Un Ser sin límites

jueves, 26 de agosto de 2021
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26/08/2021 – Ya que decimos tantas cosas de Dios, no podemos olvidar que su Ser es infinito. En la Biblia abundan las alabanzas a la grandeza del Señor: “Grande es Señor y muy digno de alabanza; su grandeza no tiene medida” (Sal 145, 3). “Alábenlo por su inmensa grandeza” (Sal 150, 2). “¡Qué grande es el Señor!” (Sal 40, 17). En él nada es pequeño, limitado, encerrado en los confines de nuestros pensamientos y angustias. Su misericordia es inmensa, su justicia es inmensa, todo en él es ilimitado: “Tu misericordia, Señor, llega hasta el cielo, tu fidelidad hasta las nubes. Tu justicia es como las altas montañas, tus juicios son como el océano inmenso”  (Sal 36, 6-7).

Pero no hay que imaginar su inmensidad como un fondo oscuro, sino que está relacionada con su esplendor, y entonces es bueno imaginarlo en una luz infinita: “¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, te envuelves con el manto de la luz” (Sal 104, 1-2). “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1, 5). Los cielos son el símbolo de esa luminosa  grandeza que nos supera por todas partes. Por eso frecuentemente se dice que el habita en los cielos o que se mueve en ellos: “Canten a Dios, canten salmos a su nombre; Exalten al que cabalga sobre los cielos” (Sal 68, 4). Pero es bueno recordar que Dios es infinitamente más que esa inmensidad física del mundo, porque es de otro nivel. No pensemos que es un espacio físico más grande, no. Es el Infinito que todo lo penetra y al mismo tiempo supera todo: “Los cielos de los cielos no pueden contenerte” (1 Re 8, 27).

San Hilario decía que “él es infinito, porque no está contenido en algo sino que todo está dentro de él”.  También san Ireneo recordaba que “él contiene todas las cosas en su infinitud, mientras que nada puede contenerlo a él”. Vale la pena algunas veces detenerse a contemplarlo en esta luz infinita, aunque no lo podamos comprender. Pero sí podemos intentar salir de la oscuridad de nuestros pobres pensamientos que nos encierran, para transcendernos en esa inagotable inmensidad de Dios. Esa es la palabra que interesa aquí: trascenderse. Él es trascendente, todo lo demás no lo es. Entonces no podemos quedar enconrsetados, encerrados, limitados por la pequeñez de nuestras frustraciones, preocupaciones y obsesiones. Con la gracia de Dios es posible abrir los ojos interiores, abrir nuestras perspectivas, e intuir esa infinitud luminosa y desbordante de Dios. Ante su inmensidad todo lo demás parece tan relativo. Qué hermoso y qué consolador es saber que hay Alguien que está más allá de todo eso que nos asfixia. Bendito sea.