Un grito de amor

martes, 13 de mayo de 2008
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Y en ésta hora de pasar del mundo al Padre, Jesús les dijo a los discípulos:  “Todavía tengo muchas cosas que decirles pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad el los introducirá en toda verdad porque no hablará por si mismo sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará porque recibirá de lo mío y se los anunciará a ustedes. Todo el que es del Padre es mío por eso les digo recibirá de lo mío y se los anunciará a ustedes”.

Juan 16, 12 – 15

Es notable como en éste tiempo final en el camino de la vida del Señor y el testamento que deja a los discípulos en el marco de la Ultima Cena como en ese contexto hay una insistencia sobre el aspecto comunitario que tiene el anuncio de la Palabra, la dimensión familiar que tiene el testimonio de verdad que surge en el anuncio de la Palabra y hoy, dice el texto que compartimos, esa orientación tiene un origen en la familiaridad y en la comunidad de la Trinidad, de Dios que es familia.

El Espíritu va compartirnos, dice Jesús en la verdad nueva que se nos va a revelar desde El lo que ha tomado del vínculo entre el Padre y el Hijo. Es a partir de esa experiencia de comunión donde el mismo Jesús también anuncia y proclama lo que ha oído del Padre y es desde ese lugar donde el Señor les invita a los discípulos a permanecer por el vínculo de la caridad unos y otros unidos en un mismo Espíritu para poder encontrar la luz que se busca mientras se rumbea por la vida detrás del mejor destino, del mejor puerto, del término donde se va caminando para que el rumbo no se pierda, para que el camino pueda verdaderamente transitarse con certezas.

El Señor nos dice: ustedes aprendan de éste lugar de comunión, de vivencia familiar y háganlo por el vínculo fraterno marcado bajo el signo de la caridad. Permanezcan en ese mandato que ustedes van a dar mucho fruto, van a multiplicar la presencia del anuncio del Reino con las obras y las palabras que yo iré haciendo crecer en la medida que la fe de ustedes se afiance sobre éste lugar de amor,. lo único que yo les mando. Fijate que no manda nada Jesús a lo largo del Evangelio.

Lo único que manda Jesús, que impone como condición es la caridad. Caridad que cuando se vive como mandato no se lo experimenta como una carga pesada, como un yugo insoportable, sino realmente como dice el Señor como una carga liviana, como un yugo bien soportable, como un camino de liberación, como un lugar de serenidad y de paz. Es el amor el que nos regala éste costado de consuelo, de profunda alegría. Por eso la invitación del Señor a creer en esa fuerza del amor y a permanecer desde ese lugar en el vínculo fraterno para dar mucho fruto.

Los frutos que ha dado también las obras que manifiestan, que testimonian la verdad del anuncio de Jesús. Si no creen en mí crean en las obras que el Padre hace en mí por este vinculo de amor que hay entre mí y el Padre, dice Jesús. Vínculo que ocurre por la relación que hay entre el Padre y el Hijo del don del Espíritu Santo. Es éste camino de vivencia del Espíritu en la caridad y en la caridad expresada en la relación fraterna de donde el Señor nos invita verdaderamente a renovarnos y a dar mucho fruto.

Claro que el vínculo fraterno, la relación de caridad entre nosotros no es simple y en éste sentido es verdad que está permanentemente siendo como purgado en nuestro corazón en la relación y desde ella por esa presencia que desde el amor de Dios va como limando las asperezas quitando lo que dificulta la comunión y haciéndonos más dóciles en la relación con los otros por ésta maravilla de un amor de Dios que nos sostiene mucho más allá de las dificultades que aparecen en lo vincular, en lo relacional.

Claro que no es simple. Si fuera por el gusto, si fuera solo por el paladar con el que uno se relaciona con los demás poca sustentabilidad tendría nuestra relación vincular porque el disgusto en lo relacional es un nivel de mucha fragilidad para que tenga sustento una relación, un vínculo. Tal vez esto es lo que haga muchas veces que la continuidad en las relaciones, en los vínculos matrimoniales, familiares, de noviazgos, sean tan volátiles, tan poco consistentes.

