Una propuesta pedagógica en torno a los vínculos

lunes, 19 de noviembre de 2007
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Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo y el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios. Los Salvaré de todas sus impurezas. Llamaré al trigo y los multiplicaré, y no enviaré más el hambre sobre ustedes. Multiplicaré los frutos de los árboles y los productos de los campos, para que ya no tengan que soportar entre las naciones el oprobio del hambre.  

Ezequiel 36, 24 – 30

Hoy recorreremos juntos una propuesta pedagógica en torno a los vínculos. Es el ideal de vida el que nos muestra un rumbo por donde. Para construirlo hay que saber vincularse a la realidad que desde afuera nos compromete lo más íntimo del corazón. Intentemos recorrer un camino detrás de una pedagogía para los vínculos.

La semana que pasó intentamos dibujar un proyecto de vida detrás de un ideal, le pusimos nombre a aquello que marca rumbo en nuestra historia, lo que nos muestra horizonte, lo que nos regala un norte y fuimos entretejiendo un sueño que surgió, no de la irrealidad o de la evasión, sino de lo más hondo de nuestro ser. 

Allí donde habla nuestra historia, donde aparece el ADN que identifica nuestro ser personal construido en relaciones y vínculos a los cuales pertenecemos, de donde venimos, pero mucho más allá y casi como volviendo hacia atrás y mirando hacia adelante al mismo tiempo descubriendo la presencia de un Dios eterno para el que no hay tiempo y se ha hecho tiempo en medio de nosotros mostrándonos la razón de ser de nuestro existir en el llamado vocacional que ha puesto en nuestro corazón.

Para poder ir construyendo este ideal de vida vocacional hay que descubrir en el camino los modos y los senderos a través de lo cuales hacerlo. Surge justamente esto de lo que va a ser temática de nuestra reflexión sobre estos días, de una estrategia pedagógica en torno a los vínculos, a las relaciones. Porque, en realidad, lo nuestro se va construyendo en la medida en que con otros vamos descubriendo el camino, Otro, con mayúscula, otros, que forman parte de nuestro existir, el otro que yo mismo soy con el que tengo que aprender a vincularme y todos y cada una de las cosas que Dios ha creado a favor de los que lo amamos o de los que nos sentimos profundamente amados por El. Este entretejido vincular, este construir nuestro ideal desde las relaciones, esconde dentro suyo un gran secreto, es aquél que la Palabra nos ha regalado en el texto de Ezequiel 36, 24 -30, tiene como origen a Dios, es una gracia, es un Don.

El entretejido vincular personalizante que tiende a relacionarnos con los demás en clave de alianza supone una gracia, la gracia de la alianza de un Dios que ha venido a habitar en medio de nosotros. Con este Dios, con este Señor de la Alianza, en esta clave vincular amplia, multifacética, de rostros distintos, queremos ir aprendiendo a hacer realidad en medio nuestro el ideal de vida con el que Dios soñó y al que nosotros vamos aprendiendo a despertar.

Existen vínculos allí donde existe una relación honda y profunda, cargada de afecto, libre, permanente, aceptada desde la interioridad de la persona y que la afecta a toda ella por entero.

El significado etimológico de vínculo es encadenarse, atarse con un lazo fuerte, estable y seguro.  Nos fijemos a qué estamos atados y vamos a descubrir como son nuestros vínculos, si son personalizantes o no, si nos cosificamos en las relaciones o verdaderamente nos personalizamos en clave de liberación interior y al mismo tiempo de lazo estable y seguro.

¿Qué le da consistencia a nuestros vínculos? ¿En dónde lo hemos establecido? ¿Sobre qué realidad lo hemos puesto? A qué estemos atados nos va a permitir descubrir como son nuestros vínculos, si son vínculos que tienen consistencia o no.

Estamos atados al trabajo, estamos muy atados al tiempo, estamos muy atados a lo que es nuestra agenda y lo que nos dice de nuestro quehacer, nos atamos fuertemente a las necesidades que tenemos y a las que no alcanzamos a llegar. Estamos atados a un modo de vincularnos con los demás que está fundado sobre un estilo y un modo que no nos termina de convencer. Estamos atados bien a los demás, fuertemente, nuestra atadura más sólida es Dios.

