Ven y sígueme ¡Vamos por más!

viernes, 23 de marzo de 2007
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Un hombre importante le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es Bueno. Tú conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le respondió: todo esto lo he cumplido desde mi juventud. Al oírlo Jesús le dijo: Una cosa te falta todavía: vende todo lo que tienes y distribúyelo entre los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme. Al oír estas palabras el hombre se entristeció porque era muy rico.

Lucas 18, 18 – 23
Uno de los peores males de nuestra sociedad es la del conformismo, la pérdida del deseo de crecer. Esto pasa por todos los ángulos, en la vida de la fe, en lo cotidiano, tal vez la excepción sea el ámbito de lo material en el que la sociedad de consumo nos introduce a gastar y a tener, y a no terminar de conformarnos con lo que tenemos, porque la lógica del tener no tiene límites y nos va robando la posibilidad de desarrollar en nosotros todo aquello que es sentido, y el Espíritu se va, como bajo las fuerzas de las espinas en las semillas, ahogando.

Muchas veces escuchamos a distintos matrimonios, diciendo: “nosotros estamos bien”, y es verdad, no hay crisis, no hay momentos de zozobra, no hay situaciones conflictivas, la cosa viene bien encaminada. Son en esas experiencias, en donde justamente el texto que acabamos de compartir refleja como un espejo.

Todo está más o menos bien, o bien. Sin embargo Jesús aparece hoy en el Evangelio de Lucas a decirnos a través del joven rico que no es suficiente que las cosas estén bien, vamos por más. Es ir por todo. San Ignacio de Loyola tiene esa expresión tan hermosa donde invita al que va haciendo el Ejercicio en el Espíritu de ir de más en más, que es poner el corazón siempre detrás del amor de Dios que siempre es más.

Cuando nosotros decimos en la vida “ir por más” nos queremos desprender de aquél espíritu posesivo que genera el mundo del consumismo y nos desprendemos del tener por el tener para que el ir por más sea ir desde el Espíritu en busca no de la ambición sino del Dios, único capaz de colmar todas las expectativas grandes que hay en el corazón y las más grandes que puede haber si en nosotros crece el deseo de Dios. ¿Cómo ir por más cuando todo está bien el matrimonio?

Veamos algunos modos de ir por más, veamos algunas formas de mejorar lo que ya tenemos. Por ejemplo en el camino de la vida matrimonial ¿es posible re-enamorarse? Claro que sí, la Palabra de Dios, en el libro del Apocalipsis por allí lo dice: A mi lo que me importa es que vuelvas a tu primer amor.

Y si vos pudieras hacer memoria en un ratito de cómo fue el noviazgo en tu vida y lo lindo que soñaste de compartir la vida con aquél o con aquella que se te cruzó en el camino y te traspasó el corazón con su presencia, su mirada, su aspecto, del que te enamoraste a primera, segunda o tercera vista, viene bien traerlo aquí, a éste momento de nuestra reflexión y de la Gracia de crecer en el matrimonio cuando estamos bien para decir ¿cómo fue aquello?, ¿qué perdí en el camino? y ¿cómo puedo recuperarlo?. En la memoria del enamoramiento primero está la posibilidad de crecer en ese sentido.

Nos pueden ayudar tres elementos: renovarse en el romance. Quiere decir tomar la decisión de decirnos: te quiero, te amo por ejemplo, una vez al día, no muchas veces más. No dar por sentado que esto es así y que no hace falta expresarlo.

El amor se expresa en gestos y en palabras, necesita de este cauce para poder desarrollarse y crecer para que no se ahogue, para que no se pierda. Para eso hay que desprenderse del preconcepto o del prejuicio que tenemos de éstas expresiones como cursis, infantiles, adolescentes, y animarnos a decirlas desde éste lugar donde se hace necesario renovarse en el amor y en el romanticismo. Estaría muy bueno también, por ejemplo, reservar una noche fija a la semana como un lugar de encuentro.

