¿Ver para creer o creer sin ver?

jueves, 3 de julio de 2014
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03/07/2014 – En el día de Santo Tomás, el apóstol que pasó a la tradición como el "incrédulo" nos dejamos decir por Jesús "bienaventurados los que creen sin haber visto".

 

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

Jn 20,24-29

 

 

Hoy celebramos el día de Santo Tomás, el apóstol, y con él queremos recorrer un camino de encuentro y fe. Tenemos pocos datos de su vida antes de ser llamado por Jesús, y sólo aparece en los momentos previos a la muerte de Jesús impulsivo y cuestionador. Una antigua tradición le atribuye a él la evangelización en la India.

“Si yo no veo no creo” es una frase muy comun en nuestra vida, en lo más cotidiano. Y suele pasar lo mismo con la fe, sin embargo el “ver para creer” no es fe. La confianza en lo que no vemos es la fe. El apóstol Tomás, nos ayuda a dar un paso para entender que la fe es un creer sin ver. Allí radica la confianza que suscita la fe que nos despierta esa actitud interior de aún sin poder ver confiar en quien creemos. El ámbito de la fe nos lleva a esta realidad espiritual en donde queremos poner nuestra confianza en Dios nuestro Señor.

Sabemos poco de Santo Tomás, entre ello que lo llamaban el “Mellizo”. Los discípulos están con miedo a pesar de la resurrección y permanecen encerrados en la casa por temor a los judíos. Todavía no habían recibido en plenitud la efusión del Espíritu Santo que produciría la explosión evangelizadora de esta Iglesia naciente. Ese Espíritu se convertiría en un fuego imposible de callar: “Ay de mi si no anunciara el evangelio” llegará a decir San Pablo.

Pero en el evangelio de hoy se destaca la incredulidad de Tomás que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy que creemos sin haber visto al Resucitado: “felices los que crean sin haber visto”. Sin embargo, hoy muchos de nosotros también queremos ver para creer y le exigimos a Dios signos y prodigios. No nos tiene que escandalizar este Tomás “incrédulo” porque también nos pasa a nosotros. Destacamos que él pudo abrir su corazón a Jesús resucitado gracias a que permaneció con la comunidad. “Ocho días después, estando con ellos Tomás, Jesús se hace presente” narra el texto. No dejó de encontrarse con sus hermanos y eso nos recuerda la importancia de la vida comunitaria para permanecer en el bien y dejar un espacio abierto al encuentro con el resucitado.

 

¿Cuál es la importancia de la comunidad en la vida de la fe? Que no nos aísla ni nos cortamos, sino que la vida comunitaria hace posible, no sólo la reflexión de la fe, sino el profundizarla, compartirla y madurarla. Si estuvieramos sólos éstas realidades serían imposibles. Siempre el ámbito de la fe supone un espacio comunitario para que sea fecunda. A veces las muletillas cual “yo creo a mí modo”, “yo me las arreglo sólo”, “yo creo pero vivo la fe solo”… hay que tener mucho cuidado, porque esas realidades “cortadas” siempre terminan en crisis.

De allí que este texto del evangelio no narra todo lo que Jesús hizo “hay muchas otras señales que no fueron escritas” pero que Jesús resucitado realizó en esa comunidad naciente. Esa tradición oral que fue pasando de generación en generación que fue transmitida con la vida de los apóstoles. Destacamos dos aspectos de este evangelio: por un lado esta realidad comunitaria en la vivencia de la fe. Tomás puede descubrir al Resucitado estando en comunidad. No pensemos que la fe puede crecer o darse cuando nosotros nos aislamos y nos quedamos sólo. Si o sí necesita un ámbito comunitario para poder vivirse, acrecentarse y transmitirse. En segundo lugar el testimonio de Tomás que abrió su corazón para que el Espíritu obrara en él. Si bien al principio se resistió, después fue rápido para dejarse encontrar y arrancó de Jesús esa nueva bienaventuranza “felices los que creen sin haber visto”.

Bienaventurados los que creen sin ver

En el oficio de los sacerdotes, ésta mañana se nos recomendaba el texto de San Gregorio Magno, Papa, que escribe sobre éste texto del evangelio.

“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creen acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?

Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que tocó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.

Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?» Como sea, el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.

Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe si no va acompañada por las obras está muerta”.

 

 

La fe nos permite creer en aquello que no vemos y la esperanza es la virtud por la cual aquello en lo que creemos nos sostiene hasta llegar a contemplar lo que ahora no alcanzamos. Ambas virtudes van tomas de la virtud de la caridad, el amor, que es la más pequeña pero la más importante. En el cielo sólo reinará el amor, porque ya no habrá necesidad de fe porque veremos, ni de esperanza, porque ya viviremos lo que esperamos.

“Bienaventurados”… la fe nos hace poseedores de una virtud con la que Dios nos bendice y nos da la fuerza necesaria para continuar. Si nosotros esperamos que todas las cosas podamos verlas y recien ahí creer, no tendría sentido. El gran desafío, es virtud, porque nosotros hacemos ese salto que trasciende nuestra humanidad y nos lanza hacia el infinito. Eso es lo que nos hace grande grande y agranda nuestro corazón. Jesús nos lo dice “felices los que sin ver creen”. Y nos dice “felices” a nosotros que aún en las realidad oscuras de nuestras vidas damos este salto y continuamos creyendo.

Padre Daniel Cavallo