Vivir en la Paz de Jesús

jueves, 24 de abril de 2008
image_pdfimage_print
“La paz les dejo, mi paz les doy: no como el mundo la da, yo se la doy. No se turben sus corazones, ni tengan miedo. Han oído como yo les he dicho: Voy, y vengo a ustedes. Si me amaran, ciertamente se alegrarían, porque les he dicho que voy al Padre: porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes porque está por llegar el príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado. Levántense, vayámonos de aquí”.

 Juan 14, 27 – 31

A esta jornada el Señor nos regala para compartir cosas importantes, nuestras miradas, nuestro sentir, nuestro caminar y te invito en esta catequesis a que hablemos un poquito de la paz, que miremos a Jesús y sintamos nuevamente enardecer en nuestros corazones el don del Espíritu Santo, el don de la Paz. Ese saludo maravilloso, majestuoso, imponente de la Pascua: “La Paz esté con ustedes”.

Vivimos llenos de tensiones en estos días, en el plano personal hay desequilibrios, inseguridades, miedos, complejos, búsquedas no satisfechas de un sentido para la vida. En las familias hay falta de diálogo, de amistad y de encuentro. Hay incomunicación y represión de los afectos. Hay problemas económicos por carencias o excesos de recursos y muchas veces hay un vacío doloroso que no se llena fácilmente.

En los grupos, partidos u organizaciones hay resentimientos, desconfianzas, ambiciones de poder, incapacidad de escuchar o de armonizar posiciones o de tener objetivos comunes. En la vida de los pueblos y en la vida del mundo hay intereses subterráneos que se movilizan para oprimir, crear violencia, promover guerras, atropellar la dignidad humana y aprovecharse de la miseria de los pobres. Una primera mirada sobre el hombre y sobre el mundo nos hace comprobar la dramática necesidad de la paz. Basta leer la prensa, en esto no hay engaño ni equivocación posible.

Pero ¿qué paz necesitamos? No la paz de la burguesía que es la comodidad y el ocio, no la paz de los diplomáticos que son tratados y protocolos, no la paz de los cementerios que es silencio y corrupción, la paz que buscamos es la paz de la verdad plena, limpia y libre. No hay paz fundada en el engaño o la mentira. La paz que requerimos es la paz producida por la justicia y dignidad de vida de todos los hombres.

A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al n la violencia ni con la miseria, la paz que nosotros queremos es la paz del diálogo, del respeto, de la comunicación y sin caretas. La paz que pedimos es la paz de los hermanos que se encuentran, que reconocen sus diferencias, que perdonan, que se aman. La paz que deseamos es la paz de Jesús, la que el nos da y nos deja, la que es don de Dios y regalo del Espíritu y también conquista del hombre.

Las familias, las comunidades, los pueblos, y cada hombre, anhelan y gritan por una paz profunda, es ese grito más fuerte que resuena en la humanidad. Aunque algunos puedan seguir acusándose mutuamente, sacando a relucir sus pecados y otros sigan mirándose con agresividad y aumentando las diferencias de apreciación o doctrina, aunque continúen los profetas de desgracia ahondando los odios entre los pueblos, las desconfianzas y recelos, y los que confían en la fuerza sigan repitiendo hasta el cansancio que si queremos la paz nos preparemos para una guerra. Los traficantes de la muerte y negociadores de la vida seguirán insistiendo en que hay que renovar los obsoletos materiales bélicos, pero sus voces y criterios no tendrán seguidores entre los hombres de corazón limpio.

Estamos cansados de acusaciones mutuas, estamos cansados de vivir desconfiando, o preparando el ataque, o la defensa, cansados de este estilo de vida; estamos cansados de los que manipulan las conciencias y pisotean la dignidad, de los que critican la violencia que los perjudica pero defienden la que los favorece.

Estamos cansados de reprimir los sentimientos, de dar juicios sin fundamentos, de desacreditar al adversario, de hacer cálculos para obtener beneficios y de encerrarnos en egoísmos personales o colectivos, nuestro cansancio tiene el feliz anuncio del reposo porque el Espíritu se reconoce por la Paz que comunica, paz en el hombre que es fiel seguidor de su conciencia, paz para asumir la vida con sus aflicciones, conflictos, dificultades, sin miedo y con valor, paz producto de la justicia entre los hombres y entre los pueblos, paz que es actuar honestamente y no colocarle apellidos a la verdad, un gran compromiso por la paz sin actitudes ambiguas es la gran misión de esta obra nuestra.