En éstos días en el ámbito de la amistad y de la convivencia sacerdotal, decíamos con el sacerdote con quien compartimos la casa y la fraternidad: nos hagamos un espacio para poder estar nosotros juntos, para poder recuperar lo bueno de la convivencia que siempre tiene esos roces y dificultades propias de ser distintos, de estar con muchas cosas unos y otros, y si uno no cuida esos espacios después en la realidad puede más la preocupación que la semilla de la gracia del compartir fraterno.

En la vida fraterna, en la vida matrimonial es bueno elegir un día a la semana y dedicárselo a tomar juntos el café semanal. Ponerle fecha, ponerle hora al encuentro y prepararse. Como le decía el zorro al principito: “Cuando me dices amigo que vas a venir a una hora yo estoy esperándote desde otras horas antes”. Preparar el encuentro y cambiarlo sólo excepcionalmente por otra cosa.

Prepararse para esa cita especialmente, pensar todo lo que tenemos para comunicarnos, no para reclamarnos, no para pasarnos la boleta, no para resolver sino para decirnos y compartir como estamos, como nos sentimos, compartir desde el lugar de los sentimientos, desde el sentir profundo, de lo que estoy viviendo en el trabajo como papá, como mamá, en la vida matrimonial, en la vida de amistad, en mi vida de fe, y ponerle palabras al sentimiento que tengo, y cuando recibo lo que el otro me dice no juzgarlo, no querer aconsejarlo, no querer decirle si tiene o no razón, sencillamente recibirlo, y abrirse para dar y abrirse para recibir.

Son espacios donde el amor crece, en ese te quiero, te amo, en mi vida, simple, sencillo. En aquel otro en el encuentro puesto con horario, lugar, fecha, bien arreglado y preparado desde adentro, animándonos a recrear el vínculo diciendo los sentimientos del corazón, dando y recibiendo en libertad. Hay más pasos para renovar e ir por más por el matrimonio cuando está bien, no hace falta estar mal para querer ahondar en el vínculo sacramental de la vida de la Alianza en el matrimonio.

Hay otro modo de decir “podemos ir por más”, podemos crecer. Es este conocimiento mutuo que nos pone siempre en actitud expectante de lo mejor que está por dar el otro y lo mejor que puedo dar yo. Ayer en la comunidad compartíamos el texto de la samaritana y sabemos que cuando Jesús dice: “Dama de beber” está pidiendo del pozo de Jacob pero también está pidiendo lo que hay en su corazón.

Aparentemente esta mujer no tiene nada para dar porque su vida está bastante desordenada, sus costumbres son muy estereotipadas, repetidas, cotidianas y esto de ir a buscar el agua al pozo todos los días y ésta costumbre que la tenemos todos, de llevar las cosas por la rutina hace que de la respuesta que da la mujer. Sin embargo Jesús logra sacar algo de ella que ella no conocía.

Esto en el vínculo matrimonial también es posible, hay que pararse frente al otro a pesar de que lo conocemos y mucho, con la mirada que da el decirnos: no te termino de conocer, con esa mirada de expectativa frente a lo que el otro todavía no ha terminado de revelarse para sí mismo ni de revelar en el vínculo matrimonial. Somos un misterio y lo mejor de nosotros en el proceso de desarrollo y crecimiento en Dios, en su proyecto de vida, no ha aparecido todavía. Podemos encontrar a cada paso eso nuevo que invita a vivir la vida cada vez de una forma distinta, siempre da para más el vínculo. ¿Cómo se hace para sacar lo mejor que hay en el otro?

Ubicándose de esta manera: te conozco y quiero conocerte más. Del conocimiento del que hablamos es del que habla la Sagrada Escritura, el que brota del Amor de Dios. Conocer, bíblicamente hablando, es entrar en el misterio de Dios, de los demás, y de nuestro propio misterio, desde esa actitud de amor que revela, que da a entender, que da a conocer. Te animo, te invito a que puedas pararte frente a la rutina de lo ya conocido en la vida matrimonial desde este lugar de expectativa, que es propio de los que Jesús llama “niños” en el Evangelio. Nos dice: si ustedes no se hacen como los niños, expectantes, atentos, siempre sorprendidos, no van a entrar en ésta dimensión de novedad que trae la Buena Noticia que yo les ofrezco.