Pero a esto lo planteamos como posibilidad que se hace pregunta, no como debería ser la cosa sino es pregunta que nos abre a cómo son las cosas, cómo de hecho acontecen en medio de nosotros, para que tomando conciencia a qué nos hemos atado, revisemos si verdaderamente la atadura vincular que hemos establecido es la más sana, la más estable, es la más fuerte, es la más segura. “Sólo el Señor es mi roca y en el he puesto mi confianza” dice el salmista, pero esta expresión no la hagamos tan nuestra rápìdamente, seamos realistas y nos animemos a dejarnos ver por Dios y contemplar por el como quien mira contemplando en la corrección de amor paterno para dejarnos guiar realmente y de manera consistente sobre vínculos que necesitan ser renovados desde dentro de nosotros, generando ruptura con modos y estilos de vincularnos que no nos hacen del todo bien, o al menos que no son tan sólidos, estables, fuertes y seguros.

Tal vez el día que pasó, el fin de semana, ayude como para tomar conciencia para ver a qué está vinculado uno, si los vínculos son sólidos y saludables. Cuando tenemos el tiempo libre para descansar, ahí nos damos cuenta que grado de consistencia tiene lo vincular en nosotros, si tendemos hacia los otros o nos buscamos a nosotros mismos, si establecemos vínculos saludables con los otros en el diálogo, en el compartir, o buscamos espacios para cortarnos solos, para estar solos. Eso nos permite saber si de verdad estamos, en lo vincular, bien establecidos y bien fundados, o nos está haciendo falta un ajuste interior para volver sobre aquella gracia de alianza con la que Dios le da verdadera consistencia a nuestras relaciones. ¿A qué estamos atados?, ¿a qué estamos vinculados?, ¿qué es lo que le da atadura nuestra vida?

Hemos perdido en el tiempo que vivimos la capacidad de vincularnos, a lo sumo mantenemos relaciones que son de tipo funcional necesarios para dar o recibir servicios materiales, cultivar actividades culturales, sociales, deportivas, económicas, en común, pero el vínculo hondo, profundo, las relaciones que superan lo meramente superficial, funcional, lo de cada uno en su mundo, van desdibujándose en torno a la marca que han dejado las dos grandes ideologías que gobernaron por largo tiempo en el mundo en el que vivimos, tanto el individualismo neoliberal capitalista cuánto el socialismo marxista.

Las dos han tenido un carácter de despersonalización, y si estas dos corrientes de pensamiento y cultural, han tenido una fuerte influencia en el siglo que pasó, han dejado sus consecuencias después de la caída del muro y después de la descarada manera de mostrarse inhumano el sistema neoliberal que nos muestra, han dejado sus consecuencias a pesar de que, uno por descaro, y otro por ausencia, vayan perdiendo vigencia.

A pesar de que el tiempo ha pasado en cuánto al liderazgo de estas dos grandes corrientes culturales sus consecuencias y su influjo todavía lo sentimos y llegan a nosotros, son procesos ideológicos y culturales de despersonalización. El liberalismo capitalista exaltó la bondad de nosotros, de cada uno como individuo y podríamos decir así, rápidamente, la maldad de lo social, y en todo caso esto se resuelve a través de un contrato en donde las partes de ponen de acuerdo; y nos puso en una lucha sin cuartel por nuestra propia libertad y por todo lo privado, encerrándolo en si mismo.

En torno a esta corriente ideológica cultural estamos nosotros, carentes de un espíritu solidario y de apertura a los demás que aparecen como quienes frustran la propia libertad y la posibilidad de llegar a ser. 