No a la guerra. Nace un grito de nuestros pueblos y penetra hasta las montañas. No a la violencia. No a la carrera de armamento, no a la mentira, no a la miseria, no a la agresión. Sí a la justicia, sí al diálogo, sí a la verdad y al respeto, sí al desarme, si a la amistad e integración, sí a la paz. La tarea es ser militante activo de la fraternidad humana, ser constructor de paz y obrero de una vida más justa.

Si el Espíritu de Dios trae un regalo para el hombre, ese regalo es la paz de Jesús, ciertamente. El discípulo es capaz de correr la suerte de su maestro y de repetir su ejemplo, a la violencia contesta con la paz, a la ofensa responde con el perdón, no usa la espada ni pide una legión de ángeles. El que vive en el Espíritu de Jesús vive la paz y comunica paz, paz en lo profundo, paz como experiencia de vida, paz como estilo de convivencia.

Vamos a compartir como vivir la experiencia de paz entre los hermanos. Vamos a compartir la Palabra en donde Jesús viene a decirnos que nos trae y qué es lo que nos entrega para que podamos vivir y vamos a preguntarnos como vivirlo, vamos a mirar ejemplos, vamos a escuchar la Palabra y vamos a pedir al autor de la Paz, el Espíritu Santo.

“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor, envía tu espíritu Señor para darnos nueva vida y renovar la faz de la tierra. Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo danos gustar todo lo recto según el mismo espíritu, gozar siempre de su consuelo. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor, Amén.”

“Por lo demás, que el Señor los conforte con su fuerza poderosa, revístanse de las armas que les ofrece Dios para que puedan resistir a las acechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra adversarios de carne y hueso sino contra los poderes, contra las potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que tienen su morada en las alturas, por eso deben empuñar las armas que Dios les ofrece para que puedan resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno, manténganse pues en pie rodeada su cintura con la verdad, protegidos con la coraza de la rectitud, bien calzados sus pies para anunciar el evangelio de la paz, tengan en todo momento en la mano el escudo de la fe con el que pueden detener las flechas encendidas del maligno, usen el casco de la salvación y la espada del espíritu que es la Palabra de Dios.”

El Señor, en su magisterio, en su compartir la vida con sus amigos los discípulos, aquellos que El había elegido, que aunque fueran hombres sencillos, instruidos, no tenían por qué conocer el plan de Dios, no tenían por qué ni siquiera soñar que Jesús era el Hijo de Dios y que Dios iba a venir a la tierra de la manera en la que estaba, nadie podía imaginar esta manera, este estilo de Dios, no hay sabiduría capaz de contemplar y descubrir el accionar de Dios y la realización de su plan de salvación, el misterio del bien, el misterio de la existencia de Dios revelándose, ese misterio, ese don que Dios hace de sí mismo, y ese don que es participación.

Nadie podía soñar y nadie podía experimentarse en una capacidad de paz como la propone el Señor si el Señor no viniera a darla. La paz, como todo lo que es de la fe es un don con el que Dios nos visita manifestándonos que el siempre se anticipa, y si el maestro se anticipa nada puede suceder en este orden en nosotros.

Hay una expresión de la Palabra que me tocó hondamente hoy que dice: “Y aunque ningún poder tiene el demonio sobre mí, dice Jesús, tiene que suceder así para que el mundo sepa que amo al Padre y que cumplo la misión que me encomendó”, entonces yo digo que hermoso es Jesús mostrándonos su corazón. La raíz de la experiencia de la paz que nos deja Jesús es la tremenda conformidad con la verdad definitiva, con la verdad de Dios, con la voluntad de Dios, y Jesús es concreto, hace lo que el Padre le pide hasta tal manera que va a llegar a decir “el Padre y Yo somos una sola cosa”, esa es la paz, es la unidad interior, que en medio de las tormentas puede dormir tranquilo.

Una paz que el mundo no les puede dar, eso les vengo a traer, les dejo la paz, les doy mi paz”. Me impresiona este gesto de Jesús, como cuando sopló sobre ellos y les infundió el Espíritu Santo: “Reciban el espíritu”, sopló, esa vida nueva. Lo que conmueve es que cuando Dios se da, da la intimidad de sí mismo, no da algo externo. Nosotros a veces nos comunicamos pero externamente, sólo en la amistad nos damos interiormente en cambio Dios genera y crea la comunión y la amistad con el hombre dando de su interior. Me parece tan diáfano Dios en su proceder, tan lindo verlo a Jesús diciendo “Les doy la paz, les dejo mi paz, les doy la comunión que tengo con el Padre y con el Espíritu y les doy la unidad que vivo en ellos y les doy la justicia por la cuál quiero salvarlos, y les doy el amor que es nuestro gozo, nuestra fortaleza y nuestra identidad, nuestra definición.La paz les dejo, mi paz les doy”.