Llamados a pararnos frente a la relación con el otro sabiendo que “te conozco y no te conozco”, que “te se y no te se”, que “me resultas familiar y en cierto modo un misterio”. Pararse en cierta manera frente a uno mismo y respetarse, me se, me conozco, me entiendo y no me se, no me conozco, no me entiendo. Lo mejor de mi está por aparecer. Solamente se puede crecer personal y vincularmente cuando tenemos ésta actitud de sorpresa frente al amor. En la vida matrimonial, para salir de la rutina hay que recrear ésta actitud. En toda vida de convivencia hay que recrear ésta actitud. Esto nos va a permitir, como la samaritana, sacar lo mejor de nosotros mismos para que Jesús pueda beber con la sed que tiene de nuestra vida.

Hay una experiencia de diálogo no verbal en el vínculo entre los hermanos. Se puede decir la misma palabra de una manera o de otra. Se puede decir en el espíritu “contento” con la gracia de poder afrontar las dificultades en donde el Señor te hace sentir en el corazón que por encima de todo está El y que lo que verdaderamente importa es su presencia y decir las cosas de una forma en la que se siente esa alegría y gozo también en la tormenta. Podríamos decir lo mismo de otra forma, en donde gane más la desazón, la depresión, y estar diciendo lo mismo, que tenemos dificultades, pero decirlo de una forma que es distinta una de otra.

Eso es el lenguaje no verbal. Son las palabras, acompañadas de una carga de sentido, de sentimiento, que expresan cosas distintas. En la vida matrimonial hay que cuidar el lenguaje no verbal, no solamente la letra sino también la música, porque una música puede cambiar las letras. La música le da a las letras un sentido distinto. Y eso nos pasa en el trato de todos los días sobretodo en aquél otro lenguaje no verbal que ya no es el sentir que llevan las palabras o la música que acompañan la letra sino que son los gestos que acompañan las palabras.

Y en la vida matrimonial se puede perder por la convivencia, por lo duro de vivir juntos, por lo difícil de compaginar lo diverso como puede llevarse puesta la convivencia y el amor, la ausencia de los gestos y de las actitudes que se van ausentando, que van desapareciendo, por ejemplo el darse la mano, dar una caricia, el beso, el abrazo contenedor, el “te quiero” que decíamos al principio. Cuenta un matrimonio: “Al principio mi esposa y yo nos acostumbrábamos a tocarnos mucho, a acariciarnos y habíamos perdido éste hábito.

Para volver comenzamos a comentarnos qué sentíamos cuando éramos tocados o cuando tocábamos al otro. Ahora en el auto o en el sofá, en cualquier momento nos tomamos de la mano o le pongo el brazo sobre el hombro y es suficiente. Claro que si esto no va acompañado de un espacio previo de encuentro a solas para que charlemos de lo nuestro, si no va acompañado por un espacio a solas de encuentro con el Señor en medio nuestro orando juntos un “Padrenuestro”.

Como entre “la oración”, el “espacio de encuentro a solas” cortando la rutina, en la fecha que le pusimos para cuidar ese momento más el disponernos para ir a ese encuentro, más ésta caricia, te das cuenta ¿cómo podemos ir tirándole leñas al fuego para que la pasión, el amor, el vínculo, no solamente no se apague sino que se acreciente? Son cosas simples, como ésta que se suele decir a veces del ajetreo familiar: llego a casa y ya no se arregla como antes.

Y no es que cada día vos tienes que estar preparada para la gran fiesta pero sí un poco arreglada, una linda sonrisa, si se puede, con el esfuerzo que supone a veces el tener que llevar adelante la tarea con los chicos. O que el llegue tarde y ella tiene que aguantar esperarlo, Y vos también, varón, anímate a tener un gesto, llevarle unos bombones, algo que le guste, la música que le gusta, el autor, el libro, el gesto que le gusta y vos la comida que le gusta, y la salida que espera, la llamada que espera, son las cosas que nos hacen ir por más en el vínculo y las que hay que cuidar para que el amor no solamente no se apague sino que crezca hasta que puedan los dos ser uno o seguir siendo uno, o mantenerse en la unidad.

