Teresita de Jesus, misionera

viernes, 2 de diciembre de 2011
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“Jesús convocó a los doce y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios, para curar enfermedades, los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos diciéndoles no lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, y tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies en testimonio contra ellos. Fueron entonces de pueblo en pueblo anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.”

 

Teresita de Jesús, misionera en el Carmelo

 

Consigna: queremos sumarte en la tarea de misionar en este día. Es la vocación renovada que la Iglesia quiere trabajar desde Aparecida. Es más, lo está llevando adelante en el Continente de distintas formas, de distintas maneras, ¿De qué modo te parece puedes misionar en el día de hoy en el ambiente en el que estás? Esta va a ser la consigna de nuestro encuentro.

 

Ella vivía en el silencio, en el claustro, hablamos de nuestra compañera de camino de la catequesis de Testigos de este tiempo, de  Teresita de Jesús, pero qué peregrina, qué andariega nuestra amiga. El claustro como lugar de misión, una clave desde donde Teresita invita a repensar la misión en radicalidad.

Por qué decimos esto, porque en realidad la misionalidad no tiene que ver tanto cuánto hacemos sino desde dónde y cómo lo hacemos. Lo importante es como y dónde estamos en orden al querer de Dios, más que cuánto es que, y hasta donde llegamos con lo que hacemos. Von Baltasar, teólogo que ha desarrollado un texto bello sobre Teresita, dice qué es ser santo: “El santo es el que se identifica con la misión”. El padre Ángel Rossi en este texto bonito que estamos siguiendo, entre otros, para la vida de Teresita, comparte algo de todo esto cuando nos dice citándolo a Baltasar: ¿Qué es ser santo? El hombre santo es el que se identifica con la misión. La santidad no es nuestra, la santidad está en la misión. Y es como diciendo que a eso a lo que Dios te manda, con eso a lo que Dios te compromete, ahí Dios te hace santo y te comparte la misión, su misión. Soy santo en la medida en que adhiero a la misionalidad de Dios que ha salido a recorrer las calles, las esquinas, las plazas, los lugares más dolorosos y los más llenos de gozo del entorno de nuestra vida, para que con su mensaje, y nosotros como instrumentos en manos de él, lleguemos tan lejos como el corazón del hermano se siente lejos de la vida, lejos de la esperanza, lejos del sentido, y en ese sentido, valga la redundancia, nos hacemos misioneros. En el corazón del Señor hay un proyecto de santidad, para vos y para mí, para nosotros, ¿Y en qué consiste ese proyecto de santidad? Teresita nos muestra el camino, no consiste en grandes cosas, sino en recorrer un caminito de fidelidad a lo de Dios en lo de todos los días hasta donde Dios nos quiera conducir. Y en este sentido Teresita nos pone en contacto con la radicalidad de la misión que es saber estar donde Dios quiere que estemos con él para hacer presente su rostro.

 

Una de las religiosas que compartió la vida con Teresita en el Carmelo era bastante malhumorada y en realidad era a la que todos escapaban. Teresita en su capacidad misionera desde el corazón de la Iglesia, en el amor, se decidió atenderla con toda la caridad que de ella podía entresacar inspirada por Dios para que se sintiera ella, a la que todos esquivaban, de la mejor manera. Y cuenta ella en su biografía y en un momento determinado se sintió profundamente conmovida por la pregunta de esta religiosa. Imagínense de alguien que es rechazado por todos y fíjense lo que le pregunta: “Hermana Teresa del Niño Jesús, querría usted decirme qué es lo que le atrae de mí, cada vez que me encuentro con usted me dedica la más graciosa sonrisa”. Es como si a ella no le abrieran la puerta, y le metió una patada y entró ahí donde estaba esta hermana en su encierro, posiblemente en su alma enferma, en sus traumas, en sus dolores, en su incomprensión, vaya a saber en qué historia de cruz que la hacía atravesar por esos lugares. Teresita igualmente, que compartía con ella el sentido de su dolor, también compartió la pascua, y fue capaz de misionar, en este caso, con una sonrisa.

 

La intención de Teresita en su misionalidad tiene un único objetivo, hacer amar a Dios. Haber entendido que la santidad en sí mismo como un lugar cómodo donde uno se auto complace la imagen de sí mismo es un paso importante y Teresita rápidamente lo encontró, no le importó cuánto tenía que despojarse de sí misma para que el amor sea amado, diría Francisco de Asís cuando lloraba porque el amor no era amado. La santidad no es para nosotros mismos y Teresita lo entendió. Lo dice inspirada en aquel texto de 1Cor 13, “La caridad, el amor, no busca el propio interés”. A veces cuando nosotros pensamos en la vida de la perfección y nos enamoramos de la posibilidad de ser mejores nos olvidamos de que la razón por la cuál podemos llegar a ser mejores es el camino de conocimiento y de verdad, de transformación y de plenitud que nos ofrece el objeto primero por el cuál fuimos creados, para él, por el amor, y para amar. Ella vivió hasta el extremo ese desinterés del amor, no guardando nunca nada para sí, y no queriendo guardarlo tampoco para el cielo, sino que lo entrega para la Iglesia y los demás. Dice Teresita: “Nada se queda en mis manos, todo lo que tengo, todo lo que gano, es para la Iglesia y para los hermanos, aunque viva ochenta años seguiré siendo así de pobre”.