Y podríamos preguntarnos en esta mañana qué pasa con tu vida respecto de la paz, ¿hay paz en tu casa, hay paz en tu familia, en qué consiste esa paz? Tal vez podríamos volver a preguntarnos sobre la paz de tu ambiente, de tu tarea, ¿en dónde se funda esa paz?, ¿está Jesús en tu casa por eso hay paz o hay otra paz simplemente humana?, una paz en donde no hay problemas, donde estamos contentos, donde nos sentimos bien, una paz que corre serios riesgos de desestabilizarse seriamente seguramente porque si uno se muere, o si comete un error, o si hay una injusticia, un desequilibrio quizás se desarme todo en casa. ¿Se funda en Dios tu paz o se funda solo en la tranquilidad, en el tener las cosas a tu medida, a tu gusto, a tu conformidad?

Quizás allí se esté fundando tu paz, pero si tu paz se funda en Dios quizás haya problemas en tu ambiente, en tu casa, en tu lugar de trabajo, quizás tensiones, persecuciones, incomprensiones, quizás cortinas que se bajan, puertas que se cierran, quizás rostros que se dan vuelta mirando para otro lado cuando se encuentran contigo como señal de rechazo y tu no te sumerges en la triste depresión y angustia, y no te sientes desesperado, te duele quizás la vida pero experimentas algo muy particular porque estás con el Señor.

¿Hay paz en tu ambiente, hay paz en tu corazón, hay paz en tu país? Si no hay paz, ¿por qué no hay paz? Qué lindo es poder todas estas cosas. ¿Cómo puedes ser vos un constructor de paz? ¿Cómo te animas a construir paz en este día? ¿Cómo quieres ser hoy como Jesús? Jesús dijo: “les dejo mi paz, les doy mi paz, les doy lo mío” y nos dio el corazón. ¿Cómo quieres construir la paz de tu país, de tu familia, de tu ambiente de trabajo, de tu ámbito de relaciones?, ¿cómo estás dispuesto a construir la paz?, ¿qué quieres poner?, ¿es posible que seas constructor de la paz?

“Mientras decía “la paz esté con ustedes” les mostró sus manos y su costado, los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor, Jesús les dijo de nuevo “la paz esté con ustedes”.

El gesto de dar la paz es algo característico del resucitado, ciertamente. Jesús llega y junto con la paz les va a decir estas otras palabras: “no tengan miedo, no teman”. Una paz que no les puede dar el mundo, no se inquieten, no tengan miedo”. Es algo que llama la atención, es algo novedoso, quizás la paz de Dios es algo que me desestabiliza, me desorienta. Dios me da y me lo da para que la viva en medio de tremendas tormentas pero no deja de ser la paz, en el cristianismo, un don de Jesús resucitado, como todo don de Dios, pero especialmente el don de la paz, por eso tiene un saludo tan específico, tan particular y tan concreto que nos da tanta identidad y definición cuando celebramos la Eucaristía y nos damos el saludo de la paz.

Qué lindo gesto, y lo hacemos antes de comer, es la paz como reconciliación, como fruto de encuentro, como animarme a mirar al hermano, estrecharme, abrazarme con el otro, aceptarlo como parte mía y reconocerme como parte del otro, me debo al otro, tengo que recibir del otro un don y estoy dispuesto a recibirlo: “La paz sea contigo”

Jesús llega y se pone en medio de los discípulos, estando la puerta cerrada del lugar donde se encontraban, pero no viene del exterior sino que viene del interior, del medio de la comunidad cuando esta se reúne en su Nombre y su saludo consiste en dar la paz. Como una condición para la paz es reunirse en comunidad y en su Nombre, qué capacidad de conectar, como construir la paz sino creando lazos, haciendo comunión, concordando, acompañando, disponiéndome al otro, se pone en medio de la comunidad cuando esta se reúne en Su nombre, y qué lindo que en el día de hoy, en el nombre de Jesús nos acerquemos a los demás. Uno se enloquece, se llena de complicación, de la preocupación de lo que tiene que hacer y se olvida de la identidad, de la identificación del otro, de la verdadera actitud interior con la que debo relacionarme con los demás, la cosa me absorbe. Quizás un pedido que tenemos que hacerle hoy al Espíritu Santo es el de tener esa paz interior que nos permita relacionarnos como personas, como hermanos, como hijos de Dios y descubriendo en el otro un don, y recibiendo a Jesús en el otro y entregándome yo como Jesús, al otro, crear comunidad.

