestra vida. Las cosas no se arreglan solamente con Dios. Porque también si nosotros estamos convencidos de que Dios habita en el hermano -y esa es la comunión de los santos y es la comunión en la Iglesia- no es solamente vertical: yo con Dios y con Dios me arreglo en el intimismo de mi propia relación con Él y soluciono todos los problemas del mundo. Hay una comunión que complementa esa comunión vertical y que es bien horizontal y es por la cual entro en comunión con todos mis hermanos; me reconozco hermano de todos ellos. No solamente los que participan de las oraciones litúrgicas o visiblemente están dentro del marco de la Iglesia sino de los siete mil millones de personas que caminamos a diario este mundo.

“Si tu hermano alguna queja contra ti antes de presentar la ofrenda del Templo andá a reconciliarte” Bueno, yo creo qué bien nos viene esta palabra hoy ¿no?. Antes de ir a misa y comulgar, antes de participar en las celebraciones litúrgicas, antes de seguir adelante con nuestra vida de fe y antes de pensar que yo solamente por ir y confesarme y escuchar la palabra que tenga para decirme el sacerdote o pedirle en secreto perdón a Dios, necesito reconciliarme con mis hermanos y reparar el daño que pudo haber causado.

Esto nos ponen la dinámica de la misericordia, de poder saber perdonar, de saber disculpar, de saber salir al encuentro de nuestro hermano para ofrecer el perdón y la reconciliación y en definitiva toda la misericordia. Y también para hacer nosotros sujetos de la misericordia de ellos. Para nosotros también dejarnos disculpar, para dejarnos reconciliar y dejarnos misericordiar no solamente por Dios sino también por nuestros hermanos. Entrar de lleno en la dinámica de pedir perdón y dejarnos perdonar.

Y ahí si la comunión va ser plena, no solamente será comunión con Dios y con uno mismo sino también y fundamentalmente comunión con todos los hermanos, con todos aquellos que formamos comunión y por tanto somos comunidad. Es muy lindo entonces poder pensar la comunión como liberación que Jesús nos trae. Y que de frente a la antigua Ley, no abolirla sino renovarla, por el nuevo misterio de comunión en su doble dimensión vertical y horizontal: con Dios y con los hermanos. Porque si bien las distinguimos, no la podemos separar. Amor a Dios y al prójimo, van juntos.

Consigna: Te invito a hacer memoria agradecida: ¿qué experiencia de reconciliación honda y linda has tenido en tu vida? ¿Qué te ha quedado de ella?