En la medida en que el contrato se resiente en clave de “sistema”, en esa misma medida el vínculo se rompe y entonces rápidamente dos que decidieron construir su vida juntos, cuando alguna cláusula de la convivencia se ve afectada, aquella decisión se ve dañada y la consistencia de la misma se ve destruida porque está puesta no sobre un lugar del compartir la existencia, del caminar junto al otro, sino sobre algún contrato que en alguna de sus cláusulas no contemplaba al otro sino sólo mis derechos y mis beneficios, y si algo de esto tenía que sacrificar poco importaba que el otro comenzara a dejar de ser.

Así vemos proyectos de vida común de vida frustrados porque el contrato es frágil, no está construido sobre lo vincular sino sobre otros aspectos, económicos, de bienestar, de sentirse bien, de placer, y todo aquello que la sociedad del mundo contemporáneo muestra como ideal de vida que a veces resulta a todos, o a casi todos, a más del 80% de la población del mundo, inalcanzable, sólo algunos poquitos pueden alcanzar aquellos “ideales” de bienestar que plantea el mundo capital.

El marxismo, por el contrario, afirmó la necesidad de la igualdad social y para lograrla negó la dignidad de la persona, impuso por la fuerza la cohesión social y creó un estado totalitario como instrumento de unificación. Bajo el signo de la liberación, en América Latina se escuchan voces que llegan a querer instaurar este estilo personalizante, totalitario, masificador, donde el estado tiene la absoluta autoridad y manipula, para según los intereses que supuestamente son de todos, las libertades personales. 

El resultado es la violación de la dignidad de la persona y una sociedad regida dictatorialmente. Los dos tienen un gran proceso de despersonalización, y se impone una tarea de la recuperación de los vínculos. Nosotros hemos participado desde lo ideológico y desde la convivencia, desde lo cultural, a una explosión en lo vincular, y hay que comenzar a reconstruir. Es como si hubiera, a través de estas dos grandes ideologías, explotado en el corazón mismo de la humanidad, lo que al hombre le permite verdaderamente llegar a ser lo que está llamado a ser, el ser con otro, en cualquiera de los sentidos que se plantee y de manera jerárquica: el Otro, el otro mi par, los otros, y otras cosas con las que Dios ha creado con las que nos vinculamos como cosas.

Con ésta última estamos invitados a ser Señores y no esclavos. Con los otros, hermanos, estamos llamados a ser hermanos. Y con el Otro, hijos.

Hijos, hermanos y señores. En esta clave se definen nuestros vínculos de manera consistente.

Cuando estamos atados a las cosas somos esclavos. Cuando estamos atados a algún vínculo personal somos dependientes, cuando estamos atados a una ideología o ídolo que no sea el Dios en Jesucristo, estamos alienados. ¿A qué estamos atados y a qué manera Dios nos invita a vincularnos de una forma más consistente?

El ser personal nuestro, el de cada uno de nosotros, tiene un centro independiente donde está, como decíamos la semana pasada, marcado nuestro ADN, nuestro código de identificación, este es libre y le llamamos yo personal.

El yo personal se plenifica por la apertura al tu. Solamente se es plenamente uno cuando es con otro. No existe libre de todo, existe en la medida en que es con otro.

Decía Emmanuel Mounier, filósofo personalista: “Así como el filósofo que se encierra primero en el pensamiento jamás hallará una puerta hacia el ser, así tampoco aquél que se recluye primero en el yo no encontrará jamás el camino hacia los otros. Y decía el, cuando la comunicación se rebaja, se corrompe, yo mismo me pierdo profundamente. Todas las locuras manifiestan un fracaso de relación con el otro. Alter, el otro, se vuelve Aliens, y yo me torno a mi vez extraño a mi mismo, alienado, casi se podría decir que sólo existo en la medida que existo para otros y en última instancia ser es amar”.

Está como en la raíz del corazón humano, del yo personal, esta realidad de ser con los otros y para los otros, de allí que reestablecer lo vincular de una manera ordenada, sana, reconstituir los vínculos, es fundamental para el proceso de personalización. Entre las vinculaciones a las personas poseen una importancia primaria las ligadas a los afectos más cercanos, es decir la familia, educadores, padres, maestros, porque en torno a ellos se tejen múltiples lazos y porque son los primeros portadores de los valores. En realidad cuando algunos de estos vínculos se daña, se rompe, se afecta, se deteriora, se desgasta, sentimos que una parte importante de nosotros se pierde, se desvanece, carece de consistencia. Empecemos por casa a reconstruir lo que estamos llamados a ser con otros, a superar los vínculos en clave funcional y a establecerlos en clave de personalización mucho más allá de una necesidad puntual o de un modo de funcionar unos con otros sino más hondo desde donde estamos llamados a ser con otros, construyendo con otros un proyecto de vida.