Están apoyados sobre el lugar donde la cultura ha definido la felicidad que es el placer y el displacer como un criterio demasiado primario para entender la felicidad como si verdaderamente ser feliz fuera encontrar placer y ser infeliz fuera como sentir displacer o no gusto frente a las cosas y particularmente a las relaciones. La felicidad es mucho más que el placer y la infelicidad no tiene que ver con el displacer.

De hecho cuando Jesús habla de la felicidad la vincula claramente en las Bienaventuranzas a situaciones de vida que no son de suyo placenteras. Felices los que lloran. Quien llora no siente placer en el llorar. Felices los que son perseguidos. Quien es perseguido no tiene placer en la persecución, felices los que trabajan por la paz. Quien se desloma por construir vínculos no siente placer en la tensión que genera la lucha por acercar las partes.

Sin embargo dice Jesús ahí se encuentra felicidad en medio del trabajo, del combate, de la lucha, de la resistencia. El Señor nos invita a consolidar nuestras relaciones desde un lugar nuevo que es la presencia suya que hace que sea posible aun en situaciones más complicadas permanecer fieles y ser felices desde ese lugar. Te invito a que puedas replantear tu relación con la familia, marido con tu mujer, con tus hijos, en las relaciones de amistad también desde éste lugar nuevo donde Jesús te invita a permanecer en fidelidad mucho más allá de éste criterio verdaderamente falso, mundano, cuando se hace definitivo, cuando se hace paradigma único de la comprensión de las relaciones. Son buenas, son malas solo si nos producen placer. Si nos produce displacer, si no es gustoso el paladar son para rechazar, no son tan buenas, no merece la pena sostenerlas.

Que se escuche un grito y es el grito del amor. Es el grito de la caridad, es el llamado a la reconciliación, es la invitación de Dios a poder poner las cosas en su lugar. A veces es necesario pegar un grito en algunos momentos cuando el desorden parece multiplicarse y solo un grito puede poner un límite a la movilidad desconcertante que desarma propia de los procesos de relaciones que se van como descomponiendo. Un grito es capaz como de decir ¡basta! ¡se terminó!

Dice la Palabra que Jesús en la cruz pegó un grito y son muchos los cristianos que a lo largo de los siglos ha intrigado y angustiado el grito en que Jesús prorrumpió segundos antes de morir. Un grito que debió ser impresionante porque lo recuerdan y subrayan tres de los cuatro Evangelios y hasta Pablo habla de el en una de sus cartas. Marcos dice que Jesús dando un gran grito expiró. Mateo cuenta que habiendo gritado de nuevo con gran voz entregó su Espíritu. Para Lucas es la séptima Palabra de Cristo Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu.

La que dice a gritos el agonizante. San Pablo pone ese momento como uno de los ejes de la vida de Cristo habiendo ofrecido en los días de su vida mortal, dice el Apóstol, oraciones y súplicas con gran grito y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte. Porqué ese grito cuando era la hora de acabar, cuando no le quedaba más que cumplir la formalidad de la muerte, cuando regresaba con su tarea cumplida y las manos llenas a la casa del Padre.

Desconcierta de algún modo que Jesús grite. Jesús no había gritado en la flagelación, tampoco en la Coronación de espinas. Después de la crucifixión al otro lado quedaba su Padre para abrazarle al fin y aguardaban los ángeles para alabar sus llagas vivas, se preparaba la corte del cielo para cantar su gloria eterna y ¿grita? Precisamente ahora. Durante muchos siglos, dice Martín Descalzo, las generaciones echarán en cara ese grito.

