26/10/2023 – Reflexionamos el evangelio del día junto al padre Sebastián García quien nos invitó a nombrar aquello que nos apasiona, nos moviliza, nos motoriza para contactar con nuestros dones, esos que somos invitados a poner al servicio de nuestros hermanos.
Jesús dijo a sus discípulos:Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» San Lucas 12, 49-53
El evangelio de hoy nos presenta un Jesús que le dice a sus discípulos: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra y cómo desearía que estuviera ardiendo…” Es decir se nos presenta un rostro quizás poco conocido de Jesús; que es el del corazón apasionado, es aquel que se manifiesta como el que tiene un corazón ardiente, un corazón apasionado, un corazón que arde y que incluso desearía que ese fuego que siente en el corazón arda también en el corazón de todos lo que lo están escuchando, principalmente sus discípulos.
El fuego nos manifiesta a la pasión no las cosas que nos apasionan; aquello por lo cual nosotros nos queremos jugar por entero la vida. Jesús también lo tiene y lo siente en el fondo de su corazón: es una pasión que lo alimenta, que lo motoriza, que lo motiva, que ni él mismo puede aplacar. Y es el amor: el amor al Padre y el amor que vea consumada su obra, el amor al Reino de los Cielos instaurado definitivamente en la tierra y el amor a los pobres, a los pequeños, a los sencillos y a los humildes. Es decir, el Corazón de Jesús no es un corazón impávido. No es un corazón pasivo. No es un corazón de piedra. Es un Corazón que ama, que siente, que se enciende incluso hasta bruscamente de amor por todos los hombres.
Y más adelante el relato del evangelio dice que Jesús hace una segunda confesión que tenemos que entender bien. Habla de la paz. Nosotros hoy deseamos la paz, la necesitábamos, la queremos. Sin embargo, en palabras de Lucas, Jesús dice que no ha venido a traer la paz. En este sentido me parece que nosotros tenemos que entender y diferenciar bien dos cosas: la paz que viene a traer Jesús no es la ausencia de conflictos, la paz que viene a traer Jesús no es la ausencia de guerras, no es la ausencia de rivalidades, no es la ausencia de todo aquello con lo cual yo me puedo llegar a confrontar y que me puede herir o me puede lastimar. La paz de Jesús es mucho más. La paz de Jesús es que, aún a pesar de todo eso y por sobre todas esas cosas, hay un corazón dispuesto a amar y a jugárselas por entero por amor a otras personas.
Claro, entonces no queda más remedio que generar división porque de hacer una opción fundamental por el Evangelio -en definitiva una opción fundamental por el amor y por aquellos que sienten la vida de la fe más amenazada- va a generar división porque no todos lo van a querer vivir la misma manera, ni lo van a poder vivir de la misma manera. Es decir habrá algunos que sí y otros que no. Entonces aquellos que con corazón apasionado busquemos no una ausencia de conflictos sino, en la capacidad de poder vivir, aceptar, y a sumir conflictos en nuestra vida para sacar de hecho con la gracia de Dios un bien mayor, nos va a hacer distanciar de aquello que quieren una vida cómoda, una vida fácil, una vida tibia, una vida segura en su propia zona de confort.
Esto va a generar división: algunos vamos a querer jugárnosla por entero en el amor a Jesús y a los pobres; y algunos van a retacear la vida y la van a escatimar solamente para así buscando acumular riquezas para su propia vida y no para ponerlas al servicio de los demás.
Hermano y hermana que haya paz en tu corazón y una paz que solamente nos puede dar el corazón apasionado, encendido, que brilla en una luz enorme y con fuego eterno de parte de Jesús. Que nos hace ir más allá de nosotros mismos para jugarnos la vida por amor y entregarla permanentemente en el servicio a todos nuestros hermanos. Hermano y hermana, que Jesús te regale esa gracia. Pedile a Jesús ese don: de no instalarse, de no buscar la propia seguridad, de no buscar el propio confort y conformarnos con una vida mediocre, sino con una vida que sea capaz de hacerse servicio a todos los hermanos.