“Un buen cura siempre es un puente”, afirmó el padre Alejandro Puiggari

sábado, 1 de septiembre de 2018

01/09/2018 – El padre Alejandro Puiggari, rector del Instituto Superior de Catequesis Argentino y párroco en la comunidad de Soledad de Maria Santisima del barrio de Villa Devoto en la ciudad de Buenos Aires, es un amigo de Radio María Argentina. Lo solés escuchar los jueves por la noche, entre las 20,45 y las 22 horas. En este caso, el padre Puiggari nos dejó su testimonio: “Yo estoy muy agradecido a mi familia. Nosotros somos siete hermanos y a su vez tenemos muchos primos. Yo tengo el recuerdo de mi casa con una mesa bien grande donde siempre había mucha gente reunida, menos los domingos. Ese día, mis padres nos decían que era diferente, era para nosotros y para Dios. Yo siempre digo que en casa se vivía naturalmente lo sobrenatural. No es que se rezaba todo el día, pero Dios estaba presente. Los domingos, mamá ponía el mantel más lindo, se tomaba una gaseosa íbamos todos juntos a misa. De esa forma palpé desde chiquito eso tan lindo que es vivir el Evangelio con simplicidad todos los días”.

Al hablar de su vocación, el padre Alejandro relató: “Dios tiene sus caminos. En mi caso, me pasó que primero me peleé con un sacerdote. Se lo conté a mi hermano Rómulo, que en ese momento era seminarista. Le dije ´mirá, los curas no sirven para nada, alejan a la gente de Dios`. Yo estaba enojado. Pero mi hermano muy serenamente me expresó ´tenés razón en algo, si el cura es mal cura, es un muro. Pero si es un buen cura, es un puente. Vos rezá para que yo sea puente`. A partir de ese momento comencé a mirar todos los puentes. Y empecé a sentir que mi corazón estaba llamado para amar a todos. Yo tenía 14 años en ese entonces y ahí comencé a tener la certeza de que quería ser sacerdote”.

Asimismo, el padre Puiggari recordó a su tío, el padre Luis Etcheverry Boneo, quien tiene iniciada una causa de beatificación por su fama de santidad. Y nos dejó esta oración que reza desde hace más de 30 años y que le regaló su tío:

Santa Maria, madre de Dios

Conservame un corazón de niño,

puro y transparente como una fuente.

Dame un corazón simple

que no sepa saborear las tristezas.

Un corazón magnífico en el darse,

tierno en la compasión.

Un corazón fiel y generoso

que no olvide ningún bien

y que no conserve rencor de ningún mal.

Haceme un corazón dulce y humilde,

amante sin exigir reciprocidad,

gozoso de borrarse en otro corazón

delante de tu Hijo Jesús.

Un corazón grande e indomable,

que ninguna ingratitud detenga,

que ninguna indiferencia canse.

Un corazón atormentado, por la gloria de Jesús,

herido de su amor con una llaga,

que se cierre en la eternidad.

Amén.