15/01/2016 – El geógrafo y fotógrafo Pablo Sigismondi, que recorrió 154 países retratando diferentes postales del mundo, comentó en diálogo con Radio María las particularidades de visitar un lugar e involucrarse con su historia, sus habitantes y sacarse los prejuicios, y explicó la diferencia con el simple hecho de conocer una zona en calidad de turista.
“El primer beneficio de viajar es abrir el corazón. Hay que distinguir entre viajar y ser turista. Viajar implica involucrarse con el lugar a donde uno está, tratar de entenderlo es tratar de interrelacionar con la población local. Muchas veces en el turismo del paquete turístico esto es más difícil, porque la persona en ese caso busca la comodidad, desenchufarse para disfrutar”, comentó.
“Viajar significa trasladar la psiquis, el pensamiento, el modo de ver, para intentar comprender y amar a la otra cultura donde uno se encuentra. Tampoco significa escapar de lo de todos los días, eso es más la idea del turismo”, agregó.
En relación a su experiencia en lugares inhóspitos, muchas veces alcanzados por miseria y guerra, subrayó: “El primer beneficio de viajar es sentirse vivo, demostrar que somos capaces, más allá de las noticias malas que uno ve sobre el mundo. Es descubrir que en ese lugar, donde lo único que llegan son malas informaciones, también habitan personas que aman y buscan la trascendencia, permite quitarnos esos estereotipos”.
“Al momento de la partida uno se pregunta por qué voy a buscar problemas. Es un primer momento donde en ese llamado a la aventura uno se encuentra con mucha soledad, se está en un mundo diferente que tal vez ni siquiera pueda entenderlo porque el alfabeto es diferente. Uno vuelve a ser niño de una manera, empieza a darse cuenta que no podemos funcionar si no es en comunidad. Si no te abrís a la comunidad, no se puede hacer nada”, aseguró Pablo.
“Después de esa etapa de soledad uno se da cuenta que si no sale al encuentro con el otro se tiene que volver. Si no puedo sobrepasar esa barrera de la comunicación es imposible permanecer. Hay que abrirse al otro desde el corazón, desde la empatía, abandonar los prejuicios”, añadió.
El fotógrafo recordó sus visitas a diferentes naciones con culturas muy distintas a la argentina, al marcar: “En ese encuentro, la gente común, en Afganistán, Pakistán, Irán o Somalia, no entiende el inglés. Acá se rompe otra muletilla de que el inglés es el idioma universal. Es verdad, haciendo la salvedad de que es en lugares donde hay posibilidad y que la gente esté educada y lo pueda entender. Si uno está perdido en una aldea, no lo conocen. El idioma ya no sirve, porque la gente no lo entiende. La forma de hacerse entender es la empatía, la sonrisa, la amabilidad”.
“En Sudán del Sur, hace cuatro años, que fue el último país que se independizó hasta ahora, fui a ese evento. Estaba en una pequeña aldea que no tiene electricidad ni Internet, y estando ahí tenía que tratar de ubicarme en algún lugar. Era un extranjero en un lugar donde no había nadie, y eso facilita al visitante, porque la gente local se sorprende que alguien se acordó de visitarlos”, remarcó.
“El domingo fui a misa, y la gente que estaba ahí, que es la capital pero es como una aldea gigante, donde la gente saca el agua cruda del río Nilo, se produce la magia y una persona me invita a su casa, y a partir de ahí empezás a interrelacionar, simplemente con la química y con la mirada”, acotó.
“Te hace perder los prejuicios y ver que el otro ser humano, que parece tan distinto, por su color de piel o religión, ese envase que diferencia, uno se da cuenta que el contenido de humanidad que todos llevamos dentro es común a todos, más allá de las diferencias que podamos ver”, afirmó.
Pablo también resaltó sus anécdotas en los viajes: “Una vez comía sin saber qué era, y el chico que vendía los sándwiches me dijo que era de rata, y me llevó a la heladera y vi que estaban las ratas. Es un concepto de romper prejuicios, de la comunidad por sobre el individuo. Muchas veces lo que creemos que es el mundo normal es el mundo de una minoría de la humanidad”.
“Si uno no se da cuenta en esa apertura que en realidad el extraño es uno, no puede haber empatía ni integración. Dios es uno sólo, que el otro rece de una manera distinta no invalida el hecho de esa integración. Cuando uno se integra va dejando a un costado su propia identidad para integrarse a la nueva realidad. En el caso mío, la recompensa son las fotos que la gente me permiten sacar de ellos, es un regalo. Si uno no tiene el apoyo de la gente local, no te va a salvar ningún hotel 5 estrellas. Esa recompensa se hace cada día”, sostuvo.
“Uno viaja para cambiar de ideas, sacarse lo que cree que es lo normal o civilizado. En esa lejanía, uno se puede conocer. Cuando uno está en otro lugar, compara todo el tiempo, se acuerda de todo, y de alguna manera en ese recuerdo valora mucho más lo que somos y lo que tenemos”, completó el fotógrafo, un verdadero “trotamundos”.
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