Tres veces les da el Señor la paz, esa repetición nos muestra la importancia que tiene la paz para ponerse en presencia del resucitado. Es necesario dejarse pacificar para poder reconocerlo, ¿cómo voy a dar paz si yo no recibo la paz como un regalo de Dios, si no dispongo mi corazón para esta experiencia del resucitado en mi corazón? Es necesario dejarse pacificar, es la manera de despertar a una mirada y reconocerlo, reconocerlo en el ámbito, en la historia, en el mundo, en el bien y en el mal, en la contradicción, en el gozo, en el orden y también en la miseria. Es necesario dejarse pacificar para despertar a una nueva mirada, que no haya turbación en nuestro interior.

El Señor está, cuando nos dejamos dar la paz aparece. Cuando nos dejamos pacificar, como cuando nos dejamos amar, el nos da la paz y nos ama. Dejarnos querer, dejar que Dios nos de la paz. El Señor nos pacifica y alegra, pero lo hace mostrando sus llagas, es una paz real que pasó por un proceso de transformación doloroso, no es una paz improvisada, es una paz que se cultivó en el amor, es una paz que Dios tenía pero que me la quiso dar conquistándola El primero, la quiso ganar para mí, y cuánto le costó ganarla, ¡cuánto vale mi paz! costó la vida del Señor, por eso el se manifiesta en medio de sus discípulos con sus llagas, las de las manos y las de sus costado, las de las manos que se abren para dejar se crucificar, la del costado que se deja atravesar para largar la virtud del misterio que llega al hombre, la virtud de la salvación, el agua del Bautismo y la sangre de la Eucaristía.

El nacimiento y la transformación definitiva.

El Señor llega creando la paz, aunque ya la tiene, y el es la paz en comunión con el Padre y el Espíritu y esa comunión y encuentro, especial vivencia de unidad en la cuál todo es inspirado, toda la creación y toda obra humana y eterna está inspirada en la Trinidad, en el Ser íntimo de Dios, y es eso íntimo que nos da toda realidad inspirada en el no nos ha llegado sino porque Jesús quiso ganarla también.

La cruz, Jesús crea fraternidad, crea encuentro. A veces creamos fricción, tenemos tan afirmados nuestros principios, nuestros conceptos, nuestra manera de pensar, de mirar, somos tan personales que con tal de ser fieles a muerte de lo que pensamos y sentimos somos capaces de sacrificar cualquier relación, romper cualquier experiencia de comunión. Muchas veces es tan grande nuestro egoísmo, no nos damos cuenta de cómo rompemos la paz y cómo nos cuesta vivir en la verdad para construir la paz.

Nos adueñamos de la verdad y entonces creemos que yo tengo la verdad y rompo la comunión porque yo tengo la verdad. Si yo tuviera la verdad debo crear comunión, y lo natural es que quien descubre la verdad lo primero que hace es dejarse ganar por ella y transformarse en servidor. No hay paz sin verdad y no hay verdad que obstaculice la paz.

La verdad debe ser constructora de la paz, por eso, podemos discrepar, pensar diferente, tener conceptos, maneras de pensar, pensar que al pensamiento, a nuestros criterios, a nuestras ideas, es a lo que más valor le damos, sin embargo lo que más define la posibilidad de ser felices entre nosotros es que tengamos un solo corazón.

Discrepar, todo lo que quieran, discordar, jamás.

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.

Que allí donde haya odio, ponga yo amor.

Donde haya ofensa, ponga yo perdón.

Donde haya discordia, ponga yo unión.

Donde haya error, ponga yo verdad.

Donde haya duda, ponga yo fe.

Donde haya desesperación, ponga yo esperanza.

Donde haya tinieblas, ponga yo luz.

Donde haya tristeza, ponga yo alegría.

Maestro, que no busque yo tanto ser consolado, como consolar.

Ser comprendido, como comprender.

Ser amado, como amar.

Porque dando es como se recibe.

Olvidando, como se encuentra.

Perdonando, como se es perdonado.

Muriendo, como se resucita a la vida eterna.