En los catecismos se explicaba a los niños la vergonzosa muerte de un Cristo aterrado en comparación con el heroísmo sonriente con que morían por la patria los jóvenes nazis y nunca ha faltado alguien que recuerde que los genios o los mártires murieron mejor. Sócrates bebió más tranquilo su cicuta. San Policarpo daba la bienvenida a los soldados que llevaban a arrestarlo. San Ignacio de Antioquia tenía solo un miedo, que sus bienhechores amigos lograran salvarle de la muerte. Santo Tomás Moro bromeaba en el mismo patíbulo pidiendo a su verdugo que le ayudase a subir porque para bajar ya se arreglaba solo.

Explicaba al soldado que no golpease con el hacha hasta que el no se hubiera colocado bien la barba ya que ésta no había ofendido a su majestad y no merecía ser cortada. ¿Cristo tuvo menos entereza que estos sucesores suyos?. Una de las religiosas de los diálogos de Carmelitas, cuenta Descalzo, explicando que los mártires estaban sostenidos por Cristo pero El no tenía nadie que lo ayudase ya que todo socorro, toda misericordia provenía de El. Ningún ser vivo encontró en la muerte tanta soledad y tanto desamparo. El grito de Jesús es un grito de amor que pone orden ante tanto desamor y yo me quedo con éstas expresión de Lucas. Es un grito donde expira. Expirar cuanto que lanza de si mismo.

Es un grito de amor que se desparrama, diría yo. Es un grito que ordena a partir de la imposición o partir de la necesidad de expresar un límite solo para marcar un espacio, es decir hasta aquí. Sino que eso mismo que es necesario en las relaciones pero además es un derramarse en la fuerza del amor con la que Jesús hasta aquí ha venido proponiendo en lo nuevo.

Dejémonos tomar por ese grito de Jesús. Dejemos que el Señor pegue un buen grito. Que no nos asuste el grito de Jesús, por el contrario lo recibamos en el silencio y vamos a descubrir cuanta dulzura, paz, alegría, fuerza, claridad nos trae. Esas que necesitan nuestras relaciones, nuestros vínculos. Esa que hace falta en nuestro caminar juntos y descubrir allí la verdad que está escondida según hoy nos propone el Evangelio y en todos estos días en los que el Señor al final del camino en éste testamento largo en la Ultima Cena nos invita a permanecer unidos. Que sea el grito de Jesús el que nos lleve por ese camino.

Lo que tiene que ver con la proclamación y el derramar desde ese anuncio con su testimonio y su presencia la Gracia del amor de Dios y la gran doctrina en la gran enseñanza en lo que Jesús ha venido a instaurar es la gran revelación y mucho más que eso. Es la gran trasgresión con la que Jesús ha confrontado en su tiempo bajo éste otro orden que venía a establecer: la ley como marco en torno al cual el pueblo de Dios había ordenado su peregrinar y su andar cuando desde Moisés para acá atravesando el Mar Rojo en el monte Sinaí Dios marcó como rumbo el camino el camino y ellos después fueron re elaborando de algún modo en tradiciones ese andar y peregrinar que la ley les mostró como rumbo. Jesús que no desconoce todo esto. Es más, que vive esto como un judío fiel también renueva esa ley desde la propuesta del amor como síntesis de todo lo dicho por Dios en y desde el Sinaí como marco de referencia concreto que ha sido la ley.

En éste sentido el Señor no tiene problema a la hora de instalarla a la nueva ley, al nuevo orden, el del amor, de sentarse a conversar con la samaritana frente al poso de Jacob cuando esto era mal visto o abrazar a la mujer pecadora, su acusación, escribir sobre el piso con el dedo como la nueva ley, el único lugar donde Dios escribe con el dedo es en la ley frente a todos los que la acusan y liberarla a ella de su acusación y también de su pecado invitándola a renovarse en el amor. El Señor tampoco tiene dificultades de sentarse a la mesa con Saqueo, un pecador público reconocido por todos. Ni de invitarlo a un camino nuevo a Mateo.

Tampoco tiene dificultad a construir la comunidad con gente tan dispar en sus perspectivas políticas, sociales. Sienta en una misma mesa a un sicario como es Iscariote, Judas, Simón como a cuatro pescadores como son Pedro, Santiago, Juan, Andrés y con ellos a Mateo que era un cobrador de impuestos.

