Un mundo sin niños

viernes, 14 de agosto de 2015
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Guarderias vacias

14/08/2015 – ¿Cómo sería un mundo sin niños? Junto al Dr Enrique Orchanski , Pediatra, Doctor en Medicina y Cirugía y docente de la Cátedra de Clínica Pediátrica de la Universidad Nacional de Córdoba, reflexionamos en torno a la infancia a partir de un texto suyo, elaborado “con ocasión de un viaje a un lugar donde han dejado de nacer los niños y conmociona la sensación de que hemos perdido infancia”

 

Como sería – Dr Enrique Orchanski

Y un día no hubo niños. Sin saber por qué, no estaban. Se los buscó cuidadosamente, pero no aparecieron. No había gritos, tampoco risas.
Es cierto, no había desorden; pero tampoco juegos, ni raspones, ni curitas.
En las plazas se desmontaron hamacas y toboganes. Los vendedores de globos buscaron nuevo trabajo. El silencio comenzaba a cundir.
Las aulas se deterioraron rápidamente. Sin olores escolares, las paredes se descascaraban sin remedio. Los bancos, más fríos que nunca, se desplomaban.
En los pizarrones quedaban trazos de tiza escritos por la última seño. Un viento indolente arrastraba hojas de cuaderno con renglones vacíos. No se oían berrinches. Nadie se quedaba de grado. Ningún niño estaba en apuros.
Sin ellos (sin la obligación de educarlos) los adultos consiguieron tiempo para sí. Ahora podrían dedicarse a sus proyectos. A sus espejos. Ya nadie interrumpiría su sueño ni sus conversaciones. Así, comenzaron a olvidar las canciones de cuna. En realidad, desaparecieron todas las canciones. El silencio aumentaba.

Los académicos, acostumbrados a enseñar a otro, aún explicaban sus teorías como si los oyera un joven aprendiz. Pero nadie esperaba ni deseaba aprender. Entonces olvidaron explicar. Y también olvidaron sus teorías.
Transportistas escolares alteraban el orden con sus cortes de ruta. No fueron escuchados.
Las abuelas dejaron de tejer. Los abuelos, de arreglar bicicletas. Los padrinos, cansados de esperar, tiraron los regalos al río, para que la corriente se los llevara junto con sus deseos de ahijados.
Fueron cerradas maternidades, guarderías y salones de cumpleaños. En su lugar se abrieron sitios de reunión para adultos; gente grande, bien portada.

Algunas palabras cayeron en desuso, deterioradas letra por letra. Primero se perdió la ‘h’ de ‘hijo’, pero nadie lo notó. Luego desaparecieron la ‘i’ y la ‘j’, y los hijos quedaron sin nombrarse.
Los mayores, ahora sin apuro, ya no llegaban tarde ni faltaban a su trabajo.
Dejaron de escucharse retos o penitencias. Nadie heredaba.
Las vecinas, por costumbre, insistían en encontrar algún malcriado, pero fue imposible; no había. El silencio ensordecía.
Psicólogos infantiles y psicopedagogos elevaron pedidos formales a las autoridades; su trámite fue iniciado pero rápidamente comprendieron que nadie podría ayudarlos.

Los asientos de los colectivos reservados para las embarazadas fueron reemplazados por espacios para bastones. Dejaron de venderse cunas, biberones y libros de cuentos. Las jugueterías sufrieron una debacle.
Un triciclo rojo fue adquirido, vía Internet, por un coleccionista extranjero.
Muchos matrimonios finalmente se encontraron frente a frente, por primera vez. Pocos supieron manejar tanto vacío. El orden hogareño, tan anhelado, comenzó a incomodar, de tanto silencio.

El clima fue cambiando. Hasta el sol percibió la ausencia infantil y palideció. La lluvia seguía cayendo, pero sin mojar la tierra. Las plantas cambiaron su verde por un gris prolijo, perfecto. El viento dejó de soplar, sin flequillos para despeinar.
Todo había ocurrido demasiado pronto, a la vista y con la complicidad de todos.

En el noticiero de la noche se comenta que se ha constituido una comisión para investigar el problema. Han prometido llegar a las últimas consecuencias.
Las aulas esperan, las calles esperan, los perros esperan.
Intentando no olvidar, los abuelos desesperan.
Lo ocurrido es tan inusual -dice la autoridad- que seguramente se solucionará pronto. Algunos creen y confían.
Otros, en cambio, comienzan a pensar cómo sería la vida sin chicos.

El Dr Orchanski, contó que ese país que visitó era Suiza, “un país preparado para gente mayor, muy confortable, muy cuidadoso… pero no hay ruidos, ni gritos, nadie se queja ni nadie se queda de grado y están cerrando colegios. La pirámide poblacional va envejeciendo y cada vez viven más y quieren hacerlo más cómodo, como en algunos lugares de nuestro país donde aparecen carteles “No se aceptan niños”.

Esto apocalíptico no está ocurriendo porque siguen naciendo chicos, pero les estamos quitando la infancia: a días del día del niño estamos pensando en regalos pero no en ellos. Les quitamos infancia adultizando rápidamente, quitando actividades infantiles, exponerlos a actividades de adultos, mostrarles que envejecer es malo…. infinidad de gestos que los adultos estamos naturalizando frente a ellos, quitándoles la alegría. “Me ensucia la pared”, “me desordena la casa”… Hay que hacerse una pregunta básica: ¿Si ensucian la pared… no son tan dueños de la casa como nosotros? ¿Son pensionistas, becados o qué?. Si uno los considera parte de la familia, esa es su casa, y ellos harán lo que mejor puedan. Entiendo que no vamos a hacer una casa para destruir pero tiene que haber ciertos grados de libertad.

“Es hermoso tener sueños con los chicos. Es muy feo que ellos cumplan con nuestros sueños” indicó el Dr Orchanski. Respetar los derechos del niño, respetarlos profundamente con nuestras acciones, y sin embargo los condenamos muchas veces con mandatos arcaicos en donde queremos que se peine como el padre, baile como la madre y que apruebe matemática. No tenemos las expectativas preparadas para aceptar que puede querer otra cosa, que puede tener otros deseos.

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Recuperar la infancia

El especialista lo indicó con claridad: Es un desafió que tenemos, volver a aparecer la infancia en la infancia de los chicos. Volver a la esencia de lo único importante que tienen que hacer los chicos que es jugar y aprender, que para ellos es casi lo mismo. Los adultos empezaron a olvidarse de jugar, y de como se suma o como se resta porque tenemos la calculadora, y nos olvidamos de cantar porque tenemos un equipo de música fantástico.

Es notable como esta generación Z tan teconológica demanda jugar a las cartas, a la generala, jugar con las manos, mirarse a la cara… Es emocionante cuando uno le propone en el consultorio jugar a cosas que ya los padres no les enseñan. Los Z son el grupo de niños de entre 5 y 18 años, que ya están mostrando dos valores muy fuertes que están haciendo cambiar la cabeza de la gente: primero piden a los padres que apaguen el celular y segundo son mucho más eco-conscientes que nosotros.