Otro modo de sostener esto tiene que ver con la elección que hacemos por respetar al otro en su libertad. Todo esto no ocurre si no tenemos verdaderamente una opción, un trabajo nuestro. Lo que te salía espontáneamente cuando eras joven ahora no te sale tan espontáneamente no porque hayas perdido el amor sino porque el amor se hizo opción en éste tiempo y sacar lo mejor de vos supone por momentos más trabajo, lo cuál no quiere decir que no sea auténtico y genuino.

Compartimos este otro paso que el Señor nos invita a dar, el de llevar la carga juntos en el hogar. Desde el principio del matrimonio se comienza a trabajar juntos pero después ella empieza a trabajar fuera de casa para producir más ingresos, se deben afrontar nuevas cargas, mantener el hogar, y el pierde el trabajo, o se le reduce y entonces se corre el riesgo de ubicar las cosas en torno a una competencia material. Si no hay conciencia de que aportamos juntos y de que los bienes son comunes, difícilmente podamos encontrar lugar de comunión detrás de los bienes.

Vamos a encontrar, en todo caso, un lugar de discusión, un lugar de “partes” que ponen cada uno. Pero ¿cómo, las partes nuestras no son de los dos?, ¿es un contrato social o es un vínculo? Cuando el contrato es social no hay vínculo.

Sí, el matrimonio verdaderamente también es un contrato social, pero lo es en una segunda instancia, primero es un vínculo, es una relación que nace del amor de una decisión de querer la vida juntos y, compartir la vida juntos, en clave matrimonial, supone todo de mi para el otro y del otro para mi, no una parte, o algo de tu afecto, tu cariño, tu buen rostro cuando estás bien, pero cuando estás mal, cuando estás enfermo, enferma, cuando no te alcanza, cuando no nos alcanza porque no te alcanza, o cuando yo pongo y vos no pones, cuando el vínculo se hace competencia deja de ser vínculo, se ajea el vínculo y entonces la historia tiende a venirse abajo.

Estar atentos porque en realidad esto puede ser ocasión de renovarse, sobretodo cuando aparece la circunstancia desgraciada de la pérdida de trabajo de uno de los dos, ¿y ahora qué hacemos? Seguimos para adelante, le buscamos la vuelta a la historia, no sólo para que aquí no falte un plato de comida, se puedan pagar los impuestos, los chicos puedan ir al colegio, y asumamos la carga de todo lo que supone un buen descanso, una buena salida, una buena diversión. Acá hay que mejorar.

El mal momento puede ser muy bueno para reducir los gastos y reinventar la historia con lo que se tiene, que no es de nadie, es de todos. ¿Cómo hacer para que lo nuestro sea de todos y no sea yo el que traigo o vos la que traes la plata y uno de los dos administra lo que el otro le da sin tener en cuenta mucho como lo administra? Como si yo me desprendiera de ello: “yo dejo la plata y mi mujer se hace cargo”, o “mi mujer deja la plata y yo me hago cargo”, es no es bueno, no funciona tan bien, claro que hay que sentarse a dialogar, hace falta tiempo para discernir, escucharse, “en qué gastamos, en qué no podemos gastar, en que vamos a invertir, en que y para que vamos a ahorrar, queremos pintar la casa, ampliar, y cómo lo hacemos, y quién decide sobre lo nuestro, sobre nosotros.

Y es una buena ocasión para que el nosotros se fortalezca detrás de lo que aparentemente suena como un conflicto porque el dinero aparece en el medio. No, nosotros podemos, a nosotros nos da. Bienvenido sea Éste que nos da el poder sumar tu voluntad con la mía detrás de esta decisión de construir también en torno a lo mucho o a lo poco que tenemos, pero que sea nuestro.