Lo que marca la posibilidad de construir una comunidad de tanta gente dispar es la fuerza del amor que muestra otro rumbo, otro criterio, que rompe con las cosas entendidas de un modo y empieza como a generar una nueva comprensión bajo un nuevo paradigma el de la caridad, es el paradigma del amor y a esto somos invitados nosotros cuando hoy la Palabra nos dice a ustedes a quienes ya les dejé mi enseñanza que es ésta que es la del amor para que puedan terminar de entenderla yo les voy a enviar un pedagogo, un maestro interior que les va a terminar por revelar ésta verdad.

La verdad que el Espíritu Santo viene a revelar no es una verdad entendida solo intelectualmente, solo en la racionalidad. Mucho más que esto es la revelación, es la claridad que trae la presencia del amor de Dios que nos permite entrar a la vida y comprenderla bajo éste otro lugar donde Jesús ha dejado marcado un nuevo rumbo y un nuevo camino.

Dejarse llevar por ésta fuerza del amor superando los límites que genera el hecho de movernos en la vida bajo parámetros muy pobres, diría yo, limitados, como son todos aquellos que no lo terminan de incluir al amor como la gran orientación, como el gran foco de donde vive.

Me refiero a como nosotros ordenamos la vida por el lado de la agenda por decir de alguna manera o por el lado del cumplimiento de nuestro deber, cuando le damos sentido a la vida a partir ésta pobre manera de entenderla, como decíamos al principio, y yo vivo según las cosas según me produzcan placer o no, o cuando la ordenamos en función de limitarla a que las cosas vayan bien en casa, estén ordenadas y no tengamos demasiada dificultad o cuando no la ordenamos porque vivimos, respiramos porque el aire es gratis y la verdad que es tan importante darle una orientación, darle un sentido a la vida.

Claramente Jesús lo dice ustedes van a encontrar a éste sentido, al verdadero, al rumbo cierto, cuando se dejen llevar por éste amigo que yo les voy a poner en el corazón, el paráclito, el Espíritu de la Verdad que es más que un defensor. Es un pedagogo, es un maestro, el maestro en la caridad. Es el que viene a remplazar en cuanto que le da continuidad al Espíritu que Jesús derramó en su testimonio y en su vida a lo largo de esos tres años intensos de vivencia con los discípulos y que terminó por instalarlo en ese grito que en la cruz da Jesús cuando expira y lo regala abundantemente. Un grito que nos llega hoy a nosotros hoy también si nos abrimos desde nuestra pobreza a esa posibilidad de darle sentido a todo lo que somos llamados a vivir desde ese lugar de amor que es verdaderamente lugar de revelación.

Como dejarse contagiar por éste grito. Sencillamente abriendo el oído interior escuchándolo de una forma nueva. Por sobre todas las cosas animarnos a cambiar la forma de entender lo que nos rodea desde éste otro lugar, desde éste otro paradigma, desde éste otro orden, desde éste sorprendente modo con el que Dios entiende y nos invita a vivir protagónicamente la historia bajo el signo del amor. Estamos llamados a construir una civilización nueva. Es la del amor.

Lo ha dicho Pablo VI y han repetido quienes le han seguido, Juan Pablo II y Benedicto XVI que ha hecho carne en su primer encíclica de ésta centralidad del mensaje de Cristo: Dios es amor, en latín Deus est Caritas, y nos ha regalado una hermosa enseñanza que es doctrina no en cuanto en una verdad que debe ser aprendida de memoria y defendida bajo cualquier error que pudiera haber alrededor de ella. La verdad que Jesús nos propone no es para ser defendida sino para ser vivida. Si el amor y caridad de Dios tiene algo, es justamente esa vivencia.

El grito del amor es un grito silencioso, pacificador, ordenador, que es formativo, esclarecedor y básicamente tiene un contenido porque viene de Jesús y por nosotros pasa y llega por medio de las ondas sonoras de la radio a ustedes tiene un contenido de caridad.