Viernes santo: La cruz signo de esperanza

viernes, 15 de abril de 2022

15/04/2022 – La mirada puesta en la cruz, la mirada es atraídas por Aquel que en esa cruz ha dado su vida y por amor: a vos, a mi, a nosotros.

Elevamos la mirada en sencillez, humildad para aceptar que detrás de las pocas palabras que trae la cruz nos llega tanta sabiduría.

“Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría. Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles. Pero para los llamados, fuerza de Dios, sabiduría de Dios. La predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden. Para nosotros es la fuerza de Dios”.

1º Corintios 1, 22-25

 

La Cruz es todo un acontecimiento en la historia de la humanidad, que hace que las grandes preguntas del hombre sobre todo el dolor, la muerte, el sufrimiento, la enfermedad, el conflicto, encuentre respuesta.

Qué misterio que en medio del dolor y de la muerte esté la vida latiendo como signo de esperanza. Hay mucho dolor dando vuelta, mucho sufrimiento, mucha lucha y búsqueda. Ahí está la cruz de Jesús como faro para iluminar nuestros proyectos de vida

El Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium nos alerta acerca de algunas tentaciones que nos pueden alejar del proyecto original de Dios para nuestra vida y para la comunidad. Hoy es el día para nombrarlas y reconocerlas, para entregarlas en la cruz de Jesús para que el disipe toda tiniebla, nos libere de todo camino de muerte y nos dé una vida nueva fruto de la entrega.

– una especie de complejo de inferioridad que noa lleva a relativizar u ocultar nuestra identidad y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no somos felices con lo que somos y lo que hacemos, no nos sentimos identificados con la misión y esto debilita la entrega. Terminan ahogando la alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás.

-un relativismo práctico más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!

-El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado.

-Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, vivir la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón

-Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co 12,9).

-Es cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas. Allí «el mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena» En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!

– En otros sectores de nuestras sociedades crece el aprecio por diversas formas de «espiritualidad del bienestar» sin comunidad, por una «teología de la prosperidad» sin compromisos fraternos o por experiencias subjetivas sin rostros, que se reducen a una búsqueda interior inmanentista.

– La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado.

Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia»

Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien.

Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también entre cristianos! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial.

En la cruz se gesta vida nueva

Si vos no ves caminos porque las tentaciones o el dolor te borró el horizonte te aseguro que si te ponés delante de la cruz vas a ver no solamente caminos sino cuantas posibilidades en el impedimento están escondidas.

Contemplá al Señor en silencio, dejá que te hable el Crucificado con la ofrenda de amor de su vida, y vas a ver cómo él que supo descender hasta el infierno mismo, nos muestra que no hay sombra que no esté habitada por la luz. Que no esté llena de esperanza, que no esté desarmada y reconstruida por la presencia del que lo entrega todo por amor.
Es una gestación nueva, un darnos a luz de una manera nueva. La fuerza del amor de la cruz es la que María supo asumir desde el principio. Cuando en la profecía Simeón le dijo “a ti mujer una espada te va a atravesar el corazón.” Y éste va a ser ocasión para que muchos se pongan de pie y otros los que no quieran aceptar el signo de la Cruz van a tropezar.

Si nosotros sentimos de verdad, que nos caemos, que no podemos hacer pie, que la realidad nos voltea, miremos la Cruz, donde podemos ponernos de pie. La Cruz nos pone de pie, nos levanta.