Hasta el último día todo es adviento.
Un adviento constante y eterno.
Un solo grito: “Ven”.
Un ven que sale desde la entraña,
desde lo incompleto; desde los fracasos
y las mediocridades en que uno
se va instalando, sin casi darse cuenta.
Un ven que planta sus bases en
los anhelos más hondos, y alza
el vuelo en los versos más sinceros.
¡Ven! Un grito que brota desde la
impotencia ante el mal que no
sabes cómo afrontar;
desde el temor al desierto;
desde el no estar a la altura…
pero también desde el horizonte de
una tierra prometida donde hay más verdad,
donde el bienestar lo es para todos,
donde se destierra la acritud que
a tantos condena sin juicio.
Una tierra donde el amor es lágrima,
y júbilo, y encuentro.
Es toalla ceñida y ternura en el gesto.
Es… ¡Tú ven! A liberar tantos egos que
andamos presos en un laberinto de espejos.
A mostrarnos la puerta a la tierra de todos.
Ven. Solo eso. Todo eso. Ven.
José María Olaizola