Hay momentos donde lo vincular, el trato con otros, es profundo y queda grabado para siempre en nuestros corazones, no lo podemos olvidar, casi podríamos describir el lugar donde aconteció, la hora en la que aconteció, los colores que revestían aquél hermoso paisaje quedó grabado para siempre en nuestro interior y forma parte de nuestro paisaje más hermoso con el que convivimos todos los días mucho más allá de los que por fuera acompañan nuestra mirada, son los paisajes internos que surgen, brotan, están grabados en el trato con los otros y son los que nos marcan la vida, con los cuáles podemos resistir los momentos más duros y más difíciles.

Cuando me iba a Bell Ville veía una película del exterminio nazi al pueblo judío y un joven húngaro alentaba a otro diciéndole: “piensa en la plaza de Budapest” y será suficiente para que aquellas tardes soleadas de nuestra hermosa ciudad nos sostengan en medio de tanto dolor, de tanto horror, de todo lo que ocurría allí.

Tenían un paisaje grabado de lo que ocurría en la plaza, en el lugar público. Los vínculos seguramente han sido los que han marcado en el corazón de quien lo decía la historia que ahora se sostenía en medio del exterminio con la imagen grabada dentro suyo, de andá a saber que es lo que ocurrió en medio de la plaza. ¿Y en tu vida, cuál ha sido el momento de vínculo de relación donde vos dijiste a esto lo guardo para siempre? y aún cuando no lo hayas dicho te surgió así y así lo vivís y lo guardaste para siempre.

Por eso, no solamente queremos reconocer a lo que hemos estado atados y que necesitamos desatarnos para vincularnos más sanamente sino reconocer también las buenas ataduras, esas que dan vida, esas que surgieron en algún momento en la relación con un alguien que es un “otro” y que a tu propia existencia le dio sentido. Recordá día, hora, paisaje, momento, lugar, persona, con la que tuviste un vínculo que te marcó la vida, puede ser tu novio, tu novia, puede ser tu amigo, tu amiga, puede ser tu compañero de trabajo que pasó ser más que un extraño alguien significativo para tu camino, puede ser tu esposo, tu esposa, tu amor al Señor, tu vínculo en la comunidad, un momento justo.

Cuando Jesús se encontró con sus discípulos, uno de ellos, Juan, dice: “fue aproximadamente a las cuatro de la tarde” y seguro que fue a las cuatro de la tarde porque no se puede olvidar un encuentro de tanta plenitud, tan significativo como el que tuvieron con El cuando les dijo: “qué buscan muchachos”, ¿Dónde vives Señor? y ellos preguntándole esto recibieron como respuesta: “vengan y vean”. Eran aproximadamente, dice Juan, las cuatro de la tarde. Y si le dábamos un poquito más de hoja nos describía a donde se reunieron, bajo qué árbol y qué compartieron. Nosotros ahora lo hacemos desde los vínculos que le dieron consistencia y sentido a nuestra vida.

Que los vínculos que tienen que renovarse en nosotros tengan esta consistencia más allá de cómo hayan sido las circunstancias de la historia o como el relato que hacen quienes nos muestran costados distintos de la vida, pero que sea el vínculo forjado en una amistad, que es presencia escondida de un Dios que se quedó entre nosotros y hace de las suyas cuando entendemos el vínculo con los otros como aquél que le da verdaderamente consistencia a nuestro ser.

Es en los otros y con los otros como nuestro proyecto de vida personal es posible que alcance el ideal con el que Dios soñó y al que nosotros vamos despertando cuando le ponemos nombre al camino que tenemos por delante.