 

“No quiero amontonar méritos para el cielo, quiero trabajar solo por tu amor con el único fin de complacerte. En la tarde de esta vida compareceré delante de Vos con las manos vacías, pues no te pido Señor que cuentes mis obras”, y después Teresita añade hablando acerca de esto: “Estoy muy contenta de irme pronto al cielo, pero cuando pienso en estas palabras de Dios que traigo conmigo, “MI recompensa para dar a cada uno según sus obras”, me digo a mí misma que en mi caso Dios va a verse en un apuro, yo no tengo obras, por lo tanto no podrá darme según mis obras, pues bien, me dará según sus obras”. Es realmente una maestra, no porque sí es doctora de la Iglesia, qué capacidad de comunión con Jesús, Qué confianza, qué certeza que tiene en su corazón de que va a ir al cielo. De hecho, hay cosas que son llamativas de Teresita, por ejemplo al final de su vida le entregaba a las novicias lo que iban a ser sus reliquias con la certeza absoluta de que ella, como bien lo había dicho, iba a hacer mucho bien cuando estuviera contemplando el rostro de Dios, aquí en la tierra, desde el cielo. Y con la certeza de que su doctrina iba a permanecer en el tiempo, de hecho al final la Iglesia la reconoció como Doctora de la Iglesia, como maestra en la vida de los hombres.

 

“Nunca en mi vida me he guardado nada en las manos, no va a ser en el momento de la muerte que me guarde algo para mí”, decía Teresita. “La misión que cada uno recibe, se cifra esencialmente allí en donde la vida se hace entrega”. La misión es entrega, entrega de sí mismo en Dios y según como Dios quiera que estemos delante de él y de los demás con un único motivo que Teresita lo descubre en el corazón mismo de su misionalidad, ser el amor y vivir en amor. Sí, de eso se trata. Cuando uno ama, y en el amor va toda su vida, encuentra toda la razón por la cuál vivir. No hay otro modo de encontrar motivo por el cuál vivir sino es una vez más eligiendo y optando por amar.

 

Teresita era muy consciente de que el camino por el cuál se alcanza la perfección al estilo de lo que Jesús lo propone, es el amor, y que toda su vida consistía en eso en realidad, y no había otro motivo por el cuál permanecer en medio de los hermanos sino para esto, y dice: MI misión, mi tarea, es hacer amar a Dios como yo lo he amado, de dar mi caminito a las almas. Si Dios escucha mis deseos pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Esto es lo que hace que la doctrina de Teresita sea una doctrina de mucha solidez, es profundamente evangélica y radical en su opción. La sencillez, la niñez, el abandono, esa es toda la novedad de su propuesta. Evangelio puro. Y la novedad está en vivirlo, justamente, en que de golpe surge una niña que lo vive, esa es la novedad. ¿Dónde está la novedad de Madre Teresa de Calcuta si todo lo que hace está en la bienaventuranza, en el buen samaritano, en el Cristo en Cruz, la novedad está en animarse, por la gracia de Dios, como la tenemos todos, no solo a decirlo sino a vivirlo, como Teresita.

 

Cuando uno piensa en un doctorado en cualquier carrera de la vida, piensa en una persona ya avanzada en sus estudios, en su profesión, en su capacidad de influir sobre los demás, después de haber acumulado una parte importante de experiencia en la competencia propia, sin embargo acá estamos ante un caso absolutamente diverso, es Doctora de la Iglesia esta adolescente, esta niña, Teresita. Y su doctorado en espiritualidad lo justifica el Salmo 118 “He venido a ser más prudente que los viejos” dice el texto del Salmo. Teresita lo dice también, Madre amadísima, no tuviste por imprudente decirme un día que Dios iluminaba mi alma, que me daba la experiencia de los años. Acepto que el Señor ha hecho en mí cosas grandes, y la mayor de todas es precisamente haberme hecho conocer mi pequeñez y mi impotencia. El camino de la grandeza sigue pasando por este lugar donde Dios revela la grandeza de su misterios a los pequeños. “Sí, Señor del cielo, yo te bendigo y te alabo, por haber ocultado estas cosas a los grandes y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”.

 

Esa posibilidad de que Dios sea verdaderamente alfarero y haga de nosotros un vaso nuevo, supone una experiencia de no-nada, de anonadamiento, de descubrir la pequeñez, diría Teresita. Y en un texto bellísimo habla ella de esta perspectiva de su espiritualidad. “Apenas Dios nos ve bien convencidos de nuestra nada, nos tiende la mano, pero si queremos intentar hacer algo grande por nosotros mismos, aún so pretexto de celo, el Señor nos deja solos. Apenas dije: mi pie ha vacilado, tu misericordia Señor, me ha sostenido. Sí, basta humillarse y sufrir sencillo y con mansedumbre las propias imperfecciones, esa es para nosotros la verdadera santidad. Amadísima hermanita, corramos al último lugar, nadie nos lo va a pelear”.

 

“Fuerte en la debilidad” dice Teresita. Ahí está la grandeza de una niña adulta por la gracia de Dios. Hay facetas que uno no las puede suponer de Teresita si no se adentra claramente en su doctrina. En una carta le decía a una de sus hermanas: “Leí esta mañana un pasaje del evangelio donde se dice: “No vine a traer la paz sino la espada”. No nos queda pues más que luchar. Cuando no tenemos fuerza para hacerlo, Jesús combate por nosotros. Pongamos juntas el hacha a la raíz del árbol”. Luego, en otra carta, va a decir: “Dios quiso que yo conquistara la fortaleza del Carmen a punta de espada”. Casi nada. No con la temeridad del espíritu que se quiere hacer grande cuando es pequeño sino con la pequeñez puesta en Dios que la hace grande, gigante. Recoger un alfiler por amor puede convertir un alma dice Teresita. Tiene la certeza de que cuando todo se hace en Dios las cosas cambian que verdaderamente uno no tiene más que deseos de dejarse conquistar el corazón por ese espíritu suyo, cercano al nuestro, que nos invita a adentrarnos en el amor de Dios sin importarnos nada.

 

 

 

Padre